domingo, 17 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 21 "Primer beso"



— ¡Idiota, estúpido, cretino, patán, mal nacido, bastardo! —Gritaba a los cuatro vientos Dante mientras caminaba como un detonador. Benicio no temió por su vida, pero sí se llevó un gran susto. ¿Acaso Dante estuvo detrás de la puerta todo ese rato, mientras él arrinconaba a su pequeña? No podía ser pero a juzgar por su cara… — ¿Cómo es posible una cosa así? —Indagó Dante con la mirada embalsamando odio. —No puedo. Mejor dicho, escúchame bien, Benicio, no voy a dejar pasar una cosa así. ¿Entiendes? —Y se acercó más a él. Paradójicamente, casi como el vampiro había hecho con Lumi.

—Yo… —Comenzó, tragando saliva. —Juro que no se como sucedió, simplemente que… —Levantó la vista para cruzarse con la de Dante, que nada más alejado a la realidad, se mostraba confundido ante las palabras de Benicio.

—Tú no tienes la culpa, hombre —, le aseguró el Ángel. El pálido hombre lo miró confundido, ¿estaría diciendo que Lumi era la responsable de lo sucedido? Todo cambiaba tan rápido, como la cara de Dante que se descontracturó, mientras se tumbaba en el sillón, fatigado. —Que Andrés sea un sádico no nos incumbe a nosotros, más que en temas como patearle el trasero o desnucarlo intencionalmente de una buena vez. No lo odio pero… si el S.I.D.A fuese posible entre los de su clase ya tendría unos cuantos con ganas de contagiarlo.

— ¿De qué hablas, exactamente? —Quiso saber el vampiro.

¿Era mucho sentirse un infame? El alivio que ascendió sobre su pecho fue grande cuando se dio cuenta que Dante no se había enterado de nada referido a él y aquella criatura.
El Ángel lo miró cruzándose de brazos, no se le pasó por alto que Benicio parecía bastante enterado del tema cuando llegó, sin embargo no tenía muchas ganas de hablar de otra cosa que no sea Andrés, necesitaba descargar toda la ira que sentía dentro.

—No pensaba quedarme aquí sentado mientras ahuecaba con mis dimensiones tu sillón —, señalaba donde estaba sentado con superioridad. —Muy por el contrario, mientras te pedí que cuidaras a Lumi —, cuando Dante le dijo eso, aquel vampiro no pudo sentirse una porquería de persona. El hombre confiaba en él tanto así que lo dejó a cargo de la niña, pura y exclusivamente para que Benicio casi terminara tirándosela contra la pared. A pesar de eso se concentró en seguir escuchando —no fue porque iba a salir a tirar facha por la peatonal. Fui a encontrarme con un clan de… ¡maldita sea ese Andrés, realmente! —La cara de furia volvió de nuevo. Benicio le regaló un buen gesto de pocos amigos.

— ¿Vas a decirme de una vez con quién te encontraste, y qué tiene que ver él en todo esto? —comenzaba a impacientarse, aún así, no dejaba de pensar en la cara de ternero degollado que Lumi le regaló cinco minutos atrás. Le había roto el corazón a la niña, probablemente se sume a la pila de cosas que jamás se perdonaría.

—Recurrí al Clan Lobuno que corresponde a digamos, este distrito. —La pausa que hizo, fue exclusivamente para esperar respuestas por parte de su compañero, más no encontró nada que no sea desconcierto en aquel pálido rostro. Cuando parecía que iba a contestar aquella bomba que Dante tiró como un puñado de piedras, se tragó su propia saliva y asintió con la cabeza, dispuesto a escuchar más. —Ellos tienen registros de todos los Clanes existentes, ya sabes, no es un papeleo burócrata como podría serlo, son mucho más simples que toda esa mierda —, decía acompañando un ligero movimiento de cabeza, al tiempo que hacía sonar sus dedos. —No obstante ¿a qué no sabes qué?

—No —. Contestó Benicio. Resulta que si hay algo en esta vida que le fastidie, es la gente que alarga los relatos. —A que no se qué. —Se cruzó de brazos, mientras que con el pie que quedaba suspendido al estar cruzados, lo hacía subir y bajar en movimientos cortos, signo de impaciencia, un don del que no disponía y menos ahora.

— ¡Rayos! —, censuradas estuvieron todas las palabrotas que largó tras la exclamación. — ¡No piensan ayudarnos en esta pelea! —Negaba indignado, la vena de la frente sobresalía. —Aquel estúpido vampiro acribilló una manada de lobos en Brooklyn vaya uno a saber para qué o por qué. —El cuerpo de Benicio se tensó ante la noticia. Todos en la jerga vampirica conocían las pautas. Matar a un lobo estaba penado con tu propia vida. No es que existiese una corte que vaya a juzgarte o meterte preso, sino que la justicia por mano propia era muy común en esa especie.

— ¿No ayudaran ni siquiera sabiendo que es una buena estrategia para atraparlo y matarlo? —. Preguntó, genuino.

—No creyeron el estupido cuento que una de las nuestras esta secuestrada. Y no suelen involucrarse tampoco en Guerras tan extremas como lo son las del Cielo y el Infierno. Ellos son una especie de submundos, como mucho lo harían entre demonios, vampiros o los de su clase, pero… no cuando hay fuerzas tan grandes de por medio. —Por primera vez en la vida, la voz de Dante sonaba apagada, o al menos eso reconoció el vampiro. Estaban jodidos, Benicio sabía bien que no contaba con la ayuda de una manada de lobos, sabía muy bien que eran sólo ellos y un poco de suerte, si es que existía o deseaba ponerse de su lado. Pero ahora que entendía que podría haber contado con una táctica extra, la deseó como si fuese indispensable.

Cuando Benicio extendió su vista para analizar aquel rostro contrariado, notó algo muy extraño. La figura de Dante se veía borrosa, como si fuese a esfumarse o evaporarse por arte de magia.  Parecía que en cualquier momento iba a quedar transparente. Un fuerte temblor azotó el piso de la sala y los dos quedaron mirándose fijo.

— ¡Dime como me veo! —. Exigió Dante, que se paró de un momento a otro, fuera de sí.

— ¿Qué? —, Benicio no entendía ni media palabra. Demonios, el hombre lucía horrendo, nunca le habían gustado los muchachos, no veía por qué tendría que empezar ahora…

— ¡Escuchaste bien! ¿Cómo me veo? —Reclamó nuevamente.

—Pues hombre… —tras un interludio continuó —espantoso, vulgar, falto de gracia… ¡Mierda, eres horrible!

—Gracioso de tu parte, teniendo en cuenta que he visto como me miras. —Dante, por supuesto que estaba bromeando. Se sacudió de un lado a otro tras imaginar la horrible situación de estar en una proximidad sexual junto al vampiro y maldijo su gran imaginación. — ¡Pero me refiero a otra cosa! ¿Estoy desapareciendo, verdad?

—Eso quisiera… —Puso sus manos sobre los bolsillos. —Pero sí, estas condenadamente color agua. —Frunció su boca.

—Ve arriba con Lumi. —Pidió Dante, exasperado. —Están llamando y no precisamente para ascender, puesto que ya no puedo. Tú sabes, lo del Ángel Caído con titulo y todo eso. Pero, los siento muy cerca. —Explicaba el hombre en parte excitado por el acontecimiento. —Me pregunto que querrán… En fin. No la dejes sola. Estaré en el techo.

— ¿En el techo?

—Hombre, ni que tuvieses tantos vecinos. Ve y no.la.dejes.sola —Aclaró entrecortando las palabras con demasiada exigencia.

Bueno, no es que una orden así le costara tanto. Ahora debería ponerse de acuerdo y tomar coraje para ver a Lumi a los ojos. Aquella niña debería estar con un instinto asesino capaz de cortarle las pelotas.

*

¿Una noria? Eso parecía Ludmila, la pequeña de hebras rubias no paraba de temblar. Se había cansado de dar una vuelta tras otra en el cuarto de huéspedes donde estaba. Cundo decidió quedarse quieta enrollada como un bicho bolita bajo las mantas, fue únicamente por sentir un temblor aproximarse. Agradeció no estar en zona con peligros sísmicos o esas cosas, pero se había llevado un buen susto. Tenía frío. La noche estaba particularmente seca y ventosa, si bien apaciguó la helada con ese cubrecama, podía sentir como los dedos de las manos se le congelaban ¿o eran los nervios? Daba igual. Se levantó con las piernas fallándole y abrió el armario que asomaba al costado de la habitación. Recorrió con la vista aquel cuarto amplio y blanco donde estaba, si le hubiesen preguntado, hubiese tirado un buen balde de pintura rosa o púrpura sobre las paredes, o hubiese pegado unos buenos pósters de The Killers o Artics Monkeys, sus bandas preferidas. Pero nadie lo había hecho, tan sólo la arrojaron ahí como si fuese una cosa falta de vida y ya. Extrañaba a Dante, extrañaba tener una vida normal en donde la palabra Amanda era algo prohibido. Ella conocía la historia a la perfección, entendía el dolor de su Ángel protector. Claro que Dante no era uno de ese tipo, aunque Lumi lo llamaba y consideraba así. Al fin y al cavo, él la había salvado de institutos para menores, o más comúnmente llamado internados. No  fue lo único que aquel hombre hizo por la muchacha, además, la había contenido, al menos tal como estuvo a su alcance, teniendo en cuenta que el hombre, de por sí, era muy particular a la hora de expresar sus emociones.
La noche anterior, él se había quedado con ella hasta que se quedó dormida. Lumi sabía muy bien que Dante odiaba ser afectivo, sin embargo, el muy bastardo lo era. ¿Y de qué otra forma demostrarlo? Durmieron abrazados, él acariciaba su pelo, la chica podía recordar todavía aquellas horas de tranquilidad que el hombre le regaló en medio de toda esta locura. Los círculos que hacía sobre a cabeza de la niña, la tranquilizaban, pero no bastaban para ansiar con su vida que todo cambie. Que no haya más historias de Ángeles y demonios, de Cielo e Infierno. Lumi había sentido paz, de forma completa. Hasta que, Dante, queriendo cambiar de tema, había explicado como Amanda no era una chica tan normal como le había contado. Ludmila se enteró que la mujer era vampiro, se enteró todo acerca de sus vidas y por descontado… como esa mujer de veinte años, era dueña de dos hombres a los que Lumi quería. El primero, Dante. Su única familia, alguien por quien sin dudarlo, entregaría todo lo que estuviese a su alcance, y lo que no también. El segundo, Benicio. ¿Su nuevo, único y primer amor imposible? Cielos, eso apestaba. La herida de la muchacha sangraba por dentro, no había lugar ni esperanzas para que sanara alguna vez. Sentía celos y envidia, las dos cosas más horribles que existen acompañadas de la mano de una adolescente como ella, con el carácter aún no formado y la idea fija de cometer idioteces. Como por ejemplo, en estos mismos momentos. Meterse en la habitación de Amanda, la que sabía que estaba al lado de la suya, y quemar cada pertenencia que allí dentro hubiese. O ir a la pieza de Benicio para romper cualquier foto de ella que encontrase a su paso.
Pero, casualmente, no fue necesario. Cuando sacó un acolchado más de aquel placard, al que había ido exclusivamente para buscar más frazadas que combatan al frío, cayó al suelo una fotografía. Lumi sabía que lo era por el sello tras la imagen, ese que te dice el lugar en el que se imprimió y demás. Arrojó bien fuerte el abrigo hacia la cama, con un gran esfuerzo de su parte ya que lo que había tomado era poco más, más grande que ella, y se arrodilló lentamente. Lo que encontraría registrado en esa foto, probablemente, no le agrade del todo. O directamente, no le agrade para nada. Cerró sus ojos una vez que estuvo de cuclillas en el suelo, respiró profundo, acercó su mano al pedazo de papel plastificado y lo acercó a su pecho rogando que no sea ella… rezando que no sea ella.
Con los ojos aún cerrados, llevó la fotografía cerca de su rostro, y desplegó sus pestañas en dirección al papel que tenía entre sus manos sudadas y temblorosas, de repente, todo el frío que sintió anteriormente se vio abrazado por una recóndita ira que acogió mientras mordía sus labios.
Era, condenadamente hermosa. Amanda y Benicio, abrazados. La mujer estaba colgada del cuello del vampiro, con una boca carnosa e inigualable, una sonrisa que despertaría a los muertos, tal como lo habría hecho con él. Su pelo ondulado podía reproducir a través de ese archivo fotográfico un olor a frezas tan empalagosa como el amor que notó en los ojos de Benicio. La envidia afloró nuevamente, cuando Lumi pensó seriamente si alguna vez él la miraría así.

¡Claro que no lo hará! —pensaba Ludmila, mientras una lágrima cubría todo su pequeño rostro. —Las personas amamos una sola vez. Como yo. ¿Cuándo superaré algo así? Estoy en problemas —su voz, porque estaba hablando de manera audible, demostraba tal congoja. Su pecho la ahogaba, impidiendo que respirara, o que simplemente se pusiera de pie, guardara la foto y se suicidara, porque no iba a vivir para hacer presencia del rencuentro tan esperado que aquellos dos vampiros tendrían. Muy en su interior, a pesar de que la situación de por sí era una mierda, no quería que las cosas terminasen mal, más allá del odio que sentía en estos momentos por Amanda, tan suertuda de haber acaparado la atención de Benicio, un hombre tan frío y reacio al romanticismo, no pretendía que el resultado de la guerra que se aproximaba fuese en vano. No le deseaba la muerte a Amanda. Por un momento tuvo esperanzas que Dante lograra volver a conquistarla, o ella al verlo, después de tantos años, lo eligiera a él y no a Benicio. Pero bien sabía que no había muchas posibilidades para que eso pasara. Su ángel le hizo saber, con dolor en crescendo, que ellos estaban predestinados a estar juntos, dejando bien en claro a la niña, la noche anterior, que haberse cruzado a Amanda, fue ni más ni menos que el arma para hacerlo caer del Cielo.
Lumi miraba una vez, dos veces, tres… y no podía evitar pensar que aquellas personas en la fotografía estaban echas a medida. Parecían modelos para tapa de revista, Benicio estaba mirándola, pero ella no a él, sin embargo había amor en sus rostros, un amor que desbordaba haciéndolo más que obvio inclusive frente al ojo no entrenado.
La niña estranguló sus ganas de hacer pedazos la fotografía, no era ni por cerca una muchachita malvada, eso no quitaba sus terribles ganas por querer que Amanda desapareciera o lo que es mejor, que nunca haya existido. Sin embargo, existía y ninguno de los dos hombres a los que ella adoraba tanto iban a permitir lo contrario. No sin antes poner sus vidas a cambio, sólo para que Amanda se salvara. Eso era una cuestión que la enloquecía ¿qué iba a ser de ella si les pasaba algo? Mejor dicho ¿qué iba a ser de ella si a Dante le pasaba algo? Porque a pesar de la buena voluntad del vampiro y su bondad de dejarlos alojar ahí, no lo conocía y no lo veía en plan de padre si ocurría lo peor. Maldición, tampoco lo quería como padre, entre sus anhelaciones ser su hija no estaba ni siquiera en último lugar.
Dejó la foto guardada dónde estaba y se puso de pie, le vinieron terribles ganas de ver a Dante, de que el hombre calmara esa ansiedad que tenía, que le dijera que todo iba a salir bien, inclusive, cuando las posibilidades eran nulas. Tenía que abrazarlo, como si fuese la última vez, porque lo más probable era que lo fuese, en definitiva las ventajas de su parte eran pocas, ella lo sabía a la perfección. El hecho de haber forjado sus años adolescentes con aquel hombre, la habían vuelto una niñita muy inteligente, tenía buen corazón, por sobretodo, y discernía cuando alguien mentía, como en el caso de Dante, al hombre se le fruncía la nariz y los ojos se perdían de manera simultanea cuando estaba mintiendo. Bueno, eso era exactamente lo que pasó la noche anterior, cuando él juraba que todo sería un juego de niños. Lumi, que siempre se reía y le decía “estas haciendo eso que haces con tu rostro cuando quieres embaucarme” no lo dijo. Calló por dentro, sabiendo que nada en esa lucha iba a ser fácil.
Empezó su camino, dirigiéndose a la puerta, cuando se abrió de golpe, con Benicio tras ella.

— ¿A dónde ibas? —quiso saber Benicio con aire regañón.
Lumi lo ignoró e intentó, vanamente, hacerlo a un lado para seguir su ruta.
—Pregunté a dónde vas —. Repitió tomando la barbilla de la chica y elevándola para que lo viera. Sus dedos marcaban un surco de suavidad que hizo a Lumi castañar.

—Buscaba a Dante —. Contestó, indiferente. No quería mirarlo fijo y estaba evadiendo la dirección de su mirada, a la cual sentía penetrar sus carnes.
—No vas a ir a ningún lado —, con poca fuerza de su parte, ya que la niña estaba temblando y fue muy fácil hacerla a un lado, la movió mientras cerraba con llave la puerta, dejándolos encerrados a los dos, adentro.

— ¿Por qué hiciste eso? —Lumi perdió el control cuando imaginó que ese sería su fin. Se había enamorado de un vampiro, de un hombre solitario que vivió toda una vida, ya debería estar aburrido o desconectado de su parte humana y esta sería la ocasión perfecta, sin Dante alrededor, que utilizaría para matar. En definitiva su Ángel le había avisado: los vampiros son traicioneros. Cuando la chica empezó a retroceder, llevándose por delante algo más que muebles, sino que también la inmensa cama, quedando desparramada en ella, y observaba como Benicio se aproximaba, sigiloso, pensó lo peor. — ¿Vas a matarme, verdad? —Preguntó ya teniendo al vampiro sobre ella. Lumi no hizo más que cerrar sus ojos ¿era el momento indicado para empezar a rezar, o suplicar por su vida? ¡Maldita sea! No quería morir tan joven y… tan virgen.
Palpó la mesa de luz que tenía al lado de ella rogando que el vampiro no se diera cuenta, cuando internamente contó hasta tres, rompió el vaso que allí estaba, partiéndolo a la mitad, con la nata intención de clavarlo en alguna parte del cuerpo del hombre.
Benicio atajó su mano sin dejar de estar encima de la niña con tanta rapidez que Lumi se asustó y frente al movimiento, una astilla cayó sobre su mano cortándola. La puso debajo suyo para evitar el sangrado.

— ¿Hasta cuando seguirás pensando que quiero matarte? —. Preguntó Benicio con el ceño fruncido y algo así como ofendido.

— ¿No vas a hacerlo? —. Las palabras de Lumi eran poco entendibles, puesto que la aceleración cardíaca que traía puesta era bastante molesta a la hora de hablar. Su mano le dolía donde se había cortado, estaría haciendo un buen enchastre con las sabanas.

—No quiero hacerlo, que es diferente —. Torció su boca y frunció su nariz, él no había visto como la niña se cortaba, pero empezaba a sentir su sangre, además de los latidos de Lumi, que estaban precipitándose. — ¿Te has cortado, verdad? —Quiso saber con un dolor marcado que salía desde su garganta.

—Eso creo —. Admitió, avergonzada.

—Muéstrame, a ver.

—No. A menos que te permita comerme, ni en sueños te mostraré mi sangre. He visto como en las películas todas las mujeres que cometen ese… —Benicio la acalló poniendo sobre esos labios habladores su dedo índice.

—Shhh, calla niñita estúpida. —Cabe resaltar el pequeño detalle que él todavía seguía sobre Lumi en aquella gran cama. —Dije que no voy a lastimarte. —El vampiro tomó su mano derecha, la dañada, y con la otra rompía un pedazo de sabana blanca para poner alrededor del dedo de la pequeña. No sangraba mucho, pero lo suficiente como para que en cualquier momento perdiera el jodido control. No olvidaba que olía dulce y embriagadora, le costó hacer ese vendaje y mientras lo hacía, Benicio sentía como su cara ardía por la vergüenza. Su boca era un recipiente de saliva que se genera cuando uno ve algo muy apetitoso; pues bien, él estaba a centímetros de esa sangre que podía volverlo un depredador. Carraspeó unas dos o tres veces y miró fijo a Lumi.
Ella lo observaba, la luz de las estrellas que entraban por la ventana cerrada, generaban en el rostro falto de color de aquel vampiro una especie de bola de boliche. Era maravilloso como la mitad de su cara estaba iluminada y la otra parte se escondía entre las sombras. Era maravilloso empezar a sentirlo sobre ella, tan insignificante bajo su cuerpo.

—Tienes los ojos rojos, otra vez —. Le hizo saber la niña con legítima inocencia, él fijó su mirada en aquellos cándidos labios que la muchacha traía consigo. — ¿Por qué cambian tanto de color? —Le susurraba, mientras que con la mano sana posaba sus yemas sobre el contorno del rostro de Benicio, estremecido al contacto. — ¿Son del tiempo, o algo así?

—Es… —, su voz sonaba ronca, inclusive en el sonido de susurro que implementó para contestar, siendo su única opción, apenas podía emitir algo coherente con aquella pequeña mano acariciándolo. —Es algo más complicado que eso… —Contestó.

— ¿No te gusto? —Lumi dejó de recorrer con sus dedos aquel rostro que parecía porcelana, y se llevó su mano a la comisura de sus ojos, secando las gotas que descendían de ellos.

—No es eso… —su semblante era triste, estaba adolorido y no tenía las fuerzas necesarias para romper, otra vez, el corazón de la pequeña. —Tú eres tan sólo una…
—Ludmila lo calló, meneando su cabeza de un lado a otro, adivinando que era lo que él iba a decir: tú eres tan sólo una niña. Ella no pensaba igual, pero tampoco era adulta, así que se designó el poder de ignorar aquellos detalles.

—No lo digas —.Rogó.

Pero Benicio de un salto estaba al extremo opuesto. Lumi tuvo ganas de maldecirlo en maltés cuando entendió que la puerta empezaba a sonar. Dante estaba del otro lado exigiendo que le abran, ella se puso de pie y lanzó un gesto de desesperación en dirección a Benicio, quien se aproximaba para abrir la puerta, con las manos fallándole en el intento.

— ¿Por qué estaba con cerrojo? —El Ángel Caído estaba prácticamente desfigurado, regalando su peor mirada asesina.

— ¿No querías que la mantuviese ocupada? —Respondió Benicio.

Así que era eso —pensó Lumi, internamente, sintiéndose una mierda. El bastardo no quería tiempo a solas con ella, nada más estaba acatando órdenes que, seguramente, le dio Dante.

—Han empezado. —Sentenció Dante. Benicio supo inmediatamente a qué se refería, demonios, eso iba a ponerse mal. —Y sin nosotros. Tenemos que ir ya mismo a esa maldita Estancia.

— ¿Qué? —Exigió saber Lumi, con impaciencia. — ¿A dónde mierda van?

—Ludmila —. Empezó Dante. —Vas a echarle llave a todas las puertas, y vas a quedarte aquí dentro. Ellos aseguraron tu seguridad. Nada va a pasarte.

—No pienso quedarme aquí, ¡voy con ustedes! —Gritaba entre llantos.

—Dante ve a poner ya mismo en marcha el estupido auto.

— ¿Qué auto? —. Preguntó el Ángel.

— ¡El maldito auto de la puerta idiota, es mío! ¡Tóma! —Y de sus bolsillos sacó un juego de llaves que lanzó al aire.

— ¿Y tú? —Preguntó Dante.

—Ya voy. ¡Vamos, muévete!  —Dante dudó, se abalanzó sobre Lumi, abrazándola tan fuerte como pudo. La niña no paraba de llorar, temblaba, gritaba, le pedía que se quede, o que la deje ir con ellos.

—Vas a quedarte aquí —le dijo el Ángel, apretándola bien fuerte, acariciando ese rostro tan sagrado como lo era para él el de Lumi.

Giró y desapareció entre las penumbras. Ludmila estaba en shock. Esa iba a ser, probablemente, la última vez que lo viera. La niña no estaba muy esperanzada que las cosas salieran bien, la impotencia apoderó su cuerpo. Estaba doliendo, en lo más profundo de su ser.
No se olvidó de cómo Benicio todavía estaba ahí, mirándola.

— ¿Tú también vas a decirme que todo saldrá bien? —. Preguntó, irónica. —Pues guárdate tus comentarios, podrás pensar que soy una estupida niña de quince años, pero… tengo corazón ¿sabes?  Y soy lo bastante adulta para entender que están yendo los dos juntos al matadero. —Lumi no paraba de llorar y de agarrar bien fuerte su cabello tirándolo hacia atrás, un gran gesto de desesperación por su parte, puesto que el sentimiento de perdida anticipada la ahogaba. — ¿Alguien ha pensando en mí? Porque todo muy lindo pero… ¿Qué haré si algo les pasa? Se que es un sentimiento egoísta, ¡maldición que lo se! Yo tan sólo no entiendo por qué las cosas tienen que ser así de este modo… algunas veces pienso que… —Benicio no permitió que Ludmila siga hablando, sus labios tomaron el control pegados sobre los de ella.

Iba a odiarse cuando todo acabara. La estaba besando, estaba engañándola. Eso no quería decir que no la deseara, porque lo hacía, la niña le gustaba. Lo ponía loco, fuera de sus cabales, ansiaba acunarla sobre su gran pecho, abarcar todo de ella, inclusive sus pensamientos más sexuales. Pero necesitaba darle una esperanza para que Lumi se quede ahí y no decida salir a buscarlos, sería peligroso.
La chica quería esto, él también, estaba condenadamente, dándoselo.
Benicio podía sentir, mientras apretaba con pasión aquellos delicados labios, como raspaba todo contacto con Lumi, le ardía, quería más. La tomó en sus brazos y con ella a rastras se sentó sobre la cama, poniéndola encima de él con las piernas abiertas, arrimando cada extensión que quedara separada de los dos cuerpos. Se estaban matando, todo en la habitación se redujo, metiéndolos en una especie de caja imaginaria donde sólo existían ellos dos. La niña presionaba el cuello del vampiro, hundió sus finos dedos en esa cabellera suave y sedosa mientras él apretaba su espalda, hambriento.

—Quédate aquí —. Suplicó el hombre, entre susurros. Mientras desprendía sus labios para mirarla y acariciar el cabello fino de Lumi.

—Prométeme que van a volver, los dos. —Decía ella. Benicio quedó atrapado en esa mirada taciturna llena de lágrimas, besó una de ellas sintiendo la sal sobre su boca.

—Lo prometo.

Sin mirar atrás, comenzó el descenso. Pensar que Amanda estaba en problemas embargó su pecho estrujándolo en igual medida cuando cayó en la cuenta que, quizás, ver por última vez a Lumi, lo trastornaba también.  

3 comentarios:

  1. aww *.* Lo amee
    Benicio súper Liindo dx
    Ya qiiero el qe sigue
    :33

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  2. Lumi es chevere y todo pero afff !
    a Benicio le tenia q gustar -.-"

    De resto, genial, como siempre ^^

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