viernes, 1 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 14 "Te mataré"



Si tan sólo esta niñita tuviese un ápice de piedad, probablemente siga conservando mi dignidad, abusar de una menor, era lo que me faltaba para terminar ardiendo en el Infierno, pensaba Benicio mientras la chiquilla se bañaba.

Ya no le importaba si tendría otro huésped en la casa, su vida se volvió un caos, entre Ángeles, demonios, vampiros y ahora como si fuese poco: una humana. Pero no una cualquiera. Una tierna humana de apenas quince años, con una sonrisa y dientes perfectos, pequeñas curvas que recién comienzan a formarse, una libertad que le hacia recordar a la mujer que ama, y para terminar de hacer a toda la situación una mierda, una sangre que le hacia hervir las neuronas. Se imaginó a Amanda a los quince años y no pudo evitar sonreír. La maldita niña era su doppelganger, sólo que ella no se veía demoníaca y tampoco era idéntica físicamente a Amanda. Sino que su actitud desprevenida y atrevida era el punto fuerte en el parecido.
Pero no podía permitirse estas cosas, ni siquiera pensar sexualmente en aquella muchacha, primero porque él amaba a otra persona, segundo porque es menor de edad. Era un bastardo, por más amor que le tuviera a la mujer, no podía poner en segundo lugar la ética que en esta vida no lo llevaría preso porque bien podría escapar, pero sí moralmente lo dejaría en un quinto lugar. Aún así se preguntaba al dar vueltas una vez que volvió a bajar al living, por qué rayos se plantearía este tipo de cosas, no es que uno conozca a una niñita de la edad de Lumi y se sintiera pedófilo, así que algo andaba mal. Si él estaba haciendo este tipo de planteos era por algo, y no tenía que ser precisamente bueno.
De un momento a otro, sintió como la puerta de entrada se había tumbado, es decir, no que la hayan derribado, pero si pegado una buena patada hasta dejarla abierta de par en par y cerrado luego con otra casi idéntica. Sus nervios se crisparon y caminó despacio en la distancia que lo separaba de la misma, quedando estáticamente detenido al ver a Dante con cara de poquísimos amigos. Nunca hubiesen pensando que Benicio iba a asustarse pero realmente lo hizo. Aquella mirada no podía traer buenas noticias, de hecho no las trajo y en el rostro del chico vio un asesino experimentado. Dio un paso hacia atrás, esta vez no por miedo, por desconcierto. ¿Había pasado algo con Amanda? Dante tenía los ojos dilatados, como un drogadicto que quiere más, vio sus puños cerrarse dejando sus venas casi saliéndose de la piel.

— ¡Hey, vampiro! —le gritó mordiéndose la boca. Benicio le devolvió la mirada sin entender. —Voy a romperte la cara y cuando estés muerto tiraré tus restos a una jauría de perros famélicos ¿entendido?

—A ver… —Benicio sonaba hastiado, se sentó en el sillón y se cruzó de piernas poniendo el gesto más sarcástico que pudo. — ¿Y como piensas hacer una cosa así sin que antes quiebre tu bonita y delicada piel, eh?

— ¡Idiota! —fue la única palabra que escuchó de sus labios, porque en cuanto terminó de decirlas estaban prácticamente batiéndose a duelo. O mejor dicho batiéndose a nada, si bien Dante era rápido como cualquier Ángel Caído con un poder de velocidad sobrenatural, nada se comparaba con la fuerza que Benicio tenía como vampiro. No era una pelea justa y entonces el último decidió ahuyentar los golpes del muchacho esquivándolo. Benicio logró apartarlo al otro lado de la habitación, y un poco agitado comenzó a hablar.

—Momento. Tiempo fuera —mientras hacia un gesto con la mano — ¿Se puede saber por qué estamos peleando?

—Estuviste acostándote con mi novia, enfermo. —Le reprochó Dante, llevándose la mano al pecho, como si pudiese así decrecer el desosego.

— ¿No será al revés? —preguntó encorvado con las manos en sus rodillas, pero lo único que recibió fue un puñetazo por parte del Ángel en el centro de su boca. El vampiro llevó su mano al labio inferior, partido y ya sanando al mismo tiempo. —Bien, me lo merezco. ¿Estamos a mano entonces? —preguntó algo enojado.

—No. —Respondió Dante, en estos momentos herido más que enojado.

Dante no podía simplemente hacerse a la idea de renunciar a quién amaba sólo porque de un momento a otro ese amor sea producto de un hechizo del Infierno, de un truco del demonio. Necesitaba verla y besarla, apretarla entre sus brazos para comprobar que todo se había derrumbado, y sólo de ese modo se marcharía. No iba a dar el brazo a torcer así le digan que Benicio la conoce desde hace mil años. Amanda era suya, y ya.
Con una leve sonrisa en sus labios se acercó a Benicio y le tendió la mano, aquella iba a ser una alianza poco favorable para uno de ellos y quién más lo sabía era el Ángel, no porque Benicio fuese una pobre victima, sino porque él pensaba diferente, todavía poseía esa mínima esperanza en recuperar a Amanda una y otra vez así tuviese que hacerlo durante cuarenta vidas más. Sin embargo, Dante estableció en ese mismo momento una lucha con el vampiro sin que éste lo supiera; ¡maldición! extrañaba a la mujer, él pensaba que estaba muerta, años viviendo amargado contra ese sabor. Resulta que ahora estaba viva y además viviría por siempre, ya no tendría que preocuparse en las sospechas que se hubiesen levantado si ella siguiera siendo humana como cuando Dante la conoció.
Mientras los dos se miraban fijo, había un tema que estaban pasando por alto y Benicio agradeció al Cielo, paradójicamente, que algo lo haya hecho olvidar de aquella monstruosidad con piernas de mujer que tenía en el piso de arriba duchándose. Le ardió la garganta al mismo tiempo que estuvo por preguntarle a Dante que tipo de parentesco los unía.  Pero ella ya estaba allí, dando saltitos y piruetas por el aire.
Bajó tan rápido que ninguno de los dos se detuvo a verla, Lumi interrumpió el apretón de manos de los hombres. Benicio trabó su mandíbula y la abrió varias veces, sus colmillos habían descendido, eso no estaba nada bien puesto que pasaba cuando deseaba realmente corromper algún cuello. Pero bastaba con que la chica se acerque, quería asesinarla, realmente lo quería.
Dante, por su parte, no podía creer lo que estaba viendo, se percató de los colmillos de Benicio y de la cara turbada que éste había puesto mientras el Ángel abrazaba a la pequeña Lumi lo más fuerte que podía, también maldijo unas cuantas veces preguntando como demonios había llegado Ludmila a la casa.
Lumi no hablaba, Benicio escuchaba sus latidos acelerarse a pasos agigantados, podía escucharlos desde dónde estaba.

Mierda, podría oírlos bajo el agua, se repitió unas cuantas veces a modo de prueba.

A medida que sus colmillos, todavía a la vista, se mantuviesen tan alejados de aquel aroma que tanto lo estaba tentando hasta convertir su boca en un depósito de saliva, se pondría más pálido. Más aún, lo cuál no era imposible con una terrible sed.

—Tus ojos… —acusó Dante mientras Lumi comenzaba a dar la vuelta para girarse y observar también a que era lo que se refería, Benicio pestañó como queriendo quitar aquella cosa abominable que debería tener para que el otro hombre lo acusara con esa cara de desprecio, y se tapó con una de sus manos la boca y la nariz para matar dos pájaros de un tiro: Lumi no vería sus colmillos y él no tendría que seguir aguantando la tortura de percibir la sangre de la niña tan de cerca. Pero Dante se le acercó más, poniendo por detrás a la chica como si él fuese el escudo personal de ella. Con un gran aire protector se dirigió al vampiro. —Tus ojos están rojos —imputó, Benicio entendió a que se refería. Y era embarazoso. Se supone que los vampiros cambian el color de ojos normal del casi dorado al rojo cuando están… bueno, cuando están excitados.

No es posible, maldición —decía Benicio en su dominio interno —tengo la madre de las erecciones sólo por un poco de sangre. Y no podía ser causada por un hombre gordo de baja estatura —pensaba mientras sacudía la cabeza como un loco— ¡Tenía que ser por una inocente criatura de quince años!

—Ni lo sueñes, vampiro. —Le avisó Dante con dureza, no había que ser muy despierto para darse cuenta de algo obvio: por más que Benicio piense que era la sangre, había una realidad cruda y paralela, la chiquilla lo instigaba a que caiga en las más repugnantes aversiones posibles que un ser lujurioso podría tener.

Él podía negarlo cuantos años quisiera, pero la negación no hacía que algo deje de ser veraz, y aquello lo era, Lumi había desafiado, sin saberlo, un vuelco en Benicio. Desde su anatomía, provocándole escalofríos y calores, hasta la parte emocional, ese detalle de los momentos en donde le quería arrancar la yugular a la chica, usando sus venas como sorbete para beber todo líquido dentro de su cuerpo, hasta cuando se preguntaba porque no lo hacía y la respuesta no era únicamente por motivos morales.
Había algo más, le daba pena y a su vez sentía una gran curiosidad, él no podía entrar en su mente, como tampoco lo lograba con Amanda. Aunque parezca simple, no lo era, puesto que tendría que tener la facilidad de dominar aquellas cabezas, aunque dominar no era la palabra, eso lo realizaba cualquier vampiro entrenado, pero a pesar de que él lo era, no podía. Hubo un principio en su relación con Amanda-vampira cuando si pudo ingresar de manera abierta, sabía lo que la chica pensaba. Pero al pasar los días esa abertura mental se fue cerrando hasta quedar convertida en un gran paredón. Llegó un momento en el cual se sintió frustrado y algo culpable. Entre los de su raza no es común la lectura de mentes. Existe pero no la usan entre ellos, más que común se diría que no es agradable. Quizá sea ética, llámenlo como gusten, pero preferían usarla con los mortales. No es que tampoco vayan por la vida leyendo cuanta mente se crucen, pero de inmediato percibían cuan abierta a ellos estaba la persona que eligieran para comer. Nunca era bueno dejarlos con ese recuerdo no tan agradable, que significaba para ellos que otra persona los mordiera. Pero Benicio no se alimentaba de humanos, para algo existían los bancos de sangre que asaltaba para alimentarse, claro que, los trucos mentales los tendría que hacer de todas formas para que aquellos encargados modifiquen las planillas y no sea descubierto que alguien saqueaba los suministros.
No había nada mejor que dos personas que no podían leerse las mentes, ninguna operaría sobrecomo vienen en caja cerradasuentas, amar es no manipular, sino aceptar las reglas del juego tal como vienen en caja cerradas la otra, porque al fin de cuentas, amar es no manipular, sino, aceptar las reglas del juego tal como vienen en caja cerrada.

— ¿Qué es lo que pasa? —exigió comprender Lumi, que se iba acercando, peligrosamente, sobre Benicio. Llevó una de sus frágiles manos, tal como el vampiro las describía mentalmente, encima de los párpados del hombre y luego contorneó los costados hasta llegar a sus grandes ojeras negras violáceas que poseía a la vez que su blanca piel las dejaba más al descubierto. —Estas muy pálido, no estas bien —hablaba en voz baja mientras se mordía el labio superior, ese terrible acto hizo que Benicio se controlara menos, los labios de la pequeña que ahora estaba mandándolo definitivamente al infierno eran carnosos y al hombre le dieron extremadas ganas de morderlos con la punta de uno de sus filosos colmillos.

—Estoy… yo estoy —dijo Benicio cuando dudó si seguir hablando lo favorecería.

—Estás loco. —Sentenció Dante en el momento que corrió a Lumi a un costado, como si pudiera infectarse de lepra con tan sólo mirarlo.  —Ni se te ocurra querer usarla para la cena, ni para el almuerzo le avisaba con sorna — ¡demonios, para absolutamente nada!

—Yo no pensaba… —pudo contestar, mientras tragaba saliva como si le doliera o le afectara, ahora el vampiro sentía la boca reseca como si hubiese estado ingiriendo manojos de sal a raudales.

— ¿De qué se trata esto, tío? —preguntó con mucha inquietud Ludmila, sus ojitos eran tan tiernos que a Benicio se le hizo difícil mirar hacia otro lado.
¿Era el tío? ¿Dante era el tío? Eso quería decir que la chica era un Ángel también.

Aunque uno condenadamente perverso, a su modo, opinó por dentro Benicio con consternación por su propia alma condenada.

—No lo es. —Se apresuró Dante dirigiéndose al otro hombre, enojado. —No es un Ángel. Cariño, linda —comenzó esta vez mirando a Lumi, Benicio no pasó por alto que aquel bastardo le había leído la mente ¿o quizá lo hubiese, simplemente, adivinado? —te dije muy claro la última vez que nos vimos que tendrías que quedarte en casa, esto es peligroso para alguien como tú. –Y con el revés de su mano acarició aquel rostro casi perfecto que la niña tenía.

Benicio pensaba que era casi perfecto, primero porque su corazón le pertenecía a otra, segundo, porque aquella estupida infanta tenía la mitad de su edad. La situación se estaba descontrolando. ¿Cuánto hacia que Ludmila había atravesado esa puerta a voluntad propia? ¿Unas dos horas, como mucho? Y ahí se encontraba él, pensando que la pequeña era sexy y que su sangre era exquisita, aunque no la haya probado, sabía juzgar demasiado bien por el aroma.

Tiene que ser virgen —pensaba mientras la miraba a ella y a Dante contemplarse sin palabras —sólo una virgen puede oler así.

¿Desde cuando se sentía como un depredador? Que lo chupen los nueve círculos del Infierno, pero en tanto y en cuanto aquella chiquilla atrevida siga paseándose por enfrente suyo envuelta en una toalla, con los cabellos colgando sobre su espalda, esto se pondría bien feo.

— ¿Estas leyendo mi mente? —preguntó al fin Benicio. —Porque bien sabes que yo puedo hacerlo si quiero, aunque no corresponde.

—Inténtalo con uno de los nuestros a ver si lo logras. —Lo retó como quién reta a duelo a un forastero. —Y sí, puedo hacerlo, soy un Ángel Caído ahora con todas las de la ley, con eso vienen algunas ventajas, pero créeme que los contra son mucho mayores.

— ¿Cómo es eso? —le preguntó Lumi mientras agarraba fuerte su mano. Benicio volteó sus ojos de un lado a otro.

—Usted no respondió mi pregunta, señorita. —Exigió con cara de pocos amigos Dante y ponía sus brazos como jarras.

—Te seguí. —Las mejillas de la adolescente se pusieron de todos los colores al admitir tal aversión que el demandante no esperaba. —Lo siento pero… me preocupa lo que tengas planeado.
Algo en las palabras que la niña soltaba hizo que Benicio sintiera orgullo de aquella muchacha, se veía como adulta, o tal vez él quería verla así para aplacar la culpabilidad que le causaba mirarla con ojos de hombre.

*

Hace dos años atrás, Dante había salido a dar un pequeño paseo por una de las riveras que costeaba el lugar donde había tratado de vivir lejos de la urbanización, en otro país muy alejado de su ciudad natal. Aquella noche, despejada y calurosa, se dispuso a ir sin rumbo alguno mientras pensaba como mierda su vida se tornó tan miserable. No tenía con quien estar ni alguien que lo escuche, realmente contempló el suicidio, algo plenamente imposible para un hombre inmortal como lo era él, los Ángeles, de la clase que fuesen, sólo podían morir en manos de una especie diferente y sobrenatural, fuera de eso no había forma que algo así pasara.
A menos que asaltara el templo sagrado de las Diademas cubierto por un glamour que lo dejaba invisible a los ojos mundanos, y robar la daga de Cálices, ésta poderosa daga tan simple como cualquier otra ocultaba un hechizo para absorber la luz angelical. El templo sagrado que él estaba recordando tanto, estaba en la Tierra y era custodiado por Ángeles de mayor categoría, que luchaban para que la daga de Cálices jamás vuelva a manos de Marcus y así hacer prevalecer su especie.
Él ciertamente no tenía ganas de morir, primero quería buscar algún sentido a todo lo que estaba viviendo últimamente y apresuró el paso, violento, como si la respuesta estuviese grabada sobre la tierra en la que caminaba. El paisaje no era muy prometedor si necesitaba una señal que lo hiciese seguir adelante, apenas un pequeño Río y unos árboles que se sacudían de un lado a otro. Cuando adentró en la oscuridad de la noche, lo único que podía observar, cuando se dio cuenta que estuvo tres horas caminando sin rumbo cierto, fue una casa en el centro del campo cubierto por cientos de árboles y maderas. Hasta ese entonces conocía toda la existencia maligna y seguía percibiéndola cuando un zumbido retorció su cuerpo hasta la médula. Olía a violencia y eso lo hizo alertarse, usando su poder de rapidez se dirigió hasta donde el estruendo demoníaco estaba haciendo estragos y se detuvo en el umbral de esa puerta cuando un llantito ahogado lo hizo girar. No estaba sólo en la noche, una niña al costado miraba aterrorizada, ya sea por lo que había visto con anterioridad o por como vio llegar a aquel muchacho, tan rápido que lo hacía sobrehumano; y lo era.

—No voy a lastimarte —susurró en su oído mientras la acogía en sus fuertes brazos, provocándole el temblor más grande que había sentido por parte de un humano.

—Ellos… ellos —podía contestar aquella indefensa mientras sus labios rugían un fuerte desconsuelo desesperado por hablar, por contar lo que había pasado, necesitando consuelo. — ¡Se los comieron! —gritaba aún así sonando muy bajo. — ¡Ya se han ido! —sus lagrimas brotaban esparciéndose por todo su rostro.

— ¿Quiénes? —exigió saber tomándola por los hombros, intentando que la chica vuelva en sí.

—Mi familia, ¡vi como los mataron! —sus suaves hebras doradas revoloteaban en el aire, había más convulsión en su frase que palabras entendibles.

Los puños de Dante dejaron de apretarse tanto como él pudo lograr hacerlo, sentía una impotencia infrahumana por haber llegado tan tarde. Este era el tipo de cosas que lo hubiesen hecho sentirse útil. Ahora no quedaba nada más que esperar que sentirse una mierda con todas las letras, si  se hubiese apresurado ahora, quizás, esa pequeña que tenía frente sus ojos seguiría manteniéndose íntegra y con una familia. Pero no lo había hecho, se había demorado demasiado y nada podía hacer más que seguir presionando a la muchachita entre sus brazos, prometiéndole que no estaría sola. De alguna forma compartían algo, y por más terrible que fuese, él se sentía responsable.
Cuando Amanda se había ido, no tuvo una razón para seguir. ¿Era justo que alguien de la edad de la señorita que estaba protegiendo en ese momento, pudiera sentir en un futuro inmediato o lejano algo así? ¿En qué tipo de persona se convertiría si la dejaba abandonada al costado de aquel horrible lugar?
Así que, de ese modo fue como Lumi terminó con él, no podía quejarse, la había acogido en su hogar como si fuese su propia hija, aunque para el mundo fuese su tío. No es que tengan mucho mundo alrededor tampoco, los dos fueron lo bastante huraños como para no permitir sospecha alguna, aunque no tanto Lumi. Su personalidad era una bola de nervios, como toda adolescente pretendía conocer a otros iguales que ella pero eso no era posible. Dante estaba muy concentrado trucando papeles para enviarla a algún tipo de instituto y que la chica pudiese estudiar, aunque teniendo en cuenta que su familia fue aniquilada por un grupo de vampiros cazadores, no le convencía la idea de dejarla sola mucho tiempo. Estaba agarrado a ella como una garrapata, no podía separarse. Y algo le decía que esa caza no había sido casualidad.
La razón por la cual, hasta ese entonces, la había dejado sola y desprotegida —pero alerta, para ir a buscarla— tenía un motivo que poseía nombre y apellido: Amanda Luca. Sabía que una guerra se avecinaba, no quería meter en medio de esa lucha letal a la única personita que lo mantuvo con vida estos últimos años. La idea que le pudieran hacer algo a la pequeña lo ponía de muy malas, por esa misma razón él le reveló todos sus secretos, ella sabía quién era y de donde venía, no obstante no le brindó mucho detalle sobre su antiguo amor que lo dejó en baja.

*


Benicio se encontraba en el patio trasero de la casa, meditando su nauseabunda vida, tal como él la llamaba muy a menudo. Cuando Lumi le confesó a Dante que lo había seguido desde el primer día y por eso hoy se encontraba allí, el vampiro se alejó como trueno hasta donde se encontraba ahora. ¿La chiquilla tendría que saber que él era algo así como un demonio? Entraría en pánico, cualquier persona normal lo haría.
Se sintió un completo bastardo ¿cómo era posible que sus ojos hayan pasado al color rojo de esa forma, delante de ellos? Él sabía muy bien lo que eso significaba, así como también se lo hizo notar su entrepierna, cuando el pantalón comenzó a achicarse, o bien como su mente le dijo: otra cosa se está agrandando.
Tendría que implementar algo para que esos pensamientos que invaden su mente, por sobretodo cuando se trataba de pensamientos sucios o eróticos que incluían sangre y además, menores. Trató de librarse, pero no pudo, por más que quisiera la soledad estaba desesperándolo hasta convertirlo en un completo idiota, sumado a que era hombre y bueno… tenía necesidades como cualquier otro.

Por favor, no se trata de necesidades —se corregía al instante— es apenas un bebé, y que se parezca a Amanda en personalidad no significa que lo sea, la gente no se puede suplantar, menos cuando amas a esas personas.

¿Hacía cuanto tiempo que Benicio no caía en la tentación de sangre? ¿Algo así como treinta años? Era mucho tiempo, su cabeza estaba siendo comprimida para luego empaquetarse y venderse en lata, como comida para perros.
Él no quería pensar en nada que lo desenfocara de su eje central: Amanda. Pero aquella mocosa que apenas le llegaba a los hombros estaba desencajándolo. Aún no descubría que era lo que más lo perturbaba, si ella y su belleza o el olor de su sangre. Algo lo tentaba como a un sediento se lo tienta con agua en el desierto, sólo que no descubría, por ahora, por cuál de esas dos cosas sucumbiría en estos momentos.
Estaba de espaldas al ventanal que dirigía al patio, sólo una cosa lo haría salir del ensueño y era el aroma adictivo de Lumi. Ahí estaba, parada tras él. Cualquier hombre normal no se hubiese enterado que la pequeña había llegado puesto que lo hizo de manera sigilosa. Pero Benicio no era normal, sus sentidos eran agudos como todo vampiro y percibió desde los movimientos que la chica hizo para acercarse, hasta el calor que desprendía su propia piel. Estar al lado de la mortal era como poner a derretir hielo sobre una deforestación en manos de un incendio. Pocas veces en la vida, si no es que fue solamente una, había sentido el ardor que le provocaba estar cerca de una persona cuyo pulso sea normal, una vez convertido en vampiro.
No quería voltearse a verla, le recordaba mucho a la mujer que amaba y tenía pavor de confundir las cosas, pero por encima de muchas idas y vueltas, en ese instante pensaba como le agradaría ver latir una de las venas del cuello, o las del brazo, o lentamente cubrir toda la arteria femoral de Lumi con una pasada suave propagada por su lengua. Estaba totalmente seguro que al tacto podría quemarse en una fracción de segundo.

—Ahora entiendo porque estabas tan frío. —Comenzó a hablar Lumi. Él ni se inmutó, claramente la chica sabía quién era.

— ¿Piensas que entiendes todo? Apenas tienes quince años, Ludmila —le aseguró Benicio. Se había propuesto no girar, no quería verla. Y también quería ser grosero, a ver si la chica se mantenía alejada de él.

— ¿Puedo ver tus colmillos? —preguntó algo emocionada. Cuando el hombre escuchó esa vocecita tan fina y delicada su corazón dio un vuelco, ella estaba acaparando cada célula muerta de su cuerpo.

—Claro que no. —Contestó cortante.

—Oh ¡pero! ¿Por qué no?

—Porque  no.
Rápidamente se acercó a él, tomándolo desprevenido. En su gran intento por mantenerse tal como una roca, olvidó respirar, inclusive pensar. Cuando la mano de Lumi tocó su brazo, por más que llevara puesta una camisa mangas largas, pudo sentir el ardor que esto le generaba. Se alejó rápidamente y pudo escuchar un pequeño resoplido por parte de ella.

Si provoco que me tenga miedo, voy a odiarme el resto de mi existencia  —se aseguraba de manera vehemente. Algo de esa idea le causaba repulsión. No quería que ella piense que era un fenómeno. Pero tampoco quería agradarle.

— ¿Qué estas haciendo? –preguntó Benicio con el hilo de voz que quedaba en pie en su agitada pregunta. Tenía a la niña rodeándolo en un abrazo. Bien, eso se ponía algo fuerte.

—No estas solo —Le aseguró.

A pesar de lo rígido que se mantuvo para evitar un contacto aún mayor, el desconsuelo que por sus venas corría se hizo más potente que cualquier otra cosa en el mundo. Quería apretar a esa niña contra sí y oler su cabello, hundir su nariz sobre él y que el mundo se acabe en un instante. Pero no podía, un leve contacto más y sus colmillos perforarían cualquier lugar al descubierto que ella tuviese.
Bajó sus ojos observando con detenimiento cuan diminuta se veía sobre su cuerpo paralizado por aquel acercamiento y pudo distinguir lo que llevaba puesto, debería ser una de las camisetas de Dante, le quedaba como un camisón.

Por favor, que se aleje, no puedo soportar esto un minuto más —se torturaba Benicio. —Bajo esa remera no debe llevar más que ropa interior y una suave piel inmaculada… ¿Qué rayos estoy pensando? —cerró sus ojos y acercó su cara hasta casi besar la cabeza de Lumi.

— ¿Por qué estas haciéndome esto? —le preguntó a la chica sin pensar realmente que en voz alta estaba formulando una pregunta.

—Haciendo… ¿qué? —cuando sus ojos se entrelazaron con los del vampiro, éste desplegó sus largos y afilados colmillos, la piel de Lumi se erizó y las piernas le fallaron. Abrió los ojos como platos mientras a su vez los hombros se le encogían quedando más insignificante, comparada con la caja torácica del hombre que tenía enfrente. 

—No deberíamos estar tan cerca —le dijo Benicio, con un tinte de amenaza en su voz, aún así, no conseguía desprenderse de la criatura.

—No vas a dañarme —eso no ayudaba por parte de Lumi, Benicio no quería dañarla, quería comérsela de un bocado y la simple aprobación de la muchacha lo hacía desesperar como nunca—Dante me dijo que no eres como el resto.

—No voy a lastimarte —le aseguró, pero algo en su mirada hizo que la chica se alejara tan rápido como pudo ¿estaría usando su intuición de supervivencia? Y completando su cometido, utilizó lo que mejor le resultó para que ese miedo por parte de la niña se amplificara, matando cualquier esperanza que ella tuviese con él, porque si bien el vampiro no podía leerle la mente, era hombre y entendía como funcionaba el coqueteo por parte de las mujeres, entonces agregó: — ¿pero quién dice que no quiera hacerlo? 

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