martes, 28 de junio de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 12: Mensaje.




Los muy bastardos la habían dejado ahí sin más. Antes de salirse del baño Ian se acercó sigilosamente hasta Amanda y le entregó un papel doblado con sumo cuidado, para luego marcharse por esa bendita puerta.
Estaba jodida.
Muy jodida.
Guardó el papel en el bolsillo trasero de su pantalón de cuero y se dirigió a la salida para largarse.
El peor cumpleaños del mundo, susurró para si misma. Y eso era quedarse corta, la muy cretina estaba entrando en cólera. Porque claro, el cumpleaños podría haber sido grandioso para algunos… para algunos que tengan el gusto metido en el culo.
Todo pasó con mucha prisa, puesto que cuando la vampiresa llegó a la mesa donde anteriormente habían estado todos sentados, Benjamín y Gala hablaban en murmuros muy cerca, con sonrisas en sus labios como si hubiesen pasado la mejor noche de sus vidas, Benicio estaba con un gesto impasible como si hubiese visto elfos bailando desnudos, y Dante tenía a Lumi muy cerca de él con el ceño más que fruncido y enojado.
¡Genial! Al menos no había sido la única que se la había pasado mal. Todavía le dolía la espalda por el golpe que le hizo comer la estupida de Cassie, a quién en la brevedad podría planear arrancarle cada pelo de su cabeza a mordiscones, o peor aún, ejercer más dolor y cortarle los pezones con una madera espinosa, no estaba nada mal… nada nada mal.
El viaje de vuelta fue tranquilo, más de lo normal, pero Amy podía sentir la presión que le significaba el silencio. Benjamín y Gala que iban delante miraban por el espejo medio retrovisor y contenían la risa en sus rostros, Amanda no supo que era lo que causaba tanta gracia hasta que se giró para observar a Lumi que iba en el regazo de Dante, pero totalmente fastidiada. La niña tenía sus mejillas rojas e infladas, producto de cómo estaba frunciendo la boca para contener un grito que podría dejar sordo a más de uno.
La pequeña se removía sobre las piernas de Dante con sorna y este le dedicó alguna que otra miradita asesina.

—Córrete un poco más, desgraciado —lanzó de un momento a otro Ludmila.

—Oye, creo que te estas pasando un poco ¿eh? —respondió su querido Dan.

— ¡Jo! —Exclamó ella— ¿qué pasará luego, me levantaras la mano? —le dijo mientras se cruzaba de brazos, poniéndose morada.
Amanda tosió para esconder una risita sobradora.

—Te mataré, Ludmila, te mataré y será peor —instó él a regañadientes, tomando una fuerte bocanada de aire para controlarse.

—Creo que estamos todos muy nerviosos —intervino Gala, en son de paz.

—Eso es. Y dile a este cretino —Le decía Lumi a Galadriel, refiriéndose a Dante, por supuesto— que no volveré a hablarle, a menos que le pida disculpas al pobre Beni —y miró a este último— ¿No que sí? —le dedicó una mirada tierna.

— ¿Vas a ignorarme? —Preguntó Dante con insuficiencia, como si no pudiese respirar o se hubiese atracado con comida— ¡vamos Ludmila, no estas en plan de pobrecita aquí! Y tampoco él, no voy a pedirle disculpas, lo único que haré con él es castrarlo como a los perros, antes que robe tu virtud.
En cuanto hubo dicho eso último, todos en el auto se giraron, Galadriel tuvo que pedirle a Benjamín que mire al frente y no se lleve por delante un auto, esta bien que a ellos no les sucedería nada, pero iban con una mortal, no podían darse el lujo de chocar por más buenos reflejos que tenga el vampiro tras el volante.
Amanda no dejó de lado lo que dijo Dante, más bien se dedicó a fulminar con la mirada a Benicio quién iba muy exhorto en sus pensamientos como para enterarse que tenía gente alrededor.
Ella iba jodidamente entre ellos, de un lado lo tenía al vampiro, del otro al Ángel con la niña en sus piernas, que en cualquier momento la vería luchando para pasar adelante y subirse sobre Gala, y ese sería el momento en el cual Amanda, estratégicamente, la tomaría por el cuello hasta que su respiración desaparezca por algo así llamado arte de magia, o arte de Amanda. Esa última era prometedora, ya se imaginaba articulando los aires de liberación y no tener que ver nunca más a la malcriada y caprichosa Ludmila Aldana.
Se sentía tan bien que la idea la excitó con demasía.

—Vas a explicarme sobre la virtud de Lumi cuando lleguemos a casa —le dijo Amanda a Benicio en el oído, sabía que todos podían escucharla por más bajo que hable, salvo la niña y su oído no-desarrollado. Bien, le valió madre porque en lo último que pensó fue en la gente alrededor.
Benicio giró su cara hacia ella como si el esfuerzo fuese mecánico, del tipo jodida-maquina-trabada

—No he hecho nada —contestó, aunque sabía que estaba mintiendo.

—Pruébalo —incitó ella con alevosía.
Benicio abrió los ojos no entendiendo nada, pero últimamente no lo hacía mucho así que daba igual. Tendría que averiguar que significaría probarle algo a Amanda en su diccionario, ese mismo que en el glosario de jodidas palabras que uno ignora, se encuentra el termino «Andrés» primero en la lista como el más importante, el mismo en el que en sueños la escucha a ella pronunciar otro nombre, suspirar otra persona, y anhelar que las cosas hayan sido diferentes.
El vampiro se retorció de envidia, un gusto viscoso y amargo plantó bandera en su paladar y de repente se encontró diciendo: ¿por qué yo me tengo que portar bien? ¿Por qué ella no?


*

—Vas a quedarte aquí ¿me oyes? —decía mientras la fulminaba con la mirada.

—Vete a la mierda —contestó sin mucho ánimo de discutir.

—Estoy hablándote enserio.

—Y yo también, he dicho que te vayas a la mierda.

—Pues entonces, enséñame el camino —replicó con sarcasmo e indiferencia.
La chica no le discutió, al menos por ahora dejaría eso para más tarde. Las cosas se estaban poniendo feas, a decir verdad…
Estaban pasando de complicadas a jodidas, y no era significativo a menos que se aclaren dos cosas:
La primera, Ian patearía el trasero de cuanto maligno ser se le cruce enfrente.
La segunda, Ian patearía el trasero de cuanto maligno ser se le cruce, y además, jamás admitiría que un poco de ayuda por parte de su hermanita fuese necesario.
Más bien siempre la quería dejar al margen, como estaba haciendo ahora.
Había sido un error, pensaba Cassie con una sospecha ensordecedora, había sido un completo error atraer un par de vampiros —por más decentes que fueran, de hecho no causaron el menor disturbio, salvo por el pequeño melodrama del baño un rato antes— cuando sabía que la manada de lobos de Ian no tenía un macho alfa. No es que estos mismos vampiros llámese Amanda y compañía fueran el problema o la amenaza, sino los que venían tras ellos.
Y claro, no eran de lo más amables, por supuesto.
Ian le había contado un poco a Cassie, notaba cierto aire espectral con algo más que un vampiro, podía oler los demonios, las paletas de su nariz se ensanchaba y era eso precisamente lo que lo hizo enervar. Su hermana insistió en que cualquier embrujo podría serle de ayuda, pero él era demasiado jodidamente obstinado.
Cass, como solía llamarla Ian, estaba debatiendo en su fuero interno si acudir a su hermano tras él con un halo de silencio, es decir, una pequeñísima invocación a las almas sigilosas para poder pisar sus talones sin que este se diera cuenta, o quedarse allí, donde él le había pedido.
La mujer era la dueña de She-Wolf, el bar más visitado por hombres lobo, y bueno, por supuesto que humanos. Los hombres lobo no significaban una amenaza para nadie, al contrario, estaban para proteger a cualquiera que lo necesitara, pero siempre había algún jodido cabrón que no podía evitar ver a una mujer sola. Y éste era el caso.
Cassandra, como lo era su nombre completo, sólo que lo odiaba, comenzó a refunfuñar por lo bajo cuando vio al maldito y omnipresente Bruno caminar hacia ella.
¡Por todos los cielos! ¿Acaso la estaba siguiendo donde-quiera que ella esté? Era casi enfermizo pensar de ese modo, pero le bastaron dos años de relación amorosa con él para entender que el maldito bastardo era un jodido que disfrutaba volviéndote miserable.
Ella no perdió los estribos —aunque hubiese deseado pegarle con la punta de sus borcegos en la nariz, a ver si de una vez por todas se le quitaba lo idiota, o al menos se le acomodaban un par de ideas, aunque tuviese únicamente dos o tres dando vueltas— seguía pasándole a la puerta de She-Wolf las cadenas dobles cromadas, para poder engancharlas y ponerle el candado en la parte más alta, y luego bajar para poner el último casi en el piso, al tiempo que se aseguraba que la persiana automática —lo único moderno allí— comience a bajar lentamente con ese chirrido —para nada moderno, al contrario— y así poder esperar en la esquina a Ian, que había salido a rodear la zona para asegurarse que sus palpitaciones y su olfato estaba fallando cuando sintió aquella presencia demoníaca que no podía distinguir con exactitud.
Trató de tranquilizarse, ella confiaba en su hermano, aunque no en su obstinación y necedad, pero volvamos al punto, ella confiaba en su hermano. Punto.
Claro que no le fue muy difícil cambiar de pensamientos cuando sintió esas pisadas con demanda obsesiva que le recordaba que Bruno estaba peligrosamente a unos dos metros de ella. La sensación fue la típica en una película de terror, Cassie siempre sintió desde que decidió dar por terminada la relación con aquel hombre que era tal la psicosis del susodicho, tanta que podía imaginar como ella corría para salvar su vida, alejándose de él, y aunque este mismo vaya caminando a paso lento, siempre la alcanzaba de alguna u otra forma. Era una especie de Jason. Sí, Jason le iría bien.
Ella seguía extrañamente pegada al candado de She-Wolf, lo cerraba y lo destrababa y así una y otra vez, haciéndose la distraída, como si Bruno no se hubiese dado cuenta ya que era apropósito para ignorarlo a ver si este se cansaba y se iba.
Él nunca se iba. Nunca lo hizo y nunca lo hará. ¿Y cansarse? ¡Por favor! No conocía ese término.
No cuando se trata de Cassandra, su diosa de cabello rojo, su Venus romana… ¡Que va! Ella era Afrodita, ¡su diosa griega!
Pero para ella sí, cuando se trataba de Bruno, el jodidamente psicótico hombre hot que le había jodido los nervios.
Ella quería matarlo, enserio, alegaría demencia si la atrapara la policía.
Alegaría que esta malditamente loca por ese cabrón que le fastidió la existencia desde que se puso en plan de celos-de-remate.

— ¿Tú hermano te ha dejado sola aquí? — ¡Mierda! Se dijo Cassie, ahora tendría que dirigirle nuevamente la palabra.

— ¿Ves a alguien más? —preguntó indiferente y con voz insondable.

—Además de ti… nop, creo que a nadie más —una risita emergió desde el fondo de su garganta.

— ¿Entonces? —ella trataba de ignorarlo, pero sus manos se anudaron y de repente no podía trabar el candado.
Él se acercó instintivamente a su lado y la apartó con delicadeza.

— ¿Me permites? —queriendo trabar él con la llave.

—Puedo yo misma, figúrate.

— ¿Nunca vas a admitir que no eres súper chica, y no tienes superpoderes? —le exigió, claro que ella bufó por lo bajo. Lo último sobre los superpoderes era discutible.

—Ni te imaginas —contestó indignada.

—Vamos a poner esto claro, Cassie —empezó el hombre, poniendo la mirada en el rostro de la mujer, ella sintió desvanecerse cuando le dirigió la mirada por primera vez en la noche después de un tiempo largo sin saber de él.

Santa…. María… Madre… De…., pronunció la mujer por sus adentros.
No lo recordaba así, no recordaba su metro noventa, tampoco el envase corpóreo de aquel hombre con músculos pronunciados y venas sobresalientes…
Exquisitas venas moradas que refulgían sobre aquella piel que tantas veces le había brindado calor, ni ese cuerpo tallado a mano —Cassie maldijo al escultor por tan harto buen trabajo— ni el olor a sexo primitivo que emanaba del hombre.
Ok, estaba en aprietos.

— ¿Qué… qque… quieres? —siseó por el nerviosismo.

—A ti —respondió él— te quiero a ti.

—Vamos, lárgate ya de una vez —respondió ella sacudiendo su cabeza, no se permitiría volver a hablarle nunca más. Carajo, no debería habérsele permitido hablarle jamás.

—Bien —dijo con los labios apretados y una mirada asesina, de esas que tanto la asustaban cuando se trataba de su ex— tú te lo pierdes —y se marchó por donde había venido. Caminando como si se lo llevara un demonio.

Estupido cretino engreído, pronunció ella pateando la persiana que le indicaba que el local estaba oficialmente cerrado por ese fin de semana.

*

Ian era pura adrenalina y estaba a punto de pasar a su cuerpo metamorfo en un instante si el tiempo lo apremiaba de un momento a otro. Se dijo que tal vez se haya equivocado, pero pocas veces lo hacía cuando se trataba de olfatear alguna presa maligna. Miró para todos lados con la soberana idea de arrasar con cuanto idiota se le cruce o quiera hacerle daño.
Lo estaba oliendo, muy en el fondo sabía que era así, si el cretino al que perseguía seguía allí, bueno, es algo que tendría que averiguar, aunque su hedor le decía que lo más probable era toparse con él, o ella, se corrigió automáticamente, en cualquier momento.
Ian reconocía fácilmente el aroma de un vampiro, por supuesto que en un pasado no le mintió a Amanda cuando le dijo sobre la protección que ellos se daban mutuamente, claro que todo cambió cuando ellos pudieron comenzar a salir a la luz del Sol, y así se vieron inundados de esa autosuperación que los hizo creer invencibles y traicionaron a cuanta manada de lobos hayan cruzado en su camino. Pero lo que estaba olfateando en estos momentos no era un simple vampiro… al menos no totalmente, había algo más. Una fragancia que no reconocía del todo, pero que le era familiar. ¿Demonios tal vez? Sí, por supuesto que sí, pero no era posible que esa fragancia estuviese fusionada de esa forma.
Era condenadamente el olor a un vampiro y a un demonio, pero como si estos pertenecieran al mismo cuerpo, por separado los olores se hubiesen mezclado en su nariz, habría entendido que había dos clases de seres sobrenaturales, por sentado. Pero esto era diferente, porque estaban como licuados, como si cada cosa que oliera formara parte de un todo.
Se hizo paso, agazapado y exultante, perfecto, era perfecto. La combinación en ese hombre causaba estragos, estaba al acecho, esperando cualquier movimiento entre los mugrosos pastizales para dar caza al ente maligno que percibía, y sabía con todas sus fuerzas que no venía en son de paz, ni a vender margaritas.
Caminó con cuidado, medio agachado y levantándose para olfatear el aire, cuando pudo percibir el momento en el cual sus ojos pasaron a un color pardo, ámbar oscuro. Procuraba no pisar ninguna rama u hoja para no hacer ruido, si quería tomar por sorpresa al intruso tendría que tener cuidado y tomar todas las precauciones posibles para pasar desapercibido. Si eran vampiros podrían escuchar su pulso, si era un demonio… bueno, todos sabían lo estupidos que eran estas criaturas, lo único que querían era desgarrar cuerpos y comer, alimentarse, sus malditos cerebros no coordinaban como los de una persona normal, bien podrían estar comiendo mierda y satisfacer sus apetitos, pero éstos estaban impulsados por una sed de maldad que los hacía diferenciar en ese punto. En ese jodido punto. Pero Ian entendía a la perfección que aquello no era ni uno ni otro, ¿vampiro o demonio? ¿Podrían ser los dos en uno? Eso no sonaba bien, tampoco prometedor, mucho menos elegante.
Es decir, ¿qué clase de demente podría….? La pregunta quedó suspendida, porque tras un pequeño camino empedrado por piedras color ladrillo, y algunas grisáceas erosionadas por el paso del tiempo se podía ver a lo lejos la oscuridad total adentrarse en el pequeño bosque descampado en el que se había metido para patearle el culo al cretino que estaba tratando de encontrar sin éxito, y maldita sea, pero lo que lo hizo tomar esa dirección no fue un bonito decorado en el suelo con un par de piedras de mierda —que todos sabían que nada le importaba la confección del lugar si luego iba a quedar manchado de sangre cuando se despache al hijo de puta que se escondía allí— lo único que quería era acercarse un poco más al lugar del disturbio, donde se escuchaba un pequeño zarandeo de árboles, que ya sea por el viento o causados apropósito, le estaban causando jaqueca.
No fue hasta entonces cuando empezó a caminar con cautela, saliéndose del estupido camino, que a lo lejos —no tanto en realidad, apenas un metro y dos pequeños bancos al estilo plaza de tus sueños— se distinguían unas sombras color negro que emanaban de arriba hacia abajo y viceversa con una extraña apariencia a humo, pero bastante espeso para serlo en realidad.
Mierda, sí que eran demonios, se dijo con suficiencia y tratando de actuar normal. Eso le daría una gran ventaja siempre y cuando se apurara y no pisara en falso, ni tampoco llegara rengueando a causa de tropezarse en el camino. ¿Podían creerlo? Para ser un lobo potente a veces podría ser bien torpe, pero no a causa de una dislexia precoz, sino todo lo contrario, a causa de su cabeza distraída, Ian tenía la facilidad para traer temas graciosos a colación cuando el momento no lo indicaba. Él podía estar matando un demonio mientras lo imaginaba vestido de mujer con celulitis desbordando los costados de una tanga tamaño hilo dental. Él podría estar tratando de desmembrar a un vampiro a la vez que se imaginaba haciéndole cosquillas antes de desquebrajar su cerebro en varios pedazos.
Esas eran precisamente las cosas que lo desconcentraban en su ardua tarea de patea-culos-rompe-huesos. El hombre no parecía tomarse en serio las situaciones en donde su vida corría un gran riesgo de muerte. Lo tomaba tan natural que podría hacerle el amor a un demonio mientras lo mataba, siempre y cuando éste le jurara que se había cepillado los dientes antes de venir a luchar.
Después de estar pensando banalidades —mientras tenía una sombra violentamente acercándose hacia él— pensó en dos cosas:
«Cassie se va a enfadar si rompo esta camiseta que me regaló cuando pase a fase lobo» y luego agregó «¡Jesús Cristo! Yo también lo haría, la camiseta es fenomenal»
Ok, momento de ponerse serio, pensó por dentro mientras curvó sus labios. Cuando su calor corporal empezó a iniciar el cambio a metamorfo, estando apenas a dos segundos para pasar a ser un peludo dientón con garras en lugar de uñas, una risita bochornosa se lanzó del lado en el que veía aquellas sombras.
Genial, ¿y ahora qué carajos? Se dijo por sus adentros, entonces, ensanchó sus ojos cuando las putas sombras tomaron cuerpo, figurándose frente a él con la apariencia de un dulce —y tenebroso, estrafalario y poco angelical— hombre de unos veintilargos-treintaypocos años de edad, con el cabello rubio como el Sol, de mirada entre juguetona y sarcástica.
El muchacho-cosa-demonio-medio-vampiro o bien llamado lo-que-sea se acercó con cuidado hasta donde Ian, al mismo tiempo que este dio un saltito hacia atrás, poniéndose en guardia con los puños en posición de combate. Su rostro mostraba malicia, pero en el fondo estaba tan sonriente que causó estragos en el pensamiento del lobo.

— ¿Qué eres? —preguntó muy serio. El desconocido sonrió y mostró sus colmillos. Ian abrió más sus ojos. — ¿Qué quieres? —siguió al ver que no le contestaba. 

— ¡Oh! —Exclamó el rubio— ¡Cuantas preguntas! ¡Muchas muchas muchas!
Si seguía con esa estupida forzada sonrisa Ian no esperaría mucho más en patearle la cabeza.

—Pregunté.quién.o.qué.eres —espetó con los dientes apretados.

—Hummm —se adelantó el desconocido— sólo estoy jugando.

— ¿Y se puede saber a qué? —intentó entender Ian, con enojo por demás.

—Me gustan los acertijos —le guiñó el ojo— digamos que vengo de visita, digamos que tú quieres algo que yo no, y agreguemos que a pesar de eso, sería de vital importancia que suceda. Te dije… quiero jugar.

—Pues, estoy a punto de establecer mis propias reglas —amenazó dando un paso adelante, cuando el hombre rubio alzó una de sus cejas y encurvó sus labios con ese toque delicado color rojo, pero bastante sutil como para ser producto de un labial.

— ¡No me hagas reír! ¿te he dicho que me encanta reír?

—Y a mí me gustaría hacerte otro tipo de cosas —se aventuró Ian.

—Interesante oferta, pero… —dudó— no eres mi tipo —le sonrió fingiendo estar avergonzado— gracias, aunque paso.

—Vete de aquí, voy a perdonarte la vida, pero nunca vuelvas a este sitio —esa era la mejor oferta que el hombre lobo pensaba proponerle, tal vez el muy bastardo no sea una amenaza. No lo sabía, aunque sospechó que si hubiese querido hacer algo, ya lo hubiese hecho, ¿o no?

— ¿Sabes una cosa, querido? —Comenzó mostrándose un poco enfadado— yo soy quién elije donde estar. Pero si puedes hacerme un favor, quizás hasta sea yo nuevamente quien te perdone la vida esta vez.

— ¿Piensas desafiarme en mi territorio? —quiso saber, indignado.

—Pienso darte un mensaje —se apresuró, como si de repente el tiempo corriera a pasos agigantados, volvió a sonreír y siguió— dile a mi sexy Amanda que he vuelto, y que esta vez no se me escapará.
El rubio que ahora estaba dejando de ser corpóreo lentamente transformándose en una sombra, que empezaba desde sus pies, haciendo que el cuerpo que había tenido minutos atrás empiece a esfumarse, como un cuerpo de tierra que empieza a desvanecerse desde la base hasta la superficie, se giró para largarse. Ian estaba desconcertado ¿qué mierda había sido toda esta escenita?
Trató de correr hacia el hombre, y cuando vio que no podía alcanzarlo le gritó.

— ¡¿Quién demonios eres?! —agitado por el nerviosismo.
El desconocido se giró con aires de suprema importancia, creyéndose el centro del universo, amplió lo más que pudo su sonrisa y contestó:

—Oh, ella sabrá quién soy —aseguró— pero si te has enamorado de mí a primera vista te daré el lujo —decía, haciendo que Ian se enfureciera más— mi nombre es Franco.
Y esta vez sí, se largó. Porque ahora lo único que Ian veía con claridad era el panorama nocturno de aquel bosque de mierda, plagado de ruidos de la noche. 





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