miércoles, 2 de marzo de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 7 "Visitante celestial."





—Ni enfermo.

Fue la primera cosa que surgió en la mente de Andrés. De ninguna manera aceptaría ir a ningún lado con la loca de Galadriel —porque para él estaba loca—primero muerto. Aunque claro, ya lo estaba. No entendía que era lo que Benjamín encontraba atractivo en esa mujer, pero podía casi asegurar que su intromisión-en-absolutamente-todo no era lo que más le hacia despertar un sentimiento por ella.
Porque que me parta un rayo una y mil veces —pensaba por dentro— pero a mi que no me joda con que son grandes amigos desde hace mucho tiempo —presumía,  su hermano no iba a engañarlo en ese sentido, sentía algo por Gala y jamás se pudo atrever a admitirlo. En una oportunidad, hace más o menos unos ciento noventa y nueve años, él le había confesado a Andrés que estaba haciendo todo lo posible para emparentarlos, porque a pesar que ella le parecía muy dulce, Benjamín no sentía que era lo suficiente para Galadriel. ¿Pueden imaginarlo? Claro estaba que el mayor de los Casablanca tenía otra visión para con su hermano, una muy distinta, inclusive de la que él mismo se tenía. Por supuesto que Andrés se rió en su cara y le hizo saber lo mucho que se equivocaba, pero no de la manera que un hermano puede consolar a otro diciéndole “es incorrecto tu suposición, porque de hecho, pienso que eres la persona perfecta para ella, no yo” sino que lo hacía con la malicia de pensar “si supieras lo malvado que soy, no estarías sirviéndomela en bandeja
Andrés no era un hombre de límites, le importaban muy poco y había establecido su teoría de están-hechos-para-quebrantarse, llevando a la práctica su hipótesis. No era eso lo que le hacía tolerar medianamente a la amiga de su hermano, sino su respeto por él. A pesar de que estaba dejándolo al margen de todos sus planes —solo en la palabra, porque en los hechos, Benjamín formaba parte, inconcientemente— él sentía una fuerte obediencia para con su hermano a pesar que últimamente no se estaba notando demasiado.
Se levantó del sillón después de reflexiona sobre nada importante,  cuando sintió el motor de la lancha que Pedro tenía en el Vintén para cruzar el Río hasta la Isla, se asomó por la ventana corriendo cuidadosamente las cortinas que había cerrado hacia instantes. A él le gustaba la casa-cabaña en la que había hecho quedar a todos, era espaciosa, fina y delicada y aun conservaba algunos adornos de época como lámparas o mismo la chimenea que se había traído desde Londres, uno de los lugares donde se había instalado hacia muchísimos años atrás, para reacomodarla en su nuevo hogar. Las cortinas había tenido que cambiarlas, puesto que siempre tendían a envejecer y ponerse indecorosas, las que tenía ahora, sin embargo hacían juego con todo lo que había dentro del living, eran de un color azul oscuro que contrastaba con muchos trastos de valor que habían en las paredes o parte del mobiliario, como la pequeña vasija que estaba apoyada sobre la mesa ratona o mesa de té. Las paredes eran blancas, y los pisos de madera, dándole un aspecto rústico. Si había una época que a él le fascinaba, era la victoriana. Adoraba la simplicidad y la eficacia con un toque de modernidad —al menos para ese momento y en la actualidad, solo para los que admiran ese tipo de arte— que le daba el triunfo respecto al mobiliario inglés. Esta cabaña, era un rejunte de objetos de valor que volvían loco a Andrés. ¿Quién iba a pensar que él alguna vez apreciaría este tipo de cosas?
El sueño de toda mujer, un hombre que se encargue de las decoraciones interiores y exteriores. Pero también, la pesadilla. Cualquier ama de casa desesperada compensaría esas dos cosas y lo aceptaría. El lema de dicha señora sería por siempre «muerta pero a la moda.» Y es seguro que alguna accedería, y que las dos sucederían.
De la Inglaterra Georgiana se había traído un juego de sillas que ahora estaban en la cocina alrededor de la mesa, eran de laca adoptadas al gusto europeo, negras con almohadones rojos muy llamativos, como la sangre, irónico por cierto.
Era algo así como muy feliz con todo lo que tenía, aunque visto desde otro punto, algo frívolo. Cuando las cortinas estuvieron de par en par otra vez, Pedro y su mujer ya estaban en la lancha a punto de partir hasta el otro lado. Andrés no podía compartir el gusto que dos seres humanos podían llegar a tener para compartir una vida mortal junto a otra.
— ¿Qué tipo de afinidades son necesarias? —Se cuestionaba incesante— como para desperdiciar tantos años en una misma persona, escuchar siempre las mismas cosas, ir siempre a los mismos lugares, y aun así nunca es suficiente —hizo una pequeña pausa entre pensamiento y pensamiento— al fin de cuentas son tan miserables que mueren.
Si su miedo rondaba bajo ese circulo inagotable de justificaciones por las cuales se excusaba y evitaba tener algún sentimiento, entonces más fuerte se volvía con su condición como vampiro, y por tanto, inmortal: Andrés no comprendía y tampoco interpretaba el interés que dos personas podían tenerse la una con la otra para jurarse dicho amor. Con esa conjetura tan clara, se le hacia casi imposible llegar a estimar siquiera permitírselo, teniendo en cuenta que vivía para siempre.
Para siempre es mucho tiempo en su término lingüístico, nunca bajo ninguna circunstancia iba a dejarse llevar. Y aunque no lo crean, con eso estaba teniendo un acto de bondad y consideración con la persona que sea capaz de robar su amor
Pobre quien lo intentara… preferiría matarla antes de involucrarme —Cuando se señalaba que Andrés destruía para construir, a diferencia del resto, de eso se estaba hablando: si tenía que tomar una vida para hacerse más fuerte, lo haría sin temblar.
Obviamente que en su vocabulario, construir, para él, significa otra cosa.

*

Como era de esperar, Benjamín quería estar solo, solo él y sus reflexiones. Tanto así que cuando Galadriel tocó a su puerta, él se negó a responder y siguió sentado en su habitación con un libro en la mano, que pretendía leer cuando no había leído al menos el nombre.
Sus dedos golpeaban la tapa dura del mismo una y otra vez, echó su cabeza en el respaldo de la silla de descanso y la reclinó para que el apoya pie descienda y así poder estirarlos. No era nada raro lo que estaba pensando, no era nada loco ni distinto de lo que venía atormentándolo en estas últimas veinticuatro horas desde que había llegado, y tampoco en estas últimas semanas en las que Andrés había decidido ir a pasar un tiempo a lo de Benicio, como tampoco en el momento que Andrés se contactó con él para hacerle saber que su estadía allí se prolongaría por tiempo indefinido, cuando en realidad tenía que estar en ese lugar unos días, tal como Marcus lo había señalado para que le hagan llegar información de como iba el proceso de la nueva vampira recién nacida en el loco Planeta Tierra. Él mismo se había ofrecido a hacerlo, cuando en realidad Benjamín era quien se encargaba de esas cosas. Su acelerado interés e impaciencia lo había puesto en evidencia en ese entonces, pero Benjamín pensó que era ansiedad por hacer algo distinto, al fin de cuentas ¿a quien no aburre la vida eterna en algún momento? Y ya que Andrés, dentro de todo, había sido su hermanito menor al que siempre trataba de mantener al margen de problemas, una oportunidad de deshacerse de una obligación sin sufrir consecuencias significativas no iban a venirle mal, por eso no se opuso. Pero ahora, estaba replanteándose si había actuado correctamente. Y no discernía si la actitud de Andrés había sido casualidad o planeada con anticipación. Si la segunda opción era cierta, le restaba averiguar cual era el punto de interés que al parecer tenía Amanda tatuado en la frente, el cual no podía distinguir a simple vista. En cambio si la primera opción era veraz, al menos se quedaría tranquilo y podría pensar en Amanda como una prueba del destino para que de una vez y por todas, Andrés siente cabeza y aprenda lo que es el amor.
Si bien ella no era una de sus preferidas, sentía algo de lástima por la mujer. Benjamín no se consideraba un hombre fácil de tratar, la mayoría del tiempo se la pasaba leyendo o trabajando, su personalidad se había formado mediante el silencio, convirtiéndolo en un solitario. Claro que sentía compasión por la muchacha, ella era una bebé hablando de vampiros y vampiresas, tenía que lidiar en una casa donde nadie la mira ni para decirle buen día. Si bien la chica para él era más bien, como la había apodado «monstruito» tenía que entender que por algo estaba bajo su mismo techo, Andrés la había traído.
¡Pero claro! Benjamín había estado muy preocupado en algo-esta-tramando-Andrés, como para pensar por tan solo un instante que a lo mejor se había enamorado, y lo nervioso que él lo había encontrado era por un crédulo y mundano motivo: presentarle la novia a tu hermano mayor nunca es fácil.
— ¿Cómo no lo había pensado antes? —se sorprendió mientras decía en voz muy baja— tal vez todo se trate de eso y yo preocupándome por cosas mucho más graves —miró el libro sin ver realmente lo que tenía entre sus manos— Gala me lo estuvo diciendo repetidas veces, Andrés está enamorado, ella no podría equivocarse, es mujer —fabuló en su mente— las mujeres andan con todo eso de la intuición —y su rostro generó una media sonrisa nata desde el corazón, como hacía tiempo no se le veía, salvo cuando estaba cerca de Galadriel, o cuando ella lo rodeaba con sus brazos— creo que es muy buena idea salir todos juntos como quiere Gallie —Y se levantó de su asiento tan rápido como pudo.
Antes de abrir la puerta, se dio cuenta que llevaba el libro que había agarrado al azar de uno de los estantes en la biblioteca que tenía Andrés en una de las habitaciones, cuando leyó su titulo: Crónicas Vampiricas: Invocación, de LJ. Smith.
Suspiró, lo dejó en el borde de la cama y agregó para si mismo en voz alta:

—Y bueno —hizo una pausa— si Damon cambio tanto por Elena… —quedó pensativo para terminar— quizá sea el turno esta vez de un vampiro real —sonrió abiertamente, abandonando su cuarto.

Lo que Benjamín no recordaba, era que Elena se había tenido que sacrificar por el resto. La historia, como todas, tenía sus contras.

*

—Servicio a la habitación —se oyó con un leve cantito.
Eso fue lo primero que escuchó Amanda mientras envuelta todavía en la toalla, buscaba en su placard algo que ponerse, la ropa era tan linda y tanta que no podía decidir.

—Adelante —le respondió a Galadriel que entraba con una hermosa bandeja plateada de mangos en espiral. No había solamente lo que ella distinguió como sangre por su aroma, sino algo más. Gala le había traído comida, comida humana parecía ser—. Pensé que no podía comer de eso —dijo Amy señalando con el dedo índice y frunciendo un poco su nariz.

—No seas ridícula, por favor —contestaba riendo, sorprendida por la acotación de su futura nueva amiga— podrías comer pasto si te vinieran ganas ¿quién podría decirte que no? —y le guiñó un ojo cordialmente mientras se iba acercando a la cama para sentarse y apoyar frente suyo la fuente.

—No, bueno sí es cierto…. —dudaba— ¿tiene rico sabor? —preguntó curiosa, mientras se iba poniendo un vestido color piel bastante sencillo comparado a los demás que colgaban del placard.

—Te queda hermoso —incentivó a Amanda con la mirada—. Realmente hermoso, si ¡woow! —estaba sorprendida.
¿Quién iba a decir que una vampiresa tan bella como lo era Galadriel podría alagar de esa forma a alguien tan común como Amy? No es que ella no fuese linda, sino que no se sentía de esa forma. Mientras se sonrojaba, miraba de reojo al espejo para comprobar que fuese verdad lo que la rubia vampira le decía. Ella no se veía así, pero asintió con un gesto de cabeza dando a entender que al menos estaba bastante pasable. Su vestido no era de fiesta, ni para una reunión muy importante, aunque para andar entre casa o salir a pasear casualmente era muy lindo. Hacía algo de frío, pero ahora al estar mejor alimentada, descansada y a vísperas de volver a comer nuevamente  lo que Gala le había traído, su cuerpo no estaba sintiendo la baja temperatura. Menos mal, porque lo que había elegido ella como atuendo del día era bastante ligero. Por empezar sus mangas eran más bien tiras finitas, ascendían por sus hombros del mismo color que el resto, bastante ceñido al cuerpo y algo escotado, tampoco era largo, llegaba diez centímetros por encima de su rodilla.
Amanda caminó descalza sobre la alfombra, y se sentó justo al lado de Gala, cuando tomó el primer panquecito que reposaba con la postura de quiero-que-me-coman.
Era un típico muffin glaseado, de chocolate, su preferido, decorado con azúcar rosa y estrellitas verdes. Hacia muchos años que no probaba uno de estos, y en cuanto el mini pastel entró en su boca ella cerró los ojos, como si hubiesen pasados años de la última vez que comió —cualquier cosa sea— en su vida. Devoró con rapidez los tres que reposaban en uno de los platos, y siguió por el tazón con cero negativo.
Ahora estaba placidamente satisfecha y con un mejor humor, su dolor de cabeza había desaparecido y se sintió aliviada.
Una vez que terminó de deglutir —y después de haberlo estado haciendo al menos durante cinco minutos callada la boca, mientras Gala la miraba con ojitos fruncidos y risueños, como un personaje de dibujos animados japoneses—suspiró y echó sus hombros hacia atrás, apoyándose al igual que lo estaba haciendo su acompañante sobre el respaldo de la cama.

—Fue genial —le dijo Amanda entre bostezos.

— ¿Todavía tienes sueño? —preguntó sorprendida.

—No, no —aclaró su garganta— es decir, después de tanta jaqueca… comer bien fue bueno.

— ¿Jaqueca? —Cuestionó Gala con un interés repentino y algo preocupada— ¿Estas queriendo decir que tuviste migraña, dolores de cabeza, etcétera? —Sus ojos se ensancharon como huevos.

—Sí… —le explicó— desde ayer, la cabeza me duele mucho… pero ahora estoy, yo estoy bien —trató de tranquilizar a la visitante, quién se estaba acercando cada vez más a ella de una forma entre protectora y preocupada.

—Eso es bien raro… Es decir, nosotros, nuestra especie mejor dicho —recalcó mirándola fijo a los ojos— no sufrimos de ese tipo de dolores humanos. Es bien raro—. Mordió su labio inferior.

—Soy una recién convertida —le recordó Amandasumado a eso no estuve comiendo bien.

—No tiene nada que ver —retrucó— ¿Estas segura que son dolores de cabeza, y no del corazón? —cuando Gala lo preguntó, la otra muchacha no pudo evitar sentirse invadida. Si bien Gala le caía muy bien, por alguna extraña razón, una voz muy interior le decía que no podía hablar de absolutamente nada, con nadie. Con nadie que no sea Andrés, claro está— ¿Hace cuanto que se conocen? —retomó la charla la vampira rubia

— ¿Qué nos conocemos? —se sorprendió por la pregunta. Pero seguía con el mismo problema. Con ese gran dilema. Ella no recordaba desde cuando se había encontrado con su “pareja” si quisiera catalogarlo de alguna forma. No entendía la razón por la cual su mente era una completa nebulosa, pero ese algo que tenía dentro la frenaba, para no contestar ninguna pregunta o duda.

—Esta bien… entiendo —agregó Galadriel— es muy pronto, y supongo que Andrés te tiene bastante amenazada —cuando ella pronunció la palabra amenaza, Amanda sintió como todo el cuerpo se le ponía tieso por el miedo. Ella no podía permitir que sugieran que Andrés la estaba intimidando. Si él se enterara que alguien sospecha de ellos… bueno, Amy sabía muy bien cual sería su destino. Pero entonces, Gala completó su oración: —Quiero decir, todos sabemos que es muy reservado, a lo mejor quiere esperar algo de tiempo para contarlo —avaló la muchacha de cabellos claros como el Sol.

—Eso creo —contestó, sintiéndose aliviada, sabiendo que al menos por unas horas más estaría a salvo.

—Tienes que entenderlo —comenzó a decir— él es muy callado, taciturno, a veces parece grosero o pedante —mientras la otra le hablaba, Amanda asentía con la cabeza, a veces sonriendo y otras solo sintiendo miedo, pero Andrés era tal cual lo estaba describiendo Gala ¿Cómo es que ella jamás había podido explicarlo así? —Pero estoy notando, hoy más que nunca, y apenas habiendo llegado que… —se frenó para tragar saliva, agarrar fuertemente las manos de la nueva vampira y continuar— que esta totalmente enamorado —¿enamorado? Pensaba Amy una y otra vez… era imposible, su hostilidad no lo permitiría jamás —y me arriesgaría a afirmar que… la dueña de ese corazón, que hasta hace unos cuantos siglos atrás era de piedra, eres tú. Convertiste su roca en el pacho en algo más terrenal.
Amanda estaba boquiabierta, nunca había conversado estas cosas con nadie y sentía algo de vergüenza, podía notar como sus mejillas se sonrojaban. El cuarto parecía achicarse cada vez más, aplastándola, dejándola tan fina como la hierva del parque. Si bien se sentía preparada para el amor, también conocía que su supuesta pareja no parecía muy seguro de si mismo. Ella era una chica inteligente y aunque no sabía de donde venían los reflujos de pensamientos que en ese momento estaba teniendo, habría pensado que alguna vez tuvo mucha experiencia en hombres. Pero se negaba al instante, cuando caía en la triste cuenta que no recordaba que había hecho una semana atrás.
La habitación le estaba dando vueltas ahora, hasta Galadriel había quedado muy por detrás de todo, parecía estar sumergida en un barro de color violeta, porque así lo veía todo —otra vez los dolores de cabeza no, por favor— pensaba. Pero no le dolía la cabeza, claro que ese no era el problema. Resulta ser, que tan ingenua e inoportuna, pensó lo que siempre hacía al menos en estas últimas veinticuatro horas cuando buscaba un por qué a todo. Si bien era de conocimiento publico que su relación con Andrés existía y era veraz —sino su hermano o mismo Gala cuestionarían o le harían saber— y si bien ella no podía recapitular ni ordenar los hechos paso a paso, había un elemento que la torturaba.
¿Qué tan cercanos estaban los dos? Es decir ¿a qué tanto habían llegado… sexualmente hablando? Eso la preocupaba realmente, mejor dicho, la avergonzaba un poco. Andrés le gustaba ¿quién no podría sentirse atraída por él con lo caliente que era?
Fue cuando sus pensamientos retomaron un camino totalmente distinto, y empezó a imaginarlo bien cerca de ella, estrechándola en su cuerpo, tomándola por completo con sus enormes manos. Respirándole bien cerca del oído, diciéndole que…

— ¡Amanda! —Galadriel la despertó del ensueño— Hoooolaaaa —repitió.

— ¿Qué? —preguntó fastidiada, pero no tanto al ver que todo el color violeta de su visión había desaparecido.

—Nada mujer, me preocupé, quedaste en coma prácticamente —contestaba mientras daba unas pequeñas carcajadas—. ¿Y cómo te llevas con tu dulce, tierno y sexy cuñado?

— ¿Cuñado? —preguntó sorprendida.

—Planeta Tierra. Benjamín-hermano-de-Andrés por tanto, tu cuñado —su sarcasmo, notó Amanda, era encantador, no violento.

—Oh… él por alguna extraña razón no me quiere, lo pude leer —dijo con desgano.

— ¿Leer? –esta era la segunda vez que Galadriel se sorprendía con preocupación en los últimos diez minutos.

—Sí, su cabeza… sus pensamientos.

—Eso no es posible —pronunció la rubia mirando a la nada, entre susurros.

— ¿Piensas que estoy loca? —preguntó con curiosidad, sintiéndose un monstruo.

—No, no es eso… es solo que… —meditaba midiendo las palabras— es muy extraño que puedas hacerlo —se llevaba una de sus pequeñas manos a su frente, frotándola— teniendo en cuenta que… digamos estas casi recién convertida. Eso es algo que lleva años.

—Por favor —suplicó Amanda— te ruego que no se lo cuentes a nadie —decía mientras la miraba consternada— no quiero que piensen que voy a estar leyéndolos todo el tiempo.

— ¿Cómo funciona? —quiso saber.

—No lo se —le contaba algo confundida— a veces sus pensamientos vienen a mí. Generalmente los de Benjamín, muy cargados de confusión y preguntas. Con Andrés no me pasa, jamás se lo que piensa —alegaba algo frustrada— es muy intenso, hay como una pared, quise intentarlo al instante que una ráfaga de palabras vino desde la mente de su hermano. Pero nada. Resulta que cuando quiero  hacerlo un fuerte dolor de cabeza me invade, como si al intentar entrar fuera despedida muy lejos. Pero… —frenó ahí.

— ¿Pero qué? —Gala se acercó más cerca, como si deseara que nadie más las escuchara.

—Creo que cuando duermen están más vulnerables, en ese momento me creo capaz de poder intentar algo, aunque no quiero… no quiero hacerlos enojar —terminó Amanda con total sinceridad.

—Bien —concluyó Gala— será nuestro secreto. Que no se hable más del tema. Por ahora —hizo una gran pausa— ahora a descansar de nuevo, a la noche vamos a salir, así que… vas a tener que ir pensando en arreglarte un poco. Sólo queda convencer a los hermanitos-macana—. Se puso de pie, saludó a Amanda que la miraba confundía mientras asentía positivamente, y se retiró del cuarto.

*

Dante podía haber sacado miles de conclusiones acertadas o no del paradero de Amanda una vez muerta. Pero jamás, en toda su vida, ni siquiera en cientos de años hubiese pensado que ella se había transformado en vampiro. ¿Qué clase de broma morbosa era esta? Estaba confundido, adolorido, lastimado, atacado. Sus ojos centellaron algunas lágrimas que se convirtieron en cristales al caer en suelo firme, si bien necesitaba respuestas, teorías, hipótesis o por lo menos la verdad, no se encontraba en condiciones de pedirlas al instante. Desde que escuchó esa palabra, desde que escuchó lo que el amor de su vida era en la actualidad, su pecho se congeló. Entrecerró los ojos varias veces seguidas con el  impulso de concentrarse y pensar con claridad, o al menos intentar oír los latidos de su corazón, si es que éste seguía bombeando, porque lo que pasaba realmente era que la sensación que tenía era la contraria, era la de creer que su pulso se había detenido hacia siglos. Bajó la mirada hacia sus zapatillas negras con suelas blancas bien acordonadas porque sentía que la luz lo estaba cegando, y entonces miró las palmas de sus manos. Es que realmente el muchacho pensaba que estaba muerto cuando intentó verificar si el rigor mortis no había empezado a hacerle efecto.
Sumado a todo, esto era mucha información. Pero entonces sus recuerdos fueron directos a un lugar, a un momento preciso. Hacía unos meses atrás, cuando se había juntado con un amigo que hacia muchos años —más precisamente desde que Amanda había muerto, si es que en verdad lo había hecho— no veía, la gran salida había sido ir a una guerra de almohadas al Planetario, en el barrio de Palermo, acompañado por como ya se mencionó, su amigo, y la mujer de su amigo que estaba embarazada. En un momento algo muy extraño sucedió, se cruzó con una mujer, que al verla… bueno, al verla no solo que pensó que estaba soñando, o muerto —solía pensarlo cuando algo loco pasaba, y eso era muy a menudo— sino que lo primero que se le vino a la mente era la retorcida idea que ella estuviese vivita y coleando por algún rincón del mundo. La mujer con el gran parecido a su amada estaba distante y Dante lo había entendido.
Ya que no es muy común hablar con extraños porque sí y pretender que estos te cuenten detalles de sus vidas— se decía. Si bien la situación era una mierda para él, lo soportó como un hombre hasta que el acompañante de la chica había aparecido en escena llamándola Amanda. ¿Genial, no? No es que ahora ese nombre esté patentado pura y exclusivamente para su novia muerta ni mucho menos, pero no creía en coincidencias ni en casualidades, más bien en las discrepancias y en causalidades. Pero todos iban a pensar que estaba loco, y que lo parta un rayo demonios porque ¡Hooolaaa! Él cayó del cielo.

—Era ella —interrumpió Alma, leyendo sus pensamientos.
Dante tenía las manos cerradas en un puño, mientras negaba con la cabeza, fuera de sí.

—Eso es imposible —respondió con violencia entre dientes.

—Era Amand… —trató de explicar el Arcángel, pero fue interrumpida.

—Ni te atrevas a nombrarla —sonó como una amenaza, aunque no era así.

—Algún día vas a tener que afrontar que ella esta muerta. 

— ¿Lo está? Por que en tu jodida idea, ella camina por las calles como una más ¿O no? —Preguntó conteniendo las lágrimas, mordiéndose la boca.

—Esta muerta.

—No dijiste lo mismo hace un rato —reprochó.

—Dije que era un vampiro. Dos más dos es cuatro Dante, lo siento, pero eso es estar bien muerto.

—No opino igual. Ella puede comer, correr, respirar y quizá cuantas cosas más.

—Créeme, no necesita hacer eso último —indicó la mujer. Los ojos del muchacho y su rostro palidecieron en conjunto.

—Estas mintiéndome —manifestó— ¡Que mierda! ¿Para qué estoy aquí? ¿Esto es una especie de castigo de porquería o qué? ¡Por que no estoy tragándome un carajo! Mierda, quiero bajar ¡Dije, que-que-me-indiquen-la-maldita-salida! —gritó cada vez más fuerte.
Alma se le acercó y lo tomó por los hombros, mientras él trataba de luchar contra el impulso de encajarle un buen puño cerrado en la frente a ver si con eso la cortaba.

— ¿Perdiste el juicio o qué? —pregunto con la paciencia por el suelo.

—Ustedes lo perdieron por completo, eso y algunas neuronas en el camino, quiero irme, ¡abran la puta puerta! —exigió el hombre dando vueltas en círculos de un lado a otro.

—Como quieras —respondió Alma.

—Bien. Hasta nunca —respondió Dante, mientras por lo bajo susurró— arpía.

— ¡Te escuché! ¡Te oí! —gritó un poco ofendida. Dante chistó y comenzó a caminar. Pero la mujer advirtió —es una lástima que la dejes morir…. De forma definitiva, quiero decir.
Él, quien hasta el momento había pasado por alto todas las sugerencias del Arcángel, ahora se giró sobre su mismo eje con sorpresa e incertidumbre en su rostro. Si bien no creía cien por ciento todo lo que estaba escuchando, no pudo evitar sentir un pinchazo en su cabeza, algo que le decía — ¡maldito estúpido frena ahí, y a abrir los malditos oídos ahora mismo! —Era la voz de su conciencia… generalmente se llevaban así.

—Escucho —le dijo a la chica, y cuando vio que esta no le contestaba repitió de manera impaciente— dije que te estoy escuchando. Vamos, rápido—. Mientras con sus dos manos hacía ademanes de adelante-lanza-la-pelota.

—Ya habrá tiempo para eso… mientras te explico, te voy avisando que vas a tener que ir a la casa de quien va a ayudarte. No preguntes por qué, no pierdas tiempo investigando idioteces. Vas a tener que, por primera vez que tu puta vida, tal cual dirías tú, apegarte al maldito plan. —A Dante le causó gracia escuchar maldecir a Alma, pero ella continuó mientras se acercaba — ¿Así está bien dicho? ¿Adquirí de forma adecuada el vocabulario que hubieses usado? –Una sonrisa invadió su rostro.


*

Sentado sobre el diván que estaba apoyado en una de las ventanas principales, Benicio pensaba como pepinos iba a hacer para encontrar a la mujer sin morir en el intento. O al menos rendirse una vez que la haya sacado del lado de Andrés. Esta no era una cuestión de hombría, no iban a medir quien la tenía más grande, simplemente quería alejarla de aquel monstruo. Si él iba a dar su vida por ella, entonces que los resultados valgan realmente la pena: Amanda “rehaciendo” su vida… otra vez, pero ahora, de forma diferente. Alejada de cualquier peligro por mínimo que sea.
Por muy raro que pareciese, Benicio estaba maldiciendo en sus adentros, recordando cada cosa que pudo haber hecho, sin embargo no hizo. Estaba tan frustrado que llegó a pensar que lo mejor hubiera sido dejarla ir, aunque más que desgraciado se sentía un egoísta de primera categoría. Si tan sólo aquella vez —hacia tantos años ya— hubiese podido simplemente dar media vuelta y escaparle a esa sonrisa que lo devoró en cuerpo y alma o hubiese decidido irse muy lejos para no entablar ni tan solo una conexión visual, todo esto no estaría pasando.
Sí, por supuesto que se sentía patético, arruinado y egoísta. Puso por delante su satisfacción personal, claro que lo pasó bien. Fueron los mejores dos años de su vida cuando conoció a Amanda, allá atrás en el tiempo muy alejado de la realidad que hoy estaba viviendo. Quiso ocultar su condición por sobretodas las cosas y se mantuvo a raya hasta que la niña mujer de ese entonces lo había descubierto. A partir de ahí todo se fue al infierno, valga la redundancia. No sólo que le había mentido por dos largos años, sino que a partir de ese momento la había condenado a una eternidad de infortunios que se repetirían una y otra vez. ¿Todo gracias a qué? Solía preguntarse estas últimas horas muy a menudo. Todo por mi ambición y egocentrismo. Esto fue por pura codicia —afirmaba sin perdonarse.
El problema estaba que Andrés no sólo se la había llevado vaya-uno-a-saber-donde, sino que además al controlar la mente no sólo ejercía un control sobre ella, sino que una barrera imposible de cruzar, por ende, a no ser que algo cayera del Cielo jamás iba a encontrarla.
Fue entonces en ese momento, como una ironía de sus pensamientos, que el timbre sonó despabilándolo. No tenía idea quién podría ser, él no hablaba con absolutamente nadie, y que toquen a su puerta era raro de por sí.
Se apresuró con impaciencia y en cuanto su mano se puso en la manija, trató de olfatear y nada. No sintió nada más que una marcada insistencia de su visitante al otro lado, que volvía a dar un par de timbrazos.
Cuando la abrió, su mandíbula casi cae al piso.  Lo tenía enfrente, con ese aire tan despreocupado que imaginaba que el hombre podía llegar a tener. No es que jamás lo hubiese visto ni nada parecido, es sólo que cuando Benicio hacia ese tipo de visitas, trataba de obviar su presencia, es decir no es que pudieran verlo, se mantenía al margen, pero cuando trabajaba de espía para ver a la mujer que amaba, solía crear en su cabeza una separación entre ella y… bueno, quien tenía ahora enfrente.
Era Dante, observándolo con impaciencia y esa mandíbula que tenía bien apretada casi todo el tiempo tratando de contener tanto dolor o impotencia. El visitante no dudó en apartar al vampiro de su paso como si no le importara, ingresando a la casa como si ya la conociera o como si el dueño fuese amigo de toda la vida. Una vez dentro, Benicio no hizo más que girar sobre si mismo para observar con que facilidad su nuevo acompañante había dejado un bolso sobre el suelo, mientras que las primeras palabras que pronunció fueron:

—Vamos. Yo no te caigo bien, tú no me caes bien. Terminemos con esto — Concluía Dante su perfecta especulación.
Las cosas no iban a ponerse fáciles. 

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