jueves, 14 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 20 "Instrumento Mortal"



Yo comienzo por hacer la guerra. Los filósofos se encargarán de demostrar si era justa. 


Federico II



Su cabeza le dolía más que de costumbre y ese pequeño detalle le jodía como nunca. Sin entender, pasó su lengua progresivamente por sus labios, sintiendo un amargo gusto metálico que tradujo como sangre.  Se revolvió sobre la silla en la que estaba sentada, abriendo los ojos, notando como ese maldito lugar giraba en torno a ella. Lo conocía ¡demonios que lo hacía! Era la maldita Isla a la que Franco la había llevado aquella vez, contándole esas aterradoras historias sobre las luchas entre dos mundos totalmente opuestos. No había notado sino después de moverse un poco más, que estaba sujetada con alambres sobre el asiento. ¿Le estaban tomando el pelo? Era una vampiresa, medio segundo le tomaría desprenderse y el rápido poder de sanación se ocuparía del resto.
Como si le hubiesen leído los pensamientos, la voz masculina que la acompañaba pronunció sus primeras palabras de bienvenida, si a eso se le podía llamar de aquella forma.

—Si te mueves, te mueres —. ¿Qué mierda era lo que pasaba? Franco parecía tan calmo con sus palabras que Amanda se fastidio por completo.

— ¿Qué es todo esto, maldito psicópata? —. Preguntó perdiendo cualquier tipo de control que hubiese necesitado tener frente al hombre. Si algo sabía en su interior, era que con personas así, había que caminar como pisando huevos. Cualquier cosa fuera de lugar y terminaría bien muerta, pero de enserio.

—Que linda boquita que tienes Amy, siempre lo supe —, él seguía trabajando en su espalda, ella notó como Franco estaba haciendo algo tras ella, pero no entendía que, puesto que sólo sentía como sus manos se movían tocando su vestido blanco, manchado con sangre. — ¿Ves la estaca frente tuyo? Pensé que sería cortés de mi parte tallar tu nombre, y me he tomado el trabajo de hacerlo… se que te agrada —. Le contaba como quien cuenta la más tierna de las historias, psicópata le quedaba corto. —Esta enganchada de tal modo, que al menor intento de presión por tu parte… o más bien, de alejamiento, queriendo arrancar los alambres, vas a terminar con algo más que grandes surcos en tu piel, yo diría mejor dicho que ese pequeño pedazo de madera hará buena decoración en tu pecho… mmm... no quiero ni pensar en ellos, pero te aseguro que luego me daré una vuelta por ahí.

—Vete a la mierda —. Cuando intentó moverse, reconoció en su fuero interno que aquel hijo de puta tenía razón, si traqueteaba mucho, ese sería el final definitivo. — ¿Qué es lo que estas haciendo? —preguntó molesta, cerró los ojos para no llorar, y empezó a recordar… todo se le venía a la mente, era ver una película como gran espectador, cuando en realidad la situación era horrible, porque la protagonista de esa historia endemoniada era ella misma, ella y todo el sufrimiento que se acoplaba dando vueltas como las abejas al panal. ¿Por qué Andrés no estaba ahí para salvarla? Un flash casi informativo, por lo corto que fue en realidad, zanjó sus pensamientos, exaltándola por completo. Lo había mordido, lo había dejado inconciente y se había dado a la fuga, pero… ¿cómo pudo hacer algo así?

—Estoy arreglando los desastres que hace mi mejor amigo —, con que mejor amigo ¿eh? El descarado todavía seguía llamándolo por ese titulo que no correspondía, si Amanda se dejara guiar por un simple modo de referirse a Andrés por parte de aquel bastardo, entonces se quedaría sin esperanzas de sobrevivir, puesto que si tu mejor amigo hace estas cosas… ¿qué quedaría del enemigo? —No es bueno tener sexo sin protección ¿o no? —preguntó Franco en tono afable, claro que no lo era verdaderamente. — ¿Ya han tenido sexo? A juzgar por la ruptura de esta preciosa prenda, creo que sí. ¿Quién la arruinaría de esta forma si no se recibe como compensatorio algo de amor, eh? —Quien escuchara una conversación como esta, pensaría que Franco es todo un caballero, o que tanto él como la mujer se conocen de hace rato y sólo están teniendo una charla abierta en algún bar de la ciudad. Que lastima porque, la situación no concordaba para nada, ella tenía la plena seguridad que no le quedaba mucho tiempo en lo que se llama Planeta Tierra.

—Eres un idiota ¿pero eso lo sabes, o no? —La chica escupió y Franco bufó, mientras presionó el hombre de Amanda, mientras la chica percibía como el  hombre se acercaba a ella, no lo podía ver, pero su respiración se pegó a su oído.

—Si te portas bien —, decía el vampiro —prometo no hacerte doler… mucho.

— ¿Eres conciente que Andrés va a arrancarte la cabeza, verdad? —Exigió saber molesta.

—Hagamos un trato —, propuso Franco. —Yo te desato, pero te mueves y él muere. ¿Entendido?

—Hecho. ¿Qué más puedo perder?

El hombre desprendió los alambres de púa que alrededor de la mujer estaban sujetando, y dejó la estaca sobre la mesa, cuando ella se dio vuelta pudo verle la cara por primera vez desde que estaba ahí. Podía ser muy guapo, pero el odio que sentía era superior, tuvo ganas de escupir ese estupido rostro a ver si el gesto de satisfacción se le borraba. Se sentó sobre la misma cama que la vez anterior, cuando las circunstancias eran otras, cuando imaginó la playa. Deseó con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás, sólo para advertirle esto al resto.
Amanda cruzó sus brazos como una niña a la que le prohíben hacer determinada cosa con la excusa de “cuando seas grande entenderás” con la diferencia que ella no quería entender. Sólo utilizar la fuerza bruta para desmembrar en cuatro mil partes a quien tenía enfrente, mirándola como idiota y una sonrisa tatuada.

— ¿Quieres que empiece por la noticia mala o… la noticia mala? —le preguntó de forma irónica. Estupida de ella si pensó que algo bueno iba a haber en todo esto.

—Me da igual porque, de todos modos, no quiero ni escucharte. —Y apartó la mirada sobre sus hombros.

—La mala es que, Andrés te mintió todo este tiempo —, ella no comprendía exactamente a qué se refería, pero no pudo evitar prestarle atención. —La muy pero muy mala, es que gracias a él, no sólo que vas a morir tú, sino… unas cuantas personas a las que amas. ¿Una pena verdad?

— ¿Qué estas diciendo? —la vampiresa lo fulminó con la mirada, se levantó un poco, pero él negó con la cabeza, señalando que volviese a la cama si no quería terminar peor de lo que ya estaba.

Franco se elevó de la silla en la que estaba sentado y se acercó a Amanda muy rápidamente, tanto que tuvo que chistar para que la chica baje la voz y deje de gritar como una condenada por el susto. Se sentó a su lado, presionándola contra sí.
Amy jamás en la vida hubiese permitido que un hombre la trate de esa forma, con más razón cuando toda la vida fue del tipo de feminista estupida que tiene como slogan “trata bien a una dama, pedazo de pene andante” Pero tampoco era kamikaze, no podía lanzarse a pegar una buena bofetada a Franco, cuando muchas vidas dependían de lo tan inteligente que ella podía ser.
Ella no era una santa, no era una mártir, pero por un momento pensó que, cuanto más retuviera la situación en la Isla, más tiempo les daría a Andrés y compañía para escapar. Tenía que pensar con frialdad y si esto era lo último que iba a hacer estando en pie, mejor que le saliera bien. Conservar la calma, era la única esperanza que encontraba.
Franco la rodeó con sus brazos y una llamarada color negro oscuro penetro su cabeza, dándole un equivalente a clavar cientos de agujas en un mismo hoyo. Estaba desvaneciéndose, pero lo que la perturbó no fue eso, sino el hecho de no poder hablar, cerró los ojos y notó como de esa forma soportaba mejor aquella tortura. Franco no dejó de apretar su cuerpo. Cuando Amanda se tranquilizó un poco —teniendo en cuenta que, con tranquilizar, se entendía por exteriormente y no en su interior, el que estaba revolucionado— él puso sus manos sobre las sienes de la vampira.
El tornado de imágenes y recuerdos fotográficos hablados fue una ráfaga de odio que ascendió desde las extremidades bajas hasta las altas, provocándole ondas magnéticas que alojó en su cuerpo. Ella no se movía, pero en algún recóndito lugar de su cerebro la tormenta había empezado. Llovía tanto que no discernía lo que se encontraba a un metro de distancia, no distinguía a la gente que estaba, sólo escuchaba las voces subir y bajar, mezcladas, perdidas. Cuando entrecerró sus ojos para ver con mejor nitidez en aquel sueño que Franco la indujo al presionar sus costados, pudo verse ella, pudo ver a Andrés, a Galadriel,  a Benjamín, a Benicio, e inclusive a quién sospechó que era Dante. No porque fuese adivina, sino por sus alas negras. Eran tan grandes que podían caber todos juntos bajo ellas.

—Son negras —susurró Amanda al oído de Franco, estaba en trance, él lo sabía, su trabajo era impecable, maldito zorro.

—Porque es un Ángel Caído, corazón. —Respondió. —Pero eso es más imaginación tuya que otra cosa, puesto que en verdad, no las tiene. Pero… sigue así nena, vas bien.
Ella continuó buscando en su interior.

Benicio la estaba besando, tan apasionadamente que su cerebro indicó al cuerpo que, en esta ocasión, le iba a permitir moverse.

—Eres mía… —Decía el vampiro en aquel sueño tan real que ella tenía. —Tanto tiempo esperé este momento… que estaba dándome por vencido. —Apenas se entendía lo que el hombre le decía, puesto que para hablar no se permitió despegar sus labios calientes sobre los de Amy, recorriéndola con ardor.

— ¿Dónde esta él, Benicio? ¡Dímelo! —Para ser un sueño propio de la mujer, ni ella misma sabía a que se refería con esa pregunta, pero la hizo, porque correspondía. Él se desprendió de su cuerpo, como si tuviese lepra o algo así, su mirada podría haberla decapitado, pero lo que él respondió actuó por sí sólo.

—Él no va a volver, adéntralo de ahora en más en esa cabecita que tienes. Jugó contigo, y si me preguntas a mí, en este instante estará ardiendo dónde no pueda volver a lastimarnos. Nunca más.

— ¿Por qué dejaste que lo mataran? ¡Y tú dices que me amas! —Amanda se corrió aún más, trazando la distancia más larga de su vida. Mirando con recelo a aquel vampiro que no estaba dándole respuestas satisfactorias.

—Soy yo quién te ama —. Le aseguró. —No él, nunca lo hizo. ¿Sientes libre tu cabeza esta vez? ¿Tus pies están en el suelo? —Preguntó Benicio, pero Amanda no entendía exactamente cual era el punto, hasta que completó adolorido por tener que traerla a la realidad —Eso es porque yo no te utilizo como un objeto. Si estas aquí es porque me amas. Cuando estuviste con él, fue porque te forzó, manipulándote.


Como en todo sueño, las escenas cambiaban dominando espacios y lugares, no había día ni noche, el reloj no corría como en el mundo real y es por eso que, allí dentro todo podía pasar. Con la diferencia que esto era tan autentico que ella reconocía las transiciones. Empezaba a reconocer cuando estaba en un sitio y abruptamente el escenario era otro, completamente distinto.


— ¡Te odio! —Gritó ella, mientras le proporcionaba una buena bofetada a aquel hombre. Lo había descubierto, la estaba forzando, siempre lo había hecho.
Cuando manifestó que él controlaba su mente, Andrés sólo pudo llorar y suplicarle entre lagrimas espesas color sangre, que lo perdonara.
El paisaje era descolorido, como una película en blanco y negro tétrica e inoportuna. Ella se alejaba, pero él iba detrás, un fuerte viento los azotó en el camino y cuando el hombre estuvo a punto de rozarla con sus manos, para traerla consigo, la tierra comenzó a moverse, temblaba, los cimientos se desmoronaban y todo caía alrededor, incluso un Ángel con enormes alas negras y pecho descubierto que se aproximaba a ella con aire protector y un semblante que daba miedo. Lo conocía de algún lado. Cuado pronunció su nombre, se sorprendió al saberlo, puesto que, en definitiva, parecían no tener conexión alguna.

—Dante —. Dijo Amanda, corriendo hacia él. El muchacho la acogió entre sus brazos y el cuerpo de la mujer se erizó al contacto con aquellas alas que los cubrían, poniendo la luz que se filtraba entre ellos como algo lejano. Escuchó a Andrés pronunciar su nombre, al mismo tiempo que Dante le rogaba que no girase.
El espectáculo que se presentó frente sus ojos fue de por sí abrazador. Ella sabía que aquel muchacho de pálida piel y ojos rojos la había usado. Pero si tenía que creer lo que le había revelado minutos antes, estaba en un jodido aprieto.
Le había dicho “te amo” pidió perdón descarnadas veces, sin embargo, Amanda había echado a correr, negándose, cuando en su interior, al igual que ahora, le había creído todas y cada una de sus palabras. Creyó en el arrepentimiento genuino que el hombre le demostraba pero igual se largó de su lado.
Ahora lo tenía frente a ella, clavándose un pedazo de madera en el pecho como saludo final.
Se había quitado la vida.

—Si no existes en mi mundo —, le dijo Andrés como últimas palabras. —Yo tampoco existiré en él.
Culminando lo que se disponía a hacer. La estaca estaba enterrada, la película en blanco y negro que Amanda miraba se volvió de color, mostrándole como el Sol empezaba a erosionar aquel cuerpo con más de doscientos años. Por más que luchó contra los fuertes brazos que la sostenían, los de Dante, no pudo hacer más. Todo había acabado para ella en esta vida, cuando entendió que Andrés no volvería a sus brazos, nunca más.


De forma vorágine regresó a la realidad, esa en la que sólo era una secuestrada por un vampiro loco, donde lo más probable era que, acabara con todo a su paso, dejando cenizas de sus cuerpos, recuerdos de sus vidas.

*


¿Estas tratando de decirme que Franco secuestró a Amanda, después que ella bebió de mi sangre y huyó con él? —, Le preguntaba Andrés a su hermano, con Gala tras él, atónita y pensativa. —Maldita sea hombre, eso no es secuestro, o eres un jodido idiota que no sabe expresar una oración. —Frunció su ceño, tocando su herida, mierda, eso sí que dolía.

— ¿Estas chalado o qué? Andrés, si no vas a tomártelo enserio sería mejor que te hagas a un lado. —Gala fue dura, Benjamín puso su mano sobre el hombro de la mujer, queriendo apaciguar la histeria que traía encima.

—Ella jamás me haría daño —, argumentaba el menor de los Casablanca. —Debe haber un error y más tratándose de Franco, lo conozco como si… —Benjamín lo interrumpió

—No vayas a decir como si fuese tu propio hermano. No hieras mi ego. Acaba de llevársela ¿acaso no lo entiendes?

—Esto se está poniendo bien feo —, contestó poniéndose de pie. Su cara se había tornado casi rozando lo endemoniado. Había entendido a la perfección que ni él ni Gala estaban contando un chiste, y a juzgar por la marca que tenía en su cuello, algo tendría que haberle pasado. No recordaba exactamente qué o cuándo, puesto que su último recuerdo memorable fue haber visto los senos de la vampira o mismo cuando ella se arrodilló frente a él ofreciéndole un buen sexo oral que tampoco había concluido. Ni esa suerte tenía cuando al mirarse frente al espejo notó la herida, y peor aún, cuando su corazón empezó a sentir la ausencia de Amanda. Empezó a correr de un lado a otro, era un manchón de luz a la vista de todos.
Benjamín y Gala lo miraban desconcertados, no podían siquiera imaginar que era lo que Andrés estaba haciendo, lo más probable era que haya perdido la cordura o que…

— ¡Aquí está! —. Dirigió su mirada en busca de la aprobación de sus acompañantes.

— ¿Qué haces? —. Preguntó Galadriel con el ceño fruncido.

— ¿No creían que iba a ser tan idiota de incitar a una guerra sin armas, o sí? —Su cara mostró excitación, aún estaba mareado por la perdida de sangre, descontando que le dolía como puta madre. —Bueno, no contesten eso.

Benjamín miraba impresionado, ¿hacia cuantos años que se hospedaban en la Estancia del Vinten Lodge y no había siquiera sospechado que su hermano tenía un arsenal en el subsuelo de su habitación? Claro, olvidó por completo la primera regla establecida por el bastardo, nadie-entra-a-mi-estupido-cuarto a menos que quieras salir de él con un brazo menos o la mandíbula dislocada. Vaya que lo respetaban.
Andrés actuaba rápido, se le daba bien eso de estamos-malditamente-apurados. Benjamín se acercó al recoveco donde su hermano estaba metido, ahí abajo apestaba, no dudaba que algún cuerpo sin vida yaciera en uno de los rincones de ese especie de sótano que el vampiro tenía allí. ¿Pero por qué iba a juzgarlo cuando tenían cruzando el Río Baradero, frente la Estancia, una horda de demonios hambrientos esperando la pelea? Era cuestión de tiempo que la legión de Ángeles bajara buscando venganza por lo que su  hermano había hecho tanto tiempo atrás. Era cuestión de tiempo que Marcus exigiera respeto a cambio y se encontrara con que los hermanos Casablanca ya no servían en su séquito. Y lo que más lo perturbaba: cuestión de tiempo que alguien acabe muy mal. Realmente mal. ¿Qué ventajas tenían, además de ser un grupo ínfimo de vampiros renegados? Ninguna. Porque una cosa era que a ellos dos se les de bien los combates, si Andrés pudo una vez, tenía que poder dos. Aunque mirando a Gala, a un costado temblando como si fuese una humana, dudaba del éxito de aquel equipo. Enloqueció mientras imaginaba a Galadriel matando demonios, Ángeles, e incluso vampiros.
El mayor de los Casablanca se arrimó un poco más, mientras Andrés revolvía el subsuelo. El gran compartimiento estaba poco iluminado, si es que siquiera tenía luz. Andrés parecía conocer a la perfección el lugar, podría haber estado buscando a ciegas, su hermano no comprendió pero así y todo seguía observando atónito. Cuando centró su mirada en un punto fijo, algo le pareció totalmente familiar. Aquella daga era tan sólo un mito, había pocas en el mundo y tragó saliva al pensar en esa vieja historia de brujas antiguas que conocía de memoria. Nunca se atrevían a sacar el tema, pero eso no quitaba que supieran de él. La recorrió con la vista una vez que Andrés la sacó a la superficie, le faltó la respiración, dio un paso hacia atrás, mostrando respeto al artilugio y cayó en la terrible cuenta que su mirada debió mostrarle un instinto mortal y escéptico a Gala, quien tocó sus brazos para comprobar que seguía vivo. 
El mango del arma era negra, parecía plástico pero bien sabía que sostenerla firme entre las manos equivalía al peso de casi un kilo. Su afilada hoja podía cortar hasta un poco de aire si se interpusiera en su camino. Ese instrumento metía miedo por sí solo. Andrés subió de un salto sin cerrar esa especie de puerta subterránea de aquel sótano.

— ¿Estas jodiéndome, no es cierto? —. Preguntó Gala a la vez que corría sus cabellos de un lugar a otro, si seguía así en cualquier momento necesitaría un estilista, la mujer estaba arrancándose los pelos, literalmente.

—Muestra más respeto niña —, burló Andrés por el simple hecho que Gala le llevaba algo así como ¿ochocientos años? La mujer estaba rozando los mil. La total ironía no hizo sentir bien a la vampira quién bufó de malhumor. —Para ser que eres una de las vampiresas originarias, te ves bastante ignorante.

—Gala… —Comenzó Benjamín, dirigiéndose a ella. —Esa daga… no es una simple arma de artillería barata. De hecho… —pasó su vista a Andrés —Me gustaría saber, hermano… ¿cómo demonios la conseguiste? —Era normal que los hombres pasaran horas debatiendo sobre sus nuevos juguetes, más cuando se trataba de cosas así. Pero este no era un “simple juguete” y la situación no ameritaba dicho debate. No es que en realidad Benjamín haya querido empezar uno, lo que quería saber con la pregunta, era otra cosa. Puesto que, esa no era una daga común y corriente, era la Daga de Jade. Un instrumento mortal que no debería estar en manos de un simple vampiro, sino que con un líder licáno o mismo, un brujo, quien le terminaba de dar sentido al instrumento, para que tenga un poder realmente sobrenatural.

—Maté al jefe de una manada de lobos en Brooklyn, la última vez que estuve ahí, ya sabes, nunca me agradaron los perros, y menos cuando son cabecillas, se ponen prepotentes. —Le contaba a su hermano tan tranquilo y rozagante, que Benjamín pensó que le estaba tomando el pelo.

Ciertamente, no lo estaba cargando. Andrés había matado a un jodido lobo. Estas eran las cosas que en un futuro próximo o lejano, lo harían arrepentirse. Algún día Andrés iba a desear no haber nacido si seguía portándose como un cretino. Y menos, sabiendo que los clanes lobunos siempre vengan a los suyos de alguna forma u otra, y tratan a los traidores como estiércol. Pues bien, Andrés era uno.
Había un pacto ancestral con los hombres de la Luna: ellos los cuidaban en el día, cuando no podían salir de sus ataúdes, a cambio, los vampiros eran sus protectores cuando no había luna llena. No daba mucho trabajo puesto que, la gran mayoría podía cambiar de forma con apenas un acto de voluntad, pero existían los novatos, que lo único que los hacía transformar era un estupido plenilunio. Claro que las cosas habían cambiado desde que Marcus, con ayuda de poderosos hechiceros —distintos a los brujos, por más que los términos se usen equívocamente como sinónimos— a los que había recurrido, ordenando la invención de cierta joyería que les permitiera salir a los muertos vivientes a plena luz del día. A partir de ahí, siempre hubo quienes empezaban una condenada guerra entre bandos. Eso no quitaba que Benjamín siempre haya tratado de conservar la paz. Enterarse que Andrés había exterminado a uno de ellos lo ponía obseso.

— ¿Eres idiota o qué? —Exigió Benjamín cuando se cansó de pensar por sus adentros. No podía creer que Andrés haya sido tan imbécil matando a un hombre lobo. Esto lo ponía en riesgos, más de lo que imaginaban. —Estas rompiendo todo tipo de códigos… ¡un día de estos te lo harán pagar con sangre!

— ¿Irónico, verdad? —Puso sus labios para el costado, y llevó sus manos a la sien, mientras le quería hacer creer a Benjamín que su demanda estaba siendo recapacitada. Pues ni ebrio, Andrés cambió su semblante de manera mordaz cuando agregó — ¡Al demonio con las reglas! ¿Tú las estas siguiendo? Pues ve con Marcus entonces ¿qué haces aquí?

—Respeta a tus mayores, pequeñito —. Objetó Galadriel un tanto hastiada de ver discutir a los hermanos.

— ¿Gala? —Preguntó Andrés mientras la miraba con aire conciliador. —Vete al infierno. —Y tomó un bolso enorme sobre sus hombros, pateando la puerta del subsuelo para que cerrase tras él. 
a obseso. ado a uno de ellos lo ponla paz. adentes a plena luz del de alguna forma u otra, y tratan a los traidores como estier

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