lunes, 28 de febrero de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 6 "Repudiado."










Como si todo fuese a sumergirse y desaparecer, Amanda tenía que elegir, parecía que nunca iba a terminar, la historia de su vida se basó en elecciones, en tomar una decisión, en pertenecer a un lado u otro. No se podía ser amiga de Dios y del Diablo al mismo tiempo, y esta connotación al menos para ella, era tan real como el aire que respiraba. Alguna vez pensó en la loca idea de poder ser neutral frente a diversos aspectos que la vida le otorgara más adelante, este era uno de ellos y no la dejarían actuar con objetividad, era el bien o el mal, los chicos buenos o los chicos malos. Ser feliz o morir en el intento. Y Parecía que esta última iba a ser la opción más acertada para su destino.

No iba a permitirse elegir, tendría que buscar una manera de hacer que todos salgan al fin victoriosos, pero las fuerzas demoníacas no cederían para que lograra su cometido, no al menos en esta vida. Ahora no sabía quien era, estaba buscando en algún rincón de su cuerpo, o de su alma si es que todavía conservaba una, un rastro de aquella Amanda que salía de problemas con tan solo una sonrisa. Esto no era un juego, las personas que más amaba en el mundo corrían riesgo, y no iba a permitir que la sangre de aquel ángel derrame ni una sola gota. Tenía que salvarlo; es reprocharle a ese rostro tis por empezar era tersa como una pluma, pgo de lo cual se o -esa  poseída por un heroísmo que hasta entonces desconocía, corrió a su lado, interponiéndose entre los cuerpos.

Amanda despertó de un sobresalto por el confuso sueño que había tenido. Era todo muy raro y levantó las manos palmas arriba para verificar que toda la sangre con la que había soñado no se había transportado a la realidad, y lo único que vio fueron burbujas provocadas por el jabón y las sales de la bañadera. Estaba en el baño, se había quedado prácticamente desmayada con el agua caliente una vez que entró, y a su lado tenía sentada sobre el bidet a Gala, que la miraba con los ojos achinados y divertida.
Cuando alzó sus manos con la mirada curiosa para comprobar que no habían charcos de sangre ni gente muriendo a su alrededor se sintió complacida y sumergió su cuerpo más hondo tanto que quedó completamente bajo la espuma, salvo por su cabeza. Se sentía a salvo a pesar de la confusión mental que tenía y quería aprovechar momentos como estos, en donde no tenía que hacer absolutamente nada. Levantó una de sus piernas y la ayudó para que saliera a la superficie de la tina con agua caliente en la que estaba y la observó por largo rato, le dolían un poco por el golpe al caer cuando estaba afuera y encontró a la amiga de Benjamín, hubiese sanado rápido de no ser por lo mal alimentada que estaba, pero no fue así, necesitaba mucha más sangre si quería estar verdaderamente fuerte. Lo bueno que vio al dejar alineadas sus piernas fue que al menos ya no estaban llenas de barro. Estar limpia era gratificante, el aroma del jabón era de cerezas, o algo así, pensaba mientras abría sus fosas nasales para aspirarlo por completo, le daban ganas de morderlo, pero de imaginar en sus papilas gustativas el sabor plástico que tendría arrugó la nariz. Pasó sus dedos por la nuca y los refregó como queriéndose sacar tensiones y miró cada uno de ellos, largos y finos, estaban arrugados, se preguntó hacia cuanto tiempo estaría durmiendo en el baño de inversión con Gala a su lado observándola. Le dio un poco de vergüenza, pero tampoco se inmutó. Comenzó a pensar que la vampira rubia era del tipo de mujeres que sabían guardar calma y brindar momentos como estos, en los cuales a pesar que había visto a Amanda con los ojos abiertos desde hacia un rato, no la interrumpió ni la atosigó con preguntas. Torció una leve sonrisa que escondió sobre su hombro derecho que daba contra la pared y por un largo rato su cabeza le decía «es una buena señal, podemos llegar a ser compatibles, al menos alguien en esta casa con quien poder hablar debes en cuando» esa cuestión la hacía no desesperarse tanto por la soledad. Amanda era una charlatana, le gustaba conversar, le gustaba pasar el rato con gente divertida, ella también lo era. Pero por algún extraño motivo, desconocido para ella, estaba en una casa rodeada por dos hombres serios y dubitativos a los cuales no se les podía preguntar ni siquiera la hora.
A pesar del control mental ejercido en la mente de la muchacha, su pensamiento era sencillo —si Andrés me estimara —planteaba con claridad— si él realmente estuviera interesado en mí, no me trataría de manera hostil —concluía.
El control mental podía hacer muchas cosas, y con este ejemplo se ponía a prueba directa que más allá de todo, siempre había un resto de conciencia contra el cual luchar. Ella entendía desde la primera letra del abecedario hasta la última que el rechazo que le propagaba su supuesta pareja, Andrés, era muy grande, y a pesar de saberlo todavía buscaba una razón que le demostrara verazmente cual era el objeto que la hacia tan devota a él, hasta el punto de acatar cualquier orden. Era más bien una fuerza magnética, así lo sentía. Por un momento su sensación corporal y neurológica fue una frustración extrema y sin pensarlo se dejó sumergir, ahora sí, en cuerpo entero bajo el agua, incluyendo su cabeza, su rostro, sus ojos su boca, su nariz su….

— ¡Momento! —Interrumpió Gala— el suicidio no es algo que nosotros los vampiros tengamos contemplado —y la sacó del agua.
Amanda sabía muy bien que no quería terminar con su vida, el haberse zambullido fue solo un acto para dejarse llevar del cuerpo y nada más, no otra cosa. Escupiendo el agua que entró por su boca frente al impacto de la mano de Gala para sacarla hacia fuera la hizo escupir.

— ¡Hey! —balbuceó mientras trataba de respirar con naturalidad— entre mis planes, morir tan joven —decía y se corrigió— al menos nuevamente —mientras ponía cara de consternación— no se encuentra entre mis opciones favoritas.

—Lo se… es que… —trataba de formular la blonda acompañante —estabas tan profundamente dormida… y después, meditaste de forma tan emo, que… —no completó la frase.

—No. No voy a suicidarme —y trató de sonreír levemente.

—Mejor así —Galadriel corrió un mechón de pelo que sobresalía de la cara de su compañera — ¿mucho mejor? Digo ¿estas bien? —preguntó con dulzura.

—Sí, aunque… —dudó —estoy un poco hambrienta todavía… ¿dormí mucho?

—Bastante para ser que estas dentro de la bañera —comentaba con entusiasmo —una hora y media —le comento a Amanda, quien estaba perdida en el sonido tan delicado de la risa de Gala. La estaba observando ahora conciente que estaba ahí y se sorprendía de lo hermosa que podía llegar a ser una persona. Amy notó que parte de la belleza que llevaba la rubia, se elevaba aún más por su simpatía y sus gestos tan dulces y desprevenidos. Era un suspiro.

—Oh… —mientras jugaba con el agua— estoy lista para salir —y miró a Gala con algo así llamado alegría.

—Entendido —contestó con guiño de ojos incluido y se levantó para buscar en que lugar habría una bata o algún tallón, Amanda le señaló el lugar donde se encontraba y a los dos segundos ya tenía a Galadriel invitándola a incorporarse.
Amy sintió algo de pudor, y dudó mientras la blonda esperaba a que se levantara con la bata abierta, su cara estaba coloreada con una cantidad de colores como el arco iris, y su ayudanta entendió casi al instante, porque volteó su mirada a un costado, con la salida de baño aun en mano.
«—Vamos, somos chicas –animó a la muchacha –Ok, miro para otro lado, pero arriba, así almorzamos algo —la incitó, animada y Amanda agradeció.
Su estado de ánimo ahora era otro, recibir tanto amor a cambio de nada por alguien que apenas conocía significaba mucho para ella que tan falta de afecto estaba. Se sentía vacía por momentos y apostar a la amistad era algo que iba a hacerle bien al corazón. Cuando estuvo parada frente a Galadriel tuvo la oportunidad de mirarla con mas detenimiento, y fue algo gratificante para su vista. Realmente bonita, su cara era magistral. Su cutis por empezar parecía tan terso como una pluma, no había siquiera una sola imperfección, punto negro o espinilla para reprocharle a ese rostro tan impecable.
«—Muy bien, bonita, ahora a cambiarse, te espero abajo para almorzar ¿sí? —decía mientras con una toalla trataba de secar un poco el pelo de Amy, quien le respondió con un asentamiento de cabeza.

*


Los hermanos llegaron como rayos al Vinten Lodge y saludaron al viejo Pedro en la entrada, estaba junto a Clarissa, su mujer, una abuelita de pelo canoso amigable y poco entrometida, lo que le daba gran ventaja para que ellos pudieran moverse de un lado a otro sin necesidad de esconderse. El viejo cortaba algo del pasto crecido a los costados de un pequeño granero que había en desuso, mientras su mujer estaba con el diario en una de sus manos y un abrigo de hombre en la otra, al parecer había notado las bajas temperaturas y fue a ofrecerle a su marido algo de protección contra las fuertes ventiscas que iba a tener el día. Cuando la abuelita vio llegar a los muchachos les ofreció algo caliente para tomar, invitándolos a entrar, y fue Benjamín quien se negó con cortesía.

—Hermano —habló Andrés parado entre los ancianos —te acuerdas de Pedro ¿no? —y mirando a un costado señaló amablemente a la mujer— y de Clarissa, por supuesto, con tan hermoso nombre —le dedicó una sonrisa a la señora.
Benjamín se acordaba de ellos, el menor de los Casablanca hacía años y años que manipulaba sus mentes para que no existan preguntas sobre edades, proveniencias y ni siquiera una razón justificable que pudieran tener la pareja de ancianos al tener una Estancia y no usarla para beneficios comerciales.  Y por supuesto, la mujer que Andrés había masacrado hacia escasa media hora también se llamaba Clarissa.

—Los recuerdo —besó la mano de la señora, al parecer ciertas costumbres para él jamás pasaban de moda, y luego intercambió un apretón de manos con Pedro.

—Bueno muchachos, nosotros vamos a estar del otro lado del Río, en la Isla todo el fin de semana —comentaba el hombre— hay algunas cosas que debemos arreglar, temas de electricidad… —los miró a los dos con aprecio y completó —no queremos aburrirlos con cosas de viejos —y mientras tosía trataba de sonreír —nos estamos viendo. 
Andrés saludó tan educadamente que su hermano se sorprendió y miró con hastío todo el circo que su oponente montaba con la pobre pareja de ansíanos.

— ¿Al menos les dejas alguna ganancia, debido a la forma en que estas usurpando este lugar? —preguntó muy molesto el mayor mientras caminaba por detrás del otro, que iba bastante apresurado por entrar a la casa.

—Son jubilados —contestó restando importancia, sin ganas de dialogar mucho.

— ¿Y eso qué? —chistó.

—Sí. Los recompenso bastante bien si ese es tu problema —y con la mano por encima de su hombro dio terminada la conversación.

Había un pensamiento que Benjamín  tenía fijo desde las primeras horas de su llegada, más bien era una pregunta tan simple y sencilla como «¿En qué momento dejé de ser el hermano mayor, para convertirme en un idiota-perro-faldero?»
Si había algo que odiaba, era perder la autoridad. Y de hecho la estaba perdiendo a pasos agigantados, tan así que ahora nadie tenía que rendirle cuentas. No es que él fuera un dictador o algo parecido, pero estaba bastante acostumbrado a que su hermano vaya por detrás de él, al menos comentándole que tenía planeado hacer, nada raro, al menos cosas banales como donde pasaría el fin de semana, con quien se encontraría en los días siguientes —si es que veía a alguien, porque en realidad sus únicas citas terminaban en muertes aseguradas— y etcétera. Ciertamente ahora nada de eso estaba pasando. Se encontraba haciendo de niñera de su hermano menor, persiguiéndolo para ver que estaba tramando o para evitar que los dejara al descubierto. Y si alguna vez consideró que su hermano simplemente manejaba conceptos equivocados, o las cosas que hacía las realizaba por puro instinto y falta de disciplina, estaba ahora mismo cayendo en la cuenta que eso solo fue producto de su imaginación, o de su inconciente que lo incitaba a pensar que Andrés nada más era un poco rebelde. La triste realidad lo trajo al momento que habían compartido hacia un momento en el parque, y no era nada acogedor pensar en eso, porque dejaba bien en claro que su hermano era más bien el depredador más violento con quien se cruzó en siglos. Ya no pasaba por un acto de rebelión contra el sistema opresor, esto era mucho más grave que un alzamiento o una subversión. La muerte era el extremo y el punto limite que Benjamín trazaba en la vida normal que pretendía llevar, y Andrés claramente lo estaba quebrantando voluntariamente con alevosía

*

—Necesito descansar —le decía Benjamín mientras caminaban por el  hall de entrada previo al living— todo esto fue demasiado —meneaba la cabeza para todos lados evitando la mirada de su cruel hermano.

—Benjamín… —casi protestó Andrés con una mirada triste de hombros caídos que acompañaban, y avergonzado, dudando si continuar o no. Por supuesto, una farsa, porque cuando logró captar la atención del otro, su expresión cambio por completo enderezando su espalda y sonriendo casi con picardía, y completó saludándolo con la mano —nos vemos en la cena, ¡mmmmm! —y vio como su hermano ladeaba de un lado a otro su mirada indignado mientras subía escaleras arriba, cuando se cruzó con Galadriel que bajaba apresurada.
Andrés notó que cuando ella lo vio subir, Benjamín solo dijo algo como

—No ahora, Galadriel, por favor —tomó sus hombros completando de manera solemne— hablamos más tarde, necesito descansar —y le dio un beso en la frente.

El menor de los Casablanca se arrimó al sillón más grande del living, y cerró las cortinas de las ventanas en las que se estaba filtrando el Sol. Se sacó su chaqueta negra de cuero y la tiró a un costado mientras se arremangaba su camiseta gris claro al mismo tiempo que se daba cuenta que había una mancha, una gotita de sangre volviéndose bien oscura. Acercó el pedazo de tela para saborear su aroma y sonrío entre el algodón.
Estaba orgulloso de lo que había hecho, de alguna manera le demostró a quien tenía alguna duda, que él seguía siendo el mismo. Este era su escudo e iba a protegerlo con uñas y dientes a costa de lo que sea y contra quien sea.
Cuanto más cerca estaba de la maldad, de la muerte, la tortura y la falta de conciencia por el respeto a la vida, más fuerte se hacía, más indestructible se sentía, y más seguro de si mismo y sus sentimientos estaba. Al desconectar con la consideración que una persona puede tener por su prójimo o con el ambiente en el que vive, más animal se vuelve. Él era un depredador, un monstruo, era nocivo. Le gustaba serlo.
En tanto y en cuanto se mantenga de ese lado de la línea, más seguro iba a estar de su persona. Necesitaba destruir para crear, a diferencia del resto. Parecía que sus asignaturas eran dañar y corromper, eso era claramente lo que quería hacerle a Amanda, además de usarla para lograr su cometido.
Sacó su semblante de entre la remera y giró su cabeza un poco, para darse cuenta que Galadriel había estado observándolo todo el tiempo con un gesto raro. Ella pasó por detrás de él muy despacio y olfateó, luego se sentó.

—Es sangre humana —no lo dijo como una pregunta, sino como una afirmación un poco severa.

—Exacto —contestó él— me declaro culpable —decía mientras se sentaba en el sillón sin la remera puesta, la cual había quedado a un costado junto con su campera de cuero hecha una montaña — ¿sobre qué Biblia tengo que jurarte que me testifico completamente culpable y juro decir absolutamente todos mis pecados? —preguntó con un toque de sarcasmo, mientras sus ojos penetraban los de la mujer.

—No necesitas ser siempre tan… idiota y miserable —comentaba, con mucha tristeza por ser tan ruda.

—Juro… que mis intenciones no son buenas —y le guiñó un ojo, entonces Galadriel lo miró con desconcierto, pero Andrés agregó —Sí, leí Harry Potter alguna vez, no es algo de lo que me enorgullezca pero… problemas con la eternidad y el tiempo libre —torció su boca para mostrar una parte de sus blancos y perfectos dientes.

—No puedo imaginarte leyendo eso… pero me imagino amigo de quien, o a que sector de Hogwarts hubieses pertenecido.

—Draco Malfoy me parece un cretino de primera —anunciaba Andrés mientras apoyaba cada codo en una de sus rodillas —es muy blando para pertenecer a Stytherin, ahí necesitan maldad enserio, no tonterías de chicos con acné. No obstante, pertenecer a Gryffindor para hacer algunas maldades y poder estar cerca de Hermione, la cual me parece sexy por poseer tanta inteligencia, hubiese sido mi mejor opción. ¿Qué opinas, eh? —intentó saber Andrés, quien divisó en la corta distancia que los separaba como Galadriel había puesto una cara totalmente repleta de asombro.

—El punto esta —tartamudeaba Gala, queriéndose salir del asombro, Andrés realmente había leído Harry Potter— en que una vez que eliges el bando es muy difícil volver al otro lado. No se si entiendes mi punto, pero muy rara vez una persona buena va a escoger a otra mala, el complemento es imposible.

— ¿Y quién es el malo aquí? —Preguntó con incredulidad fingida — ¡por favor! Esto es la vida real no una escuela de magia. Y punto terminado, esa lectura no es algo que quiera recordar por el resto de mi existencia —. Amago para pararse e irse, pero Gala ya estaba por delante de él, cruzada de piernas al igual que sus brazos, sentada en la mesa ratona a cinco centímetros de Andrés, evitándole el paso. 

—No creas que no se —comenzó— que estas dañando sentimentalmente a tu hermano —señaló la chica con indignación pero con respeto— y que algo raro pasa con… Amanda.
Andrés quien tomó un poco de espacio entre los dos, copió la postura de Gala cruzando sus piernas y poniendo las manos en el pecho, como burlándola y arremetió:

—No creas —contestaba— que no sería capaz de deshuesarte o hacer una cremación particular aquí en la casa con tu cuerpo —amenazó entrecerrando los dientes— ¿prefieres una urna de plata o bronce? ¿Algún lugar en el que quieras esparcir tus cenizas? —mostraba un interés que no era cierto en su tono de voz, y al instante rompió en una risa ensordecedora que apagó a los tres segundos.

—No te tengo miedo —Galadriel miraba estupefacta, con un poco de diversión.

—Deberías —aconsejó el hombre.

*

Gala no comprendía el espectáculo montado de la mano de Andrés, encaprichado con sembrar miedo en cuanta persona se le cruzara por el camino. Ella no conocía totalmente el peligro que corría, hasta siendo una de las originales, al lado del muchacho. El mito de: Andrés-vampiro-extremadamente-sexy-y-malo era eso mismo, un mito, una leyenda entre tantas otras. Jamás había visto ni presenciado un acto irregular en sus comportamientos más que las cosas que Benjamín le confesaba consternado y con una gran tristeza. Muchas veces se preguntó si sería cierto, pero ella misma se negaba a confirmarlo.
Pensaba y replanteaba en su cabeza cada cosa que su amigo le contaba sobre su hermano como una exageración o preocupaciones propias que uno puede tener sobre un ser querido, pero nada más que eso. De alguna forma retorcida y rebuscada, ella quería justificarlo.
Los dos se quedaron mirándose fijamente a los ojos, y en oportunidades como estas, tan cercanas, ella trataba de buscar maldad en él. La encontraba, por supuesto que los ojos del hombre la tenía, a veces escondida en su interior, y otras a flor de piel como en este instante, pero pensaba que era un camuflaje, una forma de defenderse del resto. Una manera de decir no al amor y a la humanidad, protegiéndose de sufrir.
Galadriel tenía en claro una fuerte hipótesis respecto a quien tenía frente suyo: incapaz de poder demostrar un sentimiento, éste se escondía tras una coraza a la que ella llamaba con regularidad “el escudo que se le pone al corazón para evitar tanto dolor” pero en esta oportunidad era diferente, ella no leía en el rostro de Andrés esa regla, y modificó la frase que le hacía pensar en él como “mi escudo tiene un corazón”. Gala estaba segura, el corazón del hombre estaba muy a punto de ser dejado al descubierto frente a todos.
Se separó de su lado con voluntad de irse, pero se giró para agregar:

-—Esta noche vamos a salir —le avisó mientras sonreía— todos —aclaró.

*

Dante se sentó sobre el pasto húmedo y si pensó hasta ese momento que estar en el Cielo no le interesaba se había equivocado. ¿Cómo no extrañar la paz continua que emanaba de cada flor ahí arriba? La armonía estaba en el aire, el olor a canela lo enloquecía. Arriba de las nubes, donde se encontraba, todo era distinto a la vida mundana, no había guerras ni llantos, todo se arreglaba con puros convenios que beneficiaban a cada uno de los Ángeles que vivían bajo el perímetro celestial y la violencia no existía en ninguno de sus modos de operar.
Cuando se despertó arriba, no entendía mucho lo que estaba pasando, pero al haber pasado toda su vida ahí no se asustó ni se desesperó. Actuó con seguridad desde el momento que, tirado en el piso, fue conciente que no estaba precisamente en su cama. Cualquier otro podría haberse frenetizado, sin embargo él se hizo el dormido unos segundos, incorporó ese aire tentador en sus pulmones, exhaló cualquier energía negativa, y al fin abrió los ojos para incorporarse de pie y ahí si investigar que estaba pasando. Le era extremadamente raro haber aparecido en ese lugar después de tantísimos años sin tener noticias de su antiguo mundo, pero si podía volver a aprovechar tan solo unos segundos nuevamente, lo haría sin duda, y así estuviese soñando —porque pensó que estaba haciéndolo por una fracción de segundo— entonces disfrutaría el maldito sueño y a otra cosa.
Lo cierto era que mientras Alma —la única Arcángel mujer del cielo— le daba la bienvenida como si no hubiesen pasado tantos años desde la última vez que se vieron, empezó a notar las cosas jodidamente extrañas.
Aquí nadie olvida el bendito tema de las alas porque sí— desconfió en su interior, pensando en lo mucho que él mismo  había cambiado— pasas un par de años en el planeta Tierra y te vuelves un puto maricón que desconfía hasta de la madre, en fin —se reprochó a si mismo, revoleando los ojos de un lado a otro.
Lo cierto era que intentó buscar al menos alguna justificación que le diera una razón de ser para su presencia en el Cielo y no encontró ni una sola.
Desde que… ella se había ido, desde que lo dejó, nunca pudo volver a entablar relación con su antigua vida, nunca había podido volver a ser quien era, y tampoco se había reprendido respecto a eso, simplemente aceptó las cosas tal y como se le iban presentando, por más crueles que fueran o por más dolorosas que las sintiera. A veces lo vivía como un castigo divino a causa de lo que había hecho, pero conocía muy bien las reglas del Cielo, o al menos parecía entenderlas hasta el momento que se arrancó sus propias Alas para poder vivir como un ser humano al lado de Amanda, la mujer que había elegido para pasar sus días el resto de su vida. Por que así fue. Él no era un Ángel Caído debido a un comportamiento inadecuado en los de su especie, a él nadie le había quitado las alas. Él mismo se las había arrancado al tomar una decisión. Lo que no sabía era que eso no lo convertía en un Ángel Caído, sino en un Ángel auto-repudiado. Es decir, odiado por él mismo. Ese sería un castigo mayor que la prohibición de las alas que le permitirían viajar nuevamente al cielo, porque odiarse a si mismo era la condena más grande que tanto un Ángel como un humano podía sentir respecto a su persona. 

—A si que bienvenido… —dijo Dante, con sorpresa en su voz— ¿acaso no va a haber globos por los cielos, o al menos… comida rica?

—Muy gracioso, veo que al menos no perdiste tu sentido del humor —contestó Alma, quien mantenía la cordura— no, no habrá nada de es —agregó mientras se miraba las uñas como quien acaba de hacerse una sesión de manicura.

—Mierda —respondió el hombre sintiéndose verdaderamente afligido —desde que me fui no se dan buenas fiestas aquí —y le mostró una media sonrisa.

—Tenemos problemas, Dante —procuró hacerle entender la mujer —muy graves, por cierto —comentó mientras enarcaba una de sus cejas.

—Así que tu pandilla se mete en problemas —señalaba pensativo— y me llaman a mí. Hablando de eso ¿Cómo demonios me hicieron subir? —Preguntó repentinamente interesado —digo por todo el puto tema de las alas… a menos que esté verdaderamente muerto y haya levitado —frunció el ceño, considerando la idea por más absurda que haya sido.

—No estas muerto hombre, Dios no quiera que no lo estés —aclaró Alma para su tranquilidad —tu vocabulario tan cortés tampoco ha cambiado.

—Gracias —le dijo a cambio con una sonrisa, ahora entera y algo irónica.

—No hay de qué —decía mientras se le acercaba para tomar su hombro y retomar la charla anterior —pero si quieres agradecerme verdaderamente, será cuando salvemos tu vida.

— ¿Mi vida? —Preguntó con desazón—. Hace mucho tiempo que no tengo una. —y la amargura resplandeció en los ojos de niño que aún conservaba, como un pequeño príncipe.

—Dante, esto es muy serio. Enserio —le hizo saber la mujer, con una mirada bastante responsable.

—Sigo pensando que quizás podrías haberme llamado al celular y haberte evitado la lata de la levitación y toda esa porquería —Dante le dedicó una mirada fulminante, pero con respeto —ya sabes, soy un hombre de trabajo, y aunque no lo creas Alma —decía mientras levantaba la voz —allí abajo si no se trabaja, no se come. ¡Hooola! —terminó su frase con sátira.

—Ya solucionamos ese tema —comentaba para ver si se quedaría tranquilo —pero ahora tienes que ver a alguien, alguien que va a ayudarte.

—No necesito la ayuda de nad… ¿alguien que va a ayudarme? ¿A qué? —se mostró molesto y curioso.

—A recuperar a la chica —y el Arcángel puso sobrevalorado énfasis en esa última palabra.

—No hay trato, ya no pertenezco. No quiero más tratos con el Cielo —contestó de manera indulgente.

— ¿Ni siquiera por Amanda? —preguntó Alma, interesada por conocer la respuesta de su Ángel repudiado.
Los ojos de Dante se ensancharon y brillaron como bola de boliche. Hacía al menos diez años que no se permitía ni permitía a nadie siquiera la intención de que ese nombre se pronunciara. Quienes conocían la historia de Dante —pocos por cierto— pensaban que este le guardaba cierto rencor a la muchacha por haber desperdiciado ser un Ángel futuro guardián por una mujer que a los pocos años murió dejándolo condenadamente solo, sin nada por que vivir. Cuando escuchaba la pronunciación de ese nombre, sentía como la sangre de su cuerpo comenzaba a hervir produciéndole espasmos, punzadas por todo el cuerpo, calambres en medio del pecho como una patada que fue inducida tomando cuadras de distancia para impactar en su centro. Sentía como todos los años que había pasado esquivando esas simples letras se le venían encima aplastándolo hasta dejar polvo de sus huesos. La sensación era cancerigena, invadía cada órgano de su cuerpo  devastando el anterior, consumiendo el siguiente y dejándolo absolutamente lleno de nada. Así sencillamente se sentía cada vez que la simple pronunciación del nombre femenino Amanda ascendía por las cuerdas vocales de una persona para despedirse por los labios.  Y así se sentía ahora.

—Ella.Está.Muerta —balbuceó Dante, de manera entrecortada con una mirada felina que podría ofender al mismismo demonio.

—Sí, lo está —afirmó el Arcángel con indiferencia— porque es un vampiro. 

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