martes, 30 de marzo de 2010

Novela: Despertar en el Infierno. Capitulo 6: Dormir y despertar en la morgue (Flashback)




Y así como se lo prometí a Dante. Mientras el veía una de terror yo me puse a leer. Hacía poco había ido a la Capital, en dónde compré un libro que me pareció interesante, de la autora francesa Christiane Rochefort: “Celine y el matrimonio”. Leí la contra portada e inmediatamente me atrapó la historia. Parece ser que Celine, la protagonista, fue prostituta hasta que conoció a Philippe con quien se casó. Ella tiene que lidiar con la clase alta de parte de la familia del novio, que la presiona para que no sea tan “común”” en sus hábitos. Interesante, de hecho el precio lo fue aun más. Estaba en una pila de libros de remate, y no entendí por qué. Tenían tramas muy valiosas. No es que quiera insinuar que un libro caro es mejor que uno barato, pero me parece que el libro valía mucho más de lo que pagué por él.
Mientras leía, iba subrayando. Había citas totalmente llamativas que hacían que me identifique al ciento por ciento en ellas. Entre una de las citas estaba la siguiente que me llamó mucho la atención: “¿Porqué no te dejas crecer el pelo?, decía Philippe, me gustarías mucho más con el pelo largo, que al menos te haría aire de mujer, si me amaras, decía Philippe, podrías darme ese pequeño gusto.” Sorprendente, Dante muchas veces me pidió que me corte el flequillo, porque para él las mujeres debían de tener uno, sino todas iban a parecerle espantosas.
Pero yo odiaba los flequillos y a él lo amaba, sin embargo era mi pelo, mi cabeza, mi estética, no podía permitirme una cosa tal. En consecuencia, cada vez que salíamos tenía que soportar que él mirase a cuanta mujer con flequillo pasara. No era un hecho que pueda llegar a hacerme enojar a tal punto de dejarlo, porque algunas de las mujeres que miraba eran viejas de setenta años que tenían flequillo, por lo que deducía abiertamente que el tenía un gran fetiche con ese temita. Sin embargo, me fastidiaba demasiado, porque no sólo que miraba, además ponía mala cara y no hablaba en toda la salida, más que fastidiarme me hacia enervar. Y sí, me corte mil veces el flequillo, para darle un gusto, pero fue más fuerte que yo, y terminaba siempre, indefectiblemente con cuarenta broches en el pelo.
Dante se había quedado dormido viendo una película de zombies, Evil Dead del director Sam Rami, que a su vez dirigió prestigiosas películas como las tres de Spiderman.
Yo no quería quedarme dormida, pero mis ojos se estaban cerrando lentamente, haciendo que mis manitos se debilitaran por el sueño, y fue cuando, de repente, el libro cayó al piso y mi alma estaba parada al costado de la cama observando a Dante dormir como un niño, y yo, yo durmiendo placidamente, o pensando que dormía.
Había muerto. Tenía veinte años, toda una vida por delante de estudios, alegrías, más amor con Dante e hijos, a lo mejor hijos, pero estaba muerta, yacía fría sobre la cama que compartía con el amor de mi vida. Ahora sólo era un cuerpo muerto tendido sobre la cama, y un alma fuera de él. Un alma perdida, que no entendía como pudo pasar una cosa tan terrible. ¿Por qué llegó así mi hora?, si al menos hubiese podido despedirme… ¡No, no, no! ¡No puede ser! No es posible que esto sea así. No es posible que sólo haya muerto y nada más. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién decidió que este fuese mi momento? ¡Tengo veinte años y una vida por delante! ¡Déjenme despedirme, sólo un minuto!

Después de horas de observar sentada sobre en el piso al lado de Dante, vislumbré que él se movía de un lado para el otro, durante cinco minutos no dejo de hablar entre sueños y moverse. De repente algo lo hizo sobresaltar, me abrazó sintiendo la baja temperatura en mi cuerpo, y a los gritos empezó a llorar. Por más que me moviese ya no podía hacer nada. Todo había terminado para mí, y de alguna manera, para él. La situación era casi inexplicable. No podía soportar esto, ¿A dónde iba a ir yo ahora? ¿Qué pasa cuando uno muere? La idea de estar separada del amor de mi vida me hacia enloquecer, iba a enloquecer. ¿Cómo haría para vivir separada de la persona que más amo en el mundo? Necesito llorar a los gritos, pero ya nadie me escucha. ¡Es tan frustrante!
Sin dejar de llorar, mis padres y mis hermanos, ya que vivíamos juntos, junto a Dante, entraron a la habitación. No entendían que era lo que pasaba, eran ya las cinco de la mañana y nadie comprendía nada, mi mamá en una hora tendría que irse a trabajar, mi abuela que nada escuchó siguió durmiendo.
Entre gritos y llantos, Dante le explicó que mientras dormía tuvo una pesadilla horrible:
Se encontraba en un oscuro túnel del cual yo lo llamaba desesperada. Le decía que dolía mucho, que era un dolor y un ardor tan insoportable que no podía resistirlo, que venga, que me ayude, que me saque de ahí. Yo no paraba de gritar, de adentro se oían risas, y salía un vapor que nublaba su vista sin dejarlo avanzar para concluir el rescate de manera exitosa. En un momento, me escuchó reír y burlarme de él, junto a otra gente que se me acoplaba y fue ahí cuando se despertó, me abrazó llorando, y se encontró con su sueño premonitorio hecho realidad. Yo había muerto. Mi piel estaba pálida y fría, el rigor mortis había comenzado a hacer efecto.
Mi mamá que no dejaba de llorar sobre mi cuerpo comenzó a darle patadas a la cama, mis hermanos estaban abrazados llorando, sin poder mirar hacía donde yo estaba, y mi papá… por primera vez en la vida vi a mi papá llorar, en silencio, solo, aferrado a sus sentimientos, a todo lo que no me dijo jamás. Dante no paraba de gritar, mi mamá entro en shock junto a mis hermanos y salió de la habitación gritando, buscando el teléfono para llamar a una ambulancia, que a mi parecer, ya nada podía modificar.
Yo quería abrazarlos a todos, llorar con ellos, esto era una injusticia, una fatalidad de la vida, yo sabía que toda la gente muere alguna vez, pero ¿Por qué ahora?
Salí de la habitación traspasando paredes pensando que era un ángel, ¡Al menos me espera el cielo!
Subí hacia el techo por las escaleras en construcción al piso de arriba que estábamos haciendo con Dante y me quedé sentada mirando hacia el cielo oscuro, se me vino a la mente una frase hermosa de “El principito”: “Por la noche tú miras las estrellas. No te puedo mostrar donde está la mía porque es muy pequeña, es mejor así… algún día mi estrella será para ti una de las estrellas, entonces te encantará verlas a todas”. De mis ojos comenzaron a caerse las lagrimas… ojala alguien lea en el libro que Dante me regaló de El principito ésa frase subrayada y me recuerden por siempre. Quizá mi rumbo sea alguna de esas estrellas que estaba contemplando en ése momento. Cortando todo tipo de inspiración, la ambulancia llegó a la puerta de mi casa. Los vecinos se asomaban por sus ventanas sin entender, y mi mamá lloraba con mis hermanos desconsolados en la puerta. Entré nuevamente a la habitación, y Dante estaba al lado mío, abrazándome tan fuerte como podía. Yo ya no lo sentía, no estaba dentro de mi cuerpo, pero podía verlo derramar lágrimas sobre mí, sin respiro.
A nuestro cuarto entro el médico, y los camilleros. Su respuesta fue inminente, bajo un gesto de sentido pesar, miró a mi novio y a mis padres. Ellos sin dejar lugar a dudas podían llenar un mar de llantos y se quedarían cortos.
Cuando los médicos forenses y la policía llegó a mi casa, mis hermanos estaban parados como maniquíes al lado de la cama, no entendían nada, solo lloraban, lloraban tan desconsoladamente que tenía tantas ganas de abrazarlos, de decirles que estaba… que yo estaba bien. Por supuesto que hubiese sido la más grande de las mentiras, pero simplemente quería darles paz, era inhumano verlos así.
Mi cuerpo fue trasladado a la morgue judicial para ser examinado y verificar la causa de mi muerte, mi madre se oponía totalmente a que abran mi cuerpo, y tras gritos subió a la ambulancia que haría el traslado.

Tres días estuve reposando sobre una camilla en la morgue. Una vez que entré en la habitación dónde realizarían mi autopsia no pude volver a salir, quería ir con mi familia, estar con ellos aunque verlos así significara una tortura para mí. Eso partía mi corazón en mil pedazos. Quería estar ahí.
Cuando era chica, decían que si alguien moría, su alma iba a estar dando vueltas, y si en algún momento sentías una presión muy fuerte en el pecho al recordar, era porque la persona fallecida había tocado tu corazón, para reponerte, para aliviarte, para que el pésame sea más corto, para que empieces a memorizar todos los momentos lindos.
Cuando mi abuela materna falleció en un accidente ferroviario me lo dijeron por primera vez, y créanme que sentí una presión en el pecho tan grande que provocó que me auto abrazara para poder sentirla más dentro mío, y no dejarla ir jamás.
Ahora yo necesitaba hacerles ese favor a todas las personas que me amaban. Mi mamá ya había tenido una perdida muy grande que la desestabilizó por años, yo no quería ser la causante de una recaída más. Necesitaba darle paz.
Mi papá estaría ahogado en penas, extrañando nuestras peleas. Necesitaba darle paz.
Mi hermana y mi hermano apenas tienen catorce y diez años respectivamente. Necesitaba darles paz.
Y Dante, Dante me amaba con tanta pasión que ahora mismo estaría intentando suicidarse de no ser por que alguien lo estuviese conteniendo en estos mismos momentos. Necesitaba darle paz, y decirle que lo amo con toda el alma, que a pesar de todo, en algún lugar lo iba a esperar.
Sin embargo, por algún extraño motivo mi cuerpo no podía atravesar el umbral de la habitación de la morgue en donde se encontraba mi cuerpo desnudo, tapado con una sabana blanca. ¡Tenía un numerito colgando atado en la punta del dedo gordo de mi pie! ¡Aquí soy sólo un número! ¡No les importa que yo tenga familia, que la gente que me ama sufra… sólo soy un maldito número! En definitiva y pensándolo mejor, mucha gente muere, y esa es una realidad, no podía ser tan terriblemente egoísta.
Sólo quería irme de acá, si esto me iba a torturar tanto, entonces, simplemente quería desaparecer y rápido.

Cuando los médicos forenses que realizaron mi autopsia entraron al cuarto, me asusté. Y en el momento que destaparon mi cuerpo mi mirada se dilató, haciéndome entrar en pánico. Mi cuerpo estaba blanco y morado. En donde sea que me encontrase, quiero decir, en el plano del universo en el que estuviera, temblé. Realicé un temblor excesivo de mi persona, si así podía llamarlo.
En cuanto uno de los especialistas tomó el bisturí, me metí bajo la camilla y me tape los oídos, cuando de repente una luz apareció ante mí, cegándome. Me dirigía hacia ella casi sin pensar, por inercia. Pero lo que antes me pareció ser una luz brillante, llena de armonía, comenzó a desvanecerse mostrando lo que éste escenario era al fin: El infierno propiamente dicho.

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