martes, 19 de abril de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 22 "Ángel de alas negras"






— ¿Qué vas a hacer? —Interpelaba Benjamín a Andrés quién iba delante de él a toda prisa. — ¿No tendríamos que al menos saberlo?

Andrés cargaba la mochila repleta de artillería tales como, estacas para otros vampiros si los iba a haber, dagas de plata, porque nunca se sabía si un lobo se mezclaría en la pelea, y la daga de Jade con sus replicas en miniatura para matar a los condenados demonios, los únicos que eran inmunes a casi todo, salvo al gran artilugio y sus copias más pequeñas, cargadas con un fuerte poder brindado por los brujos. No pensaba detenerse, contestar, o simplemente mirar atrás mientras se dirigía como un rayo sobre las costas del Río Baradero sobresaliendo de la Estancia del Vinten, el cual desembocaba a esa Isla donde ya a lo lejos se podía sentir el frío de ultratumba. Andrés no se tranquilizó mucho cuando vio a los demonios sobrevolar por encima de ella, tampoco ignoró aquellos quejidos hambrientos por venganza. Eran zumbidos chillones, el idioma de los demonios. La situación ameritaba para ponerle la piel de gallina a cualquiera, pero no era precisamente Andrés la persona a la cual se podría amedrentar con tanta facilidad. No cuando él mismo fue quién eligió esto, luchar contra lo que fuese. Había una pequeña diferencia ahora mismo, sin pensarlo, sólo sintiéndolo como correcto, el objetivo de la batalla había cambiado desde el segundo que se enteró que Amanda fue llevada al otro extremo de la Estancia con Franco como pionero en el secuestro. Andrés ya no iba a pelear por librarse de Marcus, más bien, a pesar de lo estúpido que sonaba puesto que aquel hombre era, nada más ni nada menos que el Diablo, al vampiro le importaba muy poco que hiciese una aparición por el lugar, lo que era muy probable, sino que tenía un solo objetivo: rescatar al amor de su vida, llámese Amanda, procurar que nadie más de su circulo salga herido e irse, así tuviese que pasar el resto de la eternidad huyendo. Se había olvidado de todo el plan siniestro que tenía como objetivo al Ángel Caído, quería una cosa, la quería a ella. Y no como trofeo, sino que, como compañera de vida, que sería muy larga, o al menos eso pretendía.
A que poco se habían reducido sus macabros deseos de muerte y destrucción, puesto que ahora sólo pretendía lo contrario. Si tuviese que morir en el intento por sacar a la muchacha de allí, lo haría sin pensarlo.

— ¡El maldito se ha ido con lancha y todo! —Lloriqueaba Galadriel, con el cabello revuelto y la mirada perdida. —Tú lo sabes muy bien Andrés, no podemos sumergirnos al agua, la corriente nos chupará como un maldito remolino.

Claro que él no había olvidado eso, los vampiros eran sensibles al curso del agua, así fuese la de un simple Río. No los mataría, pero sí los dejaría allí atrapados por el resto que les quedara de vida, no mucho, por cierto, cuando sus cuerpos empiecen a contraerse y queden reducidos a nada en las profundidades. Sin contar que el sólo acercamiento los pone histéricos, haciendo que ésa sea la única razón para comenzar a sentir falta de aire. Podían dejar de respirar toda su vida si así lo desearan que no existiría la necesidad vital de hacerlo, pero bastaba estar cerca de las corrientes marinas para que sus pechos realmente necesitaran del aire para subsistir.
Este hecho no hizo que Benjamín se sintiera mejor cuando vio a Galadriel con la mirada presa del pánico. Por más originaria y años que tuviese, pareciera ser que haberse mantenido cerca de la humanidad, le estaba jugando en contra. Diferente a lo que le pasaba a los hermanos Casablanca. Si bien Benjamín no estaba perfectamente con la cercanía al Río, lo soportaba de mejor manera que la mujer. Y Andrés, por lo que a él respecta, no iba a dudar en sumergirse así tuviese que luchar cuan salmón contra la corriente. Aunque de nada le sirviera.

—Contesten una pregunta —. Era la primera vez que Andrés hablaba desde que habían salido de la casa. Al hacer el cuestionamiento, giró para ver los rostros de aquellos dos vampiros que asintieron con sus cabezas, dándole el pie para continuar. — ¿Siguen pensando todavía que soy un cretino inexperto? —Meneó su cabeza mientras señaló a unos quince metros el antiguo granero de los dueños de la Estancia, que estaba desocupado hacia años.

—Andrés —, comenzó Benjamín. —No es hora de una siesta nocturna, apégate al plan.

—Puede que Franco se haya ido con la estúpida lancha —, explicaba con ojos bélicos, excitado por la pelea. —pero seguramente no contó con que había otra en esa mierda de granero. —Con un gesto iracundo empezó a caminar en esa dirección. Benjamín iba tras él, tendrían que sacar aquel transporte para aventurarse a la Isla de una buena vez, cuanto más temprano lleguen menos serían los seres monstruosos contra quienes tendrían que combatir, lo que le daba una ventaja de poder irse antes que todo se venga abajo.

Una vez que la tuvieron sobre el agua, la amarraron contra el ancla a tierra que traía. Andrés subió primero e invitó a su hermano que se apresuró para montarse. Una vez arriba, el mayor de los Casablanca tendió su mano a Gala, que seguía sin volver en sí.

—Vamos pequeña —, burlaba Andrés. —Esto es más seguro que el Titanic. —Y guiñaba su ojo, una buena táctica para hacerles saber que siempre, pero absolutamente siempre, se comportaría como un patán.

— ¿Siempre serás tan grosero? —Se quejó Gala con un odio más que afilado en sus ojos. — ¿En momentos cuando todos, inclusive Amanda, podrían terminar muertos? —Había sido un golpe bajo, ella lo entendía y lo lanzó con esa intención. Benjamín la miró sin comprender, puesto que las incongruencias y las palabras ofensivas estaban reservadas para su hermano menor. El lugar desprendió un silencio dolorido, uno del que todos se arrepentirían por compartir. Galadriel tuvo ganas de pedir perdón, ella no era así, pero estaba harta de verse como el punto fácil y fijo de Andrés para pasarse todo un día tomándola por idiota.

—Benjamín… —Empezó Andrés, el mayor de los Casablanca se preparó para lo peor, este podría ser el nuevo momento para que Andrés dijera algo humillante referido a la vampiresa rubia. Pues jamás estuvo más equivocado, no cuando escuchó —Tú usaras la Daga de Jade esta noche. —Antes que su hermano objetara tras poner terrible cara de desconcierto, él agregó —no hagas preguntas. Sólo promete con tu vida que si algo malo pasa hoy, y me refiero a algo realmente malo, irás inmediatamente a ponerla bajo llave en el sótano de mi habitación. Nunca nadie tiene que saber donde está.

— ¿De qué va todo esto? —preguntó Benjamín rozando la furia.

—Cuando llegue el momento… lo sabrás. Créeme que lo sabrás.

Sin más preámbulos o explicaciones, el hermano mayor asintió con la cabeza dudando y tomó aquel instrumento mortal. Andrés sabía muy bien que si Amanda estuviese en un riesgo letal, él sería el único que pondría su vida a cambio, por ende, la daga no estaría apta para ser utilizada bajo su mando.
La lancha estaba encendida, se podría decir que la batalla acababa de comenzar.

*

La ruta mostraba desesperación. Todo alrededor lo hacía de manera uniforme. El horizonte ya no era un lindo paisaje para disfrutar en pareja una noche como esta, fría. Dante conducía, su mirada estaba perdida y lejana, sus puños apretaban el volante como queriendo dejar polvo de él, o exprimirlo hasta sacar jugo. Sus venas se marcaban desde las muñecas hasta los músculos del brazo, parecía que iban a desprenderse de la fina capa de piel blanca que tenía como marca personal. Hubo casi todo el viaje un maldito silencio que se tradujo como la-situación-no-amerita-otra-jodida-cosa y fue respetada como nunca. Ya no había lugar entre aquellos dos hombres que siempre se sacaban chispas a cada comentario, absolutamente nada que les levantara el ánimo más que el resultado de que todo fuese positivo.
A Dante se le contraía el pecho cada vez que recordaba aquella mirada plagada de adiós que intercambió con Lumi, lejos estaba de olvidar como si todo resultaba trágico, la niña quedaría desamparada, encerrada en la casa de un vampiro por días quizás, hasta que alguien se diera cuenta o escuchase sus gritos. ¿Quién le explicaría lo sucedido? No fue muy bueno para Dante crear hipótesis sobre resultados infortunios, pero como padre, tal como se comportaba con la criatura, era imposible no ver ese lado de la moneda también. La preocupación lo invadió en cada rincón de su cabeza, y de su cuerpo, el cual le transmitía todo el dolor en su centro, en su costado izquierdo.
Porque una cosa era que la niña, al fin de cuentas, se enterara que había muerto, lo que era distinto, es que a partir de ese momento jamás vuelva a saber nada sobre él, quedando la incógnita de su desaparición como un acto total de abandono por parte del Ángel.

—Estamos cerca. Más bien diría que es allí. —Comenzó Dante, quien se tensó aun más por la incertidumbre. —En la parte trasera del auto hay unas cuantas estacas.

—Esto es como si supieras que sólo habrá vampiros. —Se quejó Benicio con el ceño fruncido, para no perder la costumbre, mientras revolvía y tomaba las maderas talladas. Tener algo que mataba a los de su especie entre sus manos no era tan agradable como sonaba.

—Te basta con morder a un Ángel y desangrarlo para acabar con él. —Hizo saber Dante, molesto por la revelación. Eso lo sabían perfectamente, puesto que es lo que pretendía hacer Andrés pero con otra intención, no sólo la de matar sino también la de quedar a salvo de Marcus. Era distinta a la situación de Amanda, el Cielo no podía permitir su existencia porque la sangre angelical estaba dentro de ella y siempre se quedaría, convirtiéndola en una hereje. Andrés quedaría, de modo contrario, intocable para el Diablo, eran las reglas, nada se gestaría dentro suyo porque, obviamente, es hombre.

— ¿Pretendes que te agradezca el dato o hay algo magistralmente importante en todo eso? —Benicio iniciaba el primer round. Los nervios lo ponían en ese estado.

—Mostrarte las ventajas, maldición, es un karma tratar de hablar contigo. —Se quejó Dante dándole un portazo al auto. —Mientras ustedes utilizan su fuerza y sus dientes, nosotros tenemos que cargar este tipo de mierdas para defendernos, carajo, ahora desearía ser un vampiro. —Refunfuñaba dando la vuelta para encontrarse frente a frente con Benicio, quién también había bajado del coche. Ante tal declaración un poco rara proveniente de una persona que alguna vez, por alguna razón extraña había sido un Ángel, el pálido hombre no pudo hacer más que sorprenderse y mirarlo atónito, cuando Dante agregó —Ok, olvida eso último. Bastante tuve con la incomodidad de esos estupidos asientos.

—Más respeto con la morocha —. Exigió el vampiro, mostrando cierta adoración por aquel auto.

— ¿La morocha? —, Dante lo miró con un atisbo de picardía. — ¿No será en todo caso, el morocho? Es un auto, digo, no una camioneta como para usar un artículo femenino delante del sustantivo.

— ¿Un sustantivo común o propio? ¿Ahora estudias letras en la Universidad, o qué? —Preguntaba Benicio a regañadientes.

—Benicio. —Dante paró en seco tras él, haciéndolo girar para verlo a los ojos. — ¿Hay algo en tu sexualidad que yo no sepa? Quiero decir… algo que ande mal… ¿pensamientos sucios con personas de tu mismo sexo? No se, ¿usas juguetes o esas mariconadas? —Benicio lo miraba con los ojos perdidos, desorbitados, recreando en su mente todas las animaladas que aquel  hombre le decía tan serio. Pero no pudo siquiera contestar cuando el Ángel preguntó — ¿Eres gay, cierto?

—Por supuesto que no —, apenas contestó el vampiro, un tanto intimidado. Sus palabras eran entrecortadas, ¡maldición que no era gay! Pero el sólo echo que se lo insinúen lo ponía a temblar como una señorita. No tuvo mejor idea que contestar una terrible ridiculez. —El auto es gay. Por eso le gusta que le digan morocha. —Cambiando de dirección para evitar la mirada fortuita de Dante, apresuró su paso murmurando palabras como “mierda” en el camino.
Dante entendió por completo, cuando levantó sus manos al grito de

— ¡Y no quiero enterarme cosas raras, eh! —apuraba el paso para alcanzarlo. —Porque tú no has conocido la otra parte de mí que patea traseros homosexuales… —Benicio se dio la vuelta para dedicar una mirada mordaz. —… como el tuyo. —Con una media sonrisa se atajó, porque el vampiro estaba sobre él, y no precisamente para comérselo a besos.

— ¡Voy a romperte el culo, estúpido bastardo! ¡Y de una manera poco ortodoxa a la que no se le llama precisamente ser gay!

— ¿A qué te refieres? —Preguntaba Dante entre risas estrambóticas, Benicio no estaba bromeando, era aquel hombre tan insolente quien no se tomaba nunca las cosas enserio, ni en momentos como estos, cuando sobre sus hombros, la horda de Ángeles había llegado, dirigiéndose a la Isla.

— ¡Corre! —El vampiro ya era una mancha de luz adentrándose a la Estancia, lo seguía Dante, que su velocidad era casi igualable a la de Benicio. Era tarde, una espesa niebla cubría todo el lugar, el perfecto escenario de terror para aquella historia sobrenatural. Cuando llegaron a la orilla que dividía aquel lote de terreno interminable, Benicio observó como a doscientos metros una lancha recorría el Río hacia el otro extremo. Su cabeza palpitaba más que nunca cuando distinguió a las tres personas que ocupaban ese espacio, era Andrés, su hermano mayor y una rubia que no reconoció. Pasó su vista a Dante, igual de desconcertado que él, asintiendo con la cabeza. El Ángel estaba a punto de sumergirse en el agua para comenzar la carrera al otro lado. Cuando su cuerpo estuvo metido hasta las rodillas, giró para ver si Benicio lo acompañaba, maldijo cuando notó como todavía se encontraba parado como una estatua sobre el barro húmedo.

—No vas a decirme justo ahora que no sabes nadar. —Objetó Dante. —Dime otra cosa mariquitas, ¿tampoco te gusta el fútbol?  Y luego dices que no eres afeminado…
Benicio obvió el comentario frunciendo su boca.

—No es eso… —, contestó con los hombros caídos. —Nosotros los vampiros somos sensibles a las corrientes marinas.

— ¡Válgame Dios! ¿Cómo harás para llegar al otro lado? —Dante estaba fastidiado, no dejaba de pensar como el tiempo era dinero en estos momentos.
El hombre se fue acercando hacia él, no iba a dudar en obligarlo a cruzar el maldito trecho con tal de llegar de una forma u otra. Cuando estuvo por tomarlo de los hombros para arrastrarlo, así fuese lo último que haga en su vida, un dolor que predominaba desde la punta de sus pies hasta la cabeza, lo partió casi en dos tirándolo al piso, donde los gritos que pegaba hicieron voltear a los hermanos Casablanca y compañía, quienes estaban en el otro extremo. Benicio se percató de eso mientras trataba de auxiliar a Dante sin entender lo que ocurría. ¿Algo más pasaría para cagar la situación? El Ángel empezó a retorcerse cuando el vampiro notó como la remera negra que el hombre llevaba puesta empezaba a deshilacharse en la parte trasera de su espalda, desgarrándola hasta convertirla casi en harapos. Benicio estaba desorientado y se paró tras el muchacho para poder ver que pasaba. Los gritos salientes de la boca de Dante eran perturbadores, lo que sea que le sucediese sería la madre de los dolores a juzgar por los rugidos que escuchaba.
No fue sino después de observar su espalda, que su mandíbula casi cae al piso por la conmoción. Dos grietas a los costados de los omoplatos de Dante surcaban un camino vertical que llegaba hasta la cintura trazando un par de finas líneas dónde se acumulaba sangre por la abertura que la piel estaba experimentando. Era asqueroso ver una cosa así, y otra vez, el vampiro, estuvo a punto de perder el control. Estaba hambriento, cayó en la cuenta de eso cuando sus ganas de pasar la lengua por lo que antes le parecía casi obsceno, ahora se había convertido en una necesidad. Sacudió su cabeza, no podía contra el impulso, pero lo logró poniendo su mente en blanco, tratando de pensar que aquel hombre debería saber horrible, que se trataba de Dante, por más Ángel —aunque Caído— que fuese, no dejaba de ser él: un patán consumido, un terrible grano en el culo.
En el mismo momento que pensó que nada podía empeorar, unas alas de color negro empezaron a desplegarse mostrando toda la superficie, eran inmensas y Benicio tuvo que dar varios pasos atrás para no rozar una de ellas. Estaba estupefacto, los gritos por parte de Dante habían cesado, sólo se podía oír una fuerte respiración agitada que acompañaban a las gotas de sudor que recorrían todo el cuerpo del hombre, brillando ante la luz de aquel Cielo infinito que no dejaba de relampaguear anunciando una terrible tormenta eléctrica. El vampiro lo olía en el aire, el olor a lluvia giraba así como también notó la Isla, cubierta por una neblina que daba escozor.

— ¿Qué fue todo eso? —Exigió saber Benicio con el labio inferior tembloroso.

—Sabía que esta mierda iba a pasar —, contestó Dante con una fingida superación de su parte por aplacar y hacer menor el detalle que segundos antes había estado revolcándose en el suelo por culpa del dolor. —Estas alas son el recordatorio que, en cuanto intente siquiera ascender al Cielo, terminaré rociando la tierra con toda mi carne hecha trizas.

— ¿Es una especie de tentación? —Quiso saber más.

—Hay quienes piensan que —, resumía Dante, con gestos de tortura en su rostro y una notable amargura. —pueden servir para ascender, pero créeme, las historias que conozco son otras, y por las dudas… no pienso arriesgarme. Además nos vienen mejor que nunca. —Lanzó una mirada cómplice. Benicio pareció no entender hasta que cazó al vuelo la indirecta.

—Ni lo sueñes. —Contestó malhumorado. — ¿Ahora quién es el maricón? ¡No me subiré a tus estupidas alas!

—No. No lo harás. Para algo tengo espalda, muñeca. —Burló el Ángel de alas negras.
Benicio, reacio a aceptar, empezó a contar cuantas opciones tenía para llegar al otro lado. Fuera de esa, ninguna.
Algún día iba a arrepentirse de lo que acababa de hacer. Intimidado por la cercanía, comenzaron el vuelo final, uno del que algo probable sea no regresar… al menos en pie.


*


Lumi no lo podía creer. ¿Se habían besado o estaba alucinando? ¿Habría muerto luego que aquel vampiro se puso sobre ella, y todo el resto fue producto de su imaginación? Era eso o aceptar que el beso había sido real. Tenía que serlo, sus labios aún ardían al contacto. Él la tomó por su cintura, la sentó sobre él, y la niña pudo sentir algo más que un simple ardor sobre su cuerpo. Tenía que ser cierto, debería serlo.
Algo la traumatizó luego de aquel pensamiento en sepia que tuvo. Dante la había tomando entre sus brazos tan nerviosamente que la crónica de una muerte anunciada retumbó en su cabeza pidiendo auxilio. ¿Cómo era posible que ella se encontrara en esa habitación, encerrada? Tenía que salir, bajar de alguna forma. Se acercó a la puerta para comprobar si estaba con traba, tal como lo sospecho —y de igual forma lo sabía, puesto que Dante dio la estricta orden para que así fuera—, tenía cerrojo.
La situación se estaba poniendo tensa. Caminó al menos por diez minutos de un lado a otro llorando como desenfrenada, lo que más sentía desde el fondo de su pecho era impotencia. Impotencia por ser una estupida y frágil humana que no servía más que para observar en situaciones como estas, cuando de hecho, ni para eso la habían llevado con ellos, ni como una triste espectadora. No es que le emocionara mucho la idea de ver morir a personas que quería, ya le bastó con hacerlo una vez y precisamente no era algo que le agradase recordar. La devastadora perdida de por sí la había traumado bastante, memorizar otra vez como en esa época no podía dormir a causa de las pesadillas no fue un aliento acogedor en estas instancias. ¿Podría soportar algo así, otra vez?

—Vendería mi alma al diablo con tal de ir con Dante ¡malditos sean todos! —Gritó a la nada misma dentro de ese cuarto.

—Yo no pediría cosas así… tan a la ligera —. La niñita se asustó al escuchar aquella voz asomarse desde la ventana en la habitación. Era la voz de un hombre, una voz que no conocía, no era familiar.
Lumi se quedó dura, su cuerpo no reaccionaba, sintió un calor abrazador y no precisamente como el que le brindó Benicio, éste era molesto, inquietante. Se dio la vuelta y encontró a un hombre de cabello tan rubio que casi se tornaba blanco. Una mirada fuerte, con prepotencia, incitadora, pero por sobretodas las cosas, una mirada que inflingía un respeto que ella desconocía. Aquel hombre bajó del alfeizar de la ventana, que se abrió dejando entrar una correntada de aire que heló todo tan rápido como el calor llegó en su momento, se acercaba a ella lentamente.
Tenía un saco negro ajustado a su estrecho cuerpo escultural, contrastaba la pálida piel y pensó si podría ser algún vampiro de la zona. Negó con la cabeza, su piel no era tan albina. Se sentó sobre la cama de Lumi, tocando despacio con su mano casi toda la extensión de la misma, con las piernas cruzadas y una mirada que se volvió divertida, casi risueña.

— ¿Te ha enviado Dante? —. Quiso saber, ilusamente de su parte.

— ¿Dante? —Preguntó aquel hombre sin levantar la vista de la cama que todavía seguía acariciando. —Oh sí, él y… Benicio. —Ahora sí estaba mirándola, si Lumi hubiese sido una muchacha más despierta a la hora de reconocer sarcasmos, hubiese entendido por completo que su visitante la miraba con picardía, como sabiendo lo que minutos atrás había pasado entre ella y el vampiro.

— ¿Vas a llevarme con ellos? —. La pequeña empezó a sentir un jubilo crecer por dentro que casi estalló de alegría. Su cabeza argumentó miles de hipótesis. Una de ellas fue la menos acertada y se basaba teóricamente en como sus protectores, tanto Dante como Benicio, salieron primeros hacia la Estancia, mandando a este hombre a recogerla para llevarla con ellos, sin que nadie lo sepa, para mantenerla al margen pero aún así poder esperarlos en algún sitio mejor.

—Claro. —Contestó el desconocido. —Para eso he venido. —Y una risita casi ahogada y actuada, se escuchó retumbar las paredes. —Ven, bajaremos por la ventana. —Con un gesto de manos la hizo aproximarse a su lado.
Una vez al borde de la misma, antes de empezar a bajar por ella de un salto, la pequeña e ingenua Lumi sólo realizó una pregunta.

—Tú sabes mi nombre —. Confesó ella un poco avergonzada. —Pero no me has dicho el tuyo todavía. —Mientras se aferraba a los hombros del señor.

—Marcus, linda. Ese es mi nombre. —Un gesto curvado asomó por sus labios.

Crédula de ella, más bien ignorante, por desconocer que aquel, no era más que el Diablo, tendiéndole entre sus garras una trampa asesina.
En definitiva, ella quería presenciar la batalla, y por supuesto que lo haría, sería la coartada de la misma para distraer a Benicio y a Dante en cuanto la vieran aparecer.


3 comentarios:

  1. o.O hasta ahora lumi me caia bien!!!

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  2. digo no, con 15 años... taaaaaaaaaan pelotuda vas a ser de irte con alguien que no conoces, sabiendo que te pidieron que te qedaras ahi??
    perdon, pero esa pendeja me estresa xD

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  3. pero q niña para meterse en problemas es experta...

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