sábado, 19 de febrero de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 3 "Los chicos buenos van al cielo y los malos no."





El invierno estaba siendo arrasador y había empezado con todas las de la ley teniendo en cuenta la tormenta casi destructiva que estaba bamboleando las copas de los árboles de un lugar a otro sin cesar. Los truenos se escuchaban por sobre todas las cosas, y a pesar del hermoso estilo victoriano de la casa-cabaña, Amanda no podía parar de pensar que lucía algo tétrica. La cabeza no había parado de darle vueltas, si bien no le dolía como una jaqueca, la sentía distante, parecido a estar en un estado catatónico en donde uno puede ver todo lo que lo rodea, escuchar conversaciones, sentir olores, frío o calor, pero aún así el cuerpo no reacciona. Ella se sentía como en un laberinto, no estaba entendiendo la relación que tenía con Andrés, ni con su hermano, y no recordaba conocer absolutamente a nadie más, lo único que entendía, porque su mente se lo repetía una y otra vez, era que por algún motivo que desconocía no tenía que preguntar nada, sólo acatar ordenes. Se percabataba que su lugar era donde vaya Andrés, y si él la había traído a la Estancia, era porque ahí debía permanecer hasta que se le disponga lo contrario.
No recordaba nada más de lo que el día de hoy le había enseñado, pero era una situación rara: ella conocía a Andrés y al hermano de Andrés. Y también conocía a Benicio, pero cualquier recuerdo que pudiera tener de él, le resultaba nulo. Sabía a ciencia cierta que lo conocía, no de dónde, cómo ni desde cuándo, lo que realmente importaba y era a su vez lo que su mente le dictaba era que lo odiaba. Tenía que hacerlo con todas sus fuerzas porque Andrés así lo quería, y además de la pequeña cuestión que no recordaba haber vivido bajo la presión de nadie, pero si su acompañante le decía que tendrían que librarse de ese tal Marcus, es porque así iba a ser. Y ahí entraba en acción alguien que ella jamás había escuchado nombrar no hasta unas horas anteriores, Dante. Al parecer un ángel caído, pensó ella.

Bien, no entiendo un carajo—. Procuró musitar en un rincón oscuro de su cerebro. Todo era una mierda de confuso en su cabeza, pero que más da. Impotencia es lo que empezó a sentir, emanaba desde dentro de su ser. Le fastidiaba tener que acatar una orden sin fuerza de voluntad para rechazarla, deseó completamente mandar todo bien lejos y ser libre de decidir. Pero su mente recaía otra vez en el bloqueo y ella empezaba a asumir que las cosas eran por una simple razón… que precisamente no entendía, pero obedecía.
Su cabeza era una jodida bola de desorden, parecía no tener final, cuando se disponía a pensar en Andrés como su pareja se ponía reacia a creerlo.
Él no se comporta como si yo fuese su par, sin embargo me llamó «amor» en la casa del tipo ese—. Y básicamente eso era lo que se decía. Dejando de lado que cuando trataba de acordarse de alguna situación entre ellos al menos de un día de antigüedad… nada. Su cabeza se ponía en blanco. Pero ella era de mente abierta, no podría guardar sus conjeturas por mucho tiempo más.

— ¿Y si tengo esa mierda como en la película…? —Amanda no recordaba que película era, pensó y pensó, pero ahí frenó.

— ¿Qué película? —Preguntó Andrés, casi sin importancia.

—Esa… ya sabes… —Miraba confundida a su alrededor mientras subían las escaleras hasta el cuarto de baño.

—No, no lo se.

— Sí, ¡si que lo sabes! —La voz de Amanda se elevó, mostrando a trasluz un pequeño enojo que si no era controlado como se debía… podía terminar en tragedia.

—No, no lo se—. Volvió a repetir el vampiro.

— ¡Por supuesto que lo sabes! Cualquier idiota lo sabr… —pero cuando intentó terminar la frase, Andrés estaba delante de ella, con los ojos dilatados y no se sabía si era furia o que, pero completó su frase:

—Dije. No. No. Lo. Sé—. Y siguió caminando, Amanda se quedó tiesa y lo siguió por las escaleras, ya estaban arriba.

—Bueno, es esa… la chica tiene un accidente, y sólo conserva una memoria selectiva de un día—. A pesar que hacia momentos nada más había estado a punto de mandar todo al demonio sólo de fastidiosa que estaba, ahora, no obstante, se encontraba malditamente en sus cabales.

—Lo siento —, contestó Andrés de forma poco creíble y muy serio, —pero no miro TV basura y francamente no entiendo por qué tengas que sentirte familiarizada con chatarra de Hollywood—. Ya estaban dentro de la sala de baño, y él abrió la canilla dejando que caiga en la hermosa bañera el primer chorro de agua caliente.

—No es que me sienta familiarizada —, le explicaba Amanda, mientras él la sentó en el borde de la bañadera y le desprendía una de las hebillas de sus sandalias, y ella continuaba, —es que siento como si nada de mi vida anterior tuviese… ¿cómo se dice?

—Sentido—. Completó Andrés con indiferencia, concentrado en el maldito zapato que no quería desabrocharse.

—Exacto, sentido… de hecho, eso tiene sentido—. Bromeó la mujer mientras observaba como él luchaba librándola de su calzado. —Entonces—, continuó, —es raro y vas a pensar que estoy volviéndome demente—. Hizo una pausa para tomar aire. —Pero… estoy haciendo las cosas porque algo me dice que lo haga, y aunque no entienda por qué, sólo se que lo tengo que hacer… es muy… —se trabó con su propia saliva, pero ahí estaba él, volviendo a completar sus oraciones:

—Confuso—. Otra vez en tono indolente. Empezó a desabrochar la otra sandalia.

—Sí, confuso. Totalmente.
Andrés hizo levantar a Amanda una vez que terminó con el fastidioso tema de cómo-mierda-sacar-un-par-de-zapatos-sin-morir-en-el-puto-intento, y entonces por debajo de su vestido, sin sacárselo, mientras ella seguía hablándole de cosas que evidentemente él ya no estaba escuchando, le desprendió el sostén y lo puso a un costado del bidet. La dio vuelta y se animó casi con escepticismo a volver a meter la mano por debajo del vestido para comenzar a sacarle sus medias de red negras. Ella seguía hablando.
Maldita sea, a ver cuando se calla—. Se preguntó Andrés en silencio. 

—Por otro lado pienso que—, continuaba, —ok, momento. No estas escuchándome—. Recriminó.
Y Andrés, quien estaba tratando de sacar sus panty medias sin romperlas —no conocía la razón por la cual tendría que tener tanto cuidado con un insignificante par de medias— volvió a la realidad en un soplido.

—Estoy escuchándote—. Le dijo con un resoplido y frunciendo gradualmente cada vez más el ceño.
Mentira. No estaba escuchándola. Resulta ser que en los retorcidos diez segundos que tardó en meter sus grandes manos por debajo del vestido de Amanda, subiendo por los muslos hasta encontrar el principio de las redes, estuvo tratando de concentrarse, aunque él jamás lo hubiese reconocido por si mismo, y evitando que el amigo que tenía entre los pantalones no monitoreara ni registrara absolutamente lo que esto significaba: él, rozando con la palma de sus manos las caderas de ella. Estaba jodido… porque no había funcionado.
Mal plan, querido amigo—. Se dijo con furia al ponerse derecho y enterarse que ese-gran-asunto se había salido de las manos. Volvió a agacharse como estaba.
Estupido. Estupido. Estupido.

— ¿Perdón? —preguntó ella con la inocencia que la caracterizaba cuando no estaba con una rabieta.

—Lo estás—. Contestó él.

—No, no necesito que me perdones, me refiero a «¿perdón?» del verbo «¿Qué mierda dijiste?» —Adjudicó a su favor.

—Cuida tus modales—. Pronunció él, casi como una amenaza, levantando una ceja.

—Pffff —, resopló, —te llamaste estupido —, le dijo, y él la miró fijo, —no sólo una vez, sino tres y ¡wooooooooow! Vaya que le diste en el clavo—. Le dedicó una sonrisa picara.

Él no le contestó, ya que el maldito estaba muy ocupado tratando de pensar en algo feo que hiciera que eso que tenía entre sus piernas tomara un tamaño y una forma normal como cuando uno se mete a una piscina congelada, o da un paseo en pelotas por el polo norte. Cualquiera de las dos le iba a venir bien.
Amanda estaba sentada en el  inodoro y él de cuclillas a ella con las medias en sus manos y con una gran cara de póker tratando de que su-gran-asunto-tieso bajara, para poder levantarse. Cuando lo hizo de una vez, la vergüenza fue mayor. Ella pensó que se había ofendido por su pequeña sugerencia de que verdaderamente era estupido y con sus manos todavía frías por las bajas temperaturas de este atroz invierno, y torpes, totalmente torpes, trató de agarrarlo, pero él ya estaba parado abandonado su postura de rodillas y las manos de Amanda rozaron su erección sin querer. Si de momentos embarazosos habláramos: este era uno de ellos, y se encontraba jodidamente en el puesto número uno. Malditamente en el primer lugar.

—Mierda—. Chilló él, poniéndose totalmente rojo.

—Ehhhhhhhhhhhhh…. —ella trató de disminuir su vergüenza, realmente estaba avergonzada, su rostro adoptó una gama bastante amplia del color del arco iris, y si hubiese podido pedir que la tierra la tragara, lo hubiese hecho sin pensarlo dos veces.

—Te espero abajo—. Andrés miro hacia la puerta de salida del baño, nervioso —La bata está ahí de costado, y tu habitación enfrente a esta misma sala.

Y se fue.


*

—Bien, eso sí que fue raro—. Dijo Amanda sin comprender. Ahora su rostro había dejado de ser una paleta de colores chillones para concentrarse únicamente en el colorado. Andrés se había excitado, pero no una excitación cualquiera, ella había visto hacia dos segundos atrás… eso. No sólo que lo había visto, sino que sin querer… lo tocó. ¿Era posible que un hombre tan atractivo como Andrés se sienta atraído sexualmente por una mujer como Amanda? Ella misma no tenía buenos comentarios sobre su persona. No se consideraba linda, aunque sí lo era. Su estatura no pasaba del metro sesenta, y tenía algunas bastantes curvas renacentistas, su cara era redonda y a veces bromeaba adjudicándose que era más similar a un balón cinco que otra cosa, pero la realidad era que tenía una belleza única. No era una femme fatal, aunque al parecer despertaba los latidos de algunos corazones como los de Andrés, más allá que en realidad no tenía pulso, porque… claro, estaba muerto. Los dos lo estaban.
Los tres, se corrigió al pensar en Benjamín.
Brrrrrrr —dijo largando el sonido con los labios apretados y casi tiritando al pensar en él. —Excesivamente detestable—. Y claro que lo era.


*


El hermano mayor de Andrés se ubicó en una amplia habitación de la planta baja. Había traído algunos bolsos con ropa y una heladerita chica con municiones: sangre embasada, sangre embasada, y más sangre embasada. No era precisamente el defensor de la raza humana, pero a la Estancia había llegado por casualidad, al contrario de lo que pensaba Andrés, y si traía consigo su comida evitaría salir a los alrededores del lugar. A eso había ido. A encontrar paz y tranquilidad. No tenía ganas de estar en la capital, no tenía ganas de salir a cazar humanos, no tenía ganas de nada.
Durante muchos años se había comparado a los hermanos Casablanca —ese era su apellido real— no sólo por su semejanza, es decir, no sólo por lo físico, sino basándose en sus personalidades. En primer lugar respecto en apariencia los dos eran muy parecidos, a diferencia que Benjamín tenía el pelo más claro, con una mezcla entre cobre y el marrón dulce de leche. En su cara encontrabas rastros casi iguales con los de Andrés, un típico muchacho inglés. Sus ojos eran más achinados que los de su hermano menor pero casi igual de sensuales, labios más finos también y cuando se reía —las pocas veces que lo hacia— se le formaban pequeños pocitos a los costados. Muy tierno. En lo que sí eran idénticos era en su forma de vestir: clásicos.
Pero cuando hablamos de diferencias, se puede citar que Andrés era malo, cruel, poseía malicia en casi todas sus miradas, mientras que Benjamín simplemente era serio y solitario. El menor también, pero si de personalidades hablamos eso era lo único idéntico en ellos, agregando también el sarcasmo. Mientras Andrés buscaba una vida sin limites, sin amores, matando y viendo sufrir, el mayor pretendía seguir reglas para seguir adelante, no llamar la atención de nadie, y… alguien a quién amar, ¿por qué no? No era tema del que le gustase hablar, no lo hacía con nadie, pero en el fondo lo entendía: necesitaba amar. Era un alma atormentada ¿quién iba a quererlo? Se preguntaba cada vez que podía. Aunque no lo parezca, Benjamín respetaba la vida humana. A no ser que fuera una orden de Marcus la que le marcara matar a alguien, jamás tomaba a una persona para drenarla hasta la muerte. Prefería simplemente darles de a sorbos y frenar antes de terminar acabándolos. Si alguna vez eso salió mal, fue por falta de experiencia y no es que suceda a menudo, hacia muchos años que no cometía un error como ese y es por eso que al día de la fecha se encontraba con una mini heladera llena de suministros. Nada más buscaba tranquilidad. Descanso de gente que le de ordenes. Pretendía silencio, lectura, música y dormir lo más que pudiera. Aunque… «Monstruito» estaría dando vueltas por ahí, y cuando usaba ese termino, hacía referencia a Amanda, o bien «semillita de maldad.» Pero ése no era el problema, el real problema sería cuando Gala llegase a la estancia… dos mujeres en una misma casa, era una idea que no apreciaba mucho.
Galadriel era la mejor amiga de Benjamín hacía al menos doscientos años. ¿Cómo la conoció? Quien iba a saberlo… sólo sabía que si alguien, además de su hermano, era capaz de soportarlo por tanto tiempo… en fin.
Gala es una de las vampiras originarias, tenía mucho más que doscientos años al igual que los hermanos Casablanca, nada más que se conocían hacia dos siglos. Los de su especie pierden el contacto por muuuchos, muchos años, y a veces vuelven a reencontrarse. Este era uno de esos momentos. Cuando volvió a dar con ella la invitó de inmediato a la Estancia, tenían al menos quince años de separación que poner al día. El pequeño detalle es que Gala siempre había estado un poquito encaprichada con Andrés, y él… bueno, había jugado un poquito con la mujer. Pero no había nada que temer, ella era una vampiresa hecha y derecha, no de las malvadas. Él hermano vampiro más grande había sido el intermediario, una especie de cupido y amigo gay para ella, aunque no fuese gay, pero no funcionaba, no había caso. Andrés no cedía y se mostraba con total indiferencia para con la mujer, y fue cuando se rindió con el jodido plan de emparentarlos de alguna manera.
Estaba emocionado, ella iba a llegar en horas nada más, y se propuso dejar por un rato el temita que lo ponía irritable como un grano en el culo: su hermanito el bobo y sus enamoramientos destructivos con Semillita de maldad sólo por un momento.
Entonces escuchó cuando su hermano salió a las afueras del Vinten Lodge, supuso que a buscar comida a treinta y siete grados de temperatura, y a Amanda que estaba cantando una canción en inglés desde la ducha. Eso le crispó los nervios. Si ella no le caía bien del vamos, una escena como esta lo estaba violentando. Con su ímpetu a flor de piel subió las escaleras a zancadas, iba a silenciar a la maldita mujer metiéndole un puño en la boca.
Una vez arriba, la puerta del baño estaba abierta

Sigue cantando la muy perra—. Murmuró.

Genial, una canción de mierda, se dijo Benjamín. ¿Walking on sunshine? Esto es el colmo. Mientras Amanda seguía cantando su cancioncita se debatió a si mismo entre arrancarle la cabeza y prenderla fuego o… arrancarle la cabeza y prenderla fuego. Que sea doloroso, exclamó, el público lo pide. Pero de un momento a otro, mientras estaba subiendo temperatura gracias al vapor del agua caliente, la mampara que los distanciaba se abrió con rudeza y ella… desnuda. Los ojos de la vampira se pusieron grandes cuan león al acecho, y le gritó al menos diez insultos en diecisiete idiomas diferentes.

—No hay razón para que seas tan chiflada—. Le dijo Benjamín corriendo la vista y poniéndose de costado para evitar mirarla, aunque por cierto ¡Hooolaa! Ya había visto lo suficiente como para saber cuantos defectos físicos tenía, que hablando enserio, ni uno sólo.

— ¡Que carajos! —exclamó ella con una furia que ascendía de sus adentros.

—Toma. Para que te tapes de una vez—. Sugirió el hombre ofreciéndole la bata que ya tenía en mano.

—Idiota—. Aceptó ella.

—Es curioso, pero el sentimiento es mutuo—. Contestó con indiferencia en su voz, aun pensaba en esos senos firmes que acababa de ver, en lo chato de su vientre, en sus caderas curvas, en su… —detente, pensó. Ya detente.

—Ni que lo digas. ¿Qué tienes que hacer en el baño mientras yo estoy aquí? Eres un fastidio de hombre ¿te lo dijeron alguna vez? —preguntó ella mientras se tapaba desesperadamente.

—Todo el tiempo, pero a palabras necias… —y se sentó en el bidet, preparado para una larga charla. Le costó empezar, hacia tanto que no veía una mujer desnuda que… Amanda lo interrumpió.

—Largo—. Opinó monosilabica. —Largo ¡ya!

—Momento, hay mucho de que hablar—. Contestó austero.

—Al carajo con lo que tengas para decirme, me importa poco y nada. Fuera—. Al ver que él no se iba, agregó — ¡Fuera ya!

Benjamín no iba a darse por vencido, si bien había subido para, como quien dice en pocas palabras, matarla, ahora le habían venido ganas de hablar. En medio segundo se puso bien cerca del rostro de la mujer, y le ofreció una de sus miradas más amenazantes mientras la tomaba por una de sus muñecas apretándola con fuerza, y su otra mano iba dirigida hacia la boca de la chica para evitar que siga diciendo sandeces.

—No se que se traen ustedes dos, pero sea lo que sea, vayan olvidando todo—. Amenazó el muchacho sin derecho a replica. Amanda seguía estrujándose bajó la presión que él ejercía sobre su cuerpo. —Cierto, ahora voy a quitar mi mano de tu boca, y vas a empezar a hablar—. Tan rápido como se le puso enfrente, se volteó para darle espacio.

— ¡Una mierda voy a decirte! —Y estampó uno de sus mejores tiros de puño cerrado sobre la cara de Benjamín. No falló, y él no estaba sorprendido.

—Estoy acostumbrado a mujeres como tú—. Tomó aire y con su mano acomodó su mandíbula. —Pero voy a estar vigilándote muy de cerca. A ambos.

—Entonces, cuida tu espalda—. Amanda estaba asustada, pero mostró fiereza en sus palabras.

— ¿Es lo mejor que tienes para decirme? ¿Ahora ya no está tu amiguito para decirme “touché”? ¡ja, ja! —Hizo una pausa para recomponerse aún más de la piña recibida y añadió — ¿Qué pasó con Benicio?

—Benicio es un viejo muy aburrido—. Le dijo Andrés incorporándose a la conversación. Los ojos de Benjamín se ensancharon como huevos fritos, y pensó si su hermano no estaría escuchando o viendo la conversación que había tenido con Amy desde que habían empezado.

— ¿Dónde vas a dormir esta noche? —preguntó el mayor. —Digo, porque hay demasiadas habitaciones como para que tengas que… —nuevamente su hermano menor se interpuso.

—En la habitación matrimonial, como corresponde—. Se aventuró.

—No están casados—. Replicó Ben, haciendo un chasquido con la boca.

—Tampoco anticuados—. Y cambió la visión de sus ojos hacia Amanda. —Vamos—, se apresuró a decirle seriamente, —a la cama—. La orden fue directa y empezaron a caminar de inmediato. 



*


—Estas hambrienta—. Le dijo Andrés, mientras miraba por la ventana, dándole algo de privacidad para que se vista.

—Demasiado—. Contestó ella, sonrojándose. —Es que… me daba un poco de vergüenza admitirlo.

—No es que ahora quieras ser una vampira anoréxica, ¿o sí? —Bromeó él con un libro entre las manos, alternándose entre la lectura y el panorama.

—No, no es eso. Es tu hermano —, hizo una pausa para respirar, —me intimida.

—Él es como es, y no es un mal tipo —, agregó a favor de Benjamín, —no quiere meterse en problemas, y yo no me preparo para decir lo que vamos a hacer.

— ¿Por qué no recuerdo nada del día de ayer? —Amanda cambió de tema, mientras se ponía una remera bastante ancha que había encontrado en su nuevo armario. —Ni lo de antes de ayer, o la semana pasada, ni siquiera a largo plazo puedo recordar—. Sus ojos se entristecieron, como buscando algo. —Sólo hoy, y nada más.

—Eso es lo que importa, sólo hoy. —Andrés cerró de un golpe al libro, y se acercó a ella caminando, como una persona normal —Estas… —pronunció pero no continuó.
Los ojos de Amanda mostraron un brillo… un brillo intenso, como pocas veces ocurría. Él la observó de arriba hacia abajo, por eso había procurado ir caminando lentamente hasta donde Amy estaba, para mirarla con detención. Sus pelos estaban revueltos y a mitad de secarse, olía demasiado bien, como a cerezas. Estaba descalza, y tenía una remera gris gastada bastante ancha, pero no lo suficiente como para que su cuerpo deje de lucirse. Sus pechos se veían muy bien. En la parte de abajo no tenía nada… nada más que una bombacha negra, y sus piernas pálidas como todo su cuerpo relucían haciendo contraste al color de la prenda íntima.

—Estas… —Él volvió a repetir esa última palabra que había dejado colgada, haciendo lo mismo ahora que la decía nuevamente.

— ¿Agotada? ¿Hambrienta? —preguntó ella, con inocencia, mientras sus ojos destellaban estrellas.

—Exacto lo que iba a decir—. Le susurró. ¡Mentiroso! Se dijo Andrés. Eso no era lo que iba a decirle. Tenía pensado en hacerle saber lo hermosa que estaba, pero no se animó. Agarró la cara de Amanda entre sus gigantes manos y la miró tan fijo que podría provocarle un orgasmo sin necesidad de tocarle un sólo pelo. Ella se mordió el labio inferior mientras se hacia la distraída y miraba hacia un costado, con todo el cuerpo paralizado. Sus cuerpos iban acercándose más y más, como malditos imanes y el pequeño problema que Andrés había tenido en el baño con ella, volvía a aparecer.
Sin dejar de sujetar su suave rostro, miró detenidamente sus ojos, tan profundos y salvajes, llenos de amor, de pasión a punto de reventar. Él sabía que todo eso no le correspondía y lo invadió una llama de ira que lo hizo enloquecer. Pero por alguna extraña razón no podía despegar su vista de la de ella, se sentía pertenecer y sus ojos empezaron a dilatarse. Podrían habérsele ido hacia atrás, estaba caliente. Otra vez, por culpa de ella.
Cuando salió disparado del baño, no lo había hecho para ir a cazar como supuso su hermano Benjamín. Lo había hecho con un simple motivo: alejarse de ella tan lejos hasta que su cabeza volviera a funcionar mecánicamente. Fue a dar una vuelta aprovechando que la lluvia había parado para reordenar dentro de su caparazón la maldad y la frivolidad. Se sentía vacío. Era como si le hubiesen robado una parte de él.
Se sentó junto al Río Baradero que costeaba la estancia mirando al horizonte y una vez que se convenció que sus intenciones seguían siendo malignas, volvió a entrar. Y ahora he aquí, volviéndose a sentir otra vez estupido e indefenso.

— ¿Qué estas pensando? —preguntó Amanda, en un susurro entrecortado. Sólo una mujer con el faltante de algunos jugadores no se daría cuenta del fuego que había entre esos dos cuerpos a escasos centímetros de rozarse. — ¿Qué estas pensando? —repitió.

—No quisieras saberlo—. Comentó Andrés ronroneando. Mientras sus ojos se entrecerraban a causa de un placer visual, apoyó su sexo más cerca al de Amanda. Ella lo notó y él pudo sentir como el cuerpo de la chica se contraía automáticamente.

—Quiero. Por eso lo pregunto—. Y si sonaba como una suplica, es porque realmente era una suplica. —Andrés—, dijo de manera firme, — ¿qué estas pensando? —Él seguía aproximándose a ella, mierda, ya no había lugar entre esas figuras para un solo alfiler.

—Ese fue un movimiento peligroso—. Le dijo, cuando ella por primera vez en dos minutos se arrimó, apretándose contra su talla, de manera discreta y sutil, aunque él ya lo había notado. Resulta que estaba tan excitado que sus sentidos se activaron de inmediato, sensibles a su tacto.

— ¿Este? —pregunto ella, siguiendo la línea de susurros que habían empezado, mientras agarraba las manos de Andrés suavemente. — ¿O éstos? —continuó cuando dirigía lo que había tomado de él por el costado de su cuerpo sin dejarse tocar. —Tal vez… —murmuró Amanda —tal vez no te refieras a ninguno de esos… —las pausas que hizo no fueron sino más que producto del ambiente que crearon sin darse cuenta arrastrados por la pasión morbosa. —Tal vez tan sólo sea éste movimiento el digno de llamarse peligroso—. Finalizó cuando ella misma hizo que las manos de él tomaran su cintura, apretándola.

—Estoy hambriento—. Dijo Andrés cortando el clímax, y se alejó de repente de su lado con un movimiento brusco.
Benjamín entró a la habitación.
*


¿Qué mierda fue eso? Se decía Andrés, y se lo dijo al menos cincuenta y ocho veces mientras bajaban las escaleras hasta la planta baja. Resulta que Benjamín había entrado a la habitación para invitarlos a cenar de sus propias bolsas de sangre. Menos mal que la condición como vampiro le había dado una audición grandísima que supo manejar a lo largo de los años. De los tantos años. De no ser por eso ahora estaría lidiando con un problema más: los reparos que su hermano mayor tendría para él sobre mariconeadas tales como «Hey, ella es muy poco para un hombre como tú» a la mierda todo el mundo, se repitió en voz baja. No había hablado nada con Benjamín, y tampoco quería hacerlo. Andrés se prometió que descansaría unos días y empezaría con su misión. Esta cosa de hermanos mandones lo estaba poniendo con los nervios de puntas y si quería hacer algo realmente bien se iba a tomar su tiempo.
La lluvia había parado, pero la madrugada seguía siendo tan o más fría que cuando llegaron al Vinten. Mientras bajaba por las escaleras pensando en toda la mierda que había pasado en su habitación con Amanda, recordó que si no fuera por sus trucos mentales, ella lo odiaría, y el sólo hecho lo irritó. La miró de modo fulminante, y ésta le devolvió el gesto pero con consternación.

Basta de miraditas acusadoras, va a pensar que estoy desquiciado. — pronunciaba en voz baja. ¿El pequeño detalle? Bueno, una cosa es Amanda que no desarrolló sus sentidos auditivos de manera total, si bien puede escuchar más allá de todo, no esta tan desenvuelta para oír murmuros. Pero su hermano sí. Y punto final ahí, porque cuando Benjamín se volteó para mirar a su hermano con una de sus típicas caras de si-la-droga-nos-afectara-Andrés-sería-un-adicto-demente, él no hizo más que hacerse el sonso y seguir a paso firme por las escaleras.


*


El cielo estaba como lo recordaba.
Miró hacia arriba con aires de superación y se sacudió la ropa para sacarse restos del pasto que adornaban el suelo de forma natural. El viento cálido que flotaba en el aire le recordó a su juventud, a sus primeras visitas a este sitio.

Huele a canela casi quemándose —caviló. Ensanchó su pecho para poder inhalar ese aroma que tanto lo volvió loco años atrás, ese efluvio que tanto aludía a su mente todo el tiempo, y dejó que sus pulmones se llenen de principio a fin. Era como oxigenarse, como purificarse. Estaba sintiendo segundo a segundo como rejuvenecía, sentía su piel desquebrajarse para dar lugar a una nueva llena de vida, suave como… como lo fueron alguna vez sus alas.
Cuando él las perdió, jamás concibió la idea de poder extrañarlas, puesto que había conseguido lo que siempre quiso con devoción, una vida normal en la Tierra.
¿Por eso lo juzgaron? ¿Por querer algo plenamente distinto? Las cosas no se habían dado bien estos años… ahora necesitaba respuestas.

—Estamos costeando las puertas del paraíso —, se escuchó una voz lejana, su voz era tan tierna que la piel del muchacho se erizó, ayudada por una gran bocanada de aire puro que cubrió sus cabellos, —y no sólo que huele a canela, es incienso también, se que te gusta.

Cuando el hombre se giró sobre su mismo eje para afirmar que la voz que le hablaba en su mente, sea de manera cabal la que él sospechó, amplió sus grandes ojos color cielo, y dio un respingo hacia atrás.

—Alma… eres tú—. Afirmó y su sonrisa se amplió como  hacía meses no sucedía. —Jamás pensé que volverías a pedir por mi… no desde que… —las palabras del muchacho estaban perdiendo sonido, una inquebrantable tristeza lo acunaba, —bueno, no desde que ella se fue.

—Me place darte la bienvenida otra vez, pero… estamos en problemas, Dante—. Se apresuró a decirle, la única Arcángel mujer en el cielo. 

1 comentario:

  1. me encnatan las frases que acompañan a las miradas....maravilloso como siempre!

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