domingo, 20 de febrero de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 4 "La huésped."




Cuando bajaron al living ya no hacía tanto frío. La lluvia había cesado y con ayuda de la calefacción el clima era adecuado, diferente a los estados de ánimo de los tres habitantes en la cabaña.
Benjamín por un lado estaba molesto, ella le caía mal y ya lo había dejado en claro no solo con indirectas o miradas, la pequeña charla que mantuvo con Amanda había puesto de forma cristalina que eran rivales, o que al menos, iban a serlo muy pronto. Andrés serio e impoluto como siempre, como si no le importara absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo en esa casa, mostraba que fingir que nada ocurría iba a ser su estrategia.
La vampira, por otra parte estaba nerviosa y endeble, como si en cualquier momento fuera a desaparecer de la faz de la Tierra.
Algo se aproxima, meditaba una y otra vez, y eso la tenía paranoica. Si tan sólo pudiera encontrar en su cabeza un indicio de qué era lo que la tenía tan perturbada, las cosas le resultarían más fáciles, o si al menos supiera que en realidad estaba siendo victima de un control mental bastante sofisticado en los de su clase, quizá podría tolerar el cargo que sobre sus hombros llevaba, pero claro, ¿de qué forma iba a permitirle a Andrés hacer una cosa así, sin oponer resistencia? Se opondría, por supuesto que lo haría. Amanda era testaruda, tozuda, caprichosa, altanera, contestadora, impulsiva, pero tenía un gran corazón y fuertes deseos de ser feliz. No importa cuan grande sea el enojo con Benicio, ni cuanto extrañara a quien creía que había sido su único amor, jamás, nunca en la vida traicionaría a quien fue su protector desde que despertó en esta pesadilla, a pesar que, de no ser por ese gobierno mental, sabría muy bien que ellos no se conocían desde ahora, sino que de otra vida, incluso posterior a la que tuvo con Dante.
La situación era complicada y nadie en este mundo o viviendo un millón de vidas hubiese querido ponerse en el lugar de Amy. Su estado de confusión era insoportable.
Cuando una persona se levanta después de pasar una acogedora noche durmiendo en su cama, va al baño, se ducha, se lava los dientes, se viste y comienza por fin el día. Al menos eso es lo básico que cualquier persona haría ¿verdad? Todos lo hacemos por que es un ítem primordial de nuestras vidas. Lo hacemos para vernos bien, para despejarnos o para impresionar a alguien que nos gusta. Desayunamos o lo pasamos de largo, vamos a trabajar para ganar dinero y poder mantenernos, o estudiar alguna carrera que nos interese para precisamente tener un futuro afable. Cada una de esas cosas las hacemos con un por qué establecido previamente, como cuando queremos besar a nuestra pareja o decirle que la amamos, inclusive que la odiamos. Hay una razón, un argumento, una explicación, somos dueños de la raíz y el origen de ese por qué. Poseemos el fundamento, la base que nos hace hacer lo que hacemos. Es mecánico, pero… ¿qué pasa cuando en la vida de una persona, eso no existe? Bueno, imaginen por un momento levantarse de esa siesta nocturna, y a los diez minutos encontrarnos en el baño tomando una ducha sin saber para que la estemos tomando o hacia dónde vamos. Darle la mano a una persona que no sabemos quien es, pero como un día te levantaste a su lado y no te animaste a preguntarle quien era o porque estaban en la misma cama lo hiciste. Así se sentía Amanda, y no se había dado cuenta de eso en la casa de Benicio cuando Andrés lo atacó, sino que ahora mismo donde estaba, en el living del Vinten Lodge, cuando apenas despertó en el auto de su acompañante, cuando estaba entrando, tomando la ducha e inclusive cuando estuvo a punto de besar al hermano menor en su nueva habitación fue cuando realmente entendió. Todo esto la estaba enloqueciendo, y no solo eso, sino que sentía como su cabeza estaba a punto de estallar o desmoronarse, y una de esas opciones iba a suceder sin lugar a dudas, quizá las dos juntas al unísono.
Tal vez hubiese estado más tranquila, dentro de lo azorada que estaba, si en la cara de los hombres que tenía a su lado en el living aconteciera la calma o el sosiego, pero no.
Ella veía a Benjamín con cierto escepticismo de que algún día pudieran tener una charla que no se fuera a las manos o con ella debatiendo que insulto le pudiera propagar. Lo veía lejano, como alguien inalcanzable, como la última persona con la que quisiera tan solo tener relación. A pesar de eso, después de observarlo unos minutos razonó que a lo mejor solo esté cuidando lo suyo, o tratando de proteger algo que quería mucho, y Amanda no supo discernir que era eso tan valioso que él estaba defendiendo con uñas y dientes, por decirlo de alguna manera. Quiso ponerse en su lugar, pero lo encontró bastante imposible de lograr, básicamente, porque ella no sabía frente a que estaban combatiendo. –Algo se aproxima –volvió a centellar su cerebro –algo muy malo – finalizó dando paso a una mente en blanco.
Sin embargo, no tardó mucho hasta que giró todos sus razonamientos hacia Andrés. Él seguía como si nada pasara, no miraba hacia ninguna parte, no decía una sola palabra, y seguía tan perturbadoramente callado como solía estarlo. Amanda empezaba a aburrirse como una condenada.


*



Estuvieron sentados los tres alrededor del fuego un rato largo y tendido, tanto que Amy comenzaba a fastidiarse a pasos agigantados. Estaba hambrienta, quería comer, la garganta se le estaba secando y comenzaba a arder, su estomago le daba las ordenes antes que su cabeza misma y si hubiese tenido fuerzas para arrastrarse del gran diván en el que estaba, le hubiese mordido el cuello a cualquiera de sus dos acompañantes sin dudarlo.
Benjamín estaba indiferente, él había comido durante el día, inclusive su dieta venía sin pausas a diferencia de Amanda, quien había probado el deseo de la sangre humana casi un día atrás. Estaba satisfecho y si bebía sangre iba a ser por gula, no por otra cosa.
Se acordó del pequeño incidente ocasionado por él en el baño cuando entró a intimidar a la muchacha y todo se le había ido de las manos, tanto así que terminó con la de ella en su cara, y… en forma de puño. Fue entonces cuando quiso ubicar en la recta histórica cuando había sido el día que las mujeres habían perdido el respeto por los hombres.
En su época, muy lejana a la actual, las mujeres trataban a los hombres de «usted» inclusive estando casadas, las decisiones las tomaban los esposos, se esperaba a que ellos lleguen para servir la mesa, y la economía era supervisada por el género masculino. Claro que no veía bien que las damas se quedaran sin nada cuando el señor de la casa partía al otro mundo, y bromeaba debes en cuando con que la chica que lo eligiera no tendría ese tipo de problemas mundanos. En fin, estaba desencantado de los cambios para mal que había tenido la raza humana en cuanto al respeto. En otro momento de su vida podría haberle dado vuelta la cara a Amanda de tan solo atreverse a levantarle la mano, hoy por hoy si lo hacía quedaba como un violento y machista.
Estaba sentado justo en el medio de los dos, de un lado tenía a Andrés y del otro a la mujer, su hermano menor permanecía quieto, mirando un punto fijo en el fuego, ella… bueno, comiéndose las uñas. Benjamín pensó severamente en tratar que su estadía en la cabaña del Vinten sea agradable, por Galadriel más que nada, y se propuso al menos por unos cuantos días evitar a la acompañante de su  hermano o bien unirse a ella, ¿y de qué forma? Intentando ser un hombre un poco más agradable –porque al fin y al cabo –pensaba él de manera solemne –puede que quizá encuentre algo bueno en Monstruito –recapacitó, usando el apodo que aplicaba en Amanda.

*


—Bien abuelitos, quiero comer —objetó Amanda en tono divertido y burlón. —Así que muevan. —Cruzó una de sus piernas, y empezó a hacer palmaditas con sus manos. Benjamín la miró de reojo rápidamente y se giró para entrecerrarlos.

— ¿La prefieres a temperatura natural o…? —preguntó Andrés y fue interrumpido por su hermano

—En la nevera hay bolsas, cero negativo. El microondas da una temperatura caliente —señaló de manera cortante, aunque tratando con todas sus fuerzas por ser amigable— no hay necesidad que tomen riesgos como ir a cazar de madrugada —apoyó sus palabras con vehemencia— además, ella está exhausta, mira su cara —. Le comentó a su deudo con afán de convencerlo para que permanezcan dentro de la casa.

—Es verdad… pero, yo pensaba que… —protestó Andrés— tal vez ella, bueno…—no finalizó su frase, cuando Amanda intervino.

—Es cierto, estoy cansada, quizá sea mejor comer dentro hoy. —Opinó mirando a Benjamín, agradeciéndole a su manera el haber sido tan considerado— ¿dónde está la comida? Yo podría ir calentándola para los tres —. Apenas pronunció las palabras con vergüenza, como si estuviera esquivando huevos de gallina.
Benjamín le señaló de forma comedida el camino, y ella salió dirigida por el mismo echándole un vistazo a Andrés quien la ignoró por completo.

Cuando Amanda se encaminó hacía la cocina para calentar sus bebidas, los hermanos quedaron bajo un silencio espectral más expuesto que mil agujas de metal, un silencio más peligroso que pedazos de cristal esparcidos a punto de ser estrenados con la caminata de una doncella virgen descalza. Si bien Benjamín quería ser amable –tan solo por unos días –por la llegada de Gala, Andrés no lo sabía, por ende el recelo y la tensión que había entre los dos en esa habitación era casi criminal.
Andrés suspiró una vez, desenlazó sus manos y repasó con su mirada el fuego encendido por un momento tan insignificante que sus ojos le dolieron al despreciar lo único en la sala que lo sacaba del mundo.
¿Qué aviva al fuego? ¿Qué le da razón para ser? Hay cinco elementos que constituyen una base verdaderamente importante en la filosofía china y por tanto también para el Feng Shui. Cada elemento esta presente en la forma de las cosas, en sus colores, en la composición de los materiales que lo forman. Las cinco energías se corresponden con cinco movimientos distintos, que toman cinco direcciones diferentes, de esta manera cada uno de los cinco elementos, van transformándose unos en otros, en progresión natural siguiendo un modelo cíclico
La madera era la única capaz de avivarlo, el fuego luego abonaba a la tierra, quien generaba los metales, estos al agua quien iban a alimentar la madera para luego volver a surgir, y así una y otra vez sin parar ni un momento en su eterno ciclo.
Andrés, miraba y se preguntaba entonces ¿en qué parte del ciclo se encontraría él mismo? Tenía algo bien en claro, Amanda era su madera. Muchos pensaran que el fuego era el más importante de todos estos ítems, pero sólo uno era capaz de prevalecer y regenerarse cuan Ave Fénix entre las cenizas, y esta era la madera. El fuego la consumiría, y luego desaparecería sin importar, pero… volvería a reavivarse cuando se echara más leña.
Sí, ahora Andrés sabía  a que parte de la cadena pertenecía, y no le estaba gustando. Él no quería ausentarse, no quería marcharse… no quería desaparecer extinto en la tierra.
Cuando sus razonamientos estaban tomando caminos escabrosos, los detuvo de un tirón recordándose para que quería a Amanda en su vida, para que la había vuelto a buscar: únicamente para conseguir a Dante, poder tomar su sangre y desligarse de cualquier relación con el Infierno.
Sólo bebiendo sangre de un ser angelical e inmortal le permitiría estar protegido contra Marcus, el Diablo, y así tener una traba que le permitiera mantenerse por obligación física y divina lejos de éste Ser al que tanto detestaba.
El mundo no se había creado de un repollo, y siempre habían existido dos grandes bandos, el bien y el mal, Dios y el diablo, Ángeles y demonios. Por ende, habían ciertas reglas a cumplir, que el Diablo no pueda pisar tierra divina era una de ellas, que Dios no se interponga en su camino, otra. Pero como en toda regla hay excepciones, ésta era una y muy importante; los súbditos del bando bueno y los del malo tenían permitido cruzarse, hablar, convivir, y Dios, para mantener seguros a los suyos, creó a diferentes tipos de Ángeles, con diferentes tipos de poderes, el Ángel de la protección ideó una especie de embelesamiento para combatir al mal, como quien dice, había una loca utopía que querían cumplir, y una de esas era sanar a los demonios, a quienes consideraban almas castigadas casi desde el vientre para servir a lo maligno, por eso en casos especiales la sangre de los Ángeles se consideraba sanadora, cualquier anticristo sobrenatural que la poseyera se libraría de la tortura de tener que regresar al Infierno a rendir cuentas, no por decisión propia, sino porque se crearía una especie de escudo mágico que los trabaría para no permitirles la entrada, y justamente es por eso que en el Cielo había seguridad, los Ángeles protectores instituyeron ese mismo amparo tanto para el lugar como para los suyos. Pero como todo, podía fallar. Se pensaba que el demonio bebedor de sangre divina, es decir la sangre de un Ángel, cambiaría automáticamente su ruta convirtiéndose en un Ser de luz. Si bien su naturaleza, en este caso la de los vampiros, quienes entraban en la categoría de demonio, seguirían siendo vampiros, al beber esta sangre podrían elegir al  bando del bien.
El Cielo quería regenerar todas las razas existentes, y esta era la gran lucha, porque desde el Infierno no se lo permitían.
Andrés desconocía esa parte de la historia. Él había matado varios Ángeles hasta que uno de los Ángeles negros le confesó los poderes curativos de la sangre pura de un inmortal, pero jamás le había aclarado que la intención de un sacrificio como ese era usado para regenerar a estos seres faltos de alma.
Los ángeles negros eran una especie de infiltrados en el cielo, su poder era precisamente este, el engaño. Eran tan buenos timando a sus pares que pasaban totalmente desapercibidos con su función de Ángeles Ayudantes.  Podrían preguntarse que ganaban ellos haciéndole creer a Andrés solo una parte de la historia sobre el Ángel Sangriento y no encontrarían respuesta, pero en verdad sí la hay. Andrés no quería ser bueno, a él le gustaba ser así, lo disfrutaba, por ende uno de los peores castigos es de repente conseguir ser alguien mejor a fuerza de voluntad, podría llegar a suicidarse o hacerse matar con tal de no ser así.

*

Amanda estaba en la cocina agarrandose de la mesada, se encontraba un poco mareada por el hambre y los azulejos estaban poniéndose borrosos. Sintió como empezaba a desvanecerse y luchó para mantenerse en pie, aunque le resultaba imposible. Miró a su alrededor y trató de pelear contra estos espejismos que estaban viniéndole a la mente.
A pesar que era muy de noche, desde el gran ventanal que asomaba en casi toda la extensión de la cocina podía ver una figura a lo lejos. Se refregó los ojos varias veces, pero hasta su propio tacto le hacía doler, sentía como si su sangre estuviese mezclada en un ochenta por ciento con ácido y sal. Miró hacia atrás para ver cual había sido el camino recorrido hasta llegar allí y se dio cuenta que era bastante largo, la casa del Vinten que habían escogido para pasar los días era una de las más grandes y espaciosas. Podría haber gritado para que cualquiera de los hermanos Casablanca venga a su ayuda, pero estaba bastante débil para emitir siquiera un quejido y por más buen oído que ellos tuvieran, no iban a escucharla, la distancia era realmente larga. Amanda no estaba coordinando y tomándose por la mesada intentó caminar como pudo para llegar a la manija del ventanal y poder abrirlo un poco para que todo ese aire invernal que había fuera entrara, a ver si eso la espabilaría un poco. Definitivamente necesitaba comer, sentía como sus colmillos empezaban a salirse de su boca, y como las encías estaban doliendo, podía advertir como estaba padeciendo ese suplicio.
Llegó finalmente hacia las grandes puertas de vidrio que cubrían gran parte de la cocina y aplicó toda la poca fuerza que tenía para abrirla aunque sea un poco. Apoyó sus manos en el cristal y suspiró para coaccionarlo, cuando su cabeza la volvió a tumbar, ahora no solo que todo le quemaba casi perforando su carne, sino que su casco estaba jugándole una mala pasada. ¿Acaso estaba viendo a una mujer a metros de esta puerta corrediza? Jalando con fuerzas venció, y el aire que entró no le hizo bien, fue como un golpe bajo, en vez de mejorarla la había empeorado. Estaban en invierno y las temperaturas del mismo eran por demás bajas, mucho más en el lugar donde ahora se encontraban con un Río a escasos metros. Amanda se agarró bien fuerte de su estomago que ahora empezaba a exigirle su alimento a los gritos, pero ella estaba desfalleciendo y trastabilló hacia delante, saliendo de la casa y sumiéndose al campo tan frío como estar bajo nieve.
No estoy loca —se dijo entrecortadamente cuando volvió a ver a tan solo unos seis metros de ella a una mujer rubia y muy hermosa— no estoy loca, la estoy viendo—. Repitió y calló de cuclillas. Estando en el suelo no todo era fácil, se sintió patética.
 —Esa mujer preciosa esta mirando lo estupida que me debo ver —pensaba Amy y se corregía casi al mismo tiempo —quizá solo está en tu imaginación —trataba de convencerse.
La mujer medía al menos unos diez centímetros más que Amanda, era delgada y su rostro era afinado, ella de rodillas podía reconocer todas esas cosas, parecía que todo se hubiese oscurecido dejando únicamente a la vista la figura de la desconocida, tan perfecta que dolía. Por un momento sintió pánico, miedo de que ese Benicio, el enemigo de Andrés haya mandado a alguien a lastimarla… a lastimarlos. La mirada de la rubia era neutral, pero sus ojos resplandecían a la luz de la luna mostrando en la vecina una preocupación maternal, y entonces Amy recordó a su madre. Recordó las noches en las que ella llegaba tarde, las noches en las que la esperaba para poder irse a dormir tranquila con que su hija estaba a salvo en casa. Pero también recordó a otra mujer, con una mirada más ensombrecida, a una mujer con una actitud triste, no recordaba quien era pero podría ella también haber pasado como su madre, era la típica mirada afectuosa y preocupada que emplea una mujer cuando su hijo se cae y se raspa una rodilla.
Eso era exactamente lo que decía la inspección que estaba haciendo la mujer rubia con su vista. Amanda sintió que en cualquier momento iba a abalanzarse y abrazarla, contenerla, sin embargo permaneció a unos cuantos metros de distancia observando el panorama de manera ecuánime. Amy trató de levantarse pero fue en vano, sus piernas le fallaron completamente, con una de sus frágiles manos casi congeladas por la baja temperatura trató de correr el pelo de la cara y se manchó un poco el rostro con algo de barro que había llegado a su suave piel cuando esta había tropezado. Maldijo de mala gana y temblando casi con nerviosismo a punto de entrar en una crisis se intentó pasar las manos sobre sus pantalones para quitar el barro cuando cayó en la cuenta que no llevaba pantalones. Por supuesto que no los traía puestos. Cuando Amanda salió de bañarse y Andrés la dirigió a su habitación para evitar seguir hablando con Benja, ella se puso la misma remera gris que ahora tenía, y en la parte baja llevaba un culot negro, así pensaba acostarse a dormir. Pero claro, había tenido un encuentro casi cercano con Andrés cuando su hermano mayor los vino a interrumpir para que bajaran a cenar y al parecer así se había quedado entonces. ¿Cómo le permitieron los dos hombres que ella bajara así? No podía creer como había llegado a mostrarse tan desinhibidamente ante un par de muchachos, pero quizá el estado de tensión en el cual los encontró Benjamín podría explicar un poco más que las palabras.
Por la sed de sangre que tenía, fue cuando entonces se dijo —eso quizá es lo que me hizo perder el juicio, por Dios —y sólo al gastar saliva diciendo esas palabras su garganta empezó a rasparle como una lija prendida fuego. Quiso gritar del dolor por todo lo que este le estaba causando en su cuerpo y no pudo, era como una típica pesadilla mundana en la que uno grita y corre por su vida, pero el sonido no se reproduce al salir de su boca, así como también por más rápido que queramos huir, nos encontramos siempre en la misma parte del trayecto, inclusive a cada paso más cerca de nuestro opresor o motivo de escape.
Cada extensión de su cuerpo estaba prácticamente convulsionando y temblando por la frigidez del invierno, estaba azotándola y Amanda ya no quería tocar ninguna parte de su figura por miedo a terminar arrancándose una parte de ella, se sentía tan congelada que imaginaba como su materia podría resquebrajarse en mil pedazos de un puñetazo, o simplemente de un pellizco. Pero si algo tenía que rescatar de toda esta situación era que al menos el ardor por la sed que había sentido hacía unos minutos ahora se había aplacado casi por completo, en tiempo presente su gran problema era saber a ciencia cierta si estaba alucinando con esa mujer tan hermosa o era que realmente se encontraba parada ahí mismo frente a ella.
No pudo batallar contra la voluntad de sus propios ojos que le pedían cerrarse de una vez, como tampoco con su mente, que le pedía volar muy pero muy lejos.

*


—Creo que tu muchachita —señaló Benjamín— está tardando demasiado —y aunque no fue un quejido, el tono de su voz daba muchas dudas al respecto —no creo que sea muy difícil poner una taza en el microondas, es un acto humano que habrá practicado alguna vez —terminó agregando con un poco de sarcasmo — ¿o no? –preguntó con inocencia fingida.

—Ella no es mi muchacha 3le hizo saber a su hermano mayor con mucho desgaste en sus palabras.

— ¿Y la de quién entonces? —le contestó con atrevimiento —porque podríamos presentarle algunos amigos entonces —le ofreció Benjamín de forma provocativa —a ver si con eso deja de ser tan gruñona.
Andrés lo fulminó con la mirada y descruzó sus piernas tan rápido que un humano se las hubiera quebrado de solo intentarlo.

— ¿Cuál es tu punto? —le preguntó el menor con violencia encubierta, presionando sus dientes al hablar.

— ¿Mi punto? —y sus ojos se ensancharon exhibiendo sorpresa… y sarcasmo —Si tuvieses intención de considerar cual es mi punto, no serías tan negligente.—. Finalizó mientras chistaba con la boca y hacia un ademán de manos que significaban restar importancia.

—Quien habla de negligencia —contestó Andrés muy molesto— un acto ampliamente desidioso el tuyo entrando al cuarto de baño cuando una señorita esta tomando una ducha —y posó su penetrante mirada sobre la de su hermano mayor, acusándolo. 

—No desvíes el tema —dijo Benjamín detonándolo con la mirada—. Empiezo a pensar que olvidaste hace mucho tiempo los rangos familiares —comentó en dirección muy clara. Él era el cabecilla de los Casablanca, y los únicos vivos de esa familia. Andrés debía mostrar respeto.

—Lo siento —y el sentimiento de Andrés al decirlo fue realmente veraz—. Estamos todos muy nerviosos —se justificó a medias— voy a ver si necesita ayuda en la cocina.
Y se levantó de manera instantánea cuando su hermano se le aproximó por la retaguardia y puso la mano en su hombro.

—Siento haberte ofendido —le confesó el más grande. Andrés lo miró despectivamente al principio, pero su mirada se tranquilizó, y el otro agregó —te acompaño.

Andrés se estaba preguntando si a lo mejor se le estaba ofreciendo una tregua, no era idiota y sabía que debía mantener las cosas calmas si quería seguir teniendo a su hermano al lado. Para bien o para mal era lo único que tenía en el mundo y debía cuidarlo. Increíblemente a pesar de todas las diferencias que cada uno tenía para con el otro, Andrés sabía que su hermano era muy importante en su vida y por eso jamás se volvió en su contra, y pensaba seguir de ese modo.
Cuando se iban acercando a la cocina el menor de los Casablanca se agazapó sobre sí mismo y quedó petrificado, Benjamín que venía atrás se chocó su pecho contra la espalda de su hermano y también quedó en silencio para descubrir que era lo que había puesto tan nervioso a su hermano. Andrés le hizo una seña al otro llevándose un dedo a la boca acompañado por un chistido y cuando Benja se lo contestó con una subida de hombros haciéndole saber solo con una mirada que no le interesaba mantener el silencio, porque no entendía que estaba sucediendo, Andrés lo apartó hacia atrás con uno de sus brazos. El cuerpo del hermano vampiro menor estaba paralizado y sus fosas nasales se ensanchaban y olfateaban todo alrededor. Su ceño estaba más que fruncido y dejaba ver una expresión de preocupación y de fiereza extrema las dos mezcladas en igual medida y proporción. En su cabeza centellaban millones de posibilidades, una de ellas iba directo hacia Benicio. ¿Acaso se atrevería a aparecer en la Estancia? No, no podía ser, Benicio no se alimenta de sangre de personas por lo cual sus sentidos no están tan agudizados como los suyos para salir a rastrearlos, pero… el día anterior había estado bebiendo sangre humana en forma de rebelión al estar tan enojado con Andrés y Amanda por haber salido a cenar juntos, y por vaya uno a saber cuantas cosas más, lo que le daba una gran ventaja para que realmente sí sea él quien haya irrumpido en el Vinten Lodge, aún así… aun así el aroma que olfateaba no era el de ese vampiro. Era más dulce, más delicado y familiar, aunque no lograba descifrarlo. Y tampoco era Amanda, ya que el suyo era embriagador y fascinante. Si bien el que ahora estaba sintiendo también era fantástico, no llegaba a ponerse a la altura de Amy.  

— ¿Qué es lo que esta pasando, Andrés? —preguntó en susurros Benjamín.

—Todavía no lo se —contestó con los ojos fijos en la puerta cerrada de la cocina.

—Entonces, ¿podrías quitar tu mano de mi pecho? —Interpeló su hermano con la voz entrecortada —estas dejándome sin… aire —indicó en un sollozo.
Y claro que estaba dejándolo sin aire, Andrés había intentado correrlo con su mano para que no avance delante de él y en el nerviosismo mismo olvidó retirar su brazo que apretaba como una barra de metal el torso de Benjamín cortándole la respiración.

—Oh —suspiró —claro, lo siento —y se retiró.

—No es nada —mofó con un quejido— pero… soy el mayor, tendría que ir delante de ti —le aclaró sin bromear— así que, a un lado jovencito —e intentó pasarlo para ocupar el asiento delantero.

—Ni en sueños —gruñó Andrés— Benjamín, hay alguien más en la casa —dio vuelta los ojos como leyéndole los pensamientos a su hermano y agregó con recelo —y no es tu Monstruito —completó con sarcasmo.

—No –afirmó con ímpetu —por supuesto que no es, ella no huele tan bien—. Y se apresuró quitando a su hermano del paso con total ardor. Escuchó como éste lanzó unas cuantas palabrotas con total fastidio pero no le importó.
Benjamín sabía que la persona que estaba en la casa, además de ellos dos y Monstruito no significaban una amenaza para ellos, podía olerla, podía sentirla ahora que abría sus sentidos.
Era Galadriel y había llegado.
 —Por fin —pensó en silencio.


*


Andrés tomó carrera contra su hermano y arremetió con fuerzas para entrar en la cocina antes que él. No quería que le sucediera nada malo, y para ser sinceros Benjamín no tenía muy buenas tácticas de lucha como las que tenía Andrés. La vida lo había hecho así, o quizás la muerte, pero al ser tan malvado uno al menos tiene que tener algo a favor, y es aprender a combatir contra cualquier Ser, ya sea humano o sobrenatural para poder salir ganando, siempre.
Cuando entraron a la cocina y vieron el ventanal de la misma abierto casi de par en par los dos quedaron desconcertados. Una fuerte ventisca estaba azotando todo a su paso y sintieron como el frío ascendía por sus cuerpos haciéndolos estremecer. Y entonces Andrés la vio, mejor dicho, las vio entrar.
Galadriel llevaba a Amanda en brazos cuando entró por la puerta gigante de vidrio y la depositó con cuidado en una de las sillas de la cocina, él estaba paralizado, no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando y su mandíbula se tensó por el desconcierto.

—Gala. —Pronunció el más joven con los dientes apretados— ¿qué le hiciste? –preguntó irritado mientras se iba acercando cada vez más, sigilosamente.

—Mis hermanos favoritos —contestó ella haciendo caso omiso a la pregunta de su anfitrión con una sonrisa arrasadora.

— ¿Qué es lo que estas haciendo aquí? —cuestionó Andrés muy serio, no es que Gala le cayera mal… es decir, siempre le molestó que Benjamín los quisiera emparentar y por eso prácticamente no tenía interés por ella, pero… que llegue alguien más al Vinten no era precisamente conveniente.

—Andrés —intervino su hermano para cortar la falta de respeto que de su parte estaba notando —no tuve oportunidad de decirte que estoy en la Estancia por unas cortas vacaciones —contaba ahora con una sonrisa mínima en su cara —e invité a Galadriel a que la pase conmigo, después de todo hace años que no la veo.

—Genial —dijo éste con plena ironía en su rostro— genial, genial, genial —y le dedicó una sonrisa a la vampira rubia con una gran cuota de sarcasmo en la misma—. Ahora, después de los honores, ¿serías tan amable de decirme que fue lo que pasó con Amanda? —y se cruzó de brazos a la espera de una jodida respuesta.

—Oh, con que Amanda ¿eh? —dijo la blonda con curiosidad mientras se quitaba su gran abrigo violeta oscuro— bueno, creo que se descompuso y… —continuaba mientras ahora ponía el abrigo sobre los hombros de Amy, que seguía descompensada —entonces justo yo estaba llegando y la levanté.

— ¿Dónde están las bolsas de sangre? —le preguntó Andrés a su hermano, ignorando la explicación de la nueva invitada, en tono exigente.

—En la nevera, ahí de costado —le dijo, secamente mientras se acercaba a su amiga para envolverla en un fuerte abrazo.

— ¡Cuánto tiempo! —dijeron los dos de manera unánime y rieron con alegría. Pero Galadriel no pudo evitar ver a la muchacha temblando por el frío y entonces se separó de su amigo y cerró las ventanas para impedir que el frío se colara dentro.
Andrés rápidamente había puesto un gran taper con sangre a calentar en el microondas mientras la vampira originaria y su hermano se abrazaban y se saludaban repetidas veces carcajeando una y otra vez ininterrumpidamente. –Cursi –pensaba por dentro mientras miraba de reojo a la pareja de amigos, indignándose entre tanta demostración de afecto.
Cuando el microondas anunció con el tercer timbrazo que su bebida ya estaba caliente, abrió la tapa del mismo y sacó el recipiente para verterlo dentro del termo de litro que tenía sobre la mesada, una vez que tuvo la bebida dentro lo tapó, y como si Amanda tuviese el peso de una pluma la cargó en su hombro al ritmo de —Ven aquí chica— y desaparecieron de la cocina dejando a su hermano con la amiga, solos.

*

Galadriel vio toda la secuencia, mientras Benjamín le preguntaba cosas trilladas de las que uno pregunta cuando ve a alguien después de tanto tiempo, y ella no apartaba la mitad de su vista de los hombros de Andrés y todo lo que estaba haciendo mientras Amanda se retorcía de frío sobre la mesa para comer que había en la cocina. Se preguntaba quien sería la chica, que estaría haciendo ahí, y todo ese tipo de cosas. Si de algo estaba segura Gala, era que Andrés era un solitario y malvado empedernido, y sus únicas parejas fueron mujeres humanas que le duraban una semana antes de que él termine hartándose y las matara de una manera sádica y cruel. Y por supuesto que no eran parejas tal y como significa la palabra, sino que una especie de compañeras a corto plazo que le daban algo de placer y por sobre todas las cosas un alimento totalmente balanceado, el tipo de sustento que Andrés prefería: la sangre humana recién extraída por él mismo, con sus propios colmillos.
Pero aquella chica a la que ellos presentaron como Amanda, no era una alguien común y corriente, era una vampira, y eso quería decir que… o Andrés se había enamorado o se había metido en problemas, problemas muy graves.
Cuando el ruido del microondas se hizo sonoro en la habitación, ella dio un respingo y se volteo para verlo llenar el termo con ese elixir y entonces sin más el tomó a la muchacha y la subió a su hombro llevándosela.
Esto es muy raro —se dijo internamente y se sintió consternada. Ella quería mucho a los hermanos Casablanca, si bien era amiga de Benjamín desde hacia dos siglos, también conocía a Andrés y le había tomado un gran aprecio. Además que alguna vez se sintió atraída por él, pero eso jamás funcionó. Dijo basta después de muchos años de sentirse rechazada por el hermanito menor y se propuso cortar con la cacería a lo cupido. Pero esta situación la estaba haciendo entristecer. Gala los adoraba, y no quería que nada malo les pase jamás. Ella al ser una vampira originaria, casi de las primeras, no tenía que servir a Marcus, su linaje estaba a salvo de permanecer bien al costado de esos arreglos, pero temía por Benjamín y su hermano, siempre lo había hecho, sobretodo por la conducta de Andrés.
Galadriel tenía uno de los temperamentos más hermosos en la faz de la tierra, era amable, dulce y considerada, amaba a los humanos ya que había estado enamorado de uno hacía mucho tiempo. Los veía tan frágiles que no podía evitar idolatrarlos y protegerlos como lo puede hacer cualquier persona frente a un gatito de la calle indefenso y desnutrido. Tenía un gran corazón y una bondad gigantesca, quizá por eso las cosas con Andrés no habían funcionado, y a lo mejor también por ese mismo don que ella poseía de simplemente-amar es que hoy por hoy se compadecía de Andrés. Cualquier persona normal optaría por odiarlo, sin embargo ella sentía misericordia.
Sin dejar de sonreír y frotando sus brazos para entrar en calor, dado que estaba bastante desabrigada sin su saco, el que le había prestado a Amanda, se sentó en la silla e hizo un gesto con sus delgadas manos para que Benjamín se uniera a ella. Le mostró una sonrisa cálida de afecto y él acepto la invitación, mientras primero tomaba una de las bolsas de sangre para agasajar a su huésped. 

—Siéntate —le dijo Galadriel, en tono de petición— no  hace falta que la calientes, así esta bien—. Y cuando Benjamín se sentó al lado, ella rozó con la palma de su mano la mejilla del hombre —estás enojado —y entonces él corrió su rostro, para que el contacto físico terminara.

—No, no lo estoy… —hizo una pausa y continuó hastiado— es ella, simplemente… —se mordió su labio inferior y revoleó los ojos —no se que es lo que mi hermano busca con Monstruito —y torció el gesto.

— ¿Monstruito? —Preguntó Gala sorprendida y rió— me parece una mujer muy linda… bueno, mujer —esa ultima palabra la puso entre comillas –apenas tiene la apariencia de una adolescente.

—Sí, lo se —la voz de Benjamín sonaba apagada, entristecida— pero tengo miedo que él este planeando algo grande —susurró acercándose a su amiga—algo que pueda ponernos a todos en peligro.

—Quizá debamos averiguarlo —la rubia guiñó un ojo y palmeó la rodilla del hombre.

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