miércoles, 16 de marzo de 2011

Novela: Despertar en el Infierno. Capitulo 11: Ángel Guardián.






No era nada extraño que a Dante le resulte familiar la cara de Benicio, la realidad era —y él no lo sabia, al menos por ahora— que lo conocía… lo conocía del día que volvió a ver a Amanda en la guerra de almohadas del Planetario hacia unos meses atrás, sin entender que era ella. No era de otro mundo la traba que sentía para poder recapitular, puesto que en esa oportunidad estaba jodidamente compenetrado en entender por qué mierda —tal como lo diría él— una mujer se le parecía tanto a la chica que amaba, y por cierto, estaba bien muerta, o al menos eso creía.
La vez que la vio, sintió muchas cosas, pero ninguna cercana a creer que ella había vuelto sin un corazón que latiera. Se maldijo por sus adentros y se preguntó quien demonios lo había obligado a salir de su casa para ir a una estupida fiesta en Palermo. Despotricó en el interior de su cabeza contra aquella mujer que era exactamente igual a Amanda —claro hombre ¡al fin de cuentas era tu novia!— pero nunca, bajo ninguna circunstancia, pensó que se trataba de la chica.
Cuando se enteró allá en el Cielo, por parte de Alma la única Arcángel mujer, que «viva» no sería el termino que usarían para referirse a Amy, lejos estuvo de sentirse mal. Primero un arranque de impotencia inundó sus pensamientos, pero luego llegó, finalmente, la esperanza. Él la había amado, la amaba en la actualidad y la amaría en un futuro por más lejano que fuese. Mierda, había arrancado sus alas por ella sin siquiera pensarlo ¿cómo podían unos años —por más largos que fueran— acabar con todo el amor que le tuvo? Era imposible, lo sabía.
Por eso tenía que ser bien cuidadoso, la quería de vuelta, sana y salva, sin un solo rasguño. Desde el centro de su pecho algo le dolía por sobretodo, a pesar que Benicio le había dicho que jamás se contactó con él por un tema de seguridad, no lo entendía.
Había algo en ese hombre que a Dante le proporcionaba seguridad, pero él era un maldito cabron por naturaleza y no se fiaba de las personas así como así. Además de eso, estaba el pequeño detalle —no tan pequeño— de conocimiento público: el Cielo había encomendado esta misión, eso se traduciría en muchos idiomas a un “genial, nada puede salir mal” pero Dante, tan necio y obstinado como siempre, se negaba a dormir sin frazada. No iba a esperar que una dosis de ayuda divina le devuelva a la persona que más preciaba en la Tierra. Él era un repudiado con todas las letras, un Ángel al que le importó un carajo quitarse sus plumas para pasar una vida como humano, junto a una chica a la que le habían marcado el destino años antes, pero como no lo sabía daba igual, y si hubiese podido repetir ese momento, sin dudas lo hubiera hecho.


— ¿Cuál es el plan? —preguntó Benicio, hastiado de que su visitante le de vueltas al asunto, generando expectativa como quien va a ver una buena de ficción.

—Matar algunos vampiros —Dante lo miró y alzó una ceja, tratando de mostrarse intimidante mientras por la puerta esperaba al delivery de pizzas que había llamado.

—Eso ya lo se. ¿Alguna coartada? —el dueño de casa se cruzó de brazos y puso el ceño duro.

—No te preocupes por eso, nuestras espaldas están cubiertas —miró por la ventana y sólo se giró para agregar —tengo hambre. ¿Por qué siempre tardan tanto? ¿Siempre tardan tanto? —le preguntó.

—Yo… nosotros, no comemos… comida.

—Es cierto —afirmó sin intenciones de ofenderlo— ¡pero no vas a decirme que esto no es un crimen! Pedí la estupida comida hace cuarenta minutos.
Benicio lo miró sin comprender.

— ¿Qué es tener las espaldas cubiertas? —exigió saber.

—Bueno, es que… ¿pensaste que éramos los únicos involucrados? —le contestó el muchacho negando con la cabeza mientras se acercaba. —Este tema concierne a las dos partes. —Y alzó la mitad de su boca hacia arriba.

— ¿Las dos partes? —quiso saber más.

— ¿Cuántas caras tiene una moneda? —le preguntó Dante.

— ¿Eso qué tiene que ver? Por favor… —farfullaba el vampiro.

— ¿Alguna vez vas a contestar una pregunta sin quejas? ¡Que cuantas caras tiene una moneda! Fue todo lo que dije —lo miró de reojo. —Dos —respondió él mismo a su pregunta —Así como también hay dos lugares a los que uno puede ir tanto si se porta bien como mal. Cielo e Infierno. Dos. Esas son las opciones.

— ¿Entooooncessss….? —Benicio no era imbécil, supo al instante a que se refería el hombre, pero una buena confirmación de su parte no vendría nada mal.
Dante meneó la cabeza con frustración.

—Que entonces los buenos, los malos, el Cielo, el Infierno, todos, desde el primero al último estamos involucrados.

—Mierda —pronunció por lo bajo.

—Exacto —contestó el chico mientras seguía mirando por la ventana. La pizza había llegado.
No se retrasó mucho en pagar rápidamente y entró contento con la caja. Empezó a comer, como si hiciera siglos no lo hiciera.
«—No me molestaría que te alimentes delante de mí… siempre y cuando… bueno, ya sabes —siguió masticando. 

—No pienso derramar una sola gota tuya, prefiero la sangre de conejo. —Estaba fastidiado, extrañaba a Amanda. Cruzó sus piernas.

— ¿Ni siquiera para desprenderte de las garras del Infierno? —preguntó curioso—. Vaya… eso es… —no terminó con su frase, cuando Benicio lo interrumpió.

— ¿Valiente? —atreviéndose a adjudicar sobre su persona tal virtud.

—No. —Respondió tajante— Es estupido. Sumamente un acto estupido. Podrías matarme aquí mismo en este preciso momento, nadie se enteraría… al menos por un rato. —Hizo una pausa mientras se debatía en examinar el rostro de su compañero con la misma concentración que le llevaba seguir masticando. —El día del Ángel Guardián no está muy lejos… pero te daría días de ventaja sobre los otros. —Frunció su boca.

— ¿El día del Ángel Guardián? —se interesó de repente.

—Es el dos de Octubre de cada año. Claro que nadie le presta atención al significado real.

— ¿Cómo es eso? —preguntó Benicio, con júbilo en su mirada, echándose a menos al sacar cuentas. Faltaba más de un mes.

—Los Ángeles custodios no son simples mariquitas que se preocupan en mantener a salvo únicamente a quién se les encomienda. —Empezó con la historia— Su labor es mantener cerca de los hombres aquí en la Tierra, una relación fraternal. El antiguo testamento evoca de forma repetitiva —aunque claro, como iba a saberlo Benicio, no fue ni en su vida como humano religioso— las intervenciones de este grado de Ángeles para guiar a los patriarcas en sus peregrinaciones o mantener a salvo determinado pueblo en cuestión, protegiendo al pueblo de Dios, cuando éste se encuentra en peligro.
Cada dos de Octubre religiosamente, los Ángeles Guardianes reafianzan ese poder de protección, haciéndolos año tras año, más fuertes. —Dejó un hueco en el relato para agregar— Ese día vamos a ir por él o ellos. —Su mirada se volvió intensa penetrando la del vampiro.

— ¿Por qué no antes? —si bien había escuchado el relato y no dejaba de sorprenderse, su cabeza sólo repetía una fecha, dos de octubre, la cantidad de días que lo separaban de Amanda eran más que eternos para él.

—Si Andrés viene por mi sangre, tal como me lo hicieron saber en el Cielo, que prepare su trasero, porque unos cuantos Ángeles Guardianes se lo van a patear—. Miró con recelo hacia alguna parte en la habitación —Incluyéndome. Aunque no sea uno.

— ¿No lo eres? –interrogó. —Andrés había dicho algo de… caído.

—Ni siquiera eso. Pero vas a conformarte sabiendo que quise ser un Ángel de la guarda. —El vampiro notó como Dante había pasado de una mirada excitada por el plan, a una amargada a causa del recuerdo, no pudo evitar que el corazón de piedra dentro de su cuerpo falto de latidos, se le estrujara contra el pecho. Los dos tenían algo en común.

— ¿Y qué paso después? — ¡Maldita sea! Se decía por dentro Benicio ¿acaso no podía mantener su maldito pico cerrado?

—Tiempo fuera. —Contestó, dando por finalizado el asunto.

—Bien. —Agregó Benicio, entendiendo la incomodidad.

—La buena noticia es que, como iba diciéndote, la coartada es el simple hecho que ese chupa-sangre —refiriéndose a Andrés— no sabe un minúsculo detalle —Tras un nuevo suspenso añadió— Todos, tanto arriba como abajo —haciendo alusión al Cielo y al Infierno— saben lo que planea.

— ¿Cómo es eso? —Esa confesión era nueva para él.

—Fue demasiado estupido al pensar que nadie monitorea desde ahí. El Diablo es lo suficientemente astuto para tener a sus lacayos —decía con desdén— lo bastante bien marcados.

— ¿Y me lo vienes a decir ahora? Sabias todo eso apenas entraste, sin embargo me tuviste todo el jodido día sacándote las palabras a cuenta gotas —se quejó Benicio entre molesto y apenado—. Mierda, que en última instancia estuve a punto de asaltar una clínica de partos y robar un fórceps, a ver si así cooperabas, hombre.

—Ese soy yo —contestó con orgullo. Era un maldito patán, ¡oh, si que lo era!
Marcus no iba a permitirse perder un súbdito, así tenga que matarlo antes que se revele, y el Cielo no iba a dejar que la guerra se desatara frente a cualquier humano que pasara husmeando.
Por suerte, Dante estaba totalmente agradecido, más allá de la desconfianza general que tiene como persona hacia todo el mundo y ser viviente que lo rodee, puso un poco de fe en el asunto, si todo salía como Alma lo había prometido, la legión de Ángeles Guardianes bajaría para luchar contra los demonios que el Infierno iba a enviar.
Hacía siglos que el Cielo no perdía una batalla contra el mal, era algo que no podían permitirse, al menos si deseaban que el día siga siendo día y no una interminable noche eterna.
Malditos sean todos, Andrés saldría con el pellejo intacto si la tradición celestial fallaba, pero venían anotando muy bien en sus partidos… tendría que ocurrir un milagro.

*

—La fiesta fue aburrida —Amanda escuchó decir a Gala. Resulta que la primera se había levantado de su siesta nocturna y deambuló por la casa, cuando por fin encontró en la habitación de su blonda amiga, habitantes. Al parecer habían llegado.

—Y la gente era muy extraña —dictaminó Benjamín— no es que nosotros seamos muy normales, pero… eso fue demasiado.

—Si ¿no? Sobretodo por los niños con colmillos postizos —se la escuchó reír— no era necesario.

—Franco es un idiota —sentenció el mayor de los Casablanca.
Tras un silencio mortuorio, la puerta se abrió delante de las orejas de Amanda, quien no lo había sentido aproximarse. No es que ella este buscando algún tipo de información, simplemente estaba aburrida. Si tenía en esos momentos una sensación, era la de mero desconcierto. No se explicaba de ninguna forma, pero muy en el fondo presentía que no había sido rechazada por primera vez. Algo estaba revolviendo sus neuronas tan abrasadoramente que los recuerdos comenzaban a volver, algo borrosos.
Recordó una cena, con Andrés, en la que discutieron o ella le estaba pidiendo o preguntando algo a lo que él no quiso acceder o responder. También se acordó de Marcus, el Diablo, de quien tanto hablaba Andrés, de quién tendrían que librarse. De Benjamín y un sentimiento de rechazo hacia él, no entendía, pero la palabra miedo resonó en su mente dándole una justificación. Galadriel, sin embargo, le generaba paz y confianza, fue entonces cuando una voz en su interior le dijo que se encomendara a su instinto de supervivencia.
Mierda, si tuviera que hacer eso debería salir corriendo como ¡ya mismo! Articulaba en su interior.

A Franco no lo registró, ni le interesó perderse en aquel rubio de ojos brillantes.
Pero, como si por dentro sus ojos estuviesen tatuados con una misma imagen, llegó a pensar que su disco óptico podría retener esas figuras toda la tarde si así lo quisiera. Eran ella y Benicio, la persona a la que se le había enseñado a odiar estos últimos días. No únicamente eso, porque, carajo, estaban besándose, de manera tan sucia y caliente que llegó a avergonzarse hasta casi perder el fino limite de cordura que le quedaba disponible.

— ¿Y bien? —exigió saber Benjamín con sus brazos en jarra, haciéndola salir de la ensoñación.

—Yo… —intentó formular Amanda, sin éxito, claro.

—Déjala ya, Benjamín. —Se apresuró Gala, como siempre a su salvación. —No estaba espiando, por si te lo preguntabas. —Y volteo los ojos, poniéndolos en blanco.

—No no, por supuesto que no —dijo Amanda en defensa propia. —Me preguntaba si habían llegado.

—Y venos aquí —se burló el hombre— ¿Dónde esta mi hermano?

—No… no lo se —contestó algo confundidadurmiendo, supongo.

— ¿No están juntos? —preguntó Gala disgustada.

— ¿Por qué tendríamos que estarlo? —quiso saber Amy.

—Sólo decía… —respondió la rubia.

Pregúntale esa maldita cosa exigió Amanda para ella misma. Estaba confundida. Si bien sabía que no tenía que cuestionar al respecto —tan siquiera lo sabía y nada más— no podía contra su naturaleza. Estaba despistada, necesitaba saber quien era.

Al parecer, Andrés no había contado con una cosa: cuanto más se concentraba en amar a la estupida vampira, más dejaba de lado el control mental, que comenzaba a desvanecerse.

*

No lo iba a posponer más. Benjamín sospechaba algo y eso estaba presionando sus malditas neuronas hasta dejarlas en punto muerto. Era de no acabar, cualquier persona se enamora en algún momento de su vida —él, por ejemplo, estaba locamente enamorado de Galadriel, pero que Cristo lo obligue a verlo realmente— Andrés no era precisamente un canto a Cupido ni mucho menos, y eso lo hacia doblemente malo.
Ya se había dado la lata de costumbre, inspeccionó cada posibilidad llegando nuevamente al inicio, se estaba poniendo frenético.

La gente no cambia, murmuraba, mientras se daba un baño en el jacuzzi de su habitación, de la misma estructura —aunque más pequeña— a la que tenía su hermano en su pieza. El agua estaba caliente y comenzaba a relajarse.
Sí, ese mismo día iba a sacarle, así tuviera que ser a los golpes, una respuesta que lo dejara satisfecho por parte de Andrés.
Salió del agua y escurriéndose tomó una de las toallas para envolverse de la cintura para abajo, caminó hasta llegar al picaporte de la puerta contigua que daba a su cuarto propiamente dicho. Casi se le van los ojos a las nubes —y la toalla también— cuando vio a Gala sentada en el diván que tenía al costado de su cama. Había estado pensando en ella, además de los problemas que le concernían, y no pudo evitar sonrojarse al verla, después de tan pecaminosos pensamientos.
Ahí estaba, bañada y cambiada, con una musculosa blanca, diminuta,  y una pollera casi igual de pequeña que apenas tapaban sus frágiles muslos

Me estoy yendo al infierno , susurró con los dientes presionados.

Trató de taparse un poco más, de no dejar que ella lo observara, y maldita sea, que su imaginación se cortara ahí mismo antes de que un desastre ocurra entre esas cuatro paredes. Siglos hacia que se conocían, hasta que ella volvió a aparecer días atrás provocando que su mundo se viniera abajo. Él siempre pensó que sería buen partido para su hermano, pero últimamente se sintió estupido al recordar con cuanta inaptitud había actuado queriéndolos emparentar, cuando jodidamente, Benjamín la quería para él mismo. 

—No hace falta que vayas a cambiarte —le hizo saber Gala que lo miraba con ojos iluminados.

Mierda, es tan inocente, no puedo permitir pensar estas cosas, parece una nena —la cabeza de Benjamín, aclaremos, la de arriba, la que maneja al cuerpo y no al revés— estaba pidiéndole que acabara ya con atrocidades.

El hombre se sentó en la cama, quería evitar cualquier contacto con la mujer que le provocara algún tipo de ardor físico o… sexual. Gala se levantó y se sentó sobre sus rodillas, rodeándolo con sus brazos, colgada de su cuello.

—Esto se va a poner feo —se le escapó al hombre en voz alta, trató de dirigir su mirada hacia un punto fijo en la habitación que lo hiciera poder concentrarse en algo distinto. En algo no carnal, en evitar diagramar en su cabeza las, al menos, diecisiete formas distintas en las que quería embestir a su amiga con apariencia infantil.

—No digas eso, no vine a regañarte —contestó la muchacha, que desconocía la situación caliente de su amigo.
¡Claro! Resulta que el plan de escape que había puesto en marcha Benjamín, era pensar en ella como lo que realmente era, una niña que apenas podía tener diecinueve años. La realidad era que, ciertamente, tenía más de mil, pero no echemos más leña al fuego.

¡Perverso! No vas a poder solucionar nada con eso, porque cuando mejor lo piensas, te gusta más saber que es una dulce niña inocente, y tú alguien tan grande como una persona de treinta y cinco años. Podrías ir, básicamente preso. —Benjamín ya estaba enloqueciendo. Ahora alucinaba. Genial.

—Oh… no, esta bien —contestó en un hilo de voz ronca, buenísimo, porque ahora además de hablar como un sexopata, actuaba como tal.
Gala llevó sus suaves dedos sobre la cara de él, con el ceño preocupado.

— ¿No estas muy bien últimamente, no? —ella besó la frente del hombre, trazando leves círculos con sus labios.

¡Hooooooooooo-laaaaaaaaaaaaa! Tengo un pequeño problema, se me puso como una roca. —La mente del hombre, hablaba paralelamente con la que gesticulaba en palabras dejándolas salir, claro que estas, se las reservaba.

—Estoy…bien, diría que —tragó saliva y notó su propio ruido— mejor que nunca.

— ¿Mejor que nunca? —Gala se mordió sus labios, acercando su mirada dictaminadora muy cerca a la de él.

Se ven como el demonio, tentadores, comestibles. Me pregunto como sería besarlos, tocarlos. Me pregunto como sería observar mientras ellos hacen su trabajo… por todo mi cuerpo —enseguida trató de pisar Tierra, y fue lo más condenadamente estupido que intentó hacer en años, sus ojos comenzaron a mostrarse vidriosos, y un color rojo fuego se veía aproximarse desde el centro hacia fuera.
Con mucha suerte ella jamás lo notaría, jamás se daría cuenta que él estaba excitado, por supuesto, en el caso de ser una vampira recién convertida, o alguna muy idiota para entender el funcionamiento de la libido en un vampiro. Gala no entraba en ninguna de las dos opciones, estaba jodido.

—Sip —apenas pudo pronunciar Benjamín, como quien se hace el tonto al ver a dos perros pegados aparearse. ¡Hey, podemos tirarles agua! No. Demonios, no.

—No te creo —la mujer se levantó pero su diminuta pollera, casi microscópica, quedó un poco levantada en la zona que el vampiro hacia rosar su mano de forma casual en los muslos de la señorita. Fue el mismo Infierno, Benjamín lo sabía, su ropa íntima era color blanco también, al igual que la remera musculosa que hacía resaltar sus pechos, que por cierto, iban sin corpiño, pudiendo sostenerse solos y dejando a trasluz sus dos pezones casi erectos. Él seguía sentado sobre la cama, ahora con la mujer levantada cubriendo el vacío de ella con sus propias manos.
Si Dios existía, le concedería el favor de convertir a la muchacha en un ser un poco menos astuto para que no llegue a notar la erección que se escondía bajo la toalla de Benjamín.

—Estoy bien, lo juro —pudo asegurar, con la voz temblorosa, al igual que imaginaba a su miembro dentro de la chica, sacudiéndose. ¡Malditos todos! por más que se concentrara cualquier reflujo de conciencia se dirigía al mismo lugar.

—Podría examinarte —advirtió ella.
Resulta ser que Galadriel, lo recordamos una vez más, es de la raza originaria vampiricamente hablando. No se chupa el dedo, y de hecho, en esos momentos, quería chupar alguna otra cosa. El sentimiento era mutuo. Cuando había aceptado el papel que le tocaba en la historia de busquemos-una-novia-para-Andrés, lo hizo con la doble al creer que Benjamín se fijaría en ella de una vez por todas, o al menos se mostraría celoso. No había sido así. 
Bien, el trabajo se atrasó un poco, pero ahí lo tenía ahora. Temblando como un idiota, dando vueltas sobre un asunto, en el cual no se había dado cuenta que, con un poco más de inteligencia, picardía o tan solo hombría, habría ganado.
Gala ya no podía más. Había esperado muchísimo tiempo una oportunidad como esta en la que Benjamín no este queriendo emparentarla con su hermano. Lo deseaba fervientemente. Lo miraba y no podía creerlo: cada músculo del voluptuoso cuerpo de aquel hombre era una invitación exclusiva a la excavación de tu propia tumba. Abdominales de muerte, hombros anchos, brazos duros y quien sabe que otra cosa más en ese estado. Podía humedecer todas sus zonas intimas de imaginarlo. La inocente Gala tenía necesidades. Su necesidad era una, pura y exclusiva. Ese hombre que tenía enfrente, envuelto en la toalla, con mirada salvaje y reprimida por miedo a no ser correspondido. ¡Si lo supiera! Estaba dispuesta a abrirse en todas las formas ante él.

— ¿Examinarme? —quiso saber Benjamín. La pregunta no fue con doble intención, simplemente era así de estupido e inoportuno.

— ¿De qué manera te gusta más? —La mirada de Gala, siempre dulce, tierna y servicial, se convirtió ahora en la de una hembra que pelea por su presa. Estaba ardiente. Al no escuchar respuestas de su “amigo” quién estaba contando del uno al cien sin parar para no sentirse culpable por pensar cosas pecaminosas de su compañera, que ¡Oh casualidad! Lo quería desnudar tanto como él a ella, se abalanzó a velocidad vampiro sobre él y puso cada mano del joven a cada lado de la cama. —Bien, que sea a mi manera entonces —acusó impaciente y mientras Benjamín pensaba que eso no estaba ocurriendo realmente, se dejó besar con impaciencia.

Benjamín quiso enterarse, esta vez enserio, cuando fue que había sucedido todo esto. Se sintió perverso, sí, cuando imaginó un millón de veces como sería este momento, pero ahora la tenía encima y no por haber dado él un primer paso, sino por decisión pura y exclusiva de ella. Se sentía tan bien, sus delicados labios estaban calientes y carnosos tal como lo  había imaginado. Ella besaba mucho más que candente. Podría haber pensado que había llegado al punto máximo de excitación recibiendo solo los besos de la chica.
Gala ya había tomado carrera y estaba abierta de piernas sobre él, sus manos seguían estirando las del hombre a los costados para inmovilizarlo y cuando apoyó su parte intima sobre la toalla que los separaba lanzó un gemido extenso, como un caminante del desierto lo puede hacer al llevarse un sorbo de agua a sus labios tras días de expediciones, oasis y espejismos. Él aceleró su respiración despidiéndola por su boca, enviando su dulce y embriagador aliento por los labios de la chica que, cansada de rozar un paño de algodón, jaló la toalla y la aventó al otro costado de la habitación. Se levantó quedando sentada sobre él y observándolo con sigilo unos cinco segundos. Este era el momento, Benjamín la miró con fiereza, si iban a arrepentirse luego, era tiempo de parar. Fue cuando entonces él la volteó a ella, dejándola acostada sobre la cama boca abajo y se le montó arriba, mientras levantaba la remera de Gala y le proporcionaba un millón de besos hambrientos sobre su fresca piel. Recorrió desde su nuca hasta la mitad del cuerpo de la chica, presionó sus grandes manos masculinas alrededor de la cintura de Galadriel, que se retorcía de placer mientras lanzaba suspiros entrecortados, y se dirigió por debajo de su pollera para palpar esos glúteos firmes y contorneados que tantas veces habían sido producto de su imaginación. Estaba total y malditamente equivocado, sus fantasías carecían de algo: contacto, y este, mejor que una simple clarividencia, sobrepasaban la realidad, ella era perfecta, dura y salvaje.

—Quiero… sentirte —exigió la mujer, con el sonido de su voz colgando de un precipicio.

—Oh… Gal… —Sin pensarlo más, la dio vuelta en un microsegundo y arrancó la sutil musculosa que llevaba puesta, cuando al descubierto quedaron sus senos casi perfectos.
Siguió besándola, ahora desde la parte baja de su cuello, hasta sus hombros, mientras lo hacía apoyó fuertemente su virilidad sobre la vagina de la chica, aún tenía su ropa interior baja. Maldijo en voz alta, y mientras besaba la zona por debajo del ombligo de la mujer, con sus dos pesadas manos empezó a correr la bombacha blanca y tersa de ella. Rozó con uno de sus largos y estilizados dedos su centro y el autocontrol que había mantenido únicamente para proporcionarle unos cuantos besos, se vieron interrumpidos por lo que tanto uno como el otro deseaba realmente: una dura y repetitiva embestida de su miembro masculino. 

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