miércoles, 14 de abril de 2010

Novela: Despertar en el Infierno. Capitulo 10: Regalo.




Aclaración *El siguiente capitulo retoma la historia, dejando de lado los flashback anteriores, en el capitulo donde Amanda se alimenta por primera vez*


Volví en sí. Ya habían pasado unas tres horas después del primer testeo de sangre acompañada de Benicio. Mis recuerdos dejaron de fluir, y después de recordar mi última noche en brazos de Dante, comenzaron a llegar recuerdos más actuales, recuerdos de mi estadía en el Infierno, que aparecían en mi mente de manera borrosa.
Me encontraba caminando cerca de lo que sería de ahora en más mi nueva residencia en la Tierra, y pensaba en las palabras de aquel Ser demoniaco que me decían una y otra vez sin cesar:- “Te alimentas adecuadamente, desentierran tu cuerpo, tu alma se introduce en el cajón, Benicio lo cierra, y la conversión llega a su fin, convirtiéndote totalmente en una vampiresa”.
¿Desenterrar mi cuerpo? ¿Qué tipo de malvado castigo macabro me estaba aplicando?
Caminé sin parar, porque olvidé que mi condición de vampiro me permitía ir más rápido que lo habitual. Mi casa se encontraba en el barrio de San Telmo, y ahora me hallaba de frente al Cementerio de Recoleta. En apenas minutos llegué como por arte de magia, una fuerza superior hizo que vaya sin rumbo hasta las puertas de este famoso cementerio, que por supuesto, estaba cerrado. Era uno de los lugares más reconocidos de Buenos Aires, jamás en mi vida humana puse los pies en este lugar, para mi era sumamente mórbido y prefería mantenerme alejada de sitios como estos. Pero entonces… ¿Cómo había llegado hasta acá si jamás tuve intensiones de venir?
Con mi vista hice un repaso del lugar, y sentí como la piel se me ponía de gallina. El aspecto era lúgubre y tenebroso, a pesar de ser un cementerio con renombre se veía bastante descuidado, y su edificio era antiguo, los nichos me daban miedo sólo de verlos del otro lado de la reja cerrada, y algunos epitafios vislumbraban su escritura desde donde estaba parada.
Reconocí la plaza de enfrente, con árboles grandes y fáciles de trepar, en esa plaza había estado, y mis amigos no me hicieron notar jamás que estábamos frente al cementerio de la Recoleta. Ellos me respetaban, y supe entender que jamás intentaron ponerme incomoda, sabiendo que adoraba fumar sobre la copa de los árboles de esa plaza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, la última vez que estuve acá cerca era feliz. Reía posada sobre la parte más elevada del árbol, en el último invierno frío. Yo y mis amigos, mis amigos y yo.
Pero la realidad actual era otra, y necesitaba desenterrar mi cuerpo para completar la transformación antes de deshacerme al primer rayo solar.
Antes de preguntarme en mis adentros donde es que estaba Benicio, recordé además que después de mi testeo de sangre se fue enfadado por mi falta de autocontrol. Pero cuando alcé la vista hacia la entrada de aquel cementerio que causaba escozor en mi cuerpo, vi su figura esperarme del otro lado de las rejas y suspiré con tranquilidad. Al fin de cuentas no estaba tan sola como creía.
Mi cuerpo se abalanzó trepando rápidamente lo que dividía mi persona de mi protector, él se había quedado sin aire al ver tal movilidad de mi parte a lo que sólo agregó:

-¡Woow! Eso fue… sorprendente. –Sus ojos mostraban incredulidad.

-No se porque estoy acá, te juro que… jamás supe llegar sola, es algo así como un instinto que creció en mi, y sólo cuando estuve frente tu mirada comprendí que necesitaba… verte. –Las palabras fluyeron de mi boca con el mismo impulso absurdo que me hacia comportar de manera tan sobre pasada últimamente. Me sonrojé.

-Es algo necesario que tu conversión termine satisfactoriamente. –Su mirada quiso escapar, como siempre. Sus palabras y por sobre todas las cosas, sus gestos, siempre traían una historia detrás, una historia que siempre era inconclusa.

-Lo se, le temo al Sol, y a lo que pueda llegar a causarme. –Me sentí estupida, pero no sabía que contestarle.

-Vamos. –Y comenzó a caminar conmigo en brazos ¿Es que acaso no entendía que yo también era fuerte y veloz?
Atravesé con los ojos cerrados todo el trayecto que hicimos, mi cuerpo yacía enterrado en aquel cementerio, que en un impulso cerrado hizo que mi cuerpo mitad vampiro se dirigiese hacia él como si ya supiese la respuesta.
El olor a muerte predominaba en aquel camino, aunque a mi pesar, no era una molestia para mi persona. Yo estaba muerta, y en este plano, todo esto tenía que ser normal durante mi eternidad.
Después del corto tramo atravesado en los aromatizantes y dulces brazos de mi protector, sentí como nos detuvimos.

-Lamento todo esto Amanda, pero es necesario si queres vivir. –La palabra vivir en su boca salió muy a su pesar, me di cuenta que a él le dolía todo esto, pero no entendía la razón. Apenas nos conocíamos, pero a esta persona le partía mi sufrimiento.

-Cuanto antes terminemos mucho mejor. –Asentí, casi ruda, definitivamente mi nuevo papel de mujer luchadora no me quedaba bien.

Sin volver a mirarme, Benicio comenzó son su plan de transformación y tomó una pala en sus manos, y en cinco segundos el cajón con mi cuerpo se encontraba en la superficie de la excavación. A pesar de que desde hace ya largo rato supe que esto concluiría de esta forma, me sorprendí, pero no fue una sorpresa digna, sino todo lo contrario. Fue un sentimiento de horror mutuo, ya que aprecie de alguna manera en el aire, el pesar de mi vampiro protector. Sentí como bufó de rabia al tener que exponerme a tal atrocidad, pero como sigo sosteniendo desde que mi cara se encontró con la de él: aun no logro comprender del todo sus sentimientos y preocupaciones hacia lo que quedaba de mí. Aspiré todo el aire necesario para llenarme de fuerzas y hacer lo que me quedaba. Completar de una vez mi transformación. Aunque innecesariamente tomé aire, mis pulmones no necesitan de él para vivir.
Aun así, algo me llamó poderosamente la atención, la mirada de Benicio denotaba también triunfo entrante, hacía ver a trasluz, vigor, sorpresa, emoción, locura, felicidad. Sus ojos brillaron para mí por primera vez, y antes que diga nada, él me guió.

-Es muy simple, tenes que sentarte acá, bien cerca. –Me dijo dulcemente. A veces lograba demasiado bien hacerme confundir, sus estados de animo me ponían irritable por momentos.

-¿Y nada más? ¿Es así de simple, me siento y ya? –Quería terminar todo, y acostarme, dormir, descansar.

-Simplemente cerra los ojos. Nada más.

Cerré mis ojos tal y como me lo había pedido, no vi nada más, ni pude entender que era lo que pasaba, solo sentía. Mi cuerpo estaba hecho para sentir, y últimamente estaba abusando de ese poder especial que tenía. La brisa del viento rozaba mi pálida piel, haciendo ondas y caricias sobre ella, todo lo que había alrededor mío se apreciaba como magia. Mis sentidos incrementaban su potencial, y cada extensión de mi cuerpo se cristalizaba.
Era como estar dentro de un cuento de hadas, porque imaginaba mi cuerpo volar de un lado a otro como si estuviese en una historia de princesas, los colores se expandían en mi mente creando un arco iris de sabores que se fundían dentro de mi paladar haciendo chispas con todo contacto exterior.
Pero el trabajo había terminado, y cuando fui conciente de nuevo, me encontraba durmiendo en la habitación de la que ahora era mi casa. Estaba de nuevo en San Telmo en el piso de arriba.
El cuarto era amplio, y la decoración parecía haberse preparado exclusiva para mi uso personal. Las paredes eran púrpura claro, y mi sommier de dos plazas estaba cubierto por sedas que colgaban desde el techo de la misma, porque mi cama era como las antiguas, con techo.
Los acolchados y sabanas eran de un color que combinaba con el de las paredes, iban en todos los tonos de los violetas y pasaban por el color blanco, y un rosado muy claro.
Los muebles eran la perfección. Tenía un estante de libros a mi disposición, del que iba a disfrutar mucho si tenía momentos de ocio.
Pero en realidad, para ser sincera, lo que me despertó desde ayer a la noche, en cuanto hubo terminado mi transformación, no fue ni el decorado, ni los libros, ni nada. Fue la música, desde la parte de debajo en la casa, se oía una delicada melodía en el piano, que me llamó la atención.
Bajé los pies al piso, y miré hacia la gran ventana de la habitación. Las cortinas eran de la tonalidad violeta más oscura que el resto, y me asomé entre las telas. Sentí un ardor en la piel que posaba al descubierto entre la ventana, y me volví hacia adentro con un movimiento brusco. Mi piel quemaba, el Sol me hizo mal. No podía entender, ¿Acaso no era que yo iba a tener una vida medianamente normal, obviando el hecho que mi dieta esta basada en el consumo de sangre?
La música seguía distrayéndome, pero mi necesidad de finiquitar este tema era más fuerte, así que bajé de inmediato a ver quien era el músico que invadía mi sala de estar con ese deleite tan hermoso, pero, sin dejar de lado el pequeño detalle del Sol.
En cuanto bajé de una zancada a la planta baja me encontré con una sorpresa, él no era algo de lo cual tenía que sorprenderme al verlo, digamos, no me parecía raro encontrarlo, pero sentía dentro de mí algo que no entendía. Cada vez que me encontraba con Benicio mi corazón, si es que tenía uno, aullaba. Si estuviese viva latiría. Mis ojos se descolocaban ante su presencia, y aunque ahora ya era habitual, no lograba reponerme jamás ante su figura. Me desconcertaba, mi cuerpo manejaba mi mente, y en viceversa, pero mayormente la primera opción era la que predominaba.
La melodía cesó al escucharme entrar de un brinco, y se dio vuelta. Su actitud fue como la de una persona que sabe que es lo que pasa, que sabe que es lo que va a pasar. Fue sutil, y delicado. Se giró y me miro fijo a los ojos, hasta que una risa controlada rompió el clima.

-¡Todavía no puedo parar de reír! Lo siento. Quise concentrarme con música, pero tu expresión… fue demasiado graciosa y exquisita. –Él estaba riendo, tendría que anotar el acontecimiento en el almanaque. –Te ves muy linda, por cierto. –Sonó rápido pero conciso. Como si le diera vergüenza admitir que era bonita.

-Emm… Supongo que ¿Gracias? –Me sonrojé terriblemente como hacia mucho no me pasaba, aunque mi piel era más blanca que la nieve.

-Esto… creo que por el tema del Sol, esto es tuyo. –Y en sus manos tendió un collar de plata, tenía cuerpo y forma, la forma del dije enorme que colgaba de la cadena era ovalada, y debía medir unos siete centímetros de largo, en la parte de arriba, dos de ancho, pero cuando bajaba la vista se iba ensanchando hasta llegar a un total de cuatro o cinco centímetros. Su estructura no era moderna, eso me gustaba, me encantaban las reliquias antiguas, y esta parecía ser una de ellas. En una de las caras del collar se veían piedras muy pequeñas celestes y rojas bordeadas por flores diminutas en plata. Y en otros lados las piedras pequeñas eran directamente de ese material. En el centro del mismo había en el lado del frente una piedra de color entre verde y azul que brillaba ante la luz tenue. Y del lado posterior un diamante blanco que resplandecía. Definitivamente quede deslumbrada ante tanta belleza, era el accesorio perfecto. Pero ¿Por qué a mí? ¿Por qué estaba Benicio en mi sala de estar, en el piano que se hallaba en el medio, regalándome una cadena tan hermosa?

-Es… simplemente, es deslumbrante. ¿Por qué yo? –Fue lo único que me animé a preguntar.

-Te va a proteger del Sol. –Y dejo entrever una amplia sonrisa que forzaba por cerrarse.

-¿El Sol? ¿No era que dejando mi alma dentro del ataúd, el Sol no iba a ser un inconveniente para nosotros? –Y pude ver saliendo de su camisa blanca, que hacia de su cuerpo una escultura, una cadena con un formato parecido al que él me estaba regalando.

-El Sol no es un inconveniente para nosotros, Amanda. Solo que somos sensibles a él, y nos causa un ardor incontrolable sobre nuestra piel. Nosotros carecemos de sangre que circule por nuestras venas, todo eso fue reemplazado por la ponzoña que nos permite vivir. Esa ponzoña nos limita a tener un color pálido en todo el cuerpo, y a su vez no genera esa misma vitalidad que nos hace carecer la falta de sangre, por lo cual nuestra piel es sensible a los rayos solares, y este hecho se estabiliza haciéndonos fuertes a cualquier tipo de agresión física que cualquiera pudiese llegar a tener con nosotros. Es decir, nos da una piel protegida, que nos permite sanar con facilidad frente a cualquier estimulo violento que pueda atacarnos. –Me perdí en la luminosidad de sus ojos, fascinándome ante su relato.

-Entiendo… y es muy… -No pude completar la frase, estaba totalmente atraída.

-¿Muy? –Su pregunta me confundió.

-Muy tierno de tu parte. –Mis palabras fueron secas y directas. No se que producía él en mí. Pero sea lo que sea, estaba encantada.

-No es nada. –Su respuesta también fue cortante.

-Pero ¿Qué es lo que tiene ese collar para protegerme del Sol? Aun hay cosas que no entiendo. –Respondí incrédula, y la mirada de Benicio se crispó de inocencia.

-Estas joyas pasan de generación en generación. –Paró con el discurso, como si hubiese dicho algo fuera de lugar, y prosiguió sin notar que yo me quedé en el termino “De generación en generación” ¿Cuántos años tenia él entonces?

-¿Cuántos años… hace que…? –Indagué
.
-Muchos, pero eso no importa. –Me interrumpió y siguió. –La cuestión exacta es que en este collar tenes… -Dudó. –Tenes protección.


Quedé paralizada ante su regalo y su explicación, y no me di cuenta que en fracciones de segundo él se posó detrás de mí con un suave movimiento, corriendo mi pelo que interrumpía ante la acción que iba a desarrollar. Deslizó con delicadeza mi larga melena rizada en sus puntas acariciando casi sin querer mi cuello suave y tenaz, colocando en él su regalo. Una vez puesto, sus manos cayeron sobre mí espalda abotonando mi vestido, que supongo, se habrían desabrochado mientras dormía. Mi cuerpo se contrajo sintiendo cada rose de su cuerpo contra el mío, permitiéndome gemir inesperadamente ante su contacto.
Sentí un suave destello de voz contorsionarse por su parte, sorprendido ante mi reacción y me susurró al oído

-Voy a cuidar de vos. Por toda la eternidad.

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