sábado, 12 de febrero de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 1 "Fuertes razones, hacen fuertes acciones."



«Nacerá con las dos caras de un mismo día, y ascenderá al cielo como un Ángel, pero no lo será...
Él no servirá al Cielo, pero tampoco al Infierno.»

—Patricia Ortiz— 



—Oh vamos, —Le dijo Andrés con impaciencia tomando del brazo a Amanda y dirigiéndose a Benicio, quien lo miraba sin comprender —. ¿Vas a decirme que no sabias nada? —Acusó.
Si algo no sabía Benicio era mentir, y por supuesto que no estaba mintiendo. La noticia lo tomó tan por sorpresa como un fuerte golpe en el pecho. Dante era un hombre inmortal, y no sólo eso, un Ángel Caído. Para su desgracia,  no sabía mucho sobre esa especie, así como tampoco, hasta el momento, creía que fuese posible. ¿Qué no es posible cuando todo lo que lo rodea es sobrenatural? Porque beber sangre, de hecho, no es algo muy común estos días. Aunque quien era para juzgar, pensó.

 —No puedo. —Le contestó a Andrés, de manera tajante con un leve dejo de tristeza en su voz al ver a la mujer que más amaba en el mundo junto a otro hombre—. Es imposible, no puedo contactarme con él, y si así pudiera… —dudó por un momento pero continuo, él sabía más que nadie que el tiempo en estos momentos era valioso, demasiado valioso. —Tampoco lo haría. Jamás la lastimaría a ella de esa forma. —Contestó señalando con la vista a Amanda, quien enderezó el cuerpo y miró de manera despectiva a Benicio.

 — ¿Andrés, qué quiere él decir con eso? —Le preguntó a su nuevo acompañante, mirándolo de reojo, pero sin perder de vista al dueño de casa—. Estoy hambrienta, me prometiste jugar.

 —Y eso haremos, corazón, —Apresuró él, de manera amable—. Eso haremos –Repitió. Entonces, nada volvió a su lugar. Andrés tomó carrera de manera imprevista contra Benicio, tirándolo a un rincón del living donde mantenían la discusión. Amanda permaneció a un costado divertida, sus ojos tenían sed y se pasó la lengua por cada uno de sus dientes bien afilados, lo que veía, parecía divertirle. Ellos estaban peleando, violentamente. Entonces dio tres pasos hacía uno de los apoyabrazos del sillón, de manera sigilosa como si estuviese en cámara lenta por una de las pasarelas más importantes del ambiente artístico y se sentó. Cruzó las piernas y puso las manos sobre sus rodillas, estirándolas y se encogió de hombros mirando el espectáculo, en donde uno de ellos estaba perdiendo. 

Andrés llevaba la ventaja y Amanda lo estaba disfrutando desde una vista panorámica. Todo en la habitación se había vuelto espeso, haciendo el aire más caliente de lo habitual, daba vueltas, desde el ánimo mismo que los tres individuos tenían, e iba cambiando desde furia hasta más furia, llevándose con ellos cualquier objeto de decoración que a su paso arrasaban haciéndolos trizas.
Benicio era un vampiro muy fuerte, pero su contrincante lo derribaba, no solo por años, sino estrategia. Había estado en el mundo mucho tiempo más, y había aprendido a combatir como guerrero. No le gustaba perder, y menos frente a una dama.
Andrés era un hombre solitario, siempre lo había sido. Vivió toda su existencia a la sombra de su hermano, también vampiro, Benjamín, quien llevaba como humano todos los elogios de sus padres. Siempre le molestó, pero jamás se volvió en contra de su misma sangre.  Cuando su vida acabó, los dos marcharon lejos de todo lo que pudiese seguir relacionándolos con sus seres queridos, mismo con su humanidad. Andrés forjó su carácter en base a la lucha propia de su vida. Él era un solitario recibido, y a pesar de que su hermano lo acompañó, para bien o para mal, siempre le tuvo rencor. Benjamín había sido mejor en todo. Mejor hijo, mejor hermano, mejor hombre, fino y educado. Pero nunca tuvo el valor de volverse en contra suyo. No, no en contra de su hermano, eso pasaría, pensaba una y otra vez.
 A pesar de que tenía suerte con las mujeres, jamás había amado. Jamás había querido con intensidad, salvo a su propio hermano, pese a todo, o a su misma persona. Era egoísta y cruel, usaba a las mujeres con el simple objetivo de alimentarse, y se consideraba piadoso al matarlas.  Sentía placer inflingiendo dolor a otras personas, y a pesar de que una parte de él le decía que estaba mal, que verdaderamente eso estaba mal, seguía haciéndolo, cada vez más.  De alguna forma, parecía como si Andrés estuviera haciéndole pagar al resto el hecho que su hermano lo haya convertido en el monstruo que él se consideraba ser. Justificaba todas sus acciones en nombre de otro, pasando culpabilidades, deshaciéndose de pensar. No iba a parar de repartir desgracia a los demás, porque eso es lo que merecían: sufrir como él sufría, sentir lo que él sentía, y odiar, por sobre todas las cosas.
Cuando conoció a Amanda y la vio por primera vez el día que llegaron a la casa de Benicio a tomar justicia, pensó que ese sería un juego divertido.  Supo que no era la última vez que iba a verla, y se prometió a sí mismo regresar en el futuro para desequilibrar lo que Benicio había amado alguna vez. Se dijo que no iba a dejar que él tenga lo que tanto anhelaba, y juró por sus adentros robarle a la mujer por la cual él hubiese dado su propia vida. Eso era lo que por el momento estaba haciendo, luchar contra aquel indefenso vampiro por una mujer, pero no una cualquiera. Sino que Amanda, quien en su segunda vida se había cruzado, a causa de  la casualidad o la causalidad a Dante, un hombre inmortal, un Ángel Caído que podía terminar con la maldición de un vampiro, terminar con la maldición que los ataba a Marcus, quien impartía por ser Diablo todas las ordenes y manejos en las tinieblas. Ni Andrés, ni su hermano, y ni siquiera cualquier otro ser sobrenatural podían vivir bajo sus normas, a merced de lo que a él se le antojara. Ellos no querían servirle eternamente, y sólo el sacrificio de un Ángel podría liberarlos. Así que ahora, todo tomaba un poco más de sentido para Andrés. Podía hacer sufrir sobremanera, mientras  buscaba su libertad. Podía además, controlar la mente de Amanda, como lo había hecho para que esta se vuelva en contra de su protector. Él quería separarlos, quería el triunfo así le costase la vida. No le interesaba cuanto tiempo iba a llevarle, pero los quería lejos uno del otro. Andrés era frívolo, no sólo egoísta, sino que frívolo también. No había lugar en su mundo para nadie más que no fuese él mismo. Ni un amor, ni un amigo, solo él. Desobediente y rebelde, su mirada era cautivante, y eso lo hacía más peligroso. Con el paso del tiempo cayó en la cuenta que a la mayoría de las mujeres les gustaban los hombres revoltosos, pero Andrés lo era por naturaleza, caprichoso con las cosas que quería y soberbio, cualquier mujer iba a caer rendida a sus pies. Y eso es lo que pasaba todo el tiempo, por donde iba conquistaba un corazón, y apenas lo hacia lo arrancaba y lo arrojaba a un costado del camino, cuando no terminaba a un costado de la autopista prendiendo fuego los restos que de algún cuerpo quedara. El morbo era su alimento, y le excitaba de alguna forma extraña ver sufrir. Era como un perro, podía sentir el aroma del miedo, podía atacar cuando te encontraba con la retaguardia baja. Era traidor, jamás iba a avisarte. Por más que cueste creerlo, todas esas aptitudes siniestras un poco escondidas y camufladas con belleza y seducción, hacían de él, una persona de la cual cualquier mujer se convertiría en su peregrina fiel. Andrés jamás se quedaba en un mismo sitio muchas veces, resplandecía en las tinieblas al acecho de una nueva victima con sangre fresca que pudiera ofrecerle algo de placer. Generalmente cada una podía durarle una semana.
Resulta que los humanos son muy sensibles al ataque de un vampiro, y aunque sólo crean que son mitos nunca van a descubrir lo contrario, porque el glamour que utilizan para que se dejen morder los hace inmunes a cualquier dejo de conciencia. Sus cuerpos son frágiles, y después de un par de extracciones de sangre terminan en la locura, en el suicidio, o suplicándole a su atacante que los maten. Andrés no se negaba, pero dejaba que enloquecieran lo bastante como para luego disfrutar de su cometido.
Lo que Andrés no sabía, era que Benicio no era cualquier victima normal, Benicio era un vampiro, bastante menor que él, aunque no en apariencia, ya que más o menos parecían de la misma edad. No sólo que parecía lo suficientemente autosuficiente, sino que poseía adjetivos poco comunes hasta en vampiros: la valentía, la necedad y la convicción.  Si su contrincante pensaba que éste se rendiría pronto, estaba muy equivocado. Pero las cosas no estaban resultando muy bien para Benicio, estaba perdiendo.
Amanda seguía sentada en el sillón moviendo sus talones, haciendo pequeños círculos con los pies, como si en definitiva la pelea estuviese aburriéndola.  Bostezó unas cuantas veces, y se paró para observar a los dos hombres pelear más de cerca. Los ojos de Benicio pasaron rápidamente hasta unirse con los de ella en una mueca de dolor, no corporal, sino desde el alma, y siguió mirando a Andrés, quien lo tenía acorralado en un costado de la habitación. Parecía que no estaba costándole nada sostenerlo por la fuerza, aunque mirando a Benicio podíamos entender que a este sí le estaba costando resistirse. Entonces Amanda rompió el silencio.

— ¿Vas a matarlo? Es tan joven… —Rió ampliamente con sus dientes. Entonces Andrés soltó de inmediato a su oponente, de manera fugaz, y éste cayó al piso, levantándose con gracia rápidamente. El nuevo acompañante de Amanda miró a Benicio, amenazante, haciéndole acordar que él iba a ganar cualquier pelea que se disputara en esa sala, y eso le hizo recordar que tendría que quedarse quieto si no quería morir.

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sabe? —Sonrió de manera siniestra, apretando y atrayendo a Amanda junto a él, cuerpo a cuerpo, de una forma que a Benicio le dolió más que si le hubiesen desprendido alguna de sus extremidades con los dientes.

—No vas a llevártela. —Adjudicó Benicio con seguridad.

— ¿Antes tendría que matarte? —Preguntó el malvado vampiro, suspirando y corriéndose un mechón de pelo de su frente, como si su campo visual tuviese que ampliarse más para contemplarlo todo.

—Sí. —Murmuró, mirando a Amanda, con tristeza.
Benicio recordó la primera vez que la vio, la primera vez que la habló. Le pareció y se sintió lejano. Y por supuesto que era lejano, habían pasado años y sin embargo él seguía amándola. Él seguía sintiendo como el primer día. Nada había cambiado su amor por ella, ni siquiera esto. Aunque no es su culpa, se repetía una y otra vez como queriendo memorizar algo que se le había grabado desde el primer segundo que sucedió. No es culpa de Amanda, volvió a recalcarse para sus adentros. Él sabía muy bien que ella jamás iba a perdonarle su secreto, algo que le concernía a ella también, sabía que quizá jamás la iba a poder volver a ver nuevamente. Pero prefería morir, esta vez de verdad, a estar toda una eternidad viendo como la persona que más amaba en el mundo estaba en el bando del mal.
Benicio no había olvidado la respuesta que le había dado a Andrés, y entonces lo que escuchó fue su sentencia:

—Hecho. —Contestó el malvado vampiro a su respuesta, torciendo el ceño y levantando la sonrisa más luminosa de la noche—. De ahora en más me ahorro tu estupida presencia. —Le dijo mientras arrancaba una pata de madera afilada de una de las mesas ratonas del living, acto seguido, la sumergió en el pecho de Benicio sin que le temblara el pulso. —Y por cierto, —añadió Andrés con su mirada felina, —te ves bien con este accesorio clavado cerca del corazón.

Entonces, Benicio se dio cuenta que él no había disparado a matar, intentaba asustarlo. Andrés no apuntó a su corazón, sólo lo bastante próximo como para demostrarle en ese instante quien tenía el poder, quien era el que mandaba. Definitivamente estaba quedando claro. Amanda, que observaba todo desde el costado sin pronunciar palabra, y a quien se le había borrado la sonrisita en cuanto ocurrió lo que ocurrió, se apresuró al lado Benicio, corriendo como una pluma a Andrés para quitar la estaca prefabricada del pecho a su oponente.

— ¿Estas bien? —Susurró casi al oído de Benicio, quien asintió de manera oculta.

Pero su felicidad  duró poco, Amanda volvió a levantarse arrojando el pedazo de madera a un costado, mostrando que no debería haber actuado por impulso, ella odiaba a Benicio, y no estaba entendiendo lo que pasaba.

Lo odio —pensaba desde que se despertó confundida. —Lo odio y no se por qué, sólo se que así tiene que ser —Volvía a recordarse. Pero lo que ella no sabía, era que no tenía motivos validos para odiarlo o desearle una muerte definitiva. Lo que ella ignoraba, era que sus nuevos malos sentimientos eran causados por un mal aun mayor, Andrés.

—Él esta bien… muerto. —Contestó ella, a una pregunta que nadie le había hecho, riendo.

—Estoy bien, gracias. –La voz de Benicio sonaba entrecortada, y se levantó débilmente arrastrándose prácticamente hasta el sillón.

—Eres un idiota, si trajeras al chico ese podrías terminar con esto y todos felices y contentos. —Respondió Amanda, agresiva.

Al chico ese, pensó Benicio. Resulta que «el chico ese» había sido muy importante en la vida de ella, y escucharla hablar así, le impartía un dolor muy profundo, prácticamente no la reconocía.

—No le digas cosas que ya sabe, se pone sensible. —Comentó Andrés de manera burlona, dirigió una estrecha mirada a Amanda. Se le acercó y beso su pelo, casi aspirándolo con su nariz. Pasó la palma de su mano por el vientre de ella y apretó sus caderas, mientras mantenía los ojos cerrados. Ella miraba fijamente a Benicio, quien contemplaba el espectáculo con indignación y remordimiento a la vez, pero no dijo nada.

—Vámonos. —Pronunció Andrés de manera posesiva, alejándose del lado de la mujer, lográndola asustar, inclusive a ella, una vampiresa— .Vas a tener noticias nuestras. —Se aventuró dirigiéndose a Benicio, quien endureció su cuerpo desde un rincón.


*


Andrés había estado manejando por la ruta mucho tiempo. Salió de la casa de Benicio sin muchas cosas en claro, una de ellas era que no sabía donde vivía Dante, no tenía la seguridad de que su contrincante declarado se lo diga, y si lo mataba, mucho menos lo iba a conseguir. Tenía que pensar en un plan que le diera más ventajas que insatisfacciones, e iba frunciendo el ceño mientras pensaba en qué hacer. Haber dominado, y de hecho, estar dominando la mente de Amanda le hizo tener algo a favor, y era la simple permanencia de ella a su lado la que le daba ese algo que lo hiciera ganar por el momento. Claro que no pensó en una cosa, un detalle importante, implacable, más allá que use su glamour para influenciarla, había olvidado una pequeña complicación no menor: podía fallar.
Todo glamour mental tiene una falla. Y ésta era una de ellas. Amanda bloqueo automáticamente el recuerdo de Benicio como alguien de su agrado, así como también sucedió con el que tenía sobre Dante. Entonces, ahí surgía el quid de la cuestión, el gran problema existencial. No había forma de rastrear al Ángel sin ayuda divina, o sin la ayuda de la propia Amanda, para que le indicara el camino. Como quien dice, estaba en un aprieto, del que tendría que rápidamente encontrar una solución.
Lo veía complicado, pero aún estaba la esperanza que Benicio alguna vez se rindiera ante la estupida idea de resistir, y que al menos por la mujer que había de por medio diera el brazo a torcer. Andrés volvió a fruncir el ceño, miró al costado del camino y dirigió su vista hacía Amanda. De repente, su mirada se dulcificó. Él no entendía por qué. No sabía como, y por supuesto que no encontraba la razón, pero ella le agradaba. Más de lo que se tenía él mismo permitido. Volvió a ponerse serio, ignorándola por completo mientras ella dormía profundamente, y fijó su mirada hacia el horizonte. Faltaba ya media hora para llegar a destino. Se dirigían a una estancia llamada “El Vintén Lodge” alejada de todo. Andrés lo decidió, ahí pasaba sus días, desde hacia ya muchos años. Resulta ser que el lugar permitía la entrada de quien Andrés quería, con ayuda de un par de controles mentales ejercidos sobre sus dueños. Él, podría decirse, era amo y señor del lugar.
Iban ya por la autopista número nueve, donde, hacia el Norte, casi a ciento cuarenta kilómetros de Buenos Aires, estaba ubicada exactamente la Estancia, sobre el Río Baradero. Un hermoso paisaje les esperaba, pensó Andrés. Un hermoso paisaje y mucha tranquilidad… para pensar y planear, se corrigió automáticamente, cuando éste viaje se estaba volviendo para él, uno de placer más que de negocios.
La noche estaba negra, más negra que nunca. Eso era lo único que podía verse a pesar de la niebla que predominaba todo lo que restaba de camino. El viento corría suavemente, Andrés lo podía notar por como todo el campo y los árboles alrededor de la ruta se agitaban. Tenía las ventanillas altas, y la calefacción prendida, no es que la necesitara de alguna forma, pero era su costumbre: calentar artificialmente a sus victimas, cuando se las apoderaba, hacerles el amor, beber su sangre y matarlas. No es un mal plan, le sugirió su mente, cuando torció sus labios en una sonrisa más que diabólica.
Estaban llegando a la Estancia, a lo lejos se la veía. Era muy fina, y linda también. Pero en la oscuridad parecía macabra. Cuando se acercaron, Amanda seguía dormida en el auto, pero él no la despertó, entró andando para dejar el vehiculo a un costado, del lado de adentro, y una vez ahí apagó el motor. Observó todo como por primera vez, a pesar que ése era su lugar de residencia, ahora miró todo, sorprendido y encendido por un fuego interno que no reconoció al instante, pero que a los segundos entendió: su estadía en El Vintén Lodge había sido siempre en plena soledad, simplemente él y sus pensamientos. Alguna que otra vez algún turista curioso que se preguntaba si podía hospedarse, o tan solo los dueños, dominados por su glamour. Pero ellos no eran de gran importancia, claro que no, Clarissa y el viejo Pedro no eran de importancia, sólo la fachada.  Él procuraba no alimentarse de ellos, dominando su mente podrían vivir muchos años más, pero si los usaba como bocadillos… bueno, dudaba que duraran más de una semana, y entonces las sospechas se elevarían. Y con respecto a los turistas curiosos, ellos podían ser el desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena, incluso lo que Andrés usaba para entretener un rato la boca. Cuando estaba de buen humor, cazaba a sus victimas fuera del perímetro de El Vintén Lodge, pero cuando se encontraba fastidiado, cualquiera que llegase podría servir para su desquite.
Su hermano vampiro, Benjamín algunas veces iba a visitarlo, ellos eran realmente unidos a pesar de sus diferencias, y muy a pesar de que Andrés detestaba que él sea tan devoto a Marcus, el Diablo. De algún modo eso le fastidiaba de manera sobrehumana, y por eso quería la liberación. Benjamín todavía no lo sabía, no lograba comprender cual era el interés de Andrés por Amanda, ya que él no tenía verdaderos intereses puros y reales sobre las personas. Andrés tenía muy en claro que en el momento que su hermano se entere de su verdadero plan: secuestrar y matar a Dante antes de beber toda su sangre, se enfadaría demasiado. Pero el nuevo acompañante de Amanda no iba a ocultárselo, él quería que Benjamín también se salve. Al fin y al cavo, eran hermanos.
Andrés percibió que los viejos dueños estaban dormidos, podía sentir desde donde se encontraba la suave respiración de una persona que se sumerge de lleno a sus sueños.
No pudo evitarlo, tenía que observarla a ella una vez más, parecía tan apacible y moldeable dormida que Andrés casi olvida lo histérica, movediza e insoportable que podría llegar a ser Amanda cuando se lo proponía.

Estupida y sexy vampira. —Se dijo entre dientes, sonrojándose. Rió y se puso serio al instante, como prohibiéndose pensar esas cosas sobre ella. —Sólo hay que apegarse fielmente al plan, no voy a permitir que una mujer me haga pisar en falso. —Repetía casi en un susurro.

La miró, volvió a mirarla, la repasó, y si hubiese podido gastar su figura de tan sólo observarla, sin dudas lo habría hecho. Definitivamente, en el fondo, Amanda le parecía irresistible. Trató de verificar que era con exactitud lo que le atraía de alguna loca manera, y se encontró horrorizado: todo, todo de ella lo atraía de forma magnética. Hasta su estupidez, que le causaba por alguna demoníaca razón algo atractivo. Por un momento tuvo que parpadear varias veces, se encontró en un ensueño escuchando la sonrisa de Amanda, estridente y graciosa, y hasta pensó que había despertado. Tanto así que tuvo que acercarse a ella y mirarla más de frente, pese al espacio reducido del auto, para caer en la cuenta que su mente había recordado la risa de la mujer, y no como pensaba, por el contrario, que había despertado del largo viaje.

Vamos hombre, —Pronunció a sí mismo, —es una mujer, como cualquier otra, sólo que no me la puedo comer… al menos en el mismo sentido que a las demás. —Y echó un gemido nervioso, que lo hizo poner caliente, y no precisamente del enojo.

De forma automática, Andrés bloqueo esos sentimientos absurdos que por su cabeza rondaban, él no era así, no se dejaba llevar y jamás en la vida amó a nadie.

Esto no va a pasarme a mí, no soy tan idiota. —Repetía.
En un momento hasta pensó en romperle alguna pierna a Amanda, o lastimarla, llegar hasta los adentros de la Estancia y dejarla prisionera unos días para hacerla morir de hambre, aunque fueron ideas falaces, llegó a la conclusión que él no tenía nada que demostrarle al resto y se dijo una y otra vez como orando cuan devoto a su virgen más sagrada que «ella no era absolutamente nada importante en su vida» bueno, entonces ¿de qué iba a preocuparse ahora que lo tenía bien en claro?.
Miró el reloj, ya habían pasado cuarenta minutos desde que aparcó el auto a un costado para bajar y entrar, resulta que sí, había estado casi una hora pensando, haciendo y deshaciendo sus sentimientos, y nada tenía que ver con el plan, ni siquiera se le acercaba, estaba pasándose de estupido y sólo esa clasificación lo hizo estallar en una carcajada. Tendría que ponerse un poco más serio y dejar de lado temas que, para él, eran sumamente banales, o al menos de eso estaba tratando de autoconvencerse.
Estaba muy entrada la noche y todo permanecía en silencio, salvo el ruido de los árboles y del Río Baradero que costeaba toda la Estancia. Era una linda vista, y había empezado a llover. Las primeras gotas que golpeaban danzantes el vidrio del auto lo hicieron conmover. Le gustaba la lluvia por sobre todas las cosas, para Andrés significaba felicidad a diferencia de otras personas. La lluvia lo ponía de un humor más normal, al menos dejaba su hostilidad de lado para contemplarla, y hasta de alguna forma lo transformaba en algo así como sensible. Si esta descripción fuese la adecuada, podrían llegar a catalogarlo como a alguien humano. Le gustaba el aroma, además. Lo hacia ponerse bueno, y era una de las principales razones por las cuales sonreía debes en cuando.
El pasto mojado irradiaba ese olor, mezclado con las maderas que daban la ambientación antigua que él más disfrutaba, y claro, era su preferida.
Esa noche, era una de las noches que adoraba con todas sus fuerzas, ansiaba entrar dentro de una de las cabañas más grandes de toda la Estancia, y sentarse al lado del fuego. Miraba la cabaña, que más que cabaña parecía un palacio victoriano, y ansiaba estar ya instalado nuevamente. Había pasado mucho tiempo en lo de Benicio, y deseaba con todo el poder del mundo volver. Todas sus pertenencias estaban ahí, todo lo que él era, lo que él quería y anhelaba estaba en ese mismo lugar.
Más de una vez pretendió tener una mujer a su lado, pero generalmente las desestimaba y rechazaba, cualquier ser humano se encontraba por debajo de su posición, e inclusive, a través de sus largos años, recorriendo tantos mundos distintos, se encontró con alguna vampiresa que no hizo más que ofrecerle algunas noches, porque para él, cualquier persona, ya sea humana o no, eran poco.  A todas les faltaba algo, altura, belleza, simpatía. Pero ese no era el punto fundamental, porque como  una contradicción constante, él podía excusarse de tal persona adjudicando en sus adentros por demasiada bella, por poco agraciada, o lo que sea. Cualquier excusa era suficiente para desprenderse de las obligaciones amorosas mundanas. No pensaba ridiculizarse llevando flores, besando con amor, o tan sólo siendo complaciente con otra persona. Eso era una perdida de tiempo para él, quien encontraba la belleza de las cosas viendo la lluvia, o matando. O las dos juntas. Entonces, miró a Amanda, nuevamente. Esa noche era una noche de lluvia. Y ella estaba a su lado. No, claro que no, no iba a matarla… no por ahora, pensó.
Los minutos pasaban a raudales mientras Andrés pensaba una y otra vez todo lo que iba a hacer, o lo que tenía que hacer. Volvió a mirar el reloj, y ya se había cumplido exactamente una hora desde que estacionó el auto. Tenía todo organizado. Iban a subir hacia la planta de arriba donde estaban las habitaciones, y se iba a instalar junto a Amanda en la alcoba principal. No supo por qué lo iba a hacer, pero la idea lo excitó. Juntos en la misma recamara que ella, en la misma cama, entre las mismas sábanas. Habían estado en cercanía cuando fueron a cenar, cuando él la había invitado. Sus cuerpos casi se habían fundido formado uno solo en ese baño, pero ella se desmayó, quizá por el abatimiento mismo de tanto placer junto en sólo segundos. Sus cuerpos ardieron al unísono, se recordó perversamente Andrés, quien enarcó una ceja mientras la miraba de costado. Habían experimentado casi un acto sexual, que hubiese culminado si Amanda no se hubiese descompensado. ¿Qué podría detenerlos ahora, si ella estaba creída que su vida había sido junto a él? ¿Sería algo extraño en estas circunstancias?
Andrés se había encargado de todos los preparativos, no había tenido tiempo de hacerle recoger todas sus pertenencias en la casa de Benicio, sino lo suficiente para su supervivencia, su collar. Con respecto a la ropa, venía absolutamente con lo puesto y nada más. Pero él lo tenía resuelto, Amanda tenía ahora a su disposición una variedad de prendas aun mayores a las que conservó durante los meses anteriores, y si de algo se podía estar seguro era del buen gusto que su malvado acompañante tenía. Resulta que este chico malo era muy clásico, y condenadamente sexy a la hora de vestirse. Sus remeras no se salían de la gama de los grises. También usaba el blanco y el negro a menudo. Sus chaquetas eran de cuero negro, y sus pantalones jeans eran oscuros también. Pasaría bastante desapercibido si no fuese por el pequeño detalle que lo complicaba: tenía rasgos extravagantes y atractivos. Ése tipo de belleza no se veía todos los días por la calle, y a decir verdad las mujeres se fascinaban. Tenía algo, una cara demasiado perfecta para ser real,  su nariz era larga y puntiaguda. Sus pómulos, bien marcados, sus ojos eran grandes y parecía que llevaba un leve maquillaje, por supuesto que no se maquillaba, pero parecía que sí. Su boca era carnosa, no enorme con exageración, pero lo suficiente para desesperarse por besarlo. Entonces, no. Claro que no. Andrés no pasaba desapercibido jamás, las mujeres se volteaban para verlo andar. Quizá era su actitud, de hecho la actitud desprevenida y altanera lo hacían mucho más interesante al género femenino. El jamás miraba a sus costados al caminar, no miraba a ninguna mujer y no se daba vuelta para observarlas pasar, a menos que las quiera únicamente para índoles alimenticios. Pero en realidad, si de algo tenía que estar segura Amanda, es que no tenía que preocuparse por la indumentaria. Él se había encargado de comprarle los mejores, finos y más cortos vestidos que podría haber conseguido. La quería sexy y para él, sin saber otra vez por qué.
Había estado ya mucho tiempo debatiendo estas cosas, y la tormenta todavía no había parado, al contrario, era más fuerte, más intensa. Apostó a que si salía a la superficie, podrían dolerle las gotas sobre su cuerpo. Tenía un trecho bastante largo hasta la entrada de la cabaña, unos cien metros, supuso, quizá un poco menos, pero a lo lejos vio a alguien parado, más cerca de ellos que de la puerta de entrada donde ahora sería su hogar nuevamente.

Peligrosamente cerca —Se dijo. No reconocía la silueta, pero allí estaba, cercana. Era un hombre, pudo darse cuenta de eso, y mientras en su cara figuraba un dejo de preocupación, comenzó a moverse dentro del auto, e inmediatamente destrabó el seguro. Empezó a salir, y volvió a trabarlo. —No es que me interese su seguridad, —Decía hablándose a sí mismo, refiriéndose a Amanda, que dormía profundamente —es sólo que…. —Jamás pudo completar la frase. Eso lo molestó tanto que bajó de un solo paso, cerrando fuertemente la puerta del auto, todavía mirándola de una forma desesperada, propio de lo que generaban esos pensamientos en él.

Hacía mucho frío, pero ni siquiera eso logró distraer el instinto rapaz que tenía Andrés, volvió a mirar al intruso, y pese a su buena visión nocturna, dote propio del vampiro, no logró percibir quien estaba a unos cuantos metros cerca de él. Era familiar, muy familiar. Se agazapó de solo pensar en Benicio, pero no, no era. No era. Apretó la manija del auto, le echó un vistazo a Amanda nuevamente y empezó a dirigirse hasta el sospechoso. Evitó cualquier tipo de ceremonia o cautela, puesto que si era un intruso perdido, solo lo usaría como refrigerio. Además no era el viejo Pedro, dueño de la estancia. Así que, ¿qué más iba a darle eso? En un microsegundo a su velocidad, se encontraba tomando del cuello al desconocido… desconocido al menos hasta ese momento.

—No sentí tu aroma, lo… lo siento… yo… —Tartamudeo Andrés y lo soltó

—Estupido, estupido y doblemente estupido, —pronunció repetidas veces el visitante—. Con que ella es tu asunto que atender. —Finalizó con sarcasmo su presentación.

—Benjamín, —dijo con dolor, casi con rabia—. No te esperaba acá.
Y le dio la bienvenida a su hermano.  

3 comentarios:

  1. dios, que ganas de que subas el siguiente capitulo...

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  2. QUE ALEGRÍA QUE HAYAS VUELTO! ESPERO CON MUCHISIMAS ANSÍAS EL SEGUNDO CAPITULO!!
    BESOS ;)

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  3. Muuuuuuy bueno Amanda!!! cuando el proximo capitulo?

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