jueves, 13 de enero de 2011

NOVELA: DESPERTAR EN EL INFIERNO. CAPITULO 22: "COMO IMANES".




Miedo. Eso era lo que estaba sintiendo por Benicio. Él me había mentido, pero no encontraba desde cuando. Ni por donde empezar. Ya no confiaba en él ni en la excusa o las excusas que podría llegar a darme respecto a esta situación. Hubo un silencio absoluto, en dónde ya no se escuchaba el ruido de la madrugada, no veía el amanecer, y sentí como si todo quedara parado en el mismo segundo en el que lo vi abrir los ojos y me encontré con su desorbitada mirada, volcándose a la mía. Si tengo que seguir describiendo el momento, no podría hacerlo bajo ningún punto de vista. Esto me sobrepasaba, incluso a mí y a mi extraña naturaleza. Yo no recordaba a Benicio entrando en mi vida, sólo lo había visto en sueños, sueños que Andrés me avisó, eran reales, eran recuerdos humanos, tal como me lo señaló en su momento. En el fondo no le creí, o a eso aspiraba, a no creerle, a no sumar un motivo más para desconfiar de quien me protegió desde un principio. 


-No entiendo que es lo que esta pasando. –Se lo dije, dándome tiempo a acomodar las ideas desordenadas en mi cabeza. –Ya es hora. De que me des una buena explicación, antes que me vaya.

-¿Irte? –Me preguntó sorprendido, saliendo de entre las sabanas. Tenía una camiseta blanca sin mangas, y un pantalón negro de jogging. Jamás lo había visto preparado para dormir, y mis ojos se deslizaron sobre su blanca piel, e imaginé mis manos sobre esos músculos marcados. Recorrer desde sus pómulos hasta su cuello, bajar por el hombro… llegar hasta… Detuve mi imaginación y respondí.

-Irme, no pienso quedarme acá, nunca más. –El tono de mi voz estaba apagado, ya no tenía fuerzas para seguir luchando contra la mentira. –Todo fue una mentira. –Le reclamé –Desde el comienzo. –Y una lágrima volvió a caer de mis ojos.

-No todo… -Su voz se había quebrado, Benicio por primera vez dejaba de parecer un necio estúpido, para convertirse en algo más humano. –Yo te… -Pero no finalizó. 

-¿Vos qué? ¡El gran problema es que ya no te creo nada! –Me puse de rodillas sobre el suelo, y enrollé mis manos escondiendo mi cara sobre ellas, sobre la cama. Sentí su mano sobre mi cabello, y me corrí bruscamente hacia la ventana de su habitación. El amanecer no estaba muy lejos de llegar, y el denso aire frío del exterior parecía entrar por mis pulmones, como si lo necesitara para respirar. 

-Hubieses hecho lo mismo en mi lugar, Amanda. Se que lo hubieras hecho. –Su voz era suave y apenada, estaba sentado en el borde de la cama mirando hacia abajo, con sus manos sosteniéndose en los costados. 

-¿Qué hubiese hecho?, si ni siquiera se lo que vos hiciste. Es realmente frustrante. –Entonces se había parado tras de mí. Observando el horizonte. 

-Solíamos disfrutar de noches como estas. –Me dijo muy cerca del oído, podía sentir como cada músculo de su cuerpo se tensaba.

-¿Noches como estas? ¿Desde cuando nos conocemos? –Le pregunté horrorizada, no podía imaginar la respuesta. 

-Mucho tiempo. –Tardó en contestar. Me di vuelta, pero él no estaba mirándome. Seguía con la vista puesta a lo lejos. 

-¿Cuánto es mucho tiempo? Benicio, no quiero más mentiras. –Y me interrumpió, dándome una respuesta, que ya no se si quería escuchar.

-Mil novecientos ochenta y siete. –Sus ojos se pusieron sobre los míos, muy fijamente, esperando una respuesta.
Me llevé las manos a la boca. Estamos en el dos mil veinte. Treinta y tres años habían pasado ya de eso. Eso es antes de Dante, es antes de todo. Esto no significaba solamente haber tenido otra vida, sino, otros amigos, otros lugares, otra familia, y lo más importante: otra identidad. Ya no era cuestión de cosas que él me había ocultado, iba más allá de eso. Benicio robó todo de mí, ultrajó mi persona para convertirla solamente en su sombra. En una sombra de lo que fui alguna vez. Pero más allá de eso, me encontraba realmente hambrienta. Me sentía con una furia asesina, lo miré con desaprobación y mi garganta estaba desgarrándose por dentro. Era enojo, hambre, frustración, todo junto en un mismo minuto. Cuando él quiso acercarse, me tiré en su contra arrojándolo contra la puerta de la habitación, y en un segundo me encontré sobre su cuerpo, golpeándolo con todas mis fuerzas. Pero todo fue en vano, él sostenía y esquivaba mis puños, y yo sólo pude poner atención en una sola de mis acciones, y era la de llorar. Cuando me di cuenta que no podría jamás contra su fuerza que era la que bloqueaba mis ataques, ya estaba sentada con las piernas abiertas sobre él, que estaba apoyado sentado, sobre una de las paredes muy cerca de la entrada donde nos encontrábamos. Siempre esperé este momento, pero ambientado con otra situación. Ahora la tristeza y la impotencia, mezclada con el hambre y el enojo, eran tan fuertes que lo único que pude hacer fue llorar. Llorar, pensando que algo podría cambiar. Pero las cosas ahí estaban. No iban a cambiar. Benicio me miraba muy fijamente, sosteniendo mis puños que todavía estaban en el aire, lo hacia de manera delicada, sólo para bloquear mi arranque violento, no para lastimarme. Pude haberme levantado y sentado en otro lado, pero sinceramente, sentí como mi cuerpo se debilitó de un momento a otro, y solo mascullé algunas palabras perdidas y apoyé mi cabeza sobre su hombro. 


-La última vez que estuvimos así, terminamos muy mal. –Cuando Benicio me dijo eso, por un momento noté un tinte de diversión en su voz. Levanté la mirada y lo miré cortante. Fue como si hubiese leído mis pensamientos, se puso algo incomodo y aclaró. –No en ese sentido. Quiero decir. Empezaron nuestros problemas. 

-Cuando yo hablo de nuestros, me refiero siempre a Dante. –Pronunciar ese nombre, me hacia mal de por sí. Y no se hasta que punto a Benicio le provoca lo mismo, sólo de escucharlo salir de mis labios. 

-No te culpo. –Lo noté frustrado y apartó por un momento la mirada. 

-¿Por qué sigo acá? Quiero decir, con vida. Si es que tengo una. –Pregunté con nata curiosidad. 

-Tenías esta edad cuando te conocí. Estabas en la secundaria. Jamás te había visto antes, pero apareciste, como una burla del destino, no encuentro otra respuesta. Eras exactamente como ahora, nada cambió. El cuerpo sólo un poco, estilizado por la transición humana-vampiro, pero eso lo sabes. –Hizo una pausa y siguió con cuidado, como si algo fuese a romperse de un momento a otro. –Hacía muchos años que me encontraba solo, rondando por el mundo, y trabajaba hacia algunos en el archivo de la escuela, donde apareciste por primera vez. Tu sonrisa sigue intacta, de la misma manera graciosa con la que te reís hoy en día. Contagiosa. Tu risa siempre me dio risa. –Formuló una mueca lo más parecida a una sonrisa. –Me pediste ayuda con algunas cosas respecto al estudio, y no pude negarme a hacerlo. Hasta esos días mi autocontrol era manejado casi de manera automática. No me interesaban los humanos como para interactuar con ellos. Pero cuando te vi, bueno, cuando te vi dudé un poco al respecto. –Yo lo escuchaba hablar de mí, casi sin poder quitarle los ojos de encima. Era la primera vez en mucho tiempo que lograba mantener una conversación de más de veinte líneas con él sin que alguno terminara fastidiado por el otro, pese a eso, no lo interrumpí –Ése día me besaste en el hall de mi casa, Amanda. –Mis ojos se abrieron de par en par, ahora me sentía como en una película de terror, en la que queres gritar mientras huís del atacante, pero a pesar de que sientas las cuerdas bocales desgarrarse, el sonido no es emitido en altoparlante. Benicio continuó –Todavía recuerdo tus labios sobre los míos… -Hubo otra pausa –Todavía me acuerdo del aroma de tu sangre meterse bajo mi piel. Tu cuerpo sobre el mío. Mis brazos rodeándote, como si fueras a evaporarte. Es tan verosímil la vida de un humano, que a pesar de tu corta edad, sentía que cada segundo se evaporaba como agua entre mis dedos. Me remordía día y noche solo de pensar que a lo mejor, con mucha suerte podría disfrutarte cincuenta o sesenta años más. –Me dijo, cuando se detuvo y se sonrojó.

-¿Cincuenta o sesenta? Por Dios… -Le dije, casi en un susurro, confundida.

-¿Qué pasa con eso? –Me preguntó curioso, y sorprendido como si no conociera mi voz. 

-Que es espantoso, vos ibas a verte como de treinta, y yo iba a tener ochenta. –Lo miré con asco, solo de imaginarme. Resultaría que Benicio hubiese cuidado de mi, como quien lo haría por una abuela, con la diferencia que él estaría enamorado. Sonaba absurdo de pensarlo.

-Amanda. –Pronunció mi nombre, ofendido –Yo te amo. Lo hice, y siempre lo voy a hacer. Yo te amo y cincuenta años no eran suficientes para mí. –Me dijo, decidido. 

-Entonces, ¿me convertiste? ¿O no? –No sentía indignación. Pero tampoco sabía si sentía lo contrario. 

-De ninguna manera. –Soltó de mis puños, que había estado sosteniendo, mostrándose indignado por mi pregunta, por un momento pensé que quizás él habría pensado que fue una acusación. –Jamás te hubiese condenado de ésa forma. Pero vos buscaste la verdad, tal como ahora. Siempre tan necia. –Me miró fijo, como retándome –Tu necedad no va a ayudarte, a veces hay cosas que no tienen solución. Cosas que son preferibles no conocer. A veces hay que dejar que las cosas fluyan, sin excepción. Después de dos años empezaste a preguntarte por qué yo era como era. Había detalles que no cuadraban, teniendo en cuenta mi edad, y la tuya. –Se sonrojó aun más, jamás lo vi con un color en su rostro tan rosado. Pero imaginé de qué estaba hablando. Sexo. 

-¿Nosotros alguna vez en esos dos años tuvimos…? –Pero no logré terminar la frase, mis ojos se apenaron, avergonzándose. 

-No. Por supuesto que no. Era imposible. –Me contestó de manera automática, él sabía cual era mi pregunta.
 
-¿Sos gay? Oh, ¡Benicio, decime que no sos gay! ¡Decime que no me usaste como un experimento para comprobar lo contrario, por favor! -Por un momento me preocupé, pero Benicio, que tan serio había estado hasta ese momento, rompió la tensión con una risa enorme. Una que jamás había visto. Sus dientes blancos se asomaban en su gran boca, unas líneas se mostraron sobre sus ojos. Y por debajo de su blanca piel, se veía un morado muy oscuro, que dejaban a la vista unas grandes ojeras -¿Eso quiere decir que sos gay? –Repetí. Pero entre risas contestó.

-¡No! –Seguía riéndose – ¡Por supuesto que no, Amanda! Me sorprende tu pregunta. Por favor, no soy gay. Para nada gay, de hecho. –Pero se habrá sentido incomodo, porque se calló. No tenía nada de malo que el demuestre deseos sexuales. Pero esto era todo nuevo. 

-¿Entonces? Yo no era suficien… -No terminé cuando él volvió a interrumpir.

-Eras suficiente. Todo lo que yo necesitaba. –No se le daba bien eso del cariño, aparentemente o era muy vergonzoso, porque enseguida que dejaba ver que yo era el amor de su vida, apartaba la vista. Yo. El amor de su vida. Esto era más increíble para mí que el hecho de que los vampiros existan. 

-¿Y qué pasó entonces? –Estaba más tranquila, y ahora conciente de que estaba sobre él, me paré bruscamente. Me miró confundido y se levantó tan rápido como yo, poniéndose a mi lado, cuando nos sentamos uno al lado del otro en el alféizar de la ventana. 

-Como te dije, Amanda. Después de dos años te inquietaba saber por qué yo era distante, a pesar de que sabías que te amaba. Lo nuestro jamás pasaba de un beso. No sabías casi nada de mi o de mi familia. Pero lo primero era lo que más llamaba la atención de tu parte. Te deseé de mil formas distintas. El solo hecho de estar a tu lado ponía mis sentidos de punta. Y no era fácil, no era fácil. –Se repitió y continuó –No era fácil estar besándote y sentir el flujo sanguíneo en tu piel. No era fácil luchar contra mi instinto asesino que me decía que desgarre el cuello y te mate. –Me sorprendí solo de escucharlo, era tan sincero. Como jamás lo había sido. –Mi garganta quemaba, no bastaba toda la sangre del mundo para no desear una y otra vez la tuya. Ardía por dentro, imaginando el sabor sobre mis labios, recorrer todo mi cuerpo. Pero yo no era capaz de lastimarte, y muy a pesar de eso, todo el tiempo del mundo no iba a lograr que yo deje de desear probarte. –Me miró de forma muy seria y agregó. –En todos los sentidos. –Esta vez supe muy bien a lo que se refería, y misteriosamente, no apartó la mirada. No se que es lo que pasa entre nosotros dos, sea lo que sea, nos mantiene como imanes. Puedo estar odiándolo por su falta de sinceridad en el momento que tendría que habérmelo dicho todo. Puedo odiar su carácter frío y protector. Pero su pasión, hace de mi fuego lo que el carbón y el alcohol al mismo: aumentarlo. Mi llama ahora, estaba aumentando sin calor. Como todo, cuando estaba junto a su presencia. Él me miraba tratando de descifrar que podía estar pasando por mi cabeza en estos momentos, y al no encontrar respuesta aparente, prosiguió con su relato. –Un día llegaste por la noche, llorando, confundida. Eran tus padres me dijiste. Tuviste un problema con ellos. –Mis padres, un problema, pensé. La piel se me erizó. ¿Quiénes habrán sido? Él siguió –Pero yo estaba ahí para vos, como siempre iba a estar. Estabas desestabilizada, Amanda, traté de calmarte, pero enseguida empezaste a hablar sobre que tampoco vos sabías nada de mi, y discutimos. Quizá fue el peor error que cometimos, pero sabía que eso iba a pasar. No iba a poder engañarte mucho tiempo más respecto a lo que yo era. Te besé, quería hacerte olvidar. Te cerré la boca con un beso como quien dice, pensando que no iba a funcionar, pero funcionó. –Se detuvo para seguir observándome. Yo no decía absolutamente ni una palabra. Supongo que él estaría sorprendido, dado a que a mi se me conocía como a alguien que jamás se queda callada. Pero era shockeante, todo lo era. Desde casi siempre tuve fantasías con Benicio. Imaginaba besar sus labios, recorrer su cuerpo. Jamás pasó, al menos no en esta vida, y escuchar como fuimos pareja dos años, hace mucho tiempo, era difícil de digerir. Dejando de lado, que todavía estaba enamorada también de Dante. Dante era la vida que yo recordaba ¿cómo podría olvidar? Sin contar el pequeño incidente de baño con Andrés, que pensándolo ¿en dónde estará metido ahora? 

-Amanda, ¿en qué planeta estas? –Me preguntó Benicio. 

-Te escucho. Solo procesaba todo lo que decías. –Contesté. 

-Todo se fue de las manos. En un segundo habíamos llegado demasiado lejos. Fue culpa mía, yo lo permití. –Su voz cambio de repente, se entrecortó y se recompuso al instante también. Quise decirle que no era culpa suya. Decirle que… en realidad no sabia que decirle –Amanda, te mordí. –Sentí un escalofrío sobre mi espalda, largué un chillido sordo y ahogado. Lo miré, dándole la señal de que continuara, a pesar de mi sensación. –Te dejaste, te confundiste, y tuve que contarte absolutamente todo. Pero para mi sorpresa, y quizás hubiese preferido lo contrario, lo entendiste. Yo esperaba que reacciones mal, que te vayas, que me odiaras para siempre. Librarte de mí. Que hagas tu vida. No sería lo mismo, pero saber que alguna vez había tenido tu amor, que había sido tu dueño, eso me bastaría para poder morir de una vez, y de forma definitiva. 

-¿Querías deshacerte de mi? ¿Mostrarme que eras un monstruo, asustarme lo suficiente y huir? –Mi pregunta fue fuerte, estaba indignada. 

-¡No! Por supuesto que no. Simplemente… yo simplemente, quería que sigas, que vivas tu vida. No quería esto para vos. No quería condenarte de manera tan egoísta. Pero fue tarde. Apareció él. –Me miró rotundamente, yo sabía a quien se refería con “él”. Se refería al Diablo. 

-¿Y qué hay con él? ¿Si no es que la ponzoña del vampiro hace olvidar los recuerdos? ¿Qué le significaba yo? si de todas formas me hubiese olvidado de lo ocurrido… Es lo que me enseñaste a la hora de ir a cazar. Sólo que jamás lo hacemos. Los bancos de sangre sufren perdidas por nuestra culpa, nada más. 

-Amanda, vos no olvidaste. Cuando lo hice no había empezado la seducción que se requiere como manipulación antes de morder, no sabía que eso era necesario, me enteré mucho después. Fue instinto. No manipulé tu mente porque no tuve tiempo, estaba besándote, y luego mordiéndote. No ibas a olvidarlo. Y eso pone en riesgo nuestra existencia. O a la misma persona que pueda llegar a contarlo.

-En riesgo de que te internen en un loquero. –Completé con media sonrisa en mi rostro -¿Qué fue lo que pasó entonces?

-Vinieron a buscarte. –Su respuesta fue tardía. Y su mirada penetrante.

-¿Quiénes? –Exigí saber, colérica. 

-Él. Y dos de sus ayudantes más antiguos. Te llevaron con ellos. Pero pude negociar. –Me dijo, dejando lugar a una pregunta.

-¿Negociar? –Todo esto era nuevo para mí, a cada segundo me sorprendía como una niña a la que le cuentan una historia desconocida. 
-Pacté con el diablo. Yo podía volver a tenerte, pero no sin un precio antes a pagar. Jamás pensé que costaría tan caro. 

-¿Qué precio? –Pregunté con el mayor de mis miedos. 

-Tenías que morir. Él jamás da nada sin antes proporcionar un buen pedazo de sufrimiento. 

-Me mataste. –Afirmé en un susurro horrorizada, no creyendo que él, que tanto decía amarme, haya podido hacer. 

-No ¡Por favor! No sería capaz de eso. Uno de sus ayudantes estaba drenándote la sangre, yo no podía hacer nada aunque quisiera. Si luchaba contra ellos, al final de la pelea iba a encontrar solo un cuerpo sin vida. Tenía que ser más inteligente, tenía que recuperarte, y fue lo único que pude hacer. Lo siento. –Se detuvo, pero le pedí que continúe –Me dijo que iba a traerte de nuevo a la vida, pero convertida en vampiro. Aunque eso no era lo único que iba a hacer. Yo tendría que esperar. Ibas a renacer en otro contexto. Vos misma, tu cuerpo, tu persona. Misteriosamente hasta el destino, que supongo ya esta marcado, te dio tu mismo nombre. Fue muy duro para mí. Amanda, lo acepté. Pensé que todo sería más fácil. Me recluté al lado del Diablo y su pequeña secta, para no tentarme de ir a tu búsqueda. En cuanto acepte, habrías nacido en cualquier hospital cercano, nuevamente. El destino ya estaba marcado, ¡ya lo estaba! Pero no lo soporté. Debes en cuando, cada un par de años volvía y deambulaba a tu alrededor. Quería saber como crecías, como estabas. Cuando cumpliste quince años, dejé en la mesa de luz de la casa en donde vivías, un relicario de plata. –Y lo interrumpí bruscamente.

-¡Mi relicario! Como no me di cuenta antes. –Dije, con los ojos abiertos lo más grande que podía. –Tenía una fecha. Mil novecientos ochenta y siete. El año que me conociste. Todavía lo tengo guardado. Lo conservo. Apareció mágicamente el día de mi cumpleaños, y nadie pudo explicar el motivo. Era tan lindo que jamás pensé en posibilidades, yo no lo imaginaba. Y luego apareció nuevamente acá cuando desperté y te encontré. Muchas veces quise preguntarte respecto a eso, pero no me significó algo realmente importante, muchas cosas me estaban pasando como para parar en detalles. –Me sentía Sherlock Holmes atando cabos. Todo encajaba. Pero él tomó la palabra otra vez. 

-Todo iba bien, de alguna manera muy retorcida, todo estaba bien. Los veinte años eran la fecha estipulada. Entonces volverías hacia mí. Pensé que el destino, al que yo creo como preestablecido, nos juntaría y tendría que convertirte. Pero debí suponer que nada de eso iba a pasar cuando las cosas son manejadas desde las tinieblas. Te enamoraste, en tu segunda vida lo hiciste. Pero no de mí. –Terminó la frase casi rozando el sentimiento de odio. 

-Dante. –Dije interrumpiéndolo. Pero más que enojado al escuchar de mi boca salir ese nombre, luego, me habló, apenado. 

-Él mismo. –Fue cortante. –Y cuando nada parecía poder dolerme más, la manera que encontró la persona con la que pacté, fue matarte, de manera natural si así puede decirse. 

-El Infierno, lo recuerdo. –Le hice saber, sorprendida y atemorizada. 

-Exacto. Yo estaba ahí. Juro que quise que escapáramos, pero no es posible salir tan fácil. Vos no te acordabas de mí. No sabías quien era, esas eran una de las consecuencias. No ibas a recordarme por tus propios medios, al menos no a corto plazo. Pero veo que tus sueños… hicieron que veas parte de esas cosas. Tuve que convertirte yo. Vos lo decidiste, para salvarme la vida. O eso fue lo que pensaste. Y además lo hiciste, porque así podrías volver con Dante. –Lo escuché pronunciar su nombre y mi mirada se desvió activa. –Pero no acabó ahí el castigo. Yo había querido escapar llevándote conmigo, sin pagar parte de las consecuencias. Y eso fue tomado como una traición de parte del Diablo. Mi condena no había terminado, ahora tendría que esperar diez años más antes que vuelvas acá. 

-¿Diez años más? O sea que…. Estuve dormida… diez años ahí. –Estaba estupefacta.

-Sí. –Me tomó las manos de manera instantánea. –Pero ahora estas acá. Conmigo. Y me preguntaba si ibas a poder perdonarme, alguna vez. –Sonaba intenso. Dolido. 

-No. –Le contesté. –Jamás voy a perdonarte. –Y solté sus manos de un tirón - ¡No quiero volver a verte, nunca más! -Y corrí muy lejos, lejos de la casa, donde solo yo pudiera escucharme. Lejos de las mentiras, del engaño. Y tal vez, del dolor.






1 comentario:

  1. ME ENCANTA!!! ESTA BUENISIMO!! NO PUEDO ESPERAR AL PROXIMO, ALGUNA IDEA DE CUANDO LO VAS A SUBIR?
    GRACIAS

    ResponderEliminar