martes, 11 de mayo de 2010

Novela: Despertar en el Infierno. Capitulo 15: before the pillows's war


Capitulo 15 *Antes de la guerra de almohadones*
La historia vuelve a ser contada por Amanda en lo que es "la época actual como vampiro"



Después de que Benicio me obsequiara el collar que me protegería de los fuertes rayos solares que dañan mi piel, me quedó en la mente, retumbando de manera incesante su última frase “Voy a cuidar de vos, por toda la eternidad”
¿Por qué él haría una cosa así? ¿Qué obligación tenía conmigo? Supongo que ninguna, era raro. Él, de por sí era demasiado raro. Estoy viviendo en esta casa de San Telmo que no se de quién es. ¿Acaso este era su lugar en el mundo humano? ¿Habría vivido acá con su familia? Mejor dicho… ¿Alguna vez tuvo familia? Por supuesto que sí, de algún lado tuvo que haber salido. No conocía nada de aquel misterioso hombre de piel marfileña, de rasgos hermosos y deslumbrantes, de piel fría como la nieve, aunque a mi tacto, era algo normal. Aquel hombre de mirada penetrante. ¡Por dios! ¡Que hermoso que es! Y aun mejor, que terriblemente misterioso me parece. Es, para mí, una película sin final. Un número nuevo de mi saga favorita. Con él, aunque parezca raro, siempre quiero más. ¿Pero de qué hablo si apenas hace horas que convivimos? Un momento… ¿Convivimos? ¡Todo es extremadamente confuso! No se donde estoy, en que año vivo, que hora es, ni quien es el hombre que me protege. No se nada. Sin embargo, a pesar de desconocer todo lo que me rodea, me siento protegida. Felizmente protegida.
Hacia ya dos horas que había salido a caminar. Inmediatamente cuando Benicio me rodeo con sus brazos para colocarme el collar y susurró en mi oído eso que me descolocó por completo, giré, le sonreí en modo de agradecimiento, y salí disparada por la ventana del living. No sabía que hacer, ni que contestar, ni que mirada dirigirle. Solo le sonreí. Y me fui. Estaba demasiado confusa como para pensar, y entonces fue que se me ocurrió dar un paseo.
Me encaminé a la plaza Dorrego en San Telmo, cerca de donde vivía. Ahí siguen juntándose hippies a vender artesanías tal y como lo hacían diez años atrás, y me senté justo al lado de unos puestos callejeros, a observar a la gente. Esta misma me respondía de manera asombrada. ¿Qué tenía? Además de un hermoso vestido que supongo, me puso Benicio antes de acostarme, o me cambio mientras dormía, y una macabra palidez, supongo que nada fuera de lo normal. Momento… ¿Benicio me había desnudado para vestirme? Me sonrojé. A lo mejor yo me había cambiado. Pero precisamente, supongo, que no hubiese elegido este vestido para dormir. Pero sigo pensando porque la gente me mira como si fuese un bicho en exhibición. Esta bien que era blanca por demás, ¿Pero acaso jamás habían conocido a una albina? Yo no lo era, pero… al menos mi color de piel sí.
Se me acercó más de un hombre a pedirme fuego, pero yo no fumo, y mi estadía sentada no fue demasiada. Seguí caminando por la calle Humberto Primo y llegué hasta la Avenida Paseo Colón. A partir de ahí no hice más que caminar en círculos, no quería perderme. Estaba cerca de casa, y pretendía volver con mi cabeza un poco más tranquila, cuando en una de las paradas de colectivo vi un gran cartel que ocupó mi mente. Era grande, más alto que yo. Bueno, a decir verdad no había que hacer mucho para superarme en estatura, pero sea como sea, era grande, y ancho, podría estirar mis manos y no alcanzaría a tocar el otro extremo. Negro, con estrellas diminutas en color celeste, y blancas, y fuegos artificiales, y muchas plumas… Era la invitación a un evento, al evento “Guerra de almohadas”.
Textualmente decía así: “Guerra de almohadas SÁBADO POR LA NOCHE-hoy-EN EL PLANETARIO GALILEO GALILEI – Av. Figueroa Alcorta y Av., Sarmiento. Palermo”
Estaba realmente asombrada ¡El planetario seguía existiendo! Me dio mucha felicidad… ¿Guerra de almohadas? Eso sonaba divertido. A lo mejor necesitaba un poco de la medicina que hacia olvidar,  olvidar… Olvidar todas esas cosas humanas que ya no podría sentir. Olvidar a la gente que amo, de alguna manera u otra, yo no les iba a hacer ningún bien.
Me acuerdo de la última vez que estuve en el planetario con Dante, nos volvimos peleados, porque  había encontrado un envoltorio de chocolate en la cartera, y él quería que yo hiciera dieta… ¡Si me viera ahora! Ahora era hermosa, y estilizada. Mi piel era perfecta… Ahora me amaría más, ¿No?
No quería pensarlo, me retorcía el corazón cada vez que intentaba acordarme de él. ¿Encontraría alguna similitud en el cuerpo anterior de Amanda y éste? Si me viera, seguro pensaría que bajé del cielo, por desgracia subí desde el Infierno y como mucho, quedaría deslumbrado ante tanta similitud. Pero jamás se le pasaría por la mente que la Amanda que murió hace diez años, es la misma que viste y calza en el día de la fecha. Apuesto a que pensaría “Oigan… ¿Por qué yo envejecí y ella no?” Seguramente nadie podría responderle ni de cerca con la respuesta acertada.
Era todo tan complejo que me costaba creerlo. Aun así, seguía con ganas de verlo,  de besarlo, de tocarlo, y de todo lo demás también. Tenía ganas de todo. Pero… no podía.
No todos están tan cercanos ni se muestran tan abiertos a lo infrahumano, y no veo porque Dante tendría que ser la excepción a la regla.
Así que seguí caminando. Y decidí volver, la sed de sangre que tenía me quemaba la garganta, necesitaba volver y buscar a Benicio para que me llevara a almorzar. Que lindo sonaba.
Para algunas parejas, y no quería decir que él fuese la mía, salir a cenar era algo de lo más común. Pero nosotros, no éramos comunes. Nosotros bebíamos sangre e hipnotizábamos a la gente en cuanto deseáramos algo y corríamos a grandes velocidades pasando desapercibidos al ojo humano. No, definitivamente no éramos nada comunes.
Cuando estuve a unos cuantos metros de la ventana de abajo que daba al living, tomé carrera como si la necesitara y me puse una meta, entrar volando por ella. Obviamente que el termino no era volar, ya que no podíamos hacer cosa tal, pero, era una forma de decir. Lo hice, corrí y me lancé por la misma, entrando parada a mi casa. Fue sorprendente y sumamente excitante, una gran descarga de adrenalina. Además, entre otras cosas, divertido. Miré a mi lado, y estaba él sentado en el living, pendiente en un punto fijo en la habitación. Traté de estudiar su mente, de imaginarme que estaría pensando, examinando su rostro. Pero otra vez: nada. Esto empezaba a frustrarme, Benicio era imposible de descifrar, y estaba empezando a impacientarme. ¿Me quería o no? ¿Me odiaba? ¿Por qué? ¿Yo qué quería, lo quería? ¿Lo deseaba? ¿Era su misterio lo que me mantenía excitada de sólo verlo?

-¿Qué? –Preguntó sin siquiera mirarme a la cara, mantenía su vista en ese mismo punto fijo, inerte en la sala.

-¿Pasó algo? –Puse cara de circunstancia.

-¿Qué tiene que pasar? –Inamoviblemente, él no me la iba a hacer fácil.

-Digo… No soy yo la loca que se entretiene mirando manchas en la pared. –Agregué fulminante, mi mal humor se estaba haciendo presente.

-No necesitamos hablar todo el tiempo, ni tengo que decirte que es lo que estoy pensando cada vez que te aburras y salgas por la ventana, en vez de utilizar la puerta, como cualquier persona normal, o como cualquier mujer que lleve puesto un vestido. –Finalizó, así que esto tenía que ver con los sexos, con los modales. Bien, acá voy.

-Y vos, Benicio. –Remarqué su nombre. –No necesitas ser tan hostil, sólo porque eso te haga sentir mejor. –Le saqué la lengua.

-¿Siempre vas a ser tan infantil? –Por fin posó su mirada sobre la mía.

-En tanto y en cuanto me lo permitas, mi Amo. –Rezongué. Hizo un gesto que no pude descifrar, pero era algo muy cercano a ceder.

-Te hecho de menos cuando no estas. Me pongo de mal humor con facilidad al no sentir tu perfume en la casa. –Y agachó la vista.

-Sólo hace un día que vivimos acá. Digo, ¿Por qué tanta dependencia? –Yo sentía lo mismo ¡Me moría por decírselo! Pero si él iba a mostrarse de manera cortante de un momento a otro, prefería reservar mis sentimientos, al menos para no quedar como una imbécil.

-Veo que ahora la rígida sos vos. –Y suspiró.

-Y voy a mantenerme de esta forma con hombres así.

-¿Cómo yo? –Me miró, buscando realmente una explicación.

-No te creas que no me di cuenta, que ocultas la mayor parte de tus sentimientos, sólo para sentirte más fuerte.

-No es así. Simplemente que… -Se quebró y empalideció aun más.
-No es necesario que digas nada, si no estas cómodo. –Lo entendí y le dí su tiempo. En definitiva era raro y a la vez complaciente ver un hombre sensible. Él lo era, a pesar de que quería demostrar lo contrario.

-Gracias. –Me susurró al oído, en un rápido acercamiento.

-Estas cosas siguen asustándome, a pesar de que yo también las pueda hacer.

-¿Esto? –Y volvió a alejarse.

-Sí. -Asentí con la cabeza ladeándose de arriba hacia abajo. –Tengo hambre. –Completé.

-Lo supuse. Y ya me encargué de eso.

-No me gusta la sangre sintética. Y si hasta acá llegaron los Vampiros Sureños de Charlaine Harris, prefiero pasarlos por alto. –Benicio se rió, mostrando sus blancos, hermosos y parejos dientes.

-Por supuesto que no, pero para algo están los bancos de sangre. Y yo no tengo muchas ganas de salir a poseer a nadie en la noche de hoy.

-¡Aburrido! –Y me acordé del cartel enorme que vi en Paseo Colón. Genial. “Guerra de almohadas”

-Vas a tener que acostumbrarte…

-No, de ninguna manera. –Subí el tono de mi voz.

-¿Hay algo mejor que tengas para proponerme? –Preguntó ansioso.

-Una genial y divertida noche de almohadas. –Le guiñé el ojo.

-¿Guerra… de… almohadas? –Me miró confuso.

-Sí, esta noche, en el Planetario. Vos sos mi cita. –Sonreí, pero dudé que mi sonrisa fuese tan hermosa como la suya.

-Mmm...… Tentador, por sobre todo el término -Me dijo, con una risa confundida.

-¿Entonces… sos mi cita? –Me sorprendí de lo tan rápido que logré convencer a la estatua de piedra.

-¡Como resistirlo! –Y volvió a sonreír ampliamente.

El día/tarde transcurrió sin dificultad alguna. Me dediqué a dormir, tal y como él me lo recomendó para recuperar mis fuerzas. Estaba completamente agotada. Y me sumergí en un profundo sueño. De lo más raro, por cierto. 

El sueño transcurría en una época no tan lejana para llamarla antigua, pero no tan actual para calificarla como moderna. Era raro, yo era rara, distinta. Era yo, sin dudas. Pero a la vez, otra persona, otra vida. Estaba en una casa más pequeña, y en otro lugar, pero claro, era un sueño, en los sueños todo puede suceder. Me encontraba sobre el cuerpo de Benicio, besándolo con énfasis. Tanto así que supuse no conocer su lado vampiro. Por cierto, él era vampiro en el sueño, yo no. Íbamos a hacer el amor, pero algo lo impedía. Él se resistía por miedo a dañarme. Me tocaba con sus grandes manos blancas y perfectas, tocaba mis pechos con fuerza, con pasión. Y yo seguía sobre él, moviéndome, para excitarlo. Acariciaba toda mi espalda, con delicadeza, y pasaba cada yema de sus dedos a lo largo de la misma. Entonces, uno de sus filosos colmillos cortó mis frágiles labios, y empezó a beber de mí. Me separé rápidamente de su lado, horrorizada y volví a nacer.
Sí, tal como lo cuento. Volví a nacer. Con otros padres, en otra casa, en otro barrio. No recordaba nada de él, nada de lo vivido en mi anterior vida. Sólo se que crecí y me casé con Dante. Fui feliz, envejecí a su lado, y fallecimos abrazados en una caliente y reconfortante cama.

Me desperté sobresaltada. Dormir no había sido una buena elección después de todo. Dormir no me había hecho nada bien. Al contrario, ese sueño traumó todo lo que restó de tarde. 
No podía contárselo a Benicio, creo que me daría mucho pudor hablarle de cómo tengo sueños eróticos con él. Sin lugar a dudas, estaba enloqueciendo. ¿Ahora soñaba con él? No me bastaba con pensarlo y verlo todo el día, sino que además ¿Soñaba? Eso era una crueldad, no tenía necesidad. Y Dante, Dante otra vez. Como si fuese poco, otra vez me empiezo a torturar. 
Me propuse apartar los pensamientos y sentimientos de mi cabeza y lo que tenía como corazón, para evitar la depresión. 
Busqué a Benicio por toda la casa, para hacerle recordar que seguía en pie nuestra cita, para recordarle que se ponga lindo y me acompañe. ¿Podía ponerse más lindo, un hombre, que te hace doler de la belleza con sólo mirarlo? Imposible. Aunque, siendo lo que soy, creo que en estos tiempos nada lo es. 
No lo encontré, se me hizo un nudo en el pecho ¿A dónde había ido? ¿Qué cosas tenía para hacer fuera de la casa además de ir a alimentarse? Él me había dicho que no era su intensión salir, y además, había sangre suficiente para beber. 

-¡Basta! –Me dije a mi misma, y fui nuevamente hasta mi habitación. Iba a ducharme antes de que salgamos, si Benicio iba a volver en cualquier momento desde dónde sea que estuviese, tendría que apurarme. Sentía que debía ponerme bien bonita, no se por qué razón, pero quería que él se fijase en mí. Que apreciara mi belleza. Así que una vez dentro de la habitación, busqué entre el armario en donde supuse se encontraba mi ropa, tal como él había preparado esta habitación, creí que lo mismo ocurrió con mis prendas. Tenía buen gusto, no era un vampiro “dark”, cosa que me gustaba. Había una serie interminable de vestidos de todos los colores… Desde blancos, pasando por el color piel, salmones, celestes claros, hasta oscuros, cortos y largos, apretados y mas sueltos, a cuadros. Me encantaban los vestidos a cuadros, que en la parte de arriba eran como una camisa. ¡Que lindo, cuanta ropa, y que bonitas son!
Una pila interminables de jeans, que al parecer eran tiros bajos y ajustados, y muchas, muchas camisetas en muchos modelos. Me sorprendí al llegar a la ropa interior. No es que juzgue al sexo masculino, pero jamás saben que comprarle a una mujer cuando se trata de moda, y mucho menos cuando hablamos de ropa interior. 
En la cajonera inferior del armario, había una serie de lencería femenina, finísima, ¿Qué digo finísima? ¡Extraordinaria! Jamás observé tanto buen gusto en un mismo momento. Tenía al menos cuarenta pares de ese estilo, más otra gran cantidad de lencería para dormir, esos enteritos con encajes. Se me fue la vista a uno de ellos, el que más me gustó, era un enterito para dormir, muy sexy. De esos que van debajo de la ropa, con un lindo vestido. Pero yo quería probar como me quedaba. En este cuerpo, y no es por alardear, nada podía quedar mal. Así que me desvestí rápidamente con la puerta cerrada y me puse la prenda en cuestión. En la parte de abajo, era un mini short, y la parte de arriba una muy escotada musculosa con tiritas finas que levantaban mis pechos, haciéndolos exuberantes. El encaje de la tela, se pegaba a mis abdominales y mi gran cintura marcada. Me gustaba eso, había mucho encaje, me agradaba, definitivamente. Solté mi lacio pelo que llegaba hasta la cintura, con sus puntas onduladas en las terminaciones, y me dirigí hacia el baño de abajo. Por algún extraño motivo quería pasearme un poco por la casa, y aprovechando que Benicio no estaba, lo iba a disfrutar. Yo y mi traje interior. 
Bajé directo al baño, que tenía bañadera, planeaba darme una ducha de inversión, y de paso observarme por un buen rato frente al espejo. Ver como me quedaba este hermoso babydoll, que mi vampiro preferido, y el único que conocía, además de mí misma, me había regalado y puesto en mi placard, por algún motivo que desconocía. Me sonrojé de sólo imaginarme a Benicio sacándomelo en un impulso de pasión mientras me arrojaba violentamente a mi cama de dos plazas. Sonreí por dentro y comenzaron los calores. ¿Verdaderamente estaba excitada? Sí. Muy muy excitada diría yo, auto corrigiéndome. Santo cielo, de imaginarlo nada más se me erizaba la piel. Él era tan lindo, tan callado, no, mejor dicho, tan correcto, él siempre decía lo correcto. Ni más, ni menos. ¿Cómo sería en la cama? Uf, ni que yo fuese de lo mejor. ¡Estaba muerta! Mis únicas relaciones estando viva fueron un hombre y una mujer. ¿Qué tanto podía saber? En cambio él… él lo habría hecho todo. Él si debería saberse manejar. Me detuve, no me permití seguir cuestionando la actividad sexual de Benicio, esto se estaba poniendo algo… húmedo. Me dí vergüenza. Y frente a la puerta del baño, estuve dubitativa unos segundos, y entré. La luz estaba encendida, y la bañera estaba llena, se sentía el calor del agua caliente. Pero la mampara estaba cerrada. Benicio debió de haberla dejado así antes de irse. Estaba a punto de abrir la mampara y sacar el tapón para que se vaya el agua, o simplemente aprovecharla… Pero me detuve en el espejo, y mi lencería se veía extremadamente muy sexy. Me miré de atrás, de adelante, y me distraje imaginando como peinarme para hoy a la noche y mi salida con Benicio. Pero me dí cuenta que no estaba sola en el cuarto de baño, y me espanté.

-O me pasas la toalla, o te tapas con ella. –Dijo una voz fuerte y fría del otro lado de la mampara de baño. 

-¡Ou ou ou! ¡No sabía que tenía acompañantes! –Mi cara se puso de todos los colores, literalmente.

-Y yo tampoco, sino hubiese mandado a hacer ésta cosa más grande. –Se escuchó una risita al final.

-Te paso la toalla, no tengo intención de dejar de mirarme frente al espejo. –Fui una desfachatada total. Le cedí la toalla a Benicio, y observe su mirada fija en mis tetas. ¡Al fin había hecho que la roca que tenía de amigo, me mirase! 

-Por tu bien. –Y me cubrió con una salida de baño color violeta. 

-¿O qué? –Y puse mi cara bien cerca de la tuya.

-O voy a tener que decirte que una dieta no te vendría mal. –Mintió, por supuesto que mintió.

-¡Mentiroso! ¡Te gusto! –Al parecer, al convertirme en vampiro perdí un poco el pudor, entre otras cosas. ¿Por qué hablaba tanto demás?

-No seas ridícula, Amanda. –Y se apartó de mi, y de un solo paso lo vi desaparecer del baño. Me dio mucha bronca su actitud, así que con la misma rapidez, fui tras él. 
Pero cuando entré en su habitación, que era la contigua a la mía, Benicio se encontraba vestido. Sorprendente. Y cuando digo sorprendente, no me refiero a su rapidez, sino que a su belleza. Él de por sí era perfecto. Alto, hombros anchos, una cara perfecta, y una mirada… uf, lo que era ésa mirada. Tenía puesta una camisa blanca, que se dejaba ver por su cuello, con un suéter negro arriba, y un jean oscuro, bien apretado en las piernas, un pantalón ajustado chupín, como se dice en la jerga. Olía de maravillas. 

-¿No vas a vestirte… para salir? –Y me siguió examinando con la mirada, me excitaba saber que lo excitaba. Era extraño, pero era así. Instinto vampiresco femenino. Me sentí patética por emplear ese término.

-No, voy a salir así para que todos los hombres me miren. –Bromee.

-¡No! –Y su cara se puso rígida. Sus ojos se hicieron aun más profundos de lo que solían ser, y vi bien marcadas sus ojeras, ya estaba oscureciendo, y la luz de la luna que se filtraba por la ventana dejaba al descubierto su palidez. A cada momento se iba convirtiendo en un Ser aun más seductor que en segundos anteriores.

-¿Por qué no? Soy una mujer libre y sin compromisos. –Logré notar como su mandíbula se apretaba. 

-No esta noche. –Dictaminó.

-Así que… ¿Te pone celoso pensar que podría llamar la atención de cualquier mortal?

-Así que… ¿Tan rápido te amoldaste a tu nueva vida? Vamos a comer. Bajemos a nuestra especie de cocina. Al subsuelo. -¿Acaso había en esta enorme casa un subsuelo? Sí.

Bajamos, yo estaba muerta de hambre… o más bien, de sed. Bajamos al famoso subsuelo, estaba todo más bien con una iluminación lúgubre, pero no me molestaba ni me ponía incomoda ese hecho. Benicio sacó de un gran congelador cuatro bolsas de sangre factor negativo, por lo que pude ver de la etiqueta. Parece que no era un mito que esa sangre era la más especial en cuestiones de vampiros. Sobre una mesada, había un microondas. 

-Supongo que te gusta a treinta y siete grados, ¿O no? –Me miró mientras con sus afilados colmillos tajaba la bolsita que contenía nuestro antídoto. 

-Supongo… -Estaba en éxtasis. Y entonces, el volcó en una taza la sangre. Llevándola al microondas. 

-Primero las damas. –Y me cedió el primer sorbo. O más bien la taza entera, porque no paré hasta acabarla, haciendo ademanes con la mano para que vaya preparando la próxima.

-Más. –Llegué a decir.

-Por supuesto.

-¿Vos no? –Le pregunté, perdida en la gula. 

-Sí. –Y bebió directo desde la bolsa.

-Creo que ya estoy bien. –Estaba llena. Llenísima.

-Entonces te acompaño a tu habitación, así te cambias.

Subimos hasta mi cuarto, y él espero en la puerta, pero yo comencé a desvestirme, y pareció sonrojarse, al menos eso noté. No me importaba cambiarme delante de él, además tomé un vestido rojo que se encontraba a mano, y me lo puse. Una vez puesto, me saqué mi lencería enteriza, para ponerme simplemente el corpiño y la bombacha. Le habrá parecido algo antiestético porque se giró para darme mi espacio. 

-No es necesario. –Le comenté mientras me ponía la bombacha, obviamente el no veía ninguna de mis partes intimas ¡El vestido ya estaba puesto!

-Veo que estas bastante desinhibida. –Y se sonrojó.

-En mi vida humana, le rogaba a Dante para que se de vuelta, pero ya no tengo esta sensación de complejo. –Al pronunciar el nombre Dante, me dí cuenta de cómo la cara de Benicio se puso seria. Pero no me hizo mucho ruido, así que imaginé que, de alguna forma, a él le dolía que siga teniendo recuerdos humanos, supongo que, porque creería que de un modo u otro me podría llegar a hacer sufrir.

-¿Necesitas ayuda? –Preguntó al darse cuenta que estaba teniendo complicaciones con el sostén que se me enredó de manera torpe entre los dedos. Me frustré al pensar que era la primera vampiresa torpe. Pero en cuanto me quise dar cuenta, él se encontraba atrás mío, bajando el cierre de mi vestido, para tomar el corpiño y abrocharlo. 

-Veo que te gusta estar siempre detrás. –Le comenté como quien no quiere la cosa, recordando el momento en el que me puso el collar. Pero ahora, a diferencia de aquel momento, del cual sólo habían pasado unas horas, esta vez lo estaba disfrutando. Disfrutaba sentir su respiración cerca de mí. Al parecer, en pocas horas el instinto sexual se había despertado. Pero no era con cualquiera. Lo necesitaba a él. O a lo mejor estaba fantaseando demasiado. Quizá sólo sea eso. Era la clase de hombres que podría hacerme vibrar. Era callado, caballeroso en todo momento, serio, y si lo exploraba un poco más, podría llegar a pensar, que era rudo. Rudo sexualmente. Me lo imaginé sobre mí, besándome apasionado. Sin parar. Uff… estaba volviéndome loca. Sentía como sus dedos acariciaron mi espalda, y cuando quise parpadear, él estaba pidiéndome parado en la puerta de mi habitación, con gesto apurado y acalorado, que nos apuráramos para salir. 
Me puse unos zapatos de plataforma baja color negro, me miré en un espejito pequeño que tenía colgado a la pared, y tomé de su mano, para ir con él a donde me pidiera.

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