domingo, 15 de mayo de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 4: Un lenguaje nuevo.





—No es que no te quiera —, argumentaba Benicio a Lumi, sentado en el borde de la cama. —Él tiene una personalidad bastante… particular, tú deberías saber eso ya. —La niña seguía lanzando sollozos espasmódicos que comenzaban por asustar al hombre. No paraba, ni un segundo.

— ¿Y qué significó todo eso entonces, eh? —Se reclinó para verlo más de cerca, la pequeña por un momento llegó a olvidar todo, más cuando sus ojos se cruzaban con aquella cara tan perfecta, con aquellos hombros tan delineados y espectaculares que el vampiro tenía tras esa camisa celeste que llevaba puesta, con cuello blanco. —Tal vez tenga que tomar el pequeño detalle de las pantuflas y pensar que las eligió apropósito para sacarme del camino y rehacer su vida con Amanda, luego que me desnuque al tropezar. —Esa insinuación hizo que Benicio se pusiera de pie, incomodo. No le caía en gracia que traten de emparejar a su chica con otro hombre.

—De hecho —, empezó corrigiendo a la niña, —las elegí yo. Yo me equivoqué de número. —Fue acercándose hacia la puerta, enojado. No por haberse confundido, sino por haber tenido que escuchar los nombres Dante y Amanda en una misma oración. —Lamento que sigas pensando que quiero matarte todo el tiempo. Incluso cuando… —Sus palabras se acallaron, como si la tierra estuviese tragándolo.

Lumi se encontraba de pie junto a él, bastante tenía la pequeña soportando estar encerrada todo el tiempo, como para que ahora, cuando al fin aquel vampiro le hubiera brindado dos minutos de su maravillosa existencia, se largara tan rápido.

— ¿Inclusive cuando…? —Quiso saber, esperando escuchar una respuesta coherente. Benicio se dio vuelta, ella notó como el hombre abrió varias veces la boca para escupir por fin una contestación, y se trabó con esa cara tan típica que pone cuando las cosas que quiere decir son más complicadas de lo que uno piensa en realidad. Tras varios intentos fallidos, ella se acercó y agarró su mano.
La niña tenía un serio fetiche con las manos de los hombres, no es su experiencia la que se lo dijo, puesto que ésta era inexistente, pero de sólo observarlo lo comprobó. Le gustaban grandes, y Benicio podía encargarse de eso. Sus manos eran una pieza que a Lumi, le daba unas cuantas fantasías. Lo más tortuoso del asunto es haberlas sentido alguna vez. Una fuerte embestida de viento caliente golpeó su cara cuando recordó aquel beso que el muchacho le había dado semanas atrás. ¿Se repetiría alguna vez? Pensó rogando porque fuese en ese mismo instante.

—Inclusive cuando quiero matarte. —Dijo en vez de «inclusive cuando, en realidad, te quiero.» Benicio no estaba menos que avergonzado, bastante tenía conviviendo con ese despreciable sentimiento. Deseaba su sangre casi al mismo modo que la deseaba a ella, porque la deseaba, no quedaban dudas. Aun cuando la veía camuflada en ese ridículo camisón infantil, también cuando la espiaba mientras cepillaba sus grandes, separados, blancos y graciosos dientes por las noches, o cuando se tropezaba con esas estúpidas pantuflas, o el día que descubrió que después de bañarse se pintaba las uñas de los pies de violeta y arriba colocaba una capa de brillos de colores. Maldición, la niña lo excitó implícitamente el mismo día que él se dio cuenta que aquella bastarda había puesto relleno en su corpiño, para aumentar el busto.

—Tú no lo harías. —Se aventuró en decir Lumi, confiada.

—Creo que sí, a menos que te alejes, estas a punto de rozar una zona erógena de mi cuerpo. —Contestó Benicio, sus ojos fueron un rojo intenso.

— ¿Vas a decirme por qué cambian tus ojos de color? —Lumi no soportaba esa proximidad que jamás culminaría. Pero no quería moverse tampoco.

—Por cosas como estas. —Le aseguró él sin darle mayor explicación.

— ¿Qué pasaría si me acercara más? —Preguntó la pequeña Lumi, que de pequeña, al menos por como actuaba, no tenía ni un pelo

—Nada.

Claro que no pasaría nada, cuando el muy bastardo salió por esa puerta. Lumi no podía seguir así. De ninguna manera. El rechazo era muy grande, y juntó bastante coraje cuando decidió que irse iba a ser lo mejor.
Dante tendría que elegir. Ahora o nunca, ella… o la muy estúpida de Amanda.
No sintió muchas esperanzas a decir verdad.

*

Iban tomados de la mano, pero no significaba nada, al menos para Amanda. Su pecho retumbó unas cuantas veces, pensaba qué era lo diferente en estos momentos para no sentir esa chispa especial que un enamorado siente. A decir verdad, muchas cosas habían cambiado. Primero que ella ya no era la misma, segundo, Dante no era el mismo. La persona que había conocido, de la que creyó haberse enamorado, era un Ángel Caído. Ella había visto sus grandes alas negras, soñó con ellas también. Pero si se iba a poner en plan de sinceridad total, esa no era la razón por la cual no había conexión —al menos amorosa— cuando miraba a su acompañante de cabello castaño y mirada desprevenida.
Se había ido antes de acabar el efecto, en ese entonces, allá a lo lejos en los años. Se había ido —sin saberlo, claro— con la ilusión de haber atrapado por siempre ese momento tan preciado. No se conformó con terminar sus días así. Luego, quiso verlo, volver a sentirlo. Pero ahora que lo tenía al lado, no podía imaginar su vida con él, siendo algo más que amigos, aunque la contrariedad de emociones que la embargaban en algunos momentos le decía que ella lo amaba.
Lo que sea que Marcus haya usado para mantenerlos enamorados, se estaba desvaneciendo a grosso modo.
A media que seguían caminando, se alejaban de la civilización, Amanda agradeció el gesto —quizá inconciente— por parte de Dante. Ya no tenía hambre pero podría ser muy peligroso mantenerse cerca de personas con degustables cuellos descubiertos por las altas temperaturas que el verano brindaba.
Amanda recordó como algunas cosas en aquel hombre seguían iguales, y sonrió alegre de volver a estar entre los suyos. Lástima que su penosa y mediocre felicidad siempre se vea manchada cada vez que recordaba cuanto extrañaba a Andrés, y cuan feliz hubiese sido a su lado si nada de esto ocurría. Error por su parte, porque al mismo tiempo su imagen la acosaba de flashes en donde la cara de Benicio también era protagonista principal en la obra. ¿Era posible? Hubiese jurado que, en las películas de amor sólo hay uno que tiene el protagónico, sin embargo esto era un poco raro.  Su corazón estaba dividido, gracias al Cielo que empezaba a comprender que Dante no le significaba nada más que un buen amigo, sino se seguiría torturando con pensamientos tales como «soy una mujerzuela.»
Lo extraño es que, después de saber eso, un nuevo sentimiento surgió en su cabeza. No sólo que seguía sintiéndose una bicharraca por amar a dos hombres, en su diccionario entraba también el término «demente» cuando la triste realidad la golpeó recordándole que, uno de ellos estaba muerto. Por lo cual en la lista quedaba Benicio.
Pero esto no se trataba de listas, ni era una competencia, tampoco estaba con intenciones de relacionarse con nadie más en su vida si le peguntaban en ese instante. Quería, únicamente, en la medida de lo posible, que un gran hoyo negro la chupara hacia el centro de la Tierra.
Siguieron caminando, una gran colina abrió paso entre ellos, con un fondo muy prometedor. El aire era fresco en ese sitio, los pájaros iban de un lado a otro anunciando más que felicidad, anunciando vida, prosperidad. Un alma tan oscura como la de Amanda en esos momentos no podía hundirse en aquella sensación, pero no por eso no dejó de reconocerla y de alegrarse en parte, porque en esos momentos no necesitaba cosas que la depriman.
Si pensaran que estar un mes encerrada en una misma habitación es poco, o que a eso no se le llama estar mal enserio, es porque, simplemente, no lo vivieron. A eso hay que sumarle el hecho que, Amanda, consumía sangre para vivir, porque era parte de ser un vampiro, y si en el transcurso comió una o dos veces, sería hablar de más.
Cuando por fin se detuvieron, la muchacha no hizo otra cosa sino abrir ampliamente su vista, se apresuró por delante del hombre para observar de lleno al lugar donde se dirigieron. Era majestuoso, brindaba tanta paz que la piel se le erizó. Dante la invitó a sentarse en el borde de aquella pequeñita montaña para observar el precipicio. A lo lejos todo era borroso, el paisaje se perdía, pero le bastaba lo que tenía cerca, un reflujo de agua descender desde un luminoso barranco iluminado de lleno por aquel Sol cegador que posaba en cada espacio alrededor. Nunca antes había visto una cosa así, o al menos nunca se detuvo a contemplar que la naturaleza era más que un montón de paisajes unidos por la simple razón de existir.
Se sintió libre, fue como renacer. El canto del viento sobre sus oídos, acariciando la piel descubierta hizo que se sintiera descansada, lo necesitaba. Odió por completo a aquel estupido hombre al que se le imaginó que el mundo necesitaba unas grandes líneas imaginarias de mierda que delimitara que de un lugar eres de un país, y del otro tienes que pagar o hacer todo tipo de tramites absurdos para poder cruzarlo.  Amanda no era del tipo de modelo idiota que en un concurso de belleza pediría la tan trillada “paz mundial”, no era una santa y para ser sinceros, nunca se ocupó mucho en cuidar el mundo que la rodeaba, sin embargo, una fuerte sensación de avanzar y progresar embargó su pecho. Tenía que salir adelante, de alguna forma u otra lo iba a lograr.
No conocía exactamente si Andrés hubiese querido que siga con su vida, pero el sentimiento no la incomodó ni hizo que el hombre fuese recordado como un cretino egoísta. Para Amanda, el vampiro había dejado de serlo a partir del día que le confesó su amor, y probó aquel acto interponiéndose, en lo que para él, podría haber sido el momento en que vería a Amanda morir. De eso se trataba, mejor que decir era hacer. Y vaya que había hecho algo bien grande. Cuando pensó en Andrés negándose  a que ella siga con su vida, se refirió pura y exclusivamente sobre cuestiones amorosas. A esta instancia estaría revolviéndose en su propia tumba si pudiese ver como ella estaba viviendo nuevamente con Benicio.

— ¿En qué estas pensando? —Preguntó Dante, sacándola de la ensoñación en la que la vampiresa estaba sumergida.
Amanda no dudó un instante en ser completamente franca con él, a lo que respondió:

—En… Andrés. —Lo miró sin titubear, y se fastidió por haber encontrado un gesto sumadamente cargado de ira, por parte de quién tenía frente suyo.

—Tu cabeza todavía esta con restos de manipulación. Ya lo superarás.

—No. —Se negó ella, con todas las fuerzas que tuvo para contestar cordialmente.

— ¿Cómo estas tan segura? Porque he visto al cretino ese como lo hace.
Amanda ignoró la forma en la que Dante se dirigió hablando de Andrés.

—Lo se porque… —Lo miró de frente. —Lo se porque todas las demás cosas han perdido efecto. Se quién es Benicio también. Siento cosas importantes por él. —A pesar de haber escuchado como gruñó Dante, siguió, —Y se que tú y yo no podremos jamás ser algo más que amigos.
Bien, eso dolió, al menos Dante lo sintió como una patada cuadrangular hacia sus desgastados testículos, por tanto recibir golpes bajos.

— ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, mujer? —El Ángel se levantó furioso, la miró desde arriba y Amanda más que palidecer, se sonrojó. Demonios, ya había olvidado lo directa que podía ser a veces, lo cruel que resultaba la sinceridad en oídos no acostumbrados.

—Simplemente lo sé. Te lo he dicho. Te he dicho todo lo que siento, en resumidas cuentas. —Ella no se puso de pie, resulta que ignorar aquella mirada infantil que Dante le regalaba a la vez que trataba de ser rudo, era tal cual la recordaba.

Dante la tironeó con toda su fuerza, tanto que a pesar de la resistencia que Amanda puso quedó colgada de su cuerpo. Algo la atrapó rotundamente dejándola allí sin poder moverse. Los brazos de Dante le parecían algo idos, fuera de lugar, la presión que éste ejercía era bastante. Sin embargo, el no querer moverse de ahí fue pura voluntad de la mujer. ¡Era una vampiresa, maldita sea! Una patada bien puesta lo habría tumbado a un lado. Pero una duda bramó en su interior. ¿Y si estaba equivocada? ¿Si todavía lo amaba y quería negarse, por el simple hecho de parecer una mujer más centrada y no una loca de los mil amores?
Dante acabó con todas esas vueltas, porque de un momento a otro antes de disponerse en hacer lo que tenía planeado desde que la sacó de la casa, le dijo:

—Vamos a ver si es así como tú dices.
Un besó presionó la boca de Amanda, que lejos de volverse reacia al contacto, devolvió aquella intimidad a la que se sumergieron, con más ardor.
¿Su boca ardía? Es decir ¿la boca de Dante se estaba prendiendo fuego o era ella la que imaginaba todo? Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero cuando la chica quiso subir una de sus manos por toda la espalda del hombre, un sentimiento de repugnancia abrazó sus sentidos, poniéndolos de cabeza, diciéndole que huya ahora o se aviente por el acantilado. ¿Qué demonios pasaba? No podía reaccionar, todo era muy lindo si contábamos aquellos pajaritos de mierda que hacían fiesta por tal demostración de amor, y para cuando ella descubrió lo que le pasaba, las manos de Dante friccionaban al contacto con su cuerpo.
Pero de a poco, como si el hombre leyera su mente, esos fogosos besos de fuego, comenzaron a volverse desganados, ahora apenas estaban frente a frente observándose el uno al otro tratando de reconocer que era lo que pasaba.
Una de las manos de Dante, si es que tratamos de mentir y ocultar el hecho que en realidad eran las dos juntas, todavía presionaban los glúteos de Amanda contra él.

—Creo que esto responde por sí sólo. —Dijo Amanda, no dispuesta a romper contacto por la vergüenza que sentía.

— ¿Tú también lo sentiste? —Contestó él, con la boca torcida y algo roja.

—Fue como besar a mi hermano, maldita sea. —Se quejó, sintiéndose incomoda. Él todavía la tenía bien agarrada.

—Rayos, lo sospeché desde un principio.
Lo que Dante hubiese tenido ganas de decir fue «Rayos, estuve a punto de violarte contra aquella montañita inmunda si seguíamos un segundo más» pero como buen individuo del sexo masculino se guardó sus verdades bien en el fondo del orto, allá donde probablemente, nadie las encuentre, a menos que decida volverse gay, pensó en su interior.

—Ahora… ¿puedes soltarme? —Pidió ella con suavidad.

—Oh… claro. —Dante se desprendió de aquel trasero tan encantador que la muchacha tenía, dejándolo en paz de una buena vez. —Mejor volvamos, antes que anochezca. —Amanda asintió con la cabeza, y tras correrse unos mechones de pelo y acomodar su ropa, se limitaron a regresar.

Una cosa era segura, Dante todavía la amaba. Al menos eso creía.

*

No quiso usar la bañera, hubiese sido reconfortante pero se conformó con la ducha común y corriente. No tendría por qué haberse conformado, puesto que allí las tenía a las dos, al mismo precio, pero no quiso perder tiempo entre aguas con espuma, burbujas y sales. Parecía como si hubiese renacido, algo en ella brillaba en su interior y resplandecía la luminosidad hacia fuera, era una especie de árbol navideño, sólo que humano. Mientras volcaba shampoo de fresas sobre la cabeza pudo sentir ese aroma familiar, Amanda lo usaba. Gala era toda una detallista, reconocía a las personas por su olor, y no precisamente como método de cazadora, para ella cada amigo suyo —a pesar de lo buena persona que era, no poseía tantos— era especial a su manera, y como excelente mujer que reparaba en cosas ínfimas, conocía cada rincón de sus gustos personales y su vida, o al menos eso intentaba hacer. No es que fuese una de esas observadoras compulsivas que buscan en cada rincón, sino que le salía por naturaleza. Se compenetraba tanto con la gente a la que quería, que aquello surgía porque sí. Es por eso que el shampoo le recordó a su amiga, así como nunca olvidaba esa mezcla cítrica que la misma contenía en su piel. La voz de la mujer resonó en su cabeza, desde los momentos más lindos que compartía a su lado, hasta los más tristes; porque para Gala eso significaba la amistad, reconocer los pesares de su par. No es que fuese una mártir, no se iba a poner en papel de victima jamás, si bien disfrutaba de cada instante en el que aquellas se divertían y pasaban buenos ratos riendo y contando cosas graciosas, lo más importante para Galadriel era también, estar cuando Amanda la necesitaba. Por eso no paraba de sentirse, jodidamente, en el mejor lugar, ahora que la muchacha necesitaba de su apoyo. Se dijo para si misma como una oración que recita el más desahuciado después de momentos de Guerra, en los cuales a uno sólo que queda orar y esperar que las cosas salgan bien, que allí estaría, hasta el fin, sin importar cuan doloroso sea el camino hasta lograr sacar adelante a las personas que más amaba en su existencia. Porque de eso se trataba ¿o no? ¿Que mejor cosa que la paz que irradiaba el fin de una etapa mala? No era un acto de caridad, era una fiel demostración de amor, y no era necesario para ella estar gritándolo a los cuatro vientos, le alcanzaba con saberlo para sí misma, puesto que, la mayoría de las veces, los que más hablan son los que menos hacen.
Por eso y nada más que por eso, Gala era de las que hacían, constantemente. No necesitaba que nadie sea presente de sus actos, sólo esperaba que aquellas personas a las que trataba de cuidar con uñas y dientes —siendo una expresión totalmente literal— den un paso  hacia delante y no hacia atrás. No le gustaban los agradecimientos en voz alta y tampoco los esperaba de forma inaudible, era suficiente cuando veía a la persona en cuestión feliz, y era lo que esperaba por parte de Amanda. El día que la muchacha esboce una buena sonrisa, ese mismo día las cosas redituarían un bienestar en Gala.
Era por sobretodo emocionante ver como la vampiresa rubia se excitaba y contemplaba su alma llena con el bienestar del resto. Muchos podrían caratularla de frívola cuando observaban sus vestidos caros de etiqueta, o cuando se arreglaba como una dama de siglos pasados, o mismo cuando le gustaba andar en autos lujosos. Pues a Gala no le gustaba ser etiquetada, porque como ella repetía constantemente «no soy un producto de supermercado» podría decirse al pensar en ella que es una simple humana a la que le gustan los lujos, pero a decir verdad, no era cierto. No cuando el ojo entrenado veía como se satisfacía con un mínimo de felicidad.  Y por supuesto, no era humana.
No hay ser más comprensivo en este mundo que Galadriel Attaway.
Era una vampiresa originaria, pero no una cualquiera sino una gran vampiresa originaria que logró romper con la normalidad. Resulta ser que, hay una regla natural en la que cada individuo nace, se reproduce —o no— y muere. Y ahí volvemos a hacer un gran entrecomillado diciendo “O NO.” Bueno, en realidad tanto Galadriel como cualquier otro vampiro tuvo que haber muerto para despertar en un cuerpo inmortal, pero no era la típica muerte humana, esa que se produce y es, indefectiblemente, para siempre. Claro que hay que usar las palabras bien, puesto que allí hay otra contradicción. Los vampiros también morían para siempre convirtiéndose en uno, lo que resultaba extremadamente mucho tiempo. Su corazón no latía y si eso no es estar muerto ¿entonces qué lo era? La diferencia se basaba en que los humanos podían estar en el Cielo o en el Infierno cuando fallecían, tanto en un lado como en el otro se podía “vivir” de cierta manera, pero era algo diferente. En cambio, los vampiros como Gala, o como cualquier tipo de vampiros en sí, estaban condenados a vivir en la Tierra, condenados a ver pasar los años unos tras otros como querer atrapar el agua con los dedos y ver como ésta sigue de largo, escapando.
Allí se encontraba el desvirtuado tema del aburrimiento, no era casual que aquellos seres tan viejos se aburrieran, no era casual que todos formen un gran club de viejos aburridos, solitarios y malvados. Cuando uno ve todo en la vida ¿qué emociones restan para el futuro? Es como un niño queriendo ser adolescente, quemando etapas, cuando realmente llega el momento de ser un adulto, lo más probable es que se haya cansando y quieran volver nuevamente pasos hacia atrás. Las cosas dejan de motivar a la persona que vive rápido, y ni hablar de las personas que lo hacen de esa forma y para terminar de cagar todo el asunto, lo hacen por siempre.
Han visto miles de modas que los vuelven excéntricos, han visto millones de muertes que los convierten en seres desalmados. Pero eso es normal ¿no? Una persona golpeada termina por acostumbrarse a las agresiones, a cada golpe que le dan, menos duele el anterior, y así sucesivamente. Como todo sistema inmunológico, aquello también lo era. Uno se vuelve inmune a todo, incluso lo que hace conservar los sentimientos.
Eso si tratamos de ignorar el hecho que, al tener veinticuatro horas para hacer lo que uno desea desde que empieza el día hasta que finaliza, se bastan para enriquecerse y conseguir todas las cosas fácilmente, como cualquier persona con poder. Demás esta decir que la mayoría de los vampiros pueden conseguirlas con algo que, eventualmente, llamaremos «glamour» ó «control mental» pero si pudiésemos opinar, conocemos muy bien, mediante ejemplos personificados, que los que ejercen ese, llámese “Poder” lo hacen en el ejemplo anteriormente citado, sólo para conseguir bienes gananciales, puesto que, no hay nada que los excite más —a los más viejos o más malvados— que atacar a su presa —mayormente humana— sin cubrir de glamour a la victima, ya que no sería igual de divertido tenerlas poseídas en vez de gritando por sus vidas. Apartando nuevamente que, el dolor de una mente no poseída a la hora de morder, es sumamente espantoso, tanto que muchos preferirían que les arranquen las uñas con una palanca.
Para Gala todo era un tema de voluntad, aunque ciertamente no era tan fácil como sonaba. Y no todos querían tener voluntad. Voluntad de no matar, voluntad de no torturar, y voluntad de buscar entre cosas que no te hagan perderla jamás. Por eso mismo, aquella palabrita de ocho letras, era algo de lo que carecían enormemente los vampiros, más aun los originarios, cuando la única “voluntad” que utilizaban era la de exigir que obedezcan la suya, a la hora de pedir cosas o mismo, ir por ellas sin que les pertenezcan.
Gala marcaba abiertamente la diferencia, cómo  había hecho para no aburrirse y optar por el camino fácil era algo desconocido, pero gracias al Cielo, aunque paradójico invocarlo tratándose de una vampiresa, por más buena que sea, su camino siempre fue derecho. En oportunidades, cuando buscar sangre en hospitales no era moneda corriente, mató por desconocer cuando parar. No es algo que la haga enorgullecerse de ella misma, pero con el tiempo aprendió a frenar. Lo hecho, hecho estaba, y jamás se perdonaría haber acabado con vidas que, probablemente, podrían haber caminado un largo recorrido, es por eso que cada día trataba que sea mejor y más productivo que el anterior. Aún así no sosegaba aquella culpa, pero al menos, la hacia más llevadera.
Lo que ahora, volviendo a lo primordial, la ponía de buen humor, era haber compartido tiempo afectivo con Benjamín, más allá del sexo, que no era tema menor pero tampoco fundamental. La sola sensación de haber avanzado intentando que él, al menos por un rato, pudiera quitar esa cara de amargura, la satisfació en grandes cantidades. Le bastaba con verlo sonreír, para que el mundo pudiera sucumbir tras ellos.
Cerrando el grifo del agua para envolverse en la toalla e ir a cambiarse, fue un aliciente que sintió ascender hacia el exterior, cuando casi resbalando al salir, se miró al espejo y notó como su cara también había cambiado un poco, ahora más esperanzada en que las cosas cambiaran realmente, y para mejor.
Cuando hubo estado en el pasillo, mirando hacia uno de los costados y así evitar pasearse semi desnuda delante de cualquier persona en la casa que no sea Amanda o Benjamín, o mismo la pequeña Lumi que era tan sólo una niña y del mismo sexo que ella, por lo cual no tendría que sorprenderse al verla en paños menores, reparó que, al girar su cabeza hacia el otro lado, un semblante duro y amenazador estaba a escasos centímetros de agarrar su brazo, y no de forma a la que todos llamaríamos «amable
Vergüenza, si de esa forma entendemos lo que sintió Gala mientras se sonrojaba por tener presencia masculina frente suyo, fue lo que recorrió su cuerpo.

— ¿Dónde está? —Preguntó su visitante, al que todos conocemos por Benicio.

—Entiendo que sea tu casa, pero tienes una dama casi desnuda frente tuyo. —Objetó ella casi con indignación.
Benicio pudo sentir aquella descortesía, demonios, él no era así, pero le urgía saber donde se había metido Amanda.

—Lo siento. —Su disculpa era genuina, pero no por eso tenía que salirse de tema—. No he visto a Amanda por toda la casa, estoy preocupado, ella no puede salir así…

—Quizás fue a dar una vuelta. —Le dijo Gala, al mismo tiempo que luchaba con la toalla que estaba desacomodándose. — ¿Esta Dante en la casa? —Su mirada hizo que Benicio se fastidiara y casi rompiera la pared que tenía a su costado de un puñetazo.

— ¡Maldición! —gruñó Benicio, perdiendo el control. — ¡Ese hombre es un fastidio! Le he dicho mil veces que la deje en paz.

—Él no va a lastimarme. —Aseguró Amanda, quién apareció en escena de improvisto.
Los músculos del vampiro se tensaron ante el sonido de su voz.

—Amy ¿estas bien? —preguntó Gala con una risita picaresca en su rostro, pensó automáticamente en observar a Dante cuando tuviese tiempo a ver si la boca del muchacho estaba tan roja e hinchada como la de su amiga. —Tienes tus… —No hizo falta que le dijera la palabra, pues estaba señalando su boca con las manos. —tus…. Bueno, algo hinchados a decir verdad.
Amanda se sobresaltó por la observación y llevó su dedo índice a sus labios, como si de esa forma pudiese sentir la hinchazón.
Benicio la miró con actitud fulminante, sus ojos empezaban a transformarse casi como si estuviese endemoniado. Había entendido a la perfección a que se refería Gala, estaba insinuando que se habían besado.
El vampiro no pudo contener más su ira, si lo hacía lo más probable era que saliera volando como un globo zeppelín. Se acercó a Amanda como un depredador a su presa a punto de matarla, cuando casi al levantar la mano como si fuese un puño se volteó para enterrarlo en la pared, la cual se desmembró en el acto, rajándose desde arriba hasta los cimientos. Quedó en posición mirando hacia la pared, rígido como una estatua, irrompible, y Amanda le pidió sólo con una mirada a Gala que se fuera, que los dejara solos.
Galadriel dudó unos segundos, pero entendió por completo la forma en que Amanda se lo pedía en silencio, esas eran las cosas que más apreciaba Gala cuando pensaba en la amiga ideal. Después de tantos años, luego de haber perdido a Charity, encontró a una persona con la cual la comunicación entre señas o gestos era posible. Llegaron al punto de no comunicarse por medio de palabras, sin darse cuenta, inventaron un lenguaje nuevo. Era emocionante verlas, pero tras la partida de Gala a la habitación, haciendo lo que Amanda le había pedido, nada era tan emocionante en realidad. No cuando Amy se enfrentaba a un vampiro totalmente fuera de sí, capaz de volarle la cabeza si fuese necesario.
Pero claro, lo que no sabía era que, Benicio nunca sería capaz de levantarle la mano, ni a ella ni a ninguna mujer. Pero el hecho que Amanda sea el amor de su vida, la hacía asegurarse un puesto seguro en el que aquel hombre, jamás abusaría de ella, jamás, en toda la extensión de la palabra y lo que en realidad significaba la misma.
Soltando un hálito de silencio que el hombre quería romper además de la pared en cuestión, sin darse vuelta a verla, siguió en la misma posición, mientras rompió tensión:

— ¿Qué tan bueno ha sido? —Preguntó con un tinte de morbo y ofendimiento. Se sentía más que traicionado. Un poco hipócrita de su parte si Amanda supiera, al menos, que él no la había pasado tan mal en su ausencia.

— ¿Qué tan necesaria es esa pregunta? —Cuado Amanda le dijo eso, no hubo más que tristeza y angustia en sus palabras, no quería pelear, no ahora al menos.

—Lo suficiente para que mis sentimientos terminen rotos de una buena vez, en lugar de seguir creyendo en la estúpida idea de que algún día nos esperará algo mejor que esto. —Benicio largó todo sin más.
Amanda estaba sorprendida, sobrecogida por escuchar al hombre de pocas palabras y sentimientos escondidos en el interior, haber hecho una pseudo declaración en la que, quedaba al descubierto sin remordimientos o arrepentimientos, cuanto la seguía amando. Y era mucho, por cierto, a cada segundo ese amor aumentaba sin repararse en cantidades.

—No tiene por qué ser así. —Aseguró Amanda, acercándose a él, poniendo una de sus manos en la espalda tensa de Benicio, que pareciera haberse encogido al tacto de la mujer. Se dio vuelta para mirarla de frente y sus ojos se volvieron los de un perro mojado, uno que necesita cariño, palabras de afecto. Uno que ya está harto de ser pateado de manera simultanea a la que se lo abofetea y se le prohíbe comer.

— ¿Cómo tiene que ser, entonces? —Él agarró el rostro de la chica con las dos manos, con miedo, pero sobretodo, con una incomparable angustia al pensar que otra vez sería rechazado —. Porque dime entonces como hago para que esto pare, te amo Amanda, y no es algo para tomar a la ligera.
Amanda vaciló y sus piernas le fallaron, como casi siempre lo hacían en momentos así. Hubiese deseado poder decirle te amo en voz alta, tal como lo hizo él, pero no lo merecía. Un odio inundó sus pensamientos, ella no lo merecía. No era justo tener que decirle que su corazón batía duelo por dos personas, por él y por Andrés, quién aun era peor porque estaba muerto, y si Benicio escuchara aquella estupidez, lo menos que podía hacer era ofenderse, porque, en cierto modo era algo de locos que su amor no fuese incondicional por culpa de un tercer hombre, así éste no haga nada más que interrumpir entre ellos mediante los recuerdos de la mujer.

—No siento nada por él. —Le hizo llegar a oídos de Benicio quién se mostró sorprendido. Amanda se refería a Dante.

—Tus labios no dicen lo mismo. —Replicó el vampiro, un tanto confuso e ilusionado a la vez porque aquellas palabras sean ciertas.

—Mis labios son la prueba. —Confió Amy, con vergüenza. Ese sentimiento era algo común en ella, más cuando tenía que afirmarle a aquel hombre, que anteriormente tuvo su cuota de pasión con otra persona que no era él. —Ahora si me permites, —le dijo haciéndose a un lado, —debo descansar, estoy agotada.

Y huyó corriendo a su habitación. Estaba abatida y no confundida como podría haberse llamado ella misma. La confusión era algo de lo que había quedado libre desde que la batalla terminó llevándose una gran parte de ella a la tumba. Su abatimiento se debía a la simple razón de verse en una encrucijada que le partía la razón en dos.
¿Andrés o Benicio? Bien sabía que los dos juntos no podían ser dueños de sus sentimientos correspondidos, por el contrario, a pesar de eso, lo eran al mismo tiempo. Lo que dejaba un dolor mórbido en aquella elección, es que uno pertenecía a la vida, irónicamente aunque su corazón no latiera, y el otro… bueno, el otro no era más que cenizas sobre un terreno baldío. 




Próximo capítulo de Efecto Lunar, la tercera parte de la Saga DESPERTAR, estará disponible el día 31 de Mayo por el cumpleaños de Ceci Ctm

1 comentario:

  1. mi amor es satisfizo no satisfació.... me encanto el cap!;)

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