sábado, 5 de marzo de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 8 "Lazos de sangre."




— ¿Qué demonios? —pronunció Benicio cuando Dante se sentó rozando la incomodidad en el sillón.
Se encontraba en un estado casi de catalepsia al ver al hombre tan cerca de él. En los casi veinte años en los cuales acechó —no le gustaba usar ese término cuando se refería a cuidar a Amanda, pero al fin de cuentas eso era— a la mujer, si bien había bloqueado la imagen del muchacho, era imposible pensar al ciento por ciento que él no estaba ahí: al lado de la chica que amaba, por la cual estaba esperando hasta que alguna circunstancia —más bien la muerte, se corregía muy a menudo— la trajera de vuelta a su lado. La verdad era que Dante la amaba, la cuidaba, estaba con ella, la besaba y gozaba de todas las atribuciones que un novio puede tener con su novia. Benicio odiaba esa parte, porque él jamás pudo llegar más allá de un beso.
Ahora lo tenía en frente, sentado en su diván, entrando a su casa y mirándolo muy fijamente con un aire poco amigable. ¿Acaso lo sabía todo?

—Bien, empecemos por lo más básico —dijo Dante, de manera cortante y casi ignorando a quien ahora sería algo así como su anfitrión —como veo que no vas a hablar, me toca a mí —aclaró— no es que esta situación me ponga muy feliz, generalmente los trabajos los hago solo, pero así son las cosas ahora—. Quedó mirándolo esperando hallar una respuesta, que lejos estaba, al menos por parte de Benicio. Este observaba sin entender, y se fue acercando cuando se dejó caer sentado enfrente del hombre.

—No entiendo —articuló mientras movía la cabeza negando.

—A ver —empezó el visitante— partiendo de la base que los dos manejamos el español con fluidez y… —Benicio lo interrumpió

—No soy idiota, si vas a tratarme como un retrasado, te pido que te retires —contestó con pocas pulgas señalando la salida.

—No entiendo porque tengo que hacer esto con tu ayuda —reprochó Dante.

—No entiendo porque te metieron —señaló con resentimiento.

— ¿Por qué soy el novio de… ella? —todavía le costaba pronunciar su nombre.
Benicio gruñó por lo bajo. Bien, al menos aquel hombre no tenía ni idea quien era. — ¿Por qué desapareció tanto tiempo desde que…? Bueno, me entiendes. 

—Veo que por más Ángel y especial que te sientas, no te contaron la historia completa.

—Primero, no soy un Ángel —aclaró— segundo, ¿vas a ayudar o no?

—Sí, sí —se apresuró de manera vehementeclaro que ayudaré, que más quisiera que… —sus palabras fueron bajando el tono de voz, y se interrumpió. Si el chico no sabía la verdad, precisamente no iba a ser él quien se la contara.

— ¿Perdón…? —Dante escuchó eso último y no le gustó, sin embargo tras un breve interludio continuó —en fin, ¿quién o qué es Andrés? ¿Por qué se la llevó? ¡Que mierda! ¿Por qué jodida razón ella jamás me llamó, me buscó? —Dante negaba una y otra vez con la cabeza, mientras su cara reflejaba un excesivo dolor.

—Andrés… bueno, un sádico muy poderoso entre los nuestros. Y se la llevó por razones obvias, no hay que ser muy despierto para darse cuenta —si bien lo dijo con la intención de hacer enfadar a Dante, no tuvo mucho éxito—. El resto, bueno… no era seguro.

— ¿Seguro? Ella estaba segura conmigo —dijo algo molesto.

—No se trata de eso… —comentaba Benicio con amargura.

— ¿Quién eres?

—Viniste bastante desinformado —el vampiro tuvo que morderse la lengua para no soltar la verdad de inmediato. Necesitaba encontrar a Amanda de manera urgente, no podía echar esta oportunidad por la borda.

—Sin vueltas ¿Quién eres? —exigió saber.

—Digamos que trabajo para los… chicos buenos —completó sintiéndose algo estupido y torciendo la boca.

— ¿Qué quiere ese tal Andrés-como-se-llame con ella?

—Que quiere ese Andrés contigo, en todo caso. Con ella simplemente hacerme… —sufrir, pensó, pero claro que no podía decirlo.

— ¿Hacerte qué? —Dante comenzaba a inquietarse.

—Hacerte sufrir iba a decir —enmendó.

—Entiendo. Que prepare su bonito trasero, porque pienso patearlo unas cuantas veces mientras lo mato y lo vuelvo a resucitar, para volverlo a matar —avisó con rabia. Benicio no pudo evitar sonreír—. ¿De qué te ríes? —preguntó ofuscado.

—Nada, nada. ¿Qué es lo que vamos a hacer? —se dio cuenta que cuando él mismo pronunció la palabra vamos sintió incomodidad, ¿pero que otra cosa quedaba?

—Primero, meditar para rastrearlos, después ir hasta el lugar. Una vez allí, entrar, destrozar todo a nuestro paso, romper unas cuantas cabezas mientras me concentro en cargarla en mi hombro a medida que le pateo el culo a todo el que se atreva a tocarle un pelo —Dante finalizó contento cuando preguntó— ¿Dime si no soy genial creando estrategia?

—Ya lo creo.
Y aunque el vampiro no estaba seguro, no había chance que se les ocurriera algo mejor.

*

Otro día más terminaba, pero este iba a ser especial —pensaba Galadriel mientras ayudaba con la manga de la camisa a Benjamín.

—Un hombre tan grande y tan inútil —bromeaba ella — ¿Camisa larga? Agradezco que al menos sea blanca —mientras reía.

—Bueno, uno nunca pierde la costumbre —contestaba él un poco avergonzado— Al menos no pienso ponerme una corbata.

—El lugar es… —Gala torció el gesto con una media sonrisa y ojos iluminados cuan candelabro recién encendido— un tanto informal ¿no? No es que no lo sepas, simplemente quiero que estés al tanto —lo soltó de las manos y se llevó las de ella a la cintura, como planchándose la ropa con sus extremidades.

—Perfecto —adjudicó él, quien por dentro en lo único que pensaba era en la felicidad que le daba estar cerca de aquella mujer.

—Bien, sólo… tengo que ir a vestirme, e ir a vestir a… bueno –frunció el ceño –recomendarle a Amy que tiene que ponerse.

— ¿Amy? —Benjamín la miró confundido, y recordó que iba a empezar a tratarla bien, corrigió su mirada y agregó —. Así que ahora eres la gran amiga de Monstruito.
Pero Galadriel no le contestó, al menos no con palabras, le dio un pequeño empujón amablemente, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro y salía por aquella puerta. Antes de estar completamente del lado de afuera, se giró para pronunciar sólo un nombre.

—Andrés—. Y ahí sí se retiró.
Claro que Benjamín tendría que convencerlo de salir, él ya estaba listo. Lo único que esperaba era no tener que manchar con sangre su camisa, con sangre de su hermano, por supuesto.

*


Gala entró a la habitación que había elegido por su estadía. En frente de la que Amanda dormía. La noche que había pasado, mejor dicho, la tarde, notó lo que sospechaba: Andrés no dormía junto a Amy.
Es tan reservado y vieja escuela —se burlaba con simpatía. Claro, lo que ella no sabía era que si no habían pasado esos momentos juntos, era precisamente porque él la quería bien lejos, sin peligros de que cupido le clavara su estupida flecha.
Mientras decidía que ropa usar para esta ocasión, salió en bata hasta el umbral de su cuarto y chistó a Amanda varias veces hasta que esta salió con la misma indumentaria, miraba de un lado a otro como espía y le preguntaba:

— ¿Qué pasa, Galadriel?

—Estas sonrojada —acusó su blonda amiga.

—Tschhhh —hizo callar a Gala mientras se ponía más colorada— estaba pensando en… cambiarme, si mal no recuerdo dijiste que saldríamos —seguía hablando en voz baja con medio cuerpo adentro y medio afuera.

—Estas nerviosa —volvió a imputarla.

— ¿Qué? No entiendo lo que quieres decir —a Amy no se le daba bien mentir, y en el fondo sabía que lo estaba, estaba nerviosa, y con la cara de todos colores.
Galadriel salió en puntillas de pie acercándose a la muchacha en ese metro y medio que distanciaba una puerta de la otra y la tomó por los costados de su cara

—Se reconocer a una mujer nerviosa. Es normal, vas a salir con tu chico —tras una pausa y un guiñote de ojos con el cual Amanda se mostró más inquieta, agregó— Andrés está subiendo, vamos ¡a los cuartos general! —y entró al suyo burlando al vampiro que venía en camino.
Una vez sola, apoyó su espalda contra la puerta, contenta. Seguramente Andrés viniera a decirle a la chica que había cambiado de opinión y que se sumaría a ellos.
Pero la realidad fue otra. Galadriel se quedó paralizada y apoyó su oído bien cerca del pedazo de madera que las dividía —aunque no era necesario en realidad— para escuchar lo que seguía cuando un fuerte zumbido casi abolla la pared.
El ruido, provenía del cuarto que tenía ubicado exactamente enfrente.

*

La cabeza volvía a temblarle, era el equivalente a ponerse en medio de un corta nuez tamaño humano y que alguien venga a apretarlo cada vez más fuerte.
Desde las sienes, el dolor que sentía era infrahumano, estaba desbordándola. Toda su visión quedó suspendida tras una maraña negra que observaba cada vez alejarse más, pero no por eso lograba verla menos amenazante. Frente suyo lo tenía a él, apretando su pecho contra la puerta, sin dejar espacio siquiera para que entre aire. 

—No iré a ningún lado —amenazó soltándola y poniéndose a tres metros de ella. Amanda calló al piso y se llevó las manos al pecho, sentía que sus huesos se habían arrugado en el interior del cuerpo. Levantó la vista y lo miró con tristeza. Eso era todo lo que sentía, un profundo desconsuelo. Por un momento notó que las lagrimas iban a salir sin reparos, las sintió brotar desde sus ojos cuando de inmediato impidió despedirlas con el puño de la bata. Quedó allí tirada un buen rato, con la cara entre las manos, pensando mil formas de pedir piedad, de exigir que el tormento pare.
Algo había cambiado dentro suyo, aunque ella precisamente no se estaba enterando. A la chica jamás se le hubiera ocurrido tener que pedir algo así, en otro momento de su vida, o al menos dos días atrás, hubiese activado sus piernas para levantarse y propagar un buen intento de ataque. Pero ahora no, estaba indefensa, desolada. No entendía por qué, sólo podía sentir y sentir.
Se levantó con las pocas fuerzas que tenía agarrandose de las paredes cuando vio que Andrés se alejaba de ella aun más con unas facciones desorbitadas, como de asco pensó de inmediato.

—Ni te acerques —advirtió el  hombre.

—No pensaba hacerlo —contestó con un orgullo recién nacido, casi herido.

—Entonces nos entendemos —aprobó Andrés, haciéndola a un lado y saliendo por la misma puerta en la que había surgido, sin mirar atrás.

*

— ¿Qué demonios fue eso? —preguntó Galadriel, entrando a la habitación cuando el hermano menor de Benjamín salió disparado.
Amanda la miró fijo sin ganas de llorar frente a una extraña —porque a pesar de toda la buena voluntad y amabilidad que Gala le daba no dejaba de ser una simple desconocida— y se sentó en la cama. Con una suficiencia que generó ella misma frente a la humillación se sentó en la cama poniendo los brazos en forma de jarra y no pronunció palabra.
«—Amy —decía Gala mientras se acercaba lentamente — ¿Qué te hizo? —exigió saber.

—Nada, no fue nada —negó con la cabeza

—Estas triste —afirmó— tus ojos… —y besó su frente, haciéndole mimos en la espalda mientras la abrazaba.

—Dije que no fue nada –casi gritó, apartándose y yendo hasta el placard.

— ¿Qué estas haciendo?

—Buscando la ropa para salir —decía mirándola de reojo— la vida sigue —frenó— si él no quiere acompañarnos… —tomo aire— que no lo haga.

— ¡Esa es mi chica! —se alegró Gala al escuchar sus palabras y se le unió en la búsqueda.
Amy sacó una remera y un pantalón, pero su acompañante negó rotundamente con un no bien marcado, la corrió mientras le avisaba:

—Yo voy a elegir la ropa esta vez.

*

Andrés estaba sentado en el final de las escaleras con la cabeza entre las manos, despeinando su cabello negro azabache que contrastaba haciendo su piel más blanca y tétrica. No entendía por qué motivo, pero se sentía miserable. Miró las barandillas cuando el rostro de la mujer volvió a su cabeza de manera inconciente, primero sus ojos tan profundos y perdidos, sus largas pestañas, sus mejillas sonrojadas, su pelo largo, lacio desde las raíces hasta llegar a su mentón, ondulándose delicadamente hasta su cintura. Ese color chocolate y rojizo hacia las puntas. El contorno pálido y frío de su cuello, su clavícula, sus hombros. Nuevamente su rostro, una niña, casi una mujer.
Como si eso fuese posible, quiera o no, él la visualizaba de memoria, no perdiendo un sólo detalle. Porque a pesar de que no quería, la tenía tatuada en el cerebro. Cerraba los ojos y ahí estaba, los abría y era como si las paredes retrataran su rostro. No podía escapar de la sensación que lo embargaba y ocupaba su cuerpo electrizándolo desde la punta de su cabeza hasta la punta de los pies.
Sacándolo del ensueño, Benjamín bajó esquivándolo con un salto lleno de gracia.

— ¿Por qué no estas vestido, todavía? —mientras se le empezaba a enarcar una ceja.

—Porque, jodidamente, no pienso ir—. Ni siquiera había reparado en mirarlo a los ojos.

—Pues bien, nadie dijo que era una opción. Así que aquí te espero mientras te vistes —ordenó.

—Como si estuviese en taparrabos —dijo con sarcasmo mirándose.

—Gracias a Dios que no —contestó Benjamín.
Andrés lo miró confundido, ¿Es que había dicho Gracias a Dios? Automáticamente lo ignoró, y siguió haciendo como que contaba las musarañas. Su hermano volvió a insistir:

—Bien, pongámoslo de esta forma —empezó—. Me agrada Gala. Y lo sabes bien. Es un favor el que estoy pidiéndote, si quieres verlo de ese modo.
Andrés levantó la vista, y echó un silbido burlón.

— ¡Con que era eso! ¡Ja! —se acercó bien al rostro de su hermano, quién muy cerca de estar avergonzado trató de evitar su mirada—. Sucio y perverso —culpó Andrés, mientras con su dedo índice le golpeaba el pecho.

— ¿Perverso? —preguntó sorprendido.

—Querías que yo le de el lote —decía— para después sumarte en la orgía. Promiscuo e incestuoso, sobretodo incestuoso creo yo. Porque una cosa es, el público conocimiento por el cual todos me hacen saber lo sexy que soy —contaba socarrón— pero… lo tuyo es demasiado repugnante. Habiendo tantos hombres…

—Ya basta —exigió Benjamín— no eres mi tipo —al parecer él también estaba bastante jocoso. — ¿Entonces?

—Entonces nada. Denegado. Ni loco. Ni aunque estuviese desesperado. Ol-vi-da-lo.

Pero las mujeres habían empezado a descender por las escaleras. Andrés lo notó cuando su hermano puso sus ojos en forma de plato y él más o menos estuvo por adelantarse a recoger su mandíbula del piso. El hermano menor se dio vuelta sobre sí para entender cual era el motivo, la razón o la circunstancia, y se decepcionó al ver a Galadriel.
Bueno, no podía negar que la mujer era muy linda, y se encontraba bastante atractiva en esta oportunidad, pero tampoco la pavada. Miró a su hermano nuevamente con ganas de proporcionarle un buen cachetazo en la nuca, pero giró sus ojos al mismo tiempo que los ponía en blanco como diciendo están-todos-de-puta-broma.
Andrés se cruzó de brazos, saludó con condescendencia a Gala, quién lo ignoró, y fue justo en ese preciso momento, que él mismo sintió como el alma se le caía al piso. Amanda había quedado al descubierto frente suyo al comienzo de la escalera, allí a en lo alto. El hombre dejó caer sus brazos a los costados mientras la observaba bajar con timidez.
Su cabello parecía una bola de boliche que irradiaba luces en todos los sentidos, brilloso con vida, los bucles de las puntas estaban más formados y marcados, los ojos tenían un delineado especial color negro esfumado y la hacían parecer una actriz de los años sesenta, con grandes y largas pestañas bien cargadas de rimel negro. Notó también que llevaba rubor, muy poco, pero se notaba cuando se veía lo blanca que era su tez. Sus labios tenían un brillo bien rojo que marcaba cada ángulo de los mismos, haciéndolos más carnosos, más llenos de vida, mordibles.
Claro que Andrés no pudo detenerse allí de por vida cuando el vestido negro de satén y encaje que llevaba la mujer eran un gran cartel que decía soy-extremadamente-hot-y-aquí-estoy. No, por supuesto que no se detuvo solo en su maquillaje, comenzó a bajar la vista, desnudándola con la mirada, imaginando como sería todo lo que traía, libre de ropa. Él mismo sintió como sus propias mejillas le ardían y empezó a cerrar en puños sus manos, notándolas algo transpiradas.
Seguía inmerso en su mundo, al que ahora se le sumaba Amanda y su hermosa figura, cuando escuchó que Benjamín le decía —Los esperamos en el auto —y escuchaba como la arpía de Gala se reía.
La esperaran a Amanda en el auto, porque yo no voy —pensaba en forma de contestación para su hermano, pero las fuerzas le fallaron hasta para contestar algo tan simple y de cortas palabras.
¿Dónde estábamos? Oh sí, penetrar con la vista, segunda parte. Sin poder quitarle los ojos de encima, Andrés se sintió celoso, celoso de la tela que tocaba el cuerpo de la mujer, y al ver las finas tiras del mismo en sus hombros, que bajaban como una cascada por sus pechos, marcando un gran escote entre ambos, volvió a sentir celos y rabia también esta vez, por quién se atreviera a mirarla… como lo estaba haciendo él.
Cuando llegó a su cintura, empezó a rogar que el vestido de la chica terminara en sus talones, pero no fue así. Por descontado que no fue así. Galadriel, maldijo Andrés.
Él pensaba que esto era su culpa, y no estaba muy equivocado. Al fin de cuentas Gala había elegido el vestido, y con un solo objetivo: estimular al muchacho, darle un pequeño empujoncito. Y vaya estimulación, el vestido apenas le tapa el trasero, todavía no se lo  había visto… y ya lo sabía.
Andrés cerró con fuerza los ojos mientras cerraba con más fuerza los puños y aguantaba la respiración. No podía seguir mirándola, estaba dañándole las corneas. Quemándolo.
Aunque quiso, el perfume que ella llevaba puesto, sumado al aroma de su sangre, lo hubiese podido sentir hasta sumergido en el océano. Todos podríamos entenderlo si ella fuese humana. ¿Pero y ahora? Ahora nada, si bien la mujer era un vampiro, y la sangre no era bebida —o al menos no se acostumbraba— entre ellos, existía un mito: el deseo la hace inigualable a cualquier otro tipo de grupo o factor. Si bien no alimenta a uno de su clase, se bebe como un acto sexual. Y cuando uno de ellos reconoce ese olor, bueno, están algo así como perdidos. El contacto sería irrefrenable, irrefutable. Existiría tarde o temprano, porque su afán no dejaría que pase lo contrario. No suele pasar muy a menudo, no es común y tampoco es signo de amor, simplemente es pasión. Claro que muchas veces eso hace que uno se enamore, pero no era una regla excluyente.
Andrés lo sabía, había visto a cientos de parejas vampiros intercambiar su propia sangre, y si bien jamás lo había hecho sabía que era excitante y una experiencia única, porque no es solo jugar con el placer propio, sino advertir el del acompañante, los dos juntos se sumergían y se entretenían en un mismo tiempo, al unísono.
Tras esos pensamientos inoportunos, el hombre empezó a sentir calor, como si le estuviesen prendiendo fuego todo el cuerpo. No después de abrir los ojos entendió el motivo: Amanda estaba parado enfrente de él.

—Hola —le dijo la chica, en un susurro. No era broma cuando creía tenerle miedo. Realmente sufría.

—Ho… Hola. —Esta vez, el rostro del  hombre no mostraba nada de lo acostumbrado. Ahora la ironía, el sarcasmo, la actitud sobradora y la seriedad habían desaparecido dejándolo calmado, sedado como un paciente al que le aplican eutanasia y comienza a descender hasta el otro mundo. Andrés estiró inconcientemente su mano para tomar la de Amanda, y recordó a Jack Dawson de Titanic, cuando estrecha la mano de Rose para que baje el último escalón. Se sintió patético, pero por una extraña alineación cósmica, permitió que el sentimiento entrara y saliera por donde había venido. Cuando la mano de la chica tomó contacto con la de él hubo una explosión interior, él la apretó y soltó al instante sólo de ver la cara de exaltación de ella.

—Gracias —Amanda estaba descolocada, casi sin entender como éste sería el mismo hombre que hacía un rato nada más había irrumpido en su habitación casi lastimándola. Pero sin importarle ahora, preguntó — ¿Vas a ven…?

—Sí —Andrés no dejó ni que la muchacha termine su oración. Ya había asentido con la cabeza varias veces. Él iba a ir. Lo había decidido en ese preciso instante.
Maldiciéndose por dentro, tomó su chaqueta de cuero y salieron por la puerta, para unirse con el resto. Pero Amanda lo frenó tirandolo junto a ella.

— ¿Qué es ese olor?

— ¿Qué olor? —Preguntó— Juro que me bañé —dijo preocupado.

—Ese aroma… es tan, dulce… que hasta me dio hambre —frunció la boca, parpadeó olfateando, y los ojos parecían darles vuelta.

—Mierda —fue lo único que pudo soltar Andrés.
Ahora él lo sabía, estaban en problemas. Los sentidos de Amanda pudieron captar el aroma de la sangre del hombre, tanto como él deseaba la de la chica.
Esto no se iba a poner muy bueno. No al menos cuando éste se negaba ante la tentación de poseerla de todas las formas posibles. 

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