jueves, 30 de junio de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 13: Aliados.


(Emma Roberts es la actriz que elegimos para representar a Lumi)

Abrió la maldita heladera con la esperanza que al estar descalza, quedar electrocutada sea una buena opción, pero su estado de inmortalidad no permitía cosa tal.
Mierda.
Refregó sus ojos con el puño de la remera de franela que se había puesto al llegar, desprendiéndose de incomodidades como remera apretada-pantalón de muerte. Todavía no podía sacar de la retina de sus ojos la viva imagen de Violeta, aún no comprendía el enojo de Dante para con Benicio y la pequeña «Lo» tal como la había empezado a llamar en secreto hacía unos días.
Sí, Lo.
Lo, es un personaje de ficción, mejor dicho, Dolores Haze. Lolita, Lo, Dolly, tal como su enamorado cuarentón la llamaba, había sido una ninfula atrevida menor de edad, unos doce exactamente, que enamoró a su padrastro hasta el punto de la locura. Bien, quedaba perfecto para Benicio, él en esta historia no era más que Humbert-Humbert. Claro que todo depende de cómo se vean las cosas, porque hasta hace unos años atrás cuando Amy leyó la historia siendo humana no pudo evitar sentir compasión por aquel semental mayor de edad. Cualquier terapeuta afirma que Humbert-Humbert abusó por años de su hijastra —más allá que, ellos gozaban de relaciones carnales mediante un acuerdo mutuo— que arruinó su adolescencia —nadie lo niega, de hecho— y que la arrastró a la decadencia, muriendo con ella, literalmente, su inocencia.
Amy lo veía de forma diferente, adoraba a Humbert el Travieso, ella odiaba a su Lo.
Pongámoslo de esta forma: equivocada o no, ahora sabemos muy bien a quien odia en estos momentos.
Sacó un envase de sangre y ni siquiera lo vertió en una taza o lo puso en el microondas, directamente hincó sus dientes casi con violencia, maldición necesitaba comer, dar rienda suelta.
Cuando terminó, se dobló del dolor de estómago, de garganta, de maldita sea ¡todo el cuerpo! Tenía hambre, su boca era un estupido recipiente de saliva.
Vamos a poner las cosas simples, tenía sed de sangre… de sangre fresca recién salida de las venas, sangre emergente de un buen sacón de cuero que palpitara bajo sus dientes, que quemara sus labios.
Ahora la idea de matar era tan tentadora como ver a Ludmila trastabillando sobre una soga expuesta de punta a punta, caminando sobre ella con un montón de pequeños, lindos y amistosos alfileres esperándola en el momento de la caída, que sería impulsada sin pensarlo por el pie dentro de las zapatillas de Amanda.
Divino, encantador, maravilloso, excitante.
E imposible también.
Joder, podría ir a buscarla ahora mismo en la noche, irrumpir en su cuarto de sorpresa y arrastrarla de los pies hasta la punta de la cama y comérsela sin remordimientos. ¿Quién se iba a enterar? ¿Quién la iba a echar de menos?
Ah sí, Benicio-Benicio y Dante.
No, no podía hacerles eso a ellos, tendría que dejar su loca idea de hacer pagar a la niña para más adelante cuando sea mayor de edad y se reten a duelo. Y aún así ¿qué provecho sacaría de ello? No mucho más que aflojar las coletas de la niña y despeinarla un poco, porque en cierto modo a veces hasta le causaba ternura o lástima. O las dos cosas.
Sí, las dos iban bien.
Y allí se encontraba, parada al lado del fregadero mientras observaba como el plástico de la bolsa que contuvo alguna vez sangre, antes de ser servicialmente masacrado, descansaba sobre el lavabo. Sus manos temblaban, ya fuese por la falsa Violeta, por la pequeña “Lo” por Benicio-Benicio, Gala y Benjamín la parejita molestamente feliz y sin problemas, o… ¿Dante? No, Dante no. El pobre bastardo apenas le traía problemas, además desde que trataron de ejercitar sus labios uno con los otros había dejado en claro que las cosas no funcionaban por ese lado del tipo te-voy-a-tirar-contra-la-mesa, uf, por suerte. Al menos ella lo veía así. Era apuesto y todo, comestible, pero no más. No sentía nada por él salvo compasión y agrado.
Pero bueno, ella no quería cavilar sobre ese asunto, ya estaba gastado, esos pensamientos tenían más uso que vagina de prostituta. Enserio, ya tornaba lo desagradable estar siempre metida en un mismo cantar. Era hora de la acción.
Era hora de resucitar algunos muertos.
Algún muerto, se corrigió automáticamente, sonriendo. Y sacarse la puta duda de si Andrés verdaderamente se había estado comunicando con ella entre sueños o qué carajos había pasado. Porque no se le ocurría otra cosa que el limbo.
¿Y si él estuviese ahora mismo en ese horrible lugar?
Sí, en el limbo. ¡Jesús Cristo! Se dijo por sus adentros, el limbo debe de ser un lugar espantoso, al menos a juzgar por todas las cosas que ella sabía de ese lugar, gracias a haber mantenido una vida atesada con lecturas de todo tipo. Y sabiendo donde ella fue a parar una vez muerta —maldita sea que lo recordaba mejor que nunca— y no solo eso, sino simplemente a sabiendas que tanto el Cielo como el Infierno existían, y todos los seres que en él pueden caber, comprendía perfectamente que el limbo es el mundo entre los vivos y los muertos, se supone que es un estado después de la muerte. Pero si no se equivocaba, y estaba segura que no, a ese sitio iban quienes no habiendo cometido ningún pecado por si mismos, pagaban la deuda del pecado original que los lanzó a tal lugar. ¿Podría ser el lugar al que los vampiros iban si una estaca se les atravesaba en el pecho? A ver, se supone que un ser de esa naturaleza esta muerto, por ende no podrían morir otra vez, salvo con un pedazo de madera apuntando el lugar donde alguna vez latió el corazón y esa vez sería la definitiva.
Amanda dedujo que el pecado original era ser un vampiro, digamos, justificó que las cosas que Andrés hizo fue por su naturaleza, y que en realidad nada había sido culpa suya, el fin justificó el medio. Un medio bastante caro, pensó Amanda al imaginarse cuantas victimas habían caído bajo las garras del menor de los Casablanca.
Pero no, por más ilusa que fuera sabía que tampoco podía ser tan así, no cuando conocía a vampiros como Gala, Benjamín y Benicio, que no tomarían —al menos ahora, pues no podía juzgar sus pasados— una vida ni por casualidad. Y con esto no estaba menospreciando a Andrés, demonios ella no iba a hacerlo de ninguna manera, simplemente, aunque no podía concebir que se castigue al hombre de ninguna forma por más cruel que haya sido, no entendía a su vez como el destino podía ser tan perro arrastrando al limbo a gente como sus amigos si se encontraban en riesgo de muerte, de verdadera muerte que los haga convertir en polvo. La idea de un lugar como el limbo se hizo absurda.
Hasta cierto punto.
Puesto que según las historias, el limbo de los patriarcas era lugar de residencia de los hombres que tras su redención, fueron rescatados por Jesús.  
Y vaya que Andrés se había redimido con ella, aunque bien, no es que Amanda se considerara una santa tampoco. Pero algo era algo, y redención o lo que fuese, valía en cualquier idioma, frente a cualquier persona. 
Incluso una vampiresa.
Con todo el empeño por lo que estaba por venir, partiendo de la base que Ian estaría dispuesto a ayudarla, Amanda sacó de su bolsillo trasero el papel que el hombre lobo le había entregado, cuando al mismo tiempo pensó en su nuevo amigo, si es que podía llamarlo así.
Primero, ¿Dante sabría algo? Claro que no, pensó. Él era el último en la Tierra, además de Benicio, que querría volver a ver a Andrés. Y segundo ¿cómo era posible que Ian fuese tan lindo para ser lobo? ¿No es que estos eran morenos y peludos? No tenía nada contra los morenos, eran ardientes, pero… ¿con pelos? Por favor, esta bien que era algo varonil aunque… todo tiene un límite, incluso para ella, joder. Sin embargo Ian era castaño. Y hermoso.
El papel incluía un número telefónico con una letra casi ilegible. Lo acercó para mirarlo bien, pero resulta que tenía compañía.
Benjamín.  No sólo él. Benjamín y una gran cara de ceño fruncido.
¡Perfecto! Los dos eran un canto a la alegría ¡qué pareja, qué dupla!
Que se vayan a la mierda, era la perfecta imagen de la ironía.
Bastardos.

— ¿Con insomnio?
— ¿Con ganas de hablar?
—Escucha, no tienes que estar todo el tiempo así a la defensiva —. Objetó Benjamín apretando los puños.
—Y tú no tienes que analizar todo lo que hago, tío.
—En primer lugar no te analizo, en segundo, no soy tu tío —corrigió muy seriamente— y en tercer lugar…
— ¿En tercero qué? —Preguntó ella con malicia.
—No hay tercero, ¿vale?

Benjamín la miraba con impaciencia, de eso se dio cuenta Amanda, porque sus sentidos vampiricos no podían estar activados del todo, pero había algo que se llamaba intuición femenina, y a juzgar por la cara de idiota y los nervios de su acompañante nocturno, hasta un minusválido podría entender que Benjamín quería decirle algo, algo existencial.
¿Podría dejarse para dentro de unos veinte minutos o media década hacia delante? Okay, lo que Amy estaba pensando no era gracioso, maldita sea, cuando vio a los ojos al mayor de los Casablanca observó como crecía cada día el parecido que llevaba con Andrés.

— ¿Ahora puedo empezar yo con el interrogatorio, Sherlock Holmes? —pidió Amanda, con sorna.
—Seguro.
—Tú jamás te desvelas. —Aseguró.
— ¿Y con eso qué quieres probar? —Preguntó él, tragando saliva.
—No he terminado —contestó ella, con suficiencia— tú jamás te desvelas, nunca inhalas aire, como si necesitaras respirar, lo has hecho recién —le hizo notar, cuando él quiso objetar ella lo silenció con la mirada— siempre eres tan medido, que de no conocerte bien pensaría que hasta eres especulador. Pero no. Se que no lo eres, Casablanca. Se que tienes buen corazón. Que me cuidas —cuando hubo dicho eso, él puso sus ojos en blanco, avergonzado— y hasta podría decirte que me tienes cierto aprecio. No obstante, conozco esa cara. Quieres decirme algo pero no te animas.
—Para ya —pidió.
Amanda se acercó a su lado, rápidamente. Lo miró fijo y se encontró con un hombre que desviaba la mirada, tratando de evitarla. 
—Dilo.
—No se de que hablas —contestó el vampiro.
—Perfecto. Entonces no tenemos nada más que hacer aquí. Me voy a dormir.
Dicho eso último, Amanda giró sobre su mismo eje. Por supuesto que no pensaba irse a descansar, primero llamaría a Ian, su cita no podría postergarse ni un día más. Dondequiera que estuviese Andrés, estaría sufriendo, tanto o más que ella.
Cuando se estuvo por alejar lo suficiente para perder contacto con la voz de Benjamín, este habló en voz alta.
Y temblorosa. Mierda que era temblorosa.

—Tengo algo que tú quieres.
Vale, pero que cagada. Ya estaba harta de escuchar ese tipo de cosas. Lo miró con disgusto y esperó que continuara.
Bien, no lo hizo. Estaba empezando a creer que agarrar a la sartén por el mango iba a ser tarea suya de aquí a la eternidad.
Maricones. Los hombres le parecían unos completos maricones.
— ¿Y piensas compartirlo, o qué?
—Mi auto —dijo por fin.
¿Su auto? Pensó Amanda. ¿Para qué demonios querría su auto? Veamos, esto se estaba poniendo… raro. Amy lo miró confundida, él se acercó quedando a apenas unos escasos cinco centímetros de su rostro, con la mirada perdida y la voz que apenas se entendía.
Sí, Benjamín estaba manteniendo esta conversación en una especie de secreto de estado.
—Habla claro, no entiendo a que te refieres.
—Escucha una cosa, Monstruito —empezó, mirando otra vez hacia todos lados, para ver si alguien los escuchaba, o lo había seguido al bajar— no tengo más de doscientos años sólo porque tuve suerte. ¿Sabes? Y por más idiota que parezca, se sumar.
— ¿Cuánto es siete mil novecientos setenta y dos más quinientos treinta?
—Ocho mil quinien… —se detuvo cuando notó como Amanda le estaba tomando el pelo, volteó los ojos y prosiguió— oye, no me tomes por idiota si pretendes que participe en esto.
— ¿Sabías el resultado? ¡Vaya que eres bueno con los números! —enfatizó.
—Bien. Me largo —contestó él, encaramando para la puerta cuando la mano de la vampiresa lo tomó con fuerza pegándolo a ella.
—Así esta mejor.
—No creo que Galadriel piense lo mismo —aclaró Benjamín con la boca torcida.
—No me gustas.
—Y tú a mi tampoco, divina. No eres mi tipo.
—Mejor así, menos por lo cual Andrés tendrá que golpearte una vez que vuelva.

El vampiro se puso rígido y tapó con la palma de su mano la boca de Amanda.
¿Qué pretendía? Bueno, él iba a ayudarla con esa cuestión. Pero nadie más debería de saberlo. Absolutamente nadie, y con eso también se incluía a Gala, era la última que podía enterarse. Él sabía sobre su pasado, y ella no haría más que detenerlo. Que el cielo lo perdone alguna vez si esto hería a su amada, pero Andrés era su hermano, y no estaba sentando prioridades, simplemente, como él creía, estaba haciendo lo correcto. Lo que Andrés hubiese hecho por él ¿no es cierto?
Lo que Andrés haría por él si los viera tan juntos pegados el uno con el otro sería propinarle un buen puntapié en las pelotas, luego de eso lo colgaría del poste de un árbol para que un grupo de cuervos le arrancara los ojos.
Sin hacerlo muy notorio, se apartó, dejándole en claro con un susurro que nadie podía enterarse.

—Se que ese tal Ian es lobo, hace muchos años que no me cruzo con ninguno pero su olor es inconfundible —le hizo saber Benjamín en voz baja, mientras la llevaba hasta la puerta de calle— y también se que su hermana es bruja. Su sangre es distinta a la de los humanos, y puedo distinguirlas —abrió la puerta muy suavemente, ya estaban del lado de afuera, él la guió hacia su cuatro por cuatro estacionada en la vereda, como un caballero le abrió la puerta del vehiculo y cerró una vez que Amy estuvo dentro— ahora vas a darme la dirección del perro, veremos que puede hacer por nosotros esta noche.
—Pero eso es imposible —intervino— sólo me ha dado su número telefónico. No tengo idea donde vive.
—De acuerdo. Por el momento larguémonos de aquí.
Benjamín arrancó hacia ningún lugar, las calles de la capital federal estaban vacías, no había señal de nada. Todo parecía tan tranquilo que Amanda envidió a las dos o tres personas que se cruzaron en el camino. Sus vidas parecían tan despreocupadas. Nada además del trabajo, o los problemas de pareja.
No creía que la vida sea fácil, claro que no lo era. Pero siempre hay alguien que esta peor, alguien que puede decirte que se puede caer más abajo. Pareciera que en el fondo del pozo siempre hay espacio para cavar un subsuelo y seguir descendiendo. Aunque, ¡válgame cielo! Amanda extrañaba los problemas mundanos.
Momento. ¿Alguna vez había sido completamente humana? No en su segunda vida, al menos no en esa. Y ahora aquí estaba, alimentándose con sangre, yendo a revivir muertos. En el auto de un vampiro rumbo a la casa de un hombre lobo, que tenía una hermana bruja.
Deténganse ahí. ¿Será posible que en alguna parte de esta historia aparezcan los pitufos? A Amy le valía. Tenía la madre de las depresiones en este mismo momento. ¿Y si todo salía mal? ¿Cómo iban a explicarle al resto? ¿Volvería alguna vez Franco y compañía? ¿El Cielo la iba a seguir castigando?
Alto… ¿En qué lugar ponía esto a ella y Benicio?
Problemas, problemas, problemas…
Evadió sus pensamientos entablando una conversación pseudo normal.

— ¿Eres adivino o qué?
Benjamín no corrió ni un minuto la vista para mirarla, seguía conduciendo muy concentrado, ella no se atrevía a marcar el número de Ian.
— ¿Por qué lo preguntas?
— ¿Como sabes que Ian quiere algo conmigo?
—No soy adivino, tampoco estupido.
—Dime la verdad —le exigió la chica, con una mirada triste. Él se enterneció. Ladeó la cabeza odiando esta debilidad por su… ¿cuñada? Bueno, la quería. Y sí, era su debilidad. Este último tiempo había encontrado muy en el fondo suyo que aquella mujer con piel de porcelana, caprichosa, pedante, inescrupulosa y graciosa, llamada Amanda, era de su agrado.
—Bien, te lo diré —gruñó por lo bajo— te puedo leer la mente —mintió, pero por dentro sonrió, quería ver la reacción de la vampiresa, enfadada se veía mejor que triste, y peor era nada…
— ¡¿Qué?! —se sobresaltó de su asiento acompañante.
—Se exactamente lo que estas pensando —la miró de reojo, si lo hacia de frente seguramente pasaran dos cosas, o chocaban contra un árbol, o estallaría en risa.
—Escucha —dijo ella, tropezándose con las palabras, y moviéndose frenéticamente haciendo gestos con las manos— se que alguna que otra vez pensé que eras sexy y a lo mejor he fantaseado más de una con el hecho que me lleves a la cama. Pero ha sido puro morbo ¡lo juro! —Se frotó los ojos— enserio, Benjamin, sabes que me ha estado torturando todo eso por Galadriel, y no es que vaya enserio, hombre, ¡pero eres la puta imagen de tu hermano!

Ok, todo aquello lo había dejado de cero. Benjamín tuvo que aparcar la camioneta a un lado para poder terminar de escuchar todo aquello.
¿Estaba hablando enserio? ¡Vamos! ¿Realmente?
Tendría que estar rojo como un tomate si su pigmentación lo permitiera, sin embargo se encontraba blanco como la nieve. Hubo un silencio que Amanda aprovechó para esconder su rostro entre las manos, cuando después de un rato corrió de a poco sus dedos para mirar de reojo y ver si Benjamín la estaba mirando.
Sí. Joder. Mierda. El bastardo la estaba mirando, no sólo eso sino que empezó a reírse tan alto que ella miró hacia todos lados para ver si alguien los escuchaba.

— ¿Qué es tan gracioso, imbécil? —preguntó ofendida.
— ¡Y luego dices que no soy atractivo!
—No lo eres —cruzó sus brazos, como una niña caprichosa.
—Monstruito, no puedo leerte la mente. Es mentira. ¡Y gracias a Dios!
— ¿Acaso te divierte todo esto? ¡Eres un patán! —Se quejó, muy en el fondo agradeciendo que Benjamin no lea su mente— ahora dime como es que sabes todo lo de Ian.
Benjamín resopló frustrado, como si la respuesta fuera tan obvia que explicarla ofendiera o quitara su esencia.
—Bien te lo diré. Después que estuviste con él viniste con ese papel apretando en tu mano, y no se tú, Monstruito, pero no es muy difícil darse cuenta que te había dejado algún tipo de contacto. Sobretodo con la cara que traías, y ni hablar uniendo cabos. Te dije ya anteriormente, mi edad significa experiencia, y se de que va todo esto. No es pedantería ni soberbia. Además —agregó exhalando aire— no es muy difícil concluir en busca del resultado. Necesitabas una bruja, era muy probable que lo de esa Cassie no sea completa coincidencia. Lo que me pregunto es que pensará Dante cuando se entere.  O por qué están tan dispuestos a ayudarte. No es que Andrés haya hecho buenas migas con los lobos alguna vez, de hecho ayudó bastante colaborando a la hora de extinguirlos.
Amanda se preguntaba por qué razón eso no le llamaba para nada la atención.
Cojones. Que terribles cojones que tenía el muy cretino de Andrés. Mira que matar humanos, pero… ¿lobos?
—Nadie hace las cosas gratis —dijo ella con inocencia. Claro que en el vocabulario de Benjamín significaba otra cosa.
¿Hacer las cosas gratis?
— ¿Qué quieres decir con eso, Amanda? —Preguntó poniéndose de costado para quedar frente a frente con ella. Haciendo que su ceño transmita lo que sentía en realidad: preocupación.
—Nada en realidad. Él me dijo que Andrés tiene algo muy importante que necesita y por eso me iba a ayudar —cuando vio la cara de Benjamín, tensa, alerta, preocupado y con un poco de ira si íbamos al caso, se asustó. Como si de repente hubiese dicho algo incorrecto, entonces agregó— y no me preguntes que puede ser, porque es precisamente lo que quiero averiguar.
El vampiro apretó con fuerza el volante del vehiculo, tanto así que ella iba a pedirle que aflojara el apriete, pues iba a terminar por romperlo.
Benjamín la miró respirando profundo cuando le dijo:
—Yo sí se que es lo que quiere.

Mierda que lo sabía.
Su cabeza viajó meses atrás, cuando la lucha del Vinten Lodge dejó en jaque a su hermano. Antes de ir a combatir, si se podía llamar así al papelón que lo dejó sin vida, había estado en el subsuelo de la habitación de Andrés, cuando entre su arsenal sacó una daga ancestral. Una que no le pertenecía. Una daga que podía combatir contra los demonios, que los exterminaba. Pero eso no era todo, ni lo más importante, sino la procedencia del instrumento mortal, eran de los lobos, si bien habían pocas, los más antiguos, como supuso que sería Ian, poseían una, él no estaba metido por completo en la historia, los lobos mantenían sus códigos bajo secreto, muchos se filtraban, pero no precisamente el de la daga.
Una frase golpeó su cabeza, algo que su hermano menor le había dicho cuando le entregó aquel artilugio: «cuando llegue el momento sabrás que hacer con él»
Pues bien. ¿A qué no adivinan? El maldito momento había llegado.
De repente todo encajó a la perfección. Si Andrés hubiese luchado con esa daga y hubiese muerto —y Benjamín comprendió al instante que su hermano desde un primer momento antes de ir a la Isla sabía que iba a terminar aniquilado a la brevedad— esa daga hubiese quedado perdida, quizá nadie le hubiese dado importancia, y así los lobos se hubiesen encargado de encontrarla.
Maldita sea que lo comprendía, casi se larga a llorar de sólo pensar como se había sacrificado por la mujer que amaba. Él sabía entonces que Amanda iba a ser la carnada, que todos se dirigían hacia ella para matarla, y Andrés era el primero que se interpondría a eso, como de hecho lo hizo. Fue entonces cuando decidió que la daga en manos de Benjamín correría mejor suerte, y por eso le había pedido que en caso que algo malo pasara, él la pusiera bajo llave en aquel subsuelo de la Estancia, para que nadie más la encontrara.
Y aquí venía la mejor parte, si alguien además de él hubiese sabido sobre el instrumento, podría haber llegado a oídos de Ian o de su manada, y entonces no se hubiesen ofrecido para resucitar a su hermano, porque bien podrían haberse encargado de recuperar la daga ellos mismos. Entonces ahora corrían con una ventaja.
Sí, una ventaja, una jodida buena ventaja.
Benjamín no iba a decir una sola palabra sobre aquello. Sonrió pícaro, su hermano era un maldito cabrón conspirador. Aun desde la tumba hacía de las suyas. Nadie podía quitarle ni un segundo de su merito.
Mientras nadie se enterase de aquello, la invocación iba a darse a lugar a la brevedad, había que actuar, luego preguntarse por qué demonios necesitaban el estúpido cuchillo.
*

Dante se había quedado dormido, como un jodido cabrón desde que llegaron. No era raro que se hubiese levantado desvelado en medio de la noche, con calor y ganas de apretar de las pelotas de Benicio hasta hacerlas sangrar.
¿El muy hipócrita habría tenido el coraje suficiente para acostarse con su Lumi? ¿Con su pequeña Lumi?
Tras un gruñido gutural salió de la cama, las paredes parecían reducirse a medida que caminaba en busca de Benicio, quería asesinarlo dormido, pero eso no lo haría sufrir, simplemente no se enteraría. Y él quería que se enterara, quería escucharlo gritar.
Cuando se estuvo por dirigir al cuarto de Benicio no pudo detectar su presencia ahí y cerró sus ojos con mucha fuerza para contener la ira que lo dominaba, de un momento a otro su cabeza se puso en blanco y un temblor fuerte lo hizo trastabillar, al instante en que los abrió se encontraba en la terraza.

Que.Carajos, dijo en un murmuro al no entender absolutamente nada de lo que pasaba. ¿Era algo normal? Quizá un súper poder, un nuevo instinto o fuerza de ser un Ángel Caído. Bien, tendría que averiguarlo, pero no por eso dejaba de sentirse raro.
¿Teletransportarse? Sólo en películas. Y sólo en películas también la existencia de ángeles y demonios, sin embargo esta era la vida real. De todos modos ¿qué más era lo que podía hacer ahora que era un Ángel Caído?

— ¿Cómo hiciste eso?
Dante le escuchó la voz y de repente todo el odio acumulado hizo pie en su cuerpo, calentándolo.
—Es lo que me gustaría saber —respondió con agresividad a medida que volteaba su cabeza para mirarlo.
—Quería disculparme.
— ¿Por cuál de todas las cosas? —exigió saber.
—Que yo sepa, sólo una —dijo Benicio, acercándose lentamente.
— ¿Una? —Dante rió con amargura— puedo enumerarte al menos otra más, además de lo que le haz hecho a Ludmila.
—Escucha, yo no le he hecho nada. Lo juro —se acercó con más violencia, negando con la cabeza.
— ¿Y qué le hiciste a Amanda, además de condenarla a esto?
Ese había sido un golpe bajo, supongamos que Dante se arrepintió después de decirlo, aunque a decir verdad… no fue así. Su mirada era asesina. Pudo notar como el labio superior del vampiro tembló ante su acusación.
—Hubieses hecho lo mismo en mi lugar —se defendió.
— ¿Tan seguro estas de eso? —Dante elevó la voz y lo pecheó— Porque puedo demostrarte lo contrario si quieres. ¡Arranqué mis estupidas alas por ella!, a sabiendas que algún día la iba a ver morir, sabiendo que yo era inmortal y ella humana. Haciéndome cargo de cuidarla y quererla para cuando llegue el momento en el que una silla de ruedas sea su transporte en su vejez. ¿Y tú que haz hecho?, ¡enfermo egoísta! La condenaste a pasar el resto de su vida con la misma apariencia, la obligaste prácticamente a que permanezca a tu lado.

A medida que Dante hablaba, se le acercaba más, y Benicio se alejaba, no por miedo, sino porque lo que aquel hombre le decía era prácticamente cierto desde el principio hasta el final.
Y no quería oírlo. Quería desaparecer. Quería taparse los oídos, irse lejos.
Toda esa maldita cosa era cierta. Él había condenado a la mujer que amaba para tenerla por el resto de sus días. Su egoísmo lo hizo pactar para que reencarnara en un ser abominable como lo era él.
—Ya basta —suplicó, doblándose con la mano en el estomago. Podía llorar en ese preciso momento, pero era suficiente hombre para derramar una lágrima delante de otro.
— ¿Y quieres que te diga más? —Se aventuró Dante, que no bajaba la voz— en todos estos años jamás he podido mirar a otra mujer. ¡Mira lo que hiciste en cuanto pudiste! ¡Tratando de seducir a una niña que apenas se hizo señorita hace unos meses!
—Deja a Ludmila fuera de esto —le gruñó Benicio, levantando la mirada, poniéndose derecho.
—No. No lo dejaré pasar, ya no más, hombre —negaba con la cabeza— Amanda no me quiere, porque esta lo suficientemente encantada contigo y con el otro imbécil de Cenicitas —dijo, ironizando con el nuevo apodo de Andrés, que una vez muerto se había reducido a eso— pensé que podía con ese sentimiento, con saberlo. Pero no ¡no puedo! Saber que la mujer por la cual me sacrifiqué ama a otro, y no sólo eso, sino que nunca me amó, o yo quizá nunca la amé porque todo era parte de un plan maléfico, eso es lo que más me quema por dentro. Así que estoy dispuesto a sacarme toda la mierda de adentro contigo. No permitiré que pongas una sola mano más encima a Ludmila. Así tenga que matarte ahora mismo. No permitiré que vuelvas a destruir lo único que me quede.
—Pues mátame entonces —contestó él con indiferencia.

Dante abrió los ojos en grande. Una cosa era detestarlo con todas sus fuerzas, esto era distinto. No pasaba por un odio, pasaba aunque no lo crean por la lealtad. Vamos, no es que Dante tenga que ser leal con él, pero los códigos de combate que barajaba no eran precisamente del tipo te-pego-y-tu-te-dejas. Algo andaba demasiado mal en todo esto, y no podía entender qué, o el simple hecho de hacerlo significaba que él de por terminado el asunto perdonándole la vida.
Y no podía hacer una cosa así.
No cuando había visto como el hombre besaba ávidamente a su niña, a su tierna e inocente Lumi de cabellos claros y mirada alegre.
¿Qué rayos le había hecho? No estaba hablando de Benicio ahora, estaba hablando de él mismo. Había destrozado su vida. Le había prometido, el día que la encontró, que todo iba a cambiar, que él cuidaría de ella, ¿y cómo habían terminado las cosas? Con la pequeña en una casa de locos. Esta bien que nunca habían llevado una vida espléndida, pero al menos las cosas se mantenían raras al mínimo.
Y ahora estaba con un vampiro frente suyo, uno que no sólo era el galán de la novela, el rompecorazones, sino que además se mantenía con la guardia baja. Dante no era capaz de empezar una pelea si el otro no pensaba defenderse, era como pegarle a un saco de cuero, como patear a un muerto.
Eso estaba mal. Mal como el demonio.
Esto no quería decir que el Ángel goce de las peleas, simplemente no podía atacar a una persona que no estaba dispuesta a siquiera hacérselo difícil.
¿Saben? De alguna forma Dante sintió lástima. Si le rompía la cara allí mismo o lo cortaba en pedacitos sería lo mismo que pegarle a un perro herido que ya no puede siquiera ponerse en pie para escapar.

»— ¿Qué es lo que tanto esperas? —quiso saber el vampiro con un hilo de voz.
—Idiota —le espetó— no soy un abusivo.
—Termina con esto ya —rogó.
—No lo haré yo. Tú mismo acabaras contigo —le hizo saber, y Benicio abrió sus ojos no comprendiendo el significado.
El viento de verano por la noche hizo sacudir las ramas de los árboles que trepaban y descendían en cierta medida por la terraza de la casa. El ruido que este mismo hacía era casi morboso. Los dos se mantuvieron en silencio, pero no estuvieron así mucho tiempo, no cuando apareció Galadriel tras ellos.
—Por fin.
Los dos se voltearon para verla, bien podría habérseles presentado el hada mágica de los dientes y quizás la hubiesen mirado de la misma forma.
Como si la casa estuviese tomada por enanos strippers.
»—Quiero saber donde esta mi novio —agregó con los brazos en forma de jarra mientras los miraba.
—Preciosa —contestó Dante con una amplia sonrisa— para tu cumpleaños te regalaré una correa, así lo puedes atar a la pata de la cama y evitas sus ausencias no deseadas.
—Yo también lo haré.
— ¿De qué hablas? —exigió saber el hombre con sus cejas casi juntas al fruncir su frente.
—También te regalaré una de esas —Gala se acomodó el cabello— porque casualmente Amanda tampoco esta en su habitación. Ni tampoco el vehiculo de Benjamín aparcado en la puerta.

Oooookaaaay, conociendo a Benjamín, jamás saldría con Amanda por un viaje de diversión. Claro que no. A menos que decida venderla al extranjero para que no vuelva más.
Y por parte de Amanda…. Bueno, tal vez hasta lo este haciendo prostituir.
Pero ¿salida de amigos? ¡Santo Cielo! Podrían enseñarle hablar a un pato antes.
Extraño. Mucho muy extraño. 


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¡Mordiscos de amor!

1 comentario:

  1. me encantó la broma de Benjamin para Amanda...y lo q ella le dijo...jajajajaja
    no me imagino a Amanda prostituyendo a Benjamin jajaja
    otro capitulo super

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