domingo, 10 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 18 "Paraíso en el Infierno"




—Ok muy bien —decía Andrés mientras secaba la sangre que chorreaba de su labio partido, hacía escasos segundos por su hermano mayor. —No voy a decir que no lo merezco… pero ese movimiento —recalcaba señalándolo con el dedo índice —fue grotesco y peligroso, podría partirle el cuello a tu adorada Galadriel – amenazaba con aire burlón —si me haces enojar demasiado.

—Cierra tu maldita boca, Andrés —contestó Benjamín, rojo por la ira —no estoy jodiendo, lo digo enserio.

—Yo tampoco, cariño —. Y el menor de los vampiros le lanzó un beso al aire.

Parecía que su sarcasmo no tenía fin, estaba olvidándose de cómo Amanda se encontraba tras de él con la cara desorbitada por la incertidumbre. No entendía absolutamente nada de por qué los dos hombres se peleaban, sólo supo que en un momento todo comenzó a darle vueltas en la cabeza cuando las manos de Franco la presionaron para agarrarla. Él insistía con llevarla dentro de la casa, pero Amanda no es de las que ceden… quería jodidas explicaciones al respecto, y por supuesto, que dejen de golpearse. O que no lastimen a Andrés, quién era su prioridad.
Galadriel, que jamás la había visto con el ceño tan fruncido, se volteó varias veces mientras sostenía al menor de los Casablanca con aires de esta-vez-no-vas-a-escapar, la miró preocupada, eso estaba mal, teniendo en cuenta que Amanda sentía gran respeto y aceptación por parte de la rubia vampiresa, entonces, que ella le ofrezca un gesto tan retorcido la hizo exasperarse.

¿Qué ha hecho Andrés, además de darme el beso más tierno de mi vida? — pensaba Amy, mientras con las uñas rascaba su cabeza, como si así fuese más fácil hallar ideas que le armen una buena red conceptual sobre lo que acontecía.

— ¿Estas empezando a sentirte, por primera vez en tu vida, el hombre de la casa? –preguntó Andrés a su hermano, Gala seguía sosteniéndolo con fuerzas.

— ¿De qué estas hablando?  — quiso saber Benjamín con mucho recelo.

—Digo, veo que te gusta pegarme delante de las damas — recriminó Andrés, mientras miraba a Gala con condescendencia —,  así que cuéntame más… ¿te hace sentir hombre? ¿Eh? – Benjamín le hizo un gesto a Galadriel para que soltase a Andrés, ella tras desconfiar un poco accedió, y el vampiro menor se acercó a Benjamín, como si fuese a torearlo, desafiándolo —Responde hermanito… ¿te excita hacerlo?

—Gala, Franco —gritó Benjamín, buscándolos con la mirada, sin perder de vista a su oponente— lleven a Amanda a su habitación. ¡Ahora! —. Exigió.

— ¡No pienso irme a ningún lado! —contestó Amy, quién ya se había desprendido de las estupidas manos que el amigo de Andrés puso sobre sus hombros, corriendo velozmente al lado del vampiro atacado, abrazándolo tan fuerte como pudo.

Bien, esto es un golpe bajo —a penas articuló Andrés en un susurro alterado, al unísono que se sentía tan maldito y miserable como siempre.
La tenía ahí, nuevamente entre sus brazos, se veía tan perfecta que pensó mil veces en un solo segundo como sus cuerpos encajaban a la perfección. Como sus brazos eran el perfecto escudo que la mujer necesitaba y como ella se acoplaba junto a él como dos malditas piezas en el rompecabezas. Si algo no quería Andrés, era volver a usar sus lagrimales, cuando una filosa lágrima recorrió toda su mejilla hasta caer en el centro de la cabeza de la mujer, que tenía enfundando su pecho. Estaba volviendo a llorar, por el simple hecho de caer en la terrible cuenta que él fue toda su vida un rompecabezas fallado, uno al que le faltaba una parte, una fundamental. Demonios que la había encontrado y encastraba tan jodidamente bien que hería su ego. Aquella pieza tenía nombre, era mujer y allí estaba, rodeándolo con sus frágiles brazos, protegidos por aquella fina y delgada piel albina.

—No seas estúpida, Amanda —le dijo Andrés en un audible susurro que sólo ella escuchó. —Ve arriba y espérame —. Besó su frente, empujándola para caminar, Amy lo miró con desconfianza, por primera vez en mucho tiempo los ojos de la muchacha brillaban intensamente, era tan poco lo que le pedía a aquel hombre, que aunque las cosas no estén bien, se sentía esperanzada. Sabía que Benjamín era un buen chico, no le haría daño a su propio hermano, y aunque fuese difícil de entender, Amanda obedeció de forma sumisa, alejándose con los otros dos vampiros que la esperaban en la entrada con un gesto indescriptible, mientras Andrés, al sentirla marchar, perpetuó su mano agarrada a la de ella lo más que estuvo a su alcance. Aquel beso en la frente lo hizo descolocar, pisar en falso, ahora estaba malditamente falto de voluntad para empezar una pelea. Tenía ganas de irse con la chica y el mundo acabando tras él, que nada le importaría con tal de volver a poner sus ojos fijos sobre los de Amanda.

—Vas a empezar ahora mismo —apresuraba Benjamín—, a decirme que mierda es lo que estas haciéndole a esa muchacha. Y quiero la verdad.

—El problema es que —empezaba Andrés— la gente como tú no soporta la verdad. ¿O me equivoco?

— ¿Por qué siempre te dispones a que nuestras conversaciones se conviertan en una porquería? —Benjamín estaba defraudado y molesto, cada vez que intentaba entablar una charla con su hermano conseguía evasivas o respuestas que no eran respuestas, sino acertijos camuflados en preguntas por parte de su hermano menor.

—Oh vamos. Ya me da igual —. Y puso sus ojos en blanco con una pizca de indiferencia.
Benjamín apretó sus puños, las ganas que tenía de darle una buena tunda a Andrés eran inmensas, pero de esa forma sólo lograría que aquel sádico vampiro se excite más ante la idea. Odiaba conocer tanto de él, si tan siquiera fueran dos del montón, Benjamín podría golpearlo y sacarse toda la bronca que llevaba dentro.

— ¿A qué te referías cuando le dijiste a Amanda “cuando todo acabe y seamos libres”? Dime que no estamos metidos en un buen lío Andrés ¡dilo!

—No estamos metidos en ningún buen lío —. Contestó socarrón, la cosa se ponía difícil, ¿a los golpes largaría algo? No, se trataba de Andrés, una pelea en estos momentos le proporcionaría un buen orgasmo y nada más. Y por si hiciese falta aclarar, cuando respondió al cuestionamiento de su hermano, estaba mintiendo, de la manera más descarada que había encontrado, amparado por el sarcasmo.

— ¿Qué has hecho? —. Quiso saber Benjamín, peinándose el cabello en un inconciente movimiento donde llevaba sus dos manos a entrelazarse tras su cabeza, muestra del ápice de locura que estaba experimentando en esos momentos. Después de doscientos años al lado de una persona, con la que además te unen lazos sanguíneos, no se torna fácil a la hora de querer estar exento de sus movimientos. Conocía y por sobre todas las cosas, entendía la mirada que Andrés le brindaba, no sólo que las cosas no estaban bien, sino que a estas alturas, a cargo únicamente del menor de los Casablanca, ya deberían estar a punto de desprenderse de la soga de hilo por la cual estarían pendiendo. Y aunque la realidad no era demasiado diferente, Andrés ya no era el mismo chico de ayer, inclusive iba cambiando cada segundo que pasaba de manera tan rápida, que era casi imposible seguirle el ritmo.
Cuando pensó en todo lo que Amanda le daba tan sólo con estar a su lado, respirándole su tibio aliento de muerte, no pudo evitar sensibilizarse, y lo sintió tan raro como si le ofrecieran tirárse un animal, puesto que no era algo a lo que este acostumbrado un asesino como él. ¿Se le iba a tomar como costumbre llorar de ese modo? Sintió algo espeso correr por su rostro y no intentó secarlo, a estas alturas ¿qué demonios le importaba si su hermano mayor lo veía en ese estado?, cuando dijo que le daba igual, no había mentido, y he aquí la prueba fehaciente, una de las primeras veces que no estaba mintiendo o mostrándose irónico. La primera había sido, sin dudas, el día que le dijo a Amanda por primera vez, que la amaba.

De un momento a otro, Benjamín acortó a gran velocidad la distancia que los separaba, Andrés no entendía que traía la cara de asombro y dolor que su hermano le estaba mostrando en estos momentos, pero sí se preguntó por qué rayos lo observaba de esa forma, como compadeciéndose y mostrando júbilo a la vez, el menor de los hermanos trastabilló hacia sus costados cuando notó como la mano de Benjamín quería acercarse a su rostro, no estaba acostumbrado a las muestras de afecto de nadie, inclusive de él, su propia sangre.

—Estas llorando —. Le hizo saber Benjamín, dio un paso hacia delante con aire protector, del cual Andrés se movió para no ser alcanzado.

—No tiene importancia —. Respondió Andrés, secándose la cara y notando que un rastro color sangre quedaba impregnado en su muñeca. No era una lágrima cualquiera, porque, tal como había comparado a ésa lágrima con lo que normalmente era su alimento, ahí estaba, roja e indeleble. ¿Cómo podía ser posible algo así? — ¿Qué es esto? —. Preguntó confundido, había perdido cualquier tipo de pudor, ya sea por la impaciencia de volver a abrazar a Amanda, o querer sacarse de encima este pequeño asunto.

—Estas llorando sangre —, contestó Benjamín, con el tono de voz en éxtasis — ¿En que rayos estás metido, hermano? —. Intentó comprender, había algo que no era común y entre esas cosas estaba llorar despidiendo por los ojos ese elixir de color. El mayor de los Casablanca no realizó la pregunta con recelo ni exigencia, su voz había pasado a ser un susurro hambriento en desesperanza.

Durante la vida, las personas se acostumbran a ver llorar a todo el mundo, gente que demuestre su pesadez de esa forma es moneda corriente, existen de todo tipo, desde niños hasta madres que pierden a sus hijos o seres queridos, quienes lloran porque se lastimaron o porque su pareja lo abandonó. Gente que llora simplemente para llamar la atención de otra persona, y así ser compadecidas por el resto, porque lo necesitan para sentirse mejor, para sobrevivir. Gente a la que le pagan por llorar, o simplemente por hacerlo, sus vidas carecen de un sentido alguno. En mayor o menor medida, todos lloramos, experimentamos nuestras aflicciones por diferentes caminos, gritándolo al viento o intentando que se note lo menos posible. Pero muy pocos tienen el valor de guardarse todo para sí. Muy pocos son los que están en condiciones de afirmar que nunca usaron las glándulas localizadas cerca de los extremos superiores del ojo, muy pocos son capases de decir verazmente que pudieron hacer que aquellos conductos que despiden al llanto, absorbieron todo el material y lo han dejado del lado de adentro sin que salga a la superficie. Entre esa minoría de personas, se encontraba Andrés, quién podía pecar de ojo seco y carente de emociones verdaderas. Pues que novedad, ahí lo veían, llorando como un desgraciado. Siendo débil y ¿por qué no? Humano también.

—No puedo mirarla —, decía Andrés, con los hombros caídos como si en cualquier momento fuese a desplomarse al menor soplo de viento. —Está matándome y toma el control, a cada instante lo hace.

— ¿De qué hablas? —. No era raro que en cualquier momento Benjamín rompa en llanto junto a su hermano, en un principio estaba muy enfadado, ahora, sin embargo, necesitaba darle un abrazo de hombre a hombre, entender cual era su malestar en estos momentos, conocer la razón de su pena.

—Es ella —. Respondió sin poder sosegar sus propias lágrimas, con las rodillas temblando. —Me hizo perder el control como un completo idiota y ahora… —Hizo una pausa, el pecho podría habérsele partido en dos pedazos, le faltaba el aire, le costaba respirar… sus sentidos se agrietaban. —Y ahora la amo… tengo miedo. Hermano, por primera vez en mi vida… tengo miedo.

— ¿Cómo puedes ser tan estupido de tenerle miedo al amor? —Preguntó Benjamín tomando aire, no se olvidaba del pequeño detalle por el cual habían empezado una casi feroz pelea.

—Pienso sacarme de encima a Marcus —. Le soltó así, sin más, casi restándole importancia a sus palabras, aplicando una daga mortal, sin anestesia.
Benjamín, quien había apaciguado las aguas al ver a su hermano llorar, no pareció para nada sorprendido. Ni un ápice de inquietud manchó su frente.

—Sólo para que te enteres… lo sabía, siempre lo supe, desde que te ví bajar en la lluvia con Amanda en el auto. —Confesó sin sentirse un entrometido. —Desde que la viste por primera vez, cuando todavía era una humana que vivía su primera vida, como cualquier persona normal debe hacerlo —, explicaba sin pausas —Desde que la volvimos a cruzar en el planetario y desde que, maldita sea, se te ocurrió acosarla en la casa de Benicio con el estupido plan de vigilarlos. Porque al resto puedes mentirle sin compasión o reparos, pero yo —, le aseguraba Benjamín —yo soy tu hermano y te conozco como nadie en el mundo.

— ¿No vas a sacarme las entrañas por la boca? —preguntó Andrés, asombrado por la comprensión por parte de Benjamín.

— ¿Qué opción tengo? —. Quiso saber como si realmente tuviese una. —No es que uno vaya por la vida queriendo matar al Rey del Infierno así como así, por lo que resta, eres un demente y eso no es novedad —. La mirada de Andrés había cambiado, la ilusión de que su hermano lo ayudara, y por sobre todas las cosas, que lo apoyara, cambiaba el panorama visiblemente. Benjamín dio un par de vueltas sobre sí mirando el anochecer. —Y también se que, Amanda ama a Dante, como también ama a Benicio —, Andrés le regaló una mirada fulminante, aquello era verdad. No se trataba de una mujer ligera, sino de una a la que habían matado dos veces, una que vivió dos veces sin recordar absolutamente nada del pasado ¿qué querían, que sea una monja en alguna de ellas? Tenía sentimientos, y hombres que estarían dispuestos a dar sus vidas si fuese necesario. —Y cuando se entere lo que realmente estas dispuesto a hacer, sacrificar a uno de sus amores sólo para que nos liberemos de Marcus, va a odiarte…. Aunque quieras negar lo que realmente sucede, te lo diré: ella no te ama, Andrés. Estas, jodidamente, manipulando su cabeza, cuando despierte de este gran sueño al que la estas induciendo, va a estacarte con sus propias manos, con un pedazo de madera que dirá tu nombre.

—Sólo necesito saber de que lado estas. —Exigió Andrés, con recelo. Aquellas palabras, verdaderas al fin, no le agradaban.

—No es que pueda negarme —, empezó Benjamin. —Ya sabes, es contigo o en contra tuyo —. Tras un titubeo agregó con la cabeza, afirmando. —Sólo explícame como vamos a hacer, maldita sea, para exterminar esos traseros que vendrán ansiosos a simplemente ¡destruirnos!

—Dos de Octubre —. Agregó como si fuese una minucia. —Falta menos de una semana, ellos creen que no lo sé, pero de alguna forma u otra, estaremos listos, no me privaré de arrancar unas cuantas cabezas —. Y una sonrisa macabra, casi perfecta y sensual, asomó mostrando toda su dentadura, blanca e impecable, tan propia de él, que se sintió sanar. —Otra cosa… — Preguntó antes de dar media vuelta para entrar y volver con Amanda. — ¿Qué tiene de malo la sangre? Digo, no entiendo que… —Benjamín lo interrumpió, dándole una palmada en los hombros.

—Se llora de dolor, sólo con sangre —. Andrés abrió bien grande sus ojos, mientras su hermano mayor le dedicaba una mirada taciturna al dirigirse dentro de la casa.

Sólo con sangre — repetía por sus adentros, confundido. Toda su existencia, de repente, le había dejado nada, puesto que, en definitiva, jamás había aprendido a soportar el dolor. Tantas veces su placer se fundó en ese sentimiento plasmado en cuerpos ajenos que, si alguna vez lloró, lo hizo de alegría, diferente al momento que le tocaba vivir.
Este tormento, podía ennoblecerlo, incluso a él, un ser tan desalmado.  


*




Carajo, le gustaba enserio y lo sentía en el fondo de su pecho.
Ya habían llegado a la casa y Lumi desparramó todas las bolsas de compras por el living mientras pensaba que Benicio era sumamente hot. Él se había comportado como un perfecto caballero, un poco raro, pero perfecto al fin. Cuando pensaba en la palabra extraño y lo miraba bien fijo, no podía evitar darse cuenta que era un jodido y sexy vampiro que podía matarla. Los vampiros son traicioneros le dijo más de una vez Dante y ella no entendía el por qué. Demonios, a aquella estupida niñita le parecía todo tan normal que daba miedo, pero ¿quién podría echarle la culpa? Si creció estos últimos años junto a un Ángel Caído, sabiendo que en el mundo, tan extraño y cambiante, Dante no era el único Ser sobrenatural que yacía en la Tierra, no le extrañaría que un día de estos una invasión alienígena los invadiera.
Lumi se encontraba agotada, se había sentado a unos metros de Benicio, mientras relajaba sus pies y miraba con vergüenza en dirección al piso. Por momentos tenía miedo que aquel hombre pudiera leer su mente y averiguara que estaba en peligro de amor. Pero por sobretodo, no quería que se entere que, con quince años, ya estaba teniendo pensamientos sucios y pecaminosos con un señor que doblaba su edad.

¡Que dobla mi edad! —Pensaba  al instante—, un carajo dobla mi edad, la debe triplicar, cuadriplicar, quintuplicar y todas esas porquerías que se aprenden en la escuela. Benicio debe tener como seiscientos años o más —. Se corregía mordiendo sus labios y poniéndose más roja aún.
Las manos le sudaban, el corazón galopaba a toda velocidad y como si fuese poco, las rodillas empezaban a fallarle estando sentada y todo. Levantó la vista pero él la estaba ignorando arremetidamente. Leía el periódico muy serio y sus piernas estaban cruzadas.
Ludmila no pudo evitar analizarlo de arriba abajo. Primero, sus jeans negros eran la muerte, muy ajustados, varoniles; unas zapatillas botitas que en cualquier muchacho hubiesen quedado infantiles, sin embargo, Lumi pensaba que a Benicio le quedaban como el Infierno, en el mejor de los sentidos. Tenía puesto un cinto con una hebilla grande de plata con su inicial y una remera ajustada al cuerpo de escote en V color azul que marcaba cada trabajado abdominal en ese cuerpo de macho alfa que llevaba. Lumi notó algo que la dejó sin respiración, no veía pelos en el pecho sobresalir de su camiseta, aquella piel debería de ser de lo más suave a juzgar por la apariencia; Lumi pensaba que no había nada más caliente que un hombre sin bello que la raspe y se detuvo casi instantáneamente cuando se cuestionó desde cuando tenía tantas preferencias, siendo virgen, habiendo besado una sola vez en su vida a un bastardo que se burló de ella. Encogió los hombros y arrugó más las tablas de su pollera, estaba nerviosa, en todo ese tiempo Benicio ni levantó la mirada y ella se preguntaba dónde estaría Dante, deseando por dentro que su Ángel se retrase lo más que quiera, eran ella y el vampiro en la casa, por algún motivo se sentía excitada, o eso pensaba ella, que, claramente, no tenía experiencia en esas cosas de la excitación y las hormonas revolucionadas.
Dante siempre la había tenido en una burbuja de cristal, en estos años Lumi jamás había visto a nadie más que no sea él, alguna vez, reconoció haber soñado tener una relación con Dante, pero con el tiempo, el vínculo que entablaron fue sumamente padre e hija, o como ellos decían: tío-sobrina. No es que Dante no sea lindo, todo lo contrario, Ludmila muy pocas veces, si no es que nunca, conoció un hombre tan bello como él, aunque ahora las cosas cambiaban bastante. Aquel vampiro que tenía justo enfrente suyo al otro lado de la habitación del living, era romper todas las reglas.
Sentía una atracción tan fuerte que, esa sensación recorría cada célula, invadiendo cada espacio de su anatomía. Algo en el silencio del hombre la hacía fantasear con absolutamente todo. Cuando llegó el momento de llegar a su cuello, la chica lo observó, gritando en su fuero interno avanzar hasta el mentón cuadrado que tenía Benicio, ella quería tocarlo, sin dudas, sentir su textura y morir ahí mismo, porque si tan sólo la quijada del vampiro la ponía así, su boca la destruiría en pedazos, reduciéndola a polvo.

Pero si del polvo venimos y  hacia el polvo vamos… —pensó en su interior, dándose ánimos para avanzar el recorrido visual por el cuerpo de Benicio.

Cuando llegó a su boca, el hombre seguía bien concentrado sobre el pedazo de papel que estaba leyendo. Ludmila pensó que iba a descomponerse, muy por el contrario sus piernas tomaron el control de su cuerpo, tan así que se levantó de un salto y empezó a caminar, sin dejar de mirarlo.

Idiota ¿qué estas haciendo? —, se preguntaba mientras avanzaba hacia Benicio, que a estas alturas había apartado la mirada del estupido diario que leía para observar a la niña acercándose.
¿Qué era esa mirada? A Benicio le temblaron los labios, los cuales mojó con su lengua muy sutilmente cuando sintió que su garganta estaba pasando por uno de los peores momentos, ardía y para colmo, era como si le hubiesen lanzado sobre la herida, un puñado de sal que lo hizo agitar como mil demonios. Ludmila seguía dando pasos, Benicio se acomodó en el asiento sin entender, brindando una mirada de miedo, como si él fuese la presa y la chica la depredadora. Y vaya que lo era, sus ojos brillaban, él temió que lo peor fuese a pasar.

—Tus ojos… —dijo Lumi con la voz apagada. —Están rojos.

Mierda —se dijo Benicio por lo bajo.
Oh oh, estaban en jodidos problemas. ¿Qué iba a hacer Benicio? ¿Golpearla o besarla? La tenía servida en bandeja, esa mirada lo ameritaba de todas las sucias maneras. Él sabía que la muchacha no le pertenecía y nunca podría hacerlo, pero no quitaba que lo quisiera, bajo un manto de lujuria irreconocible, dado que la niña era menor, se odió por ser tan débil ante el sexo opuesto. ¡Maldita sea la mocosa, apenas se conocían!

El hombre era un asesino al fin de cuentas, y deseaba a aquella jugosa y pequeña mujercita con una ferocidad que iba a enviarlos al Infierno, a ambos.

¿Cómo dejé que esto pasara? —se preguntó, queriéndose amputar las costillas, su cuerpo entero de ser necesario.

— ¿Qué estás leyendo? —Inquirió la muchacha nuevamente, su pregunta anterior no había sido contestada.

—El diario —, contestó Benicio con voz ronca, tragando una fuerte bocanada de aire que no hizo más que empeorar la jodida situación. — ¿Qué otra cosa podría estar leyendo?

— ¿Suele leerse al revés? —Le dijo señalando el periódico, que efectivamente, estaba patas para abajo.

Carajo —pudo decir Benicio, en voz alta, ni siquiera se lo guardó para él, al fin de cuentas aquella bastarda lo había tomado por sorpresa, otra vez. Él no estaba leyendo, nunca lo había hecho, sólo tomó ese pedazo de papel para evitar pensar en las piernas de Lumi, o en su rostro, o cualquier cosa que tenga que ver con la desgraciada que lo hacía enloquecer.

—Bien —, le dijo a Lumi, parándose de golpe y yendo hacia ella. — ¿Qué es lo que quieres? —preguntó firme, firme además de otras cosas que se estaban levantando y que decidió ignorar antes de ponerse frenético.

— ¿Qué estas haciendo? —Lumi estaba arrinconada con el vampiro casi sobre ella, la tenía contra la pared mientras el hombre pasaba una de sus manos por encima del pequeño hombro de la niña, para sostenerse contra la pared y dejarle bien en claro que él mandaba. ¿De dónde había salido esa hombría por su parte? Benicio solía tratar a las mujeres un tanto reacio, pero siempre manteniendo la ubicación.

La diferencia ejercía, en estos momentos, en que ya no podía controlarse ante el deseo inigualable que la niña le ofrecía. Nunca se había sentido así por nadie más que Amanda, pero encontrarse solo y desamparado lo había puesto de una patada en los testículos hacia la estratósfera.

— ¿Vas a lastimarme? —Preguntó Lumi, sintiendo por primera vez, miedo. Lo raro en esta circunstancia, era que el placer de poder poner sus labios sobre los el hombre con mirada asesina que tenía enfrente, estaba siendo más grande, casi derribando el pánico que le fomentaba aquella presión que Benicio hacía sobre su cuerpo.

— ¿Lastimarte? —Preguntaba el vampiro enarcando una ceja, tan serio como de costumbre, en un tono que Ludmila tomó como perfecto sarcasmo. Benicio puso su mano izquierda, mientras que con la otra hacia una especie de sostengo-a-la-pared, sobre la cintura de la niña. Las piernas le fallaron nuevamente, de manera estúpida. ¿No era eso lo que ella quería? ¿Contacto?
Mientras tanto, el panorama de Benicio era igual de jodido como el de la muchachita, su gran, fría, y pálida mano sintió el ardor de aquel cuerpo virginal, tal como si la hubiese puesto sobre una hornalla. Podía distinguir la irrigación sanguínea de Lumi como si estuviese dentro suyo.  

Dentro suyo… —pensó el hombre, su cuerpo le dio una buena descarga eléctrica.

—Creo que eso fue lo que dije. —Contestó la pequeña rubia en un hilo de voz, mientras Benicio seguía acortando distancias entre los cuerpos, si eso fuese posible, porque, maldita sea, estaban pegados como laminas.
Cuando Lumi logró parpadear, notando como su cuerpo se derretía ante el acercamiento, el hombre la levantó casi en el aire sin despegarse de ella, arrinconándola sobre esa maldita pared, quedando enganchada al cuerpo del vampiro. Todo lo que podía sentir era la erección de Benicio apoyada sobre su ropa interior al descubierto, agradeciendo llevar pollera para hacerlo más fácil. Nadie, de ahora en más, podría subestimar a la pequeña, porque la falta de experiencia no le quitaba el saber como eran las cosas, o a qué se reducirían si fuesen un paso más lejos. Ella carraspeó mientras dejaba caer sus brazos a los costados, él la miró con ferocidad y respiró bien fuerte sobre su oído, inhalando el olor a sangre que desprendía su piel y el vapor de la excitación sobre el aire. Benicio calentó su boca sobre la clavícula de Lumi, mientras la separaba dos centímetros de la pared y se dirigieron una mirada amenazadora, la de la chica era, comúnmente, más inocente.
De repente, el lugar se cubrió de un silencio sepulcral, mortuorio, todo alrededor se veía dilatado, la temperatura subía para ambos y se notaba que, jodidamente, se deseaban, tan desesperada y violentamente como podían soportar aquellos cuerpos.
Pero Benicio utilizó el momento para no hacer más que asustar a la criatura, haciéndola estrellar nuevamente contra la pared, claro, sin utilizar toda su fuerza, pero la suficiente para no lastimarla y dejarle algo bien en claro, con sus propias palabras:

—Esto no sucederá —, le hizo saber con una mirada tétrica e indiferente, dejándola pararse por ella misma sin necesidad que él la sostuviera un minuto más. —Ni en esta vida, ni en ninguna otra.

Se sintió el sonido de la puerta, era Dante. Lumi dedicó una de sus miradas de desconcierto a Benicio, quien ya se encontraba escaleras arriba, sintiéndose como un cretino, uno bien grande.

Algo era claro, el destino se empecinaba en ponerle una traba, y si no rompía el corazón de la niña ahora, luego no tendría fuerzas para negarse, y no porque la carne sea débil, sino porque él ya estaría metido hasta el cuello también.

¿Cómo no hacerlo? Lumi era, condenadamente, el paraíso en ése Infierno. 

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