lunes, 11 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 19 "El traidor"


Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía.
—Jean Jacques Rousseau—




— ¡Hey, tú! —, chistó Gala cuando Andrés entró por la puerta de vidrio en la cocina de la Estancia.
Cuando su hermano lo dejó allí afuera, se quedó un buen rato parado mirando hacia la nada misma. Las cosas estaban tomando un rumbo, no estaba sólo. Saliéndose de sus pensamientos, queriendo únicamente subir para estar con Amanda, dirigió una mira lasciva a la vampira rubia, y atendió a su llamado.

— ¿Qué quieres, Galadriel? —, preguntó molesto. —Vamos, tengo cosas que hacer.

—Vas a arreglar lo que hiciste —. Le decía, rozando el ofendimiento. Gala no era una mujer violenta ni prepotente, pero si había algo claro, es que en este tiempo que había estado con Amanda, aprendió a apreciarla como amiga. A partir de ahora, cualquier cosa que perjudicara a la neófita, la perjudicaría a ella también. Galadriel era una mujer pasional, los enemigos de sus amigos, eran asimismo sus rivales, pero por sobretodo, cualquiera que dañe o al menos intente jugar con un ser amado suyo, estaría metido en serios problemas. Con los brazos cruzados y la mandíbula alzada, orgullosa de mostrarse tan terrible frente a un hombre vil, agregó —Voy a desmoronar a puñetazos tu estúpida sonrisa si dañas a Amy.

— ¿Es este el momento en que me dices que si algo le pasara, te vengarías prendiéndome fuego o cosas así? —preguntó Andrés, con mordacidad entre los dientes y una media sonrisa sátira, esas que guardaba para momentos tensos.

—Figúrate Andrés, no sirves para nada —, acotó Gala, indignada. Las contestaciones que aquel hombre daba, nunca significaban algo claro, tenía esa maldita costumbre de hacer las cosas más difíciles, incluso las que no tendrían por qué serlo.
Él no podía actuar como una persona normal, no podía haber dicho “por supuesto que no lastimaré a la mujer que amo” simplemente tenía que desvirtuar la conversación mostrando causticidad.
Andrés no contestó, no hizo nada más que mirar alrededor de la sala viendo las caras de incógnita o de póker que los otros vampiros le ponían a su paso. Franco jugaba con sus manos, entrelazándolas y dando vuelta los pulgares. Benjamín rió un poco por lo bajo, al parecer le causaba gracia ver a Gala enojada y haciéndose la gallita con su hermano menor. Pero no, Andrés no podía salir de escena sin ser por un momento un bastardo, iba contra su naturaleza, y no la de vampiro, sino la de sádico o cretino. Así que giró antes de partir rumbo a las escaleras.

—Hermanito —, llamó a Benjamín, siendo cómico que se dirigiera en diminutivo, cuando aquel hombre al que le hablaba era el mayor de los dos. — ¿Así que has estado afilándote el cuchillo con este pigmeo? —. Le preguntó, señalando con la cabeza a Gala, que lejos de entender a que se refería, lo detonó con la mirada, sólo por si acaso. Benjamín tragó una buena bocanada de aire que le permitiese no ponerse de pie para arrancarle las extremidades a su hermano, quién rozó indiscutiblemente una barrera, un código. Franco rió y Benjamín lo codeó por irrespetuoso. Parecía que, la única en la sala que no entendió a que se refería Andrés con  afilándote el cuchillo fue ella, y se sintió realmente una idiota, puesto que más claro imposible. El menor de los Casablanca no acababa de hacer referencia más que al acto sexual de introducir un pene dentro de una vagina, sólo que, de forma más delicada. ¡Maldita sea! Hasta en cosas así se las ingeniaba para ser complicado.
Cuando Galadriel refunfuñó audiblemente, Andrés estaba casi volando sobre sus suelas, barriendo el piso por el que caminaba. Escaleras arriba lo esperaba la mujer más hermosa, la culpable de haberlo hecho enamorar por primera vez en toda su existencia, y no sólo eso, también quién ocupaba su tiempo, su mente, su corazón y todos esos pequeños pero importantes espacios, donde en la mente de uno hay un click que te dice: es este el momento para afirmar que, el día que la vuelva a hacer sufrir, yo mismo me clavo una estaca en el pecho.

*

Cuando Amanda se desparramó en la habitación, cerró sus ojos e imaginó aquel rostro tan perfecto que le hacía perder la fuerza de su cuerpo. Todo se aflojaba con verlo, pero en estos momentos era como si le hubiesen dado una carga eléctrica de adrenalina, era como si hubiese despertado con todas las pilas en su lugar. El nudo que sintió los últimos días estaba desapareciendo, en remplazo, una gran mariposa se coló en su estómago.
Para evitar gritar de la emoción —pese que la situación no lo ameritaba, habiendo dos vampiros abajo discutiendo, entre ellos, el que la hacía suspirar— se tapó la cara con una almohada, inclusive la mordió haciendo un buen agujero en la funda, por dónde se colaron para escapar unas cuantas plumas blancas, que cosquillearon contra la nariz de Amy, produciéndole un estornudo. Cuando se decidió a apartar la estúpida almohada para inclinarse sobre la ventana de la habitación y ver si desde allí podía encontrar a los hombres, su corazón dio un vuelco. Estaba nerviosa, Andrés le había dicho que iba a subir por ella, ¿eso qué quería decir, exactamente? Había una gran diferencia a las veces anteriores, en primer lugar él  jamás le había dicho que la recogería, de hecho, siempre que podía la evitaba. Ahora no, iba a subir, la iba a buscar… iban a estar juntos. Amanda fantaseó con mil cosas a la vez, ninguna sexual —por el momento— sino que, de sólo pensar que él quería su compañía, ya sea para hablar sobre historia antigua o contar estrellas, la hizo sentir importante, tenida en cuenta, en resumidas palabras, todo lo que ella buscaba de un hombre. ¿Y cuánto mejor si esa persona era Andrés?
Casi cuando llegaba a la ventana para apoyarse en el alféizar, pudo percibir un sonido rasposo sobre la madera del piso. Se dio la vuelta despacio y un pequeño papel doblado se encontraba apoyado en él. Si el corazón de la mujer todavía latiera, podría haberse desbocado, aquella hoja no era una cualquiera, poco más imaginó las luces de neón tiritando con una flecha sobre la misma que dijera “¡vamos estúpida, ábreme ya!”

Se dirigió a paso lento, como si le costara caminar y vaya que le estaba pasando. Casi más cae contra el piso en su incontrolable afán de llegar hasta aquella carta.
Desplegó el pliegue con manos sudorosas — ¿y por qué no torpes, también? —a la vez que mordía sus carnosos labios empapados de saliva.

“Dije que vendría a buscarte y sería un bastardo si no cumpliera mi promesa. Pero más que por cumplir, es un simple sentimiento de deseo, algo egoísta en mí, para no perder la costumbre. Porque lo soy, soy un egoísta, no estoy preguntándote, como debería hacerlo, sino, exigiéndote que vengas, porque te necesito de una forma animal. Ansío tu presencia y es por eso que, te invito a mi habitación. Estas leyendo bien, vas a conocerla, ¡y qué estúpido por mi parte crear tanta expectativa! No habrá ataúdes ni sangre decorando las paredes, no te emociones. Sólo tú y yo. Pero me basta. Demonios que por ahora me basta.”

Amanda casi rompe en llanto, pero en lugar de eso, pegó al menos cuarenta saltos por todo el lugar, estaba enajenada. Había leído bien, él la había invitado, cordialmente, a aquel lugar que nadie se animaba tan siquiera a golpear la puerta para llamarlo. A aquel lugar tan íntimo y privado que Andrés tenía. Mirando por última vez el papel —al menos por ese momento, ya que sabía que lo leería hasta que los ojos le doliesen por tanto repasarlo— notó que no había finalizado. Había unas líneas más como posdata.

“Ven con tu traje de baño. No, no voy a invitarte a la piscina, aquí en la Estancia no hay cosa tal, pero sí un lindo y calefaccionado jacuzzi que tiene lugar para uno más, además de mí.”

El papel voló por los aires cuando corrió medio metro, estampándose contra el placard, tirando toda prenda a su paso en busca de la ropa que tendría que llevar. No quería ni respirar, ¿Andrés estaría escuchando desde la habitación de enfrente, donde estaba la suya, todo el escándalo que Amy estaría haciendo en busca del traje de baño? Era posible, su oído agudo lo podía todo. Se frenó a sí misma para calmarse, contar hasta diez y realizar la búsqueda como una persona normal o al menos no tan desesperada. Llegó a dos y medio cuando se dio por vencida arremetiendo contra el vestíbulo.
Eligió una bikini color piel, la parte de abajo era una especie de short muy ajustado que tapaba gran parte de su perfecto y redondo trasero en forma de manzana. La parte de arriba no tenía tiritas, y levantaba sus pechos haciéndolos ver más exuberantes de lo que en realidad eran. Para completar, se calzó un vestido blanco con dos finos breteles, corto y ajustado desde su busto hacia la cintura y acampanado al llegar a las caderas. Apenas tapaba sus glúteos ¿pero qué importaba si así llamaría la atención del vampiro?
No lo pensó un instante más, su cuerpo se puso caliente antes de que ella pudiera girar la manija de la puerta. Varias partes de su cuerpo empezaron a arder, cuando por un microsegundo imaginó a Andrés detrás suyo, respirando agitado, exhalando todo su dulce aliento sobre sus hombros.

Cuando salió de su habitación, Franco estaba apoyado contra la pared. Le regaló una sonrisa que la hizo poner nerviosa. Aquel hombre acortó distancia, musitó algo en su oído, ella asintió y se dirigió a la habitación de Andrés.
La caída había empezado, tempranamente.
Hoy, un maldito bastardo traicionero, desafió todas las reglas. Su nombre era Franco, un vampiro mitad demonio, capaz de controlar todo desde las sombras, pasando inadvertido.

*

Tan sólo acuérdate de respirar cuando la veas, imbécil —se decía Andrés dando una y otra vuelta por la habitación de manera desordenada, los preparativos estaban listos.
Miró alrededor y llamo perra a Amanda por demorarse tanto. Estaba impaciente, quería besarla, abrazarla, apretarla junto a él hasta fundirse en un mismo cuerpo toda la noche. Aunque parezca imposible de creer, el vampiro no estaba pensando en sexo cuando deseó que la mujer llegara, y con fundirse en un mismo cuerpo hacia única referencia a dormir toda una noche junto a la dama, nada más que eso. Algo en él, cuando pensaba en ella, hacía a un lado todo lo carnal, pensando en la perfecta sintonía que Amanda le brindaba con una mirada. Al menos por un rato, claro que después volvía a sentir esas irrefrenables ganas de hacer que ella fuese suya y de nadie más.
Me estoy volviendo un idiota —se reprochó ante ese pensamiento. Pero así era, ya no le importaba ser un subnormal. Se sentó en el borde de la cama en esa inmensa habitación. Sus dedos golpeaban sus rodillas y miraba para todos lados. Jamás había tenido compañía ahí dentro, pero preparó el lugar como si fuese un experto en visitas. Cambió los acolchados y las sabanas por unos nuevos que jamás había usado, eran color púrpura con bordados en color dorado. Se encargó de tener una buena cantidad de sangre puesto que estaba hambriento, y a estas alturas Amy debería estarlo también, sin saltar el detalle que, cuanto menos hambre tenga él, menos se iba a tentar de hincarle los colmillos a ella… no olvidó el pormenor —que no era tan pequeño en sí— en el cual él moría por morderla. La atracción que sentía por su sangre seguía intacta, y muy a su pesar… aumentaba.
Andrés se había bañado y perfumado como nunca antes lo había hecho, no es que fuese un desalineado, todo lo contrario, sólo que esta vez procuró ser cuidadoso. Tenía una camiseta blanca y un jean negro ajustado, su pelo estaba mojado y lo revolvió un poco debido a los nervios. Estaba ansioso, todo se reducía a esa pequeña palabra. Todo se reducía a sus músculos fallando, a su cabeza dando vueltas y a sus nervios en puntas como picos montañosos. Sí, estaba demente y fuera de sus cabales, por su mente surcó una pequeña idea de escapar de ese lugar, no volver más pero… ¿adivinen que fue más fuerte? Las jodidas ganas que tenía de que Amanda lo ame, y como si fuese poco, amarla él también, porque así lo sentía tan desde el centro de su pecho que era imposible, a menos que sea un completo necio para hacer a lugar ese sentimiento.
Cuando estuvo dispuesto a arrancar el parqué del suelo, la puerta de su habitación reprodujo el sonido que tanto ansiaba, aquellos dos toques suaves provenientes de la mano de Amanda llamando a su puerta.

¿Qué cómo hizo un simple traqueteo en la madera, sobresaltarlo de ese modo? Ni de coñazo podía reconocerlo, pero significaba estar enamorado, no pensar en otra cosa que poseer a esa mujer al otro lado, de todas las formas posibles, hasta el cansancio.
Cuando pensó que la noche transcurriría en calma, disfrutando de una buena compañía y luz de velas —porque las tenía encendidas en la sala de baño para cuando entraran al jacuzzi— se había equivocado, y no se lo dijo su mente en forma de susurro, no fue su fuero interno quien lo advirtió, sino algo bien duro, caliente y primitivo entre sus piernas.

Mierda —gruñó, dando vueltas antes de abrir. Si hubiera tenido hielo en la habitación, los hubiese echado dentro de sus malditos pantalones para bajar la prominencia que crecía saliendo de sus boxers negros como un maldito vikingo enjaulado.
¿Hacía cuanto que no tenía sexo con una mujer? Mucho tiempo, pero ese no era el quid de la cuestión. Si se le presentaran diez mujeres dentro de su cuarto en ese mismo instante, probablemente las hubiese rechazado a todas o las habría matado hasta dejarlas sin una gota de sangre, tirándolas en un descampado para prender fuego esos inocentes cuerpos del formato que una pasa de uva tiene cuando se seca completamente. Sin embargo, no había diez mujeres allí esperándolo, ni tenía frente suyo a Miss Universo. No obstante, para él, algo mejor lo aguardaba: Amanda.  Y no era mucho decir, la estupida mujer lo ponía loco, nada se comparaba a lo que ella le producía.
El asunto de sus pantalones no parecía ceder, carajo, no hacía más que amentar, si es que eso podía ser cierto. Para su malestar, lo era. Cuando escuchó nuevamente la puerta zumbar, utilizó la velocidad vampiro y la abrió. Si Amanda se daba cuenta ¡al demonio con todo! Ya no le importaba una mierda de nada.

Estaba bien frito, jodidamente más muerto que nunca. Cuando la vio tan simple y sensual parada cara a cara, sacó una terrible conclusión: si él hubiese sido un soso humano, hubiese caído muerto ante aquella revelación que con cuerpo femenino tuvo la osadía de aceptar la invitación que le ofreció momentos antes.
Él la vio ahí, junto a la puerta con cara de no-me-comas y le dedicó una media sonrisa, digo media porque todavía el muy cabrón se retorcía para que aquella erección cediera a lugar, para volverse un ser no-tan-sexual.
Sin conseguirlo, se hizo a un lado, tomó de la mano a Amanda, la notó temblorosa. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y giró para unir sus ojos a la maravillosa mirada de la mujer, a la que notaba como el pecho le ascendía inhalando aire para largarlo con la boca entrecerrada, como si fuese un pecado hacerlo. Se acercó lo más que pudo, tratando de no rozarla y reavivar el fuego que de por sí le generaba mirarla. Notó como la chica observaba con vergüenza toda la habitación.

— ¿El jacuzzi? —. Preguntó mientras despejaba de su rostro  un mechón largo que caía como bucle, tapándola.
Andrés señaló con su mano sin pronunciar palabras a la puerta que había al otro extremo, desde ahí tenía acceso a su cuarto de baño privado. Ella asintió con la cabeza y colocó sus ojos en la cama, él, por su parte, maldijo a Amanda en todos los idiomas que conocía, inclusive en rumano, por hacer de esa insinuación inconciente —puesto que nada le afirmaba a él que verdaderamente Amy halla querido insinuar algo— una condenada invitación a tener sexo salvaje ya mismo sin decirse hola para empezar. Claro que fue imaginación del hombre, la vampiresa no permitió que esos pensamientos se le crucen por la mente cuando observó el lecho de Andrés, sólo le pareció bonito el acolchado y nada más. Si de algo tenía que ser culpable la chica, fue en lamentarse como esas sabanas quedarían arrugadas y arrasadas después que él la tomase sobre ellas, pero vertiginosamente sacudió su reflexión concentrándose en contar ovejas.

— ¿Hambre? —. Es lo único que Andrés dijo, antes de reproducir la palabra pensó en largarla en voz baja, sentía como su cuello se ponía bien estrecho, y de no ser porque antes de decirla tomó aire varías veces, hubiese salido en un hilo de voz bastante maricón. Se sentía ahogado. Su cuerpo frío tenía temperatura, era eso o la casa se estaba incendiando con ellos dos metidos ahí dentro, y ni su hermano ni los huéspedes habían sido capaces de avisar, cosa que estaba descontada porque, la única que querría que él quedase dentro de un jodido incendio era Galadriel, y sabiendo que allí arriba también estaba Amanda y mismo el cuarto con sus porquerías, no dejaría que una cosa así pase. No cuando la mujer era una enferma de la moda y los vestidos que había traído eran tan costosos y finos. En fin. La erección había bajado, agradeció a Gala en su interior. Cuando imaginó el rostro de la rubia, Andrés pudo sentir como él mismo se pegaba un buen palazo en las pelotas. No es que ella fuese fea… con ser molesta bastaba para desexcitarlo.

—Un poco —. Asintió Amanda, haciendo referencia al ofrecimiento de cenar que segundos antes le había propuesto el vampiro.

— ¿Qué? —. Preguntó. El muy estupido se había olvidado lo que dijo anteriormente. Cuando Amanda le hizo saber que su contestación se refería a que estaba un poco hambrienta, Andrés pensó internamente “los poderes curativos de Galadriel, una vez que la imaginas desnuda no vuelves a coordinar nada, que fastidio de mujer. Genial

Acercándose a la mesa para servir en una de las copas un poco de sangre, evitaba imaginar los besos de Amanda sobre sus labios. Primero tenía que comer, luego el resto. Movió de un lado a otro su cuello, descontracturándolo, o al menos, intentándolo. Se sentía un virgen inexperto. Sonrió al caer en la cuenta que, por suerte, no lo era. No después de tantos años y de tanto fanatismo por el sexo. Se preguntaba como sería con Amanda, la primera mujer en más de doscientos años que le provocaba erecciones con tan sólo una sonrisa. Cuando la copa estuvo llena, volteó para dársela, ella lo sorprendió estando muy pegada a él, por lo cual, de la manera más torpe, en el intento de no mirarla fijo, cuando traspasó el cristal de su mano a la de Amanda, éste se volcó, manchando el vestido claro que ella traía puesto.

—Cielos, ¡me gustaba realmente este vestido! —. Se quejó ella.

—Lo siento… en verdad que lo siento —, Andrés no estaba mintiendo, se comparó con el retardado más grande del planeta y él seguía ganándole. —Puedes ir al baño a cambiarte, ¿quieres una remera mía? —su voz temblaba, llámese estupidez o calentura, a estas alturas no distinguía a un perrito inocente de un lobo hambriento, ávido por clavar sus garras sobre carne impenetrable.

— ¿Fue un truco para desvestirme, o simplemente fuiste torpe? —Amanda le mostró sus dientes en una amplía risita que lo dejó sin habla, maldición, él no había pensado en algo así, pero la idea lo tentó.

—Tú no quisieras probarme —. Amenazó él, guiñándole un ojo. No se dio cuenta sino, hasta que Amanda se acercó a él pegando sus senos al amplio pecho del hombre, que la jodida erección volvía, violentamente, cuando Amanda puso su mano, muy inocentemente, o al menos de esa forma lo sintió Andrés, sobre el cierre de su pantalón, bajándolo milímetro a milímetro. — ¿Qu… qué estas…? —Quiso saber Andrés, o al menos terminar la pregunta que había empezado, cuando la vampiresa se encontraba de rodillas frente a él bajando sus jeans. Los ojos del vampiro ardían por el color rojo fuego que se habían tornado ¿qué rayos estaba haciendo Amy? Andrés no quería saberlo, porque cuando pensó en lo que seguiría a continuación, su miembro ya se había puesto más firme que nunca. Amanda volvió a ponerse en pie, agarrando una de las manos de Andrés, poniéndola sobre su montañoso pecho. Él apretó bien fuerte, ella jadeó y con una de sus manos empezó a tironear de la remera que el hombre tenía puesta, desgarrando el cuello de la misma. El vampiro volvió en sí y activó su instinto animal, le sonrió, besó el cuello de la mujer, sacó la mano de dónde Amy la había puesto y la tomó por la espalda, arrancando el vestido de cuajo, sin siquiera reparar que ahí mismo tenía el maldito cierre para evitar la ruptura. Tiró a la chica a la cama tan fuerte como pudo, avanzando sobre ella como si fuese a comérsela, lo que claro, iba a hacer en minutos posteriores. Ella le quitó la remera con violencia y mientras besaba el pecho del hombre con vehemencia, sus piernas terminaban de hacer el trabajo, trabando el pantalón de Andrés, para terminar de sacarlo.
El hombre dejó de perder tiempo y levantó la vista para observar a aquella preciosa criatura bajo su cuerpo, no dudó en desprender la parte de arriba de su bikini, y se maravilló aumentando el ardor que sentía al ver esos dos pechos que tanto había imaginado alguna vez. El tiempo apremiaba, quería estar dentro suyo, lo deseaba en cuerpo y alma, mientras que con su boca jugueteaba en el cuello de Amanda, proporcionándole vaivenes con el cuerpo, lamía su oreja y dirigía su gran mano a la entrepierna de la vampiresa. No se molestó en sacar la parte de abajo de la chica, le hizo abrir las piernas en un arranque de furor y con su dedo índice se aproximó al centro de la mujer, corriendo la tela de la bikini, para adentrarse en aquella profundidad que tanto anhelaba. Cuando por fin su dedo se introdujo, él, con la otra mano y parte de su cuerpo, coaccionó a que la mujer subiera hacia arriba al mismo tiempo que su boca lanzaba el gemido más caótico que existiese. No hubo diálogos, sólo sollozos hambrientos. Miradas lascivas que pedían más. Andrés ya no soportaba esa distancia. Irónico porque, realmente, más cerca no podían estar, mejor dicho, había sólo una forma de acortar cualquier trayecto: metiéndose de una jodida ves dentro de esa mujer.
Cuando ella clavó sus uñas sobre la espalda de Andrés, se dio cuenta que era el momento, tenían que concluir lo que habían empezado, pero el llamado a gritos desde la planta baja hizo que el vampiro parara en seco antes de volver a besar a la chica. Algo no estaba bien y automáticamente, cuando intentó sentarse en la cama para preguntarle a Amanda que rayos podría estar pasando, ella se abalanzó sobre él, clavando sus colmillos tan profundo como pudo, dejándolo sin habla, tumbado sobre la cama a medio vestir, extrayendo tanta cantidad de sangre que… estaba a punto de terminar con su vida.

Si no lo había logrado ya, fue porque la puerta de la habitación se abrió, Gala y Benjamín quedaron estupefactos al ver a Andrés sin conocimiento. Amanda casi atraviesa a la pareja cuando de un paso escapó por la puerta.

El imperio construido por el menor de los Casablanca, a base de matanza y maldad, estaba cayendo a pique. Lo que los vampiros venían a advertirle era que, la Isla que tenían a cuatrocientos metros cruzando el Río, utilizada en las Guerras entre el Cielo y el Infierno, estaba sufriendo un fuerte remolino oscuro, como un agujero negro, dándoles la bienvenida a los demonios. La batalla había empezado, ¿tomando por sorpresa a los desprevenidos? Al fin y al cavo así es como se gana un combate, apuntando en la debilidad del adversario. Lo que era nuevo en este contexto es que, ellos ya no formaban parte de ninguno de los dos bandos, aun así, estaban involucrados.  

Un jodido aprieto, no tenían el respaldo de Marcus en esta pelea, porque precisamente querían librarse de él, pero tampoco del Cielo, cuando su intención era beber la sangre de un Ángel Caído que les daría libertad infernal. Y como si fuese poco, en cinco segundos Gala le tuvo que explicar a Benjamín, quien estaba zamarreando a su hermano para que volviera en sí, las inquietudes y sospechas que Amy le había planteado hace unos días y que ella ignoró por completo: cáda vez que la vampiresa se descomponía, Franco estaba muy cerca, no sólo eso, cuando él la tocaba podía sentir un aura extraña y maligna, sombras ascender y descender por todas partes. La rubia le había respondido a Amanda que todo era producto del cansancio, tamaño error.
El desertor había sido descubierto, no sabían que era lo que quería con la chica, pero cuando la mirada confundida del mayor de los Casablanca se unió con la de Galadriel, lo único que pudieron decir al mismo tiempo fue:

— ¡Amanda! —. A estas alturas, Franco ya debería de haberse encargado de ella, para vaya a saber qué maligno plan llevar a cabo.

Cuando Andrés despertara y se enterara lo que había pasado, que alguien se apiade del alma de Franco, quién hasta ese entonces había sido su amigo por siglos, porque despiadado era el segundo nombre Andrés, y no usaría precisamente la clemencia cuando tenga que arrancarle al vampiro el corazón por la boca para salvar a su amada. 

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