sábado, 23 de julio de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 18: Amatista.



¡ATENCIÓN! *ANTES DE COMENZAR A LEER EL CAPITULO: Les cuento a todos mis lectores/fans de DESPERTAR que estoy trabajando en una NUEVA SAGA VAMPIRICA, será una trilogía y la titulé "ANOCHECER" su primera parte se llamará MORDISCO DE MEDIANOCHE. 
La trilogía tiene facebook oficial, así que los espero para que se hagan fans aquí: http://www.facebook.com/pages/Trilog%C3%ADa-Anochecer-por-Amanda-Velocet/160894417315743

Y además tiene WEB OFICIAL ( http://www.anochecersaga.tk ) en donde podrán ver la portada del libro, leer la sinopsis y encontrar adelantos de la primera parte de la trilogía. 
Mordisco de Medianoche NO SERÁ PUBLICADO CAPITULO POR CAPITULO como DESPERTAR, sino que una vez que este terminado podrán descargarlo completo en formato E-BOOK, para leerlo entero.
Recuerden hacerse fans de la página y echar un vistazo a la web

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De todas las reacciones que Dante podía esperar por parte de Ludmila, respecto a su condición lobuna, un fuerte, feroz y marcado «¡Ahora voy a poder patearte el culo con mis propios piecitos!» no era lo que esperaba de la niña.
Todo era bastante fácil, a juzgar por sus pensamientos, algunos chiqui-chiqui-bang-bang con una pistola nueve milímetros sobre los sesos de Ian y terminaban con toda la jodida situación de la hembra alfa.  ¿Y qué me dicen? Su sueño estuvo por hacerse realidad hasta que recordó el jodido tema sobre, si quieres matar a un lobo procura que tus balas sean de plata y recubiertas con madera. Geeeeniaaaaaaaaaaaaal.
Entonces. ¿Lo haría o no? Seeeeeeeeeeeeeeeeguro. Extremadas gracias, su patética vida como ángel caído era un enorme dolor en el culo del tipo me-han-desvirgado-por-primera-vez, y no mortalmente agradable como lo sería el hombre de tus sueños, sino una parva de machos bien dotados a los que le importaría muy poco hacer flojear tu virilidad a prueba de una vara bien atravesada en tus nalgas.
¡Bienvenido al mundo real, donde tu vida es una completa mierda y al final terminas muriendo como cualquier idiota o…. simplemente te conviertes en un Ángel Caído! Lo cual no era nada tentador, y mucho menos como en las películas.
Ludmila había caído como una marmota en sueños, según Ian el Erudito «algo completamente normal en el período de transición» según Gala la gran madre, psicóloga y apoyo moral «la niña está sobrepasada emocionalmente» según Cassandra «váyanse todos a tomar por culo» y según él «desearía estar muerto»

Lisa y llanamente, si algún meteorito tenía ganas de caer en algún lado, Dante estaría gustoso de irlo a recibir con los brazos abiertos a la terraza, todo le valía una mierda y por un momento contempló el suicidio…
…. A punta de un camión triturador de basura. Y estaba harto podrido de toda esta mierda supernatural.
Sacándolo de cualquier pensamiento autodestructivo, el móvil de Cassie empezó a sonar y ella se desperezó, puesto que estaba en una esquina alejada, contemplando todo en silencio, mientras al parecer la mejor opción de la noche era veamos como duerme la pequeña Lumi, contemos sus palpitaciones y cuidado, observemos si no le sale un lunar nuevo en el culo… por las dudas, digo.
Dante no supo a ciencia cierta —ya estaba acostumbrándose al hecho de no entender una mierda de nada— pero se encontró poniéndole mucha atención al llamado telefónico que irrumpió la línea de la pelirroja.
¿Quién la llama a esta hora? ¡Que te importa estupido idiota! ¿Tendrá novio, amante, marido…? ¡Y eso en qué cambia la situación, pervertido!
Oh vamos, era adulto. No estaba para bobadas.
Con un gesto como si no le importara —mentira, lo hacía— fingió no escuchar, pero tácitamente puso a trabajar sus oídos, que filtraban ahora hasta el ruido que hacía una canilla abierta, goteando en el fregadero.

— ¿Sucedió algo? —la vio turbarse y luego relajar los músculos, como si del otro lado del teléfono hayan contestado un negativo todo esta bien— Bien. Ponla en la línea —silencio. Quién. Coño. Era, pensó Dante— cariño… —al escuchar ese adjetivo, el Ángel se contracturó. Apretó la mandíbula y un calor ascendió por su rostro, volvió a poner su atención en la conversación— no, bebé… sabes que iré mañana por ti — ¿Qué carajo? Dante jamás la había escuchado hablar así con nadie, se mostraba bastante reacia al género masculino y de repente, después de verla el cien por ciento de las veces con humor de me-lleva-el-demonio ¿ahora era una dulce carmelita descalza? La conversación siguió —pórtate bien con la abuela y no le des trabajo ¿sí? Mami mañana te llevará los dulces que me pediste. Síiiiii… Oye Ellen, ok… cariño, te entendí. Sí. No. No hace falta que repitas tu lista de dulces, mamá sabe que tus preferidos son los M&M. Esta bien, Elena… la última vez que mezclaste gomitas frutales azucaradas con Cindor tuvimos que ir al médico y no te gustó lo que tuvieron que hacerte. Vale. ¡Eso es extorsión pequeña! Yo también te amo, y te amo más que tú a mí. No, el tío Ian esta ocupado, le diré que también lo amas a él, ¿ves? Me engañas, no es justo. Bebé, tengo que colgar Ellie. Sí, te llamaré. ¡Oye! Dile a Nana que no te de más azucares ¡tú, malcriada, nada de dulces! ¿Entendid…? —Hubo una gran pausa, tomó aire y agregó— maldita, me ha cortado.

Lo básico y primordial que pensó Dante fue «bieeeeeeen, cabrón. Toma aire. Ya»
¿Cassandra era madre? Woww… y ¿nadie se lo había informado? ¡Momento, alto ahí, vaquero! ¿Por qué deberían de haberlo hecho? Apenas se conocían… y más mierda, él sabía que los niños no venían de repollos y la jodida cigüeña no se arriesgaba a bajar por el entretecho de tu casa para dejarte un crío porque conocía el temperamento de un macho… el ave podría ser aniquilada con una escopeta. Por ende, Cassandra debería tener un novio-marido-lo-que-sea.
No supo por qué, pero de repente tuvo terribles ganas de agarrar al bastardo y apretarle las pelotas hasta dejarlo inconciente. Lo cual estaba ciñéndose a su lista de jodidas prioridades.
Miró alrededor, Lumi dormía. Y Gala estaba en la cocina con Ian tratando de enseñarle como hacer un condenado café sin incendiar la casa.
Lo cual se traducía a momento perfecto para empezar su lista de preguntas.

—Así que eres madre —dijo tomando aire.
— ¿Acaso no es muy obvio? —contestó ella, indiferente.

Bieeeeeen, volvía la misma Cassie rompe-testículos de siempre.

—Sólo preguntaba —se atajó, encogiendo sus hombros.
—La curiosidad mató al gatito.
—Pues ¿sabes? Soy un gatito muy, pero muy curioso —comentó inclinándose en el sillón hacia delante, con un gesto matador.
Cassandra rió como si hubiese escuchado a Les Luthiers obrar uno de sus mejores chistes.
—Adivina. Cuando era pequeña quería ser veterinaria, me gustaba todo el tema de los animales… y las castraciones.
—Aquí estoy. Cuando quieras. Tener mis pelotas en tus manos sería algo agradable, tal vez —respondió, mientras mentalmente se decía «¡oh, vamos, eso fue fuerte inclusive para ti, bastardo»
—Visualmente complicado —murmuró ella, cuando dejó ver a trasluz como sus mejillas se ponían de un rojo fuego. Decir sangre era estar sugestionado, por el tema de los vampiros y toda esa mierda.
—Jamás creí que llegaría el día en el que te sonrojarías —incitó de una forma bastante sensual.
— ¡Para ya! Tu sex Appeal me resulta tan tentador como dos roedores homosexuales apareándose.

Ruda… Cassandra era tan ruda que le mera forma de imaginársela sobre él hizo que…

Maldito. Bastardo.
Estaba excitado. Santa María, la flojera en sus pantalones había tomado un grosor incalculable, hacía extremadamente muchos años que no sentía a su gran amigo ponerse de esa forma. Lo noqueó mentalmente pero eso no lo hizo adormecer. Al contrario, cuanto más quería apartar pensamientos sucios de su mente, ese mismo camino lo hacía chocarse con una realidad paralela que a juzgar por como estaba la situación, tendría lugar sólo en su imaginación.

*

Generalmente cuando las cosas se ponían así de raras, Cassie se levantaba y se iba, por lo cual en estos momentos, con el culo atornillado en el sillón, se preguntó al menos unas doscientas setenta y ocho veces por qué mierda seguía allí, observando a aquel macho poner cara de me-están-tocando-las-pelotas.
Estaban hablando, y aunque la conversación no era precisamente agradable, y ella quería no solo convencerlo a él de que su presencia no la intimidaba, y peor aún, convencerse ella misma que realmente no le incomodaba tenerlo cerca, se estaba jugando una de sus grandes mentiras, más inmensas que la altura del Obelisco.
Lo cierto era que sí. Por alguna extraña alineación cósmica, Dante la hacía ponerse de malas. Pero no en el sentido figurado que todos solemos pensar, sino que la ponía en ese estado porque… aunque fuese raro y toda la mierda del apenas-te-conozco, sabía que en el fondo aquel cuerpo esculpido que portaba el condenado Ángel, la ponía… húmeda.
Claro, húmeda. Mojada. Excitada y toda la mierda. Perfecto para esta situación cuando lo menos que necesitaba en esta vida —y en la siguiente y por los siglos de los siglos si de ella dependiera— era involucrarse con un hombre.
A pesar que ese hombre tuviese la virilidad y la potencia sexual —al menos eso era lo que pensaba, a la vez que se maldecía por dentro— de un Adonis.
Porque todo muy lindo con sus putas alas y esa cara de placer sexual que tenía el muy bastardo, pero Cassandra ya había pasado por muchas referente a hombres ¿y a que no adivinan? Uno le había dejado un lindo regalito llamado Elena.
Su hija de seis años. De la cual no renegaba, porque la amaba con todas las fuerzas que tenía. Incluso cuando no tenía esa vitalidad, la inventaba, la conseguía de donde fuera porque la pequeñita Ellen era su sol personal. Su luz en la oscuridad, la llama que jamás se apagaba y el sostén más potente que nadie pueda tener. Era sangre de su sangre, parte de ella, y a pesar de haber cortado el cordón umbilical en el parto, todavía existía un lazo tácito del cuál no se hablaba, no se tocaba y no se podía ver, que las hacía parte de una misma persona ante el mundo, lo cuál era absoluta y bastamente necesario.
El amor no era tangible, al menos dadas las leyes básicas de la física, pero ¿qué mierda? Cada vez que Cassandra tocaba ese rostro pequeño en forma de corazón que tenía su hija, tiraba a la borda cualquier cuenta matemática. Si eso no era tocar al amor ¿entonces que puñetera cosa lo era?
Quizás tal vez sea por eso que no podía creer en nadie… su hija le daba demasiadas cosas con verla vivir día a día, con escucharla sonreír, con tatuar su rostro en las retinas oculares, que cualquier otra persona era una total devaluación, considerar que podría haber un amor puro de otra persona hacia ella era herir su inteligencia.
Nadie. Nadie podría jamás darle algo tan sano como Elena, nadie jamás podría sustituir ese encanto que le producía ver su pequeña jugar, saborear dulces y escucharla decir «te amo» con aquella inocencia en sus palabras, tan limpias y traslucidas.
Todos le mentían, la engañaban, con el tiempo las palabras de afecto quedaban sucias tras el velo de mentira. Los hombres se cansaban de ella y la cambiaban por un poco de sexo pago en el baño de cualquier bar, sin embargo, su hija siempre estaría a su lado.
Okeeeey, puede que se haya estado tomando las cosas muy a pecho, pensar así tampoco era sano, puesto que su hija tendría que correr mejor suerte que ella el día de mañana —muy, muuuy lejano— cuando encuentre un hombre digno que la acompañe. Se estaba poniendo un poco obsesa, ella lo entendía a la perfección.
Tal vez… tal vez debería de abrirse a alguna nueva relación, es decir… conocer gente y todo eso… no es que fuese muy difícil.
Pero… ¿con el Ángel Caído? ¿No es que lo echaron por ser demasiado oscuro para el Cielo? Era bruja, no adivina, y aunque las cosas podía ir muy de la mano, con una rápida sumergida al cerebro del hombre sin que este se enterara, tal vez podría averiguar un par de cosas, no es que estuviese desesperada, pero él no se enteraría y…

Santa. María. Madre. De. Dios…. ¡Bastardo!
Cassandra se revolvió en su asiento, sin darse cuenta, ingresar en la mente de Dante no había sido tan difícil, y con sólo proponérselo ya estaba ahí dentro, siendo testigo de…
¡Oh. Jesucristo! Que la condenen al Infierno, porque era debido, las imágenes que le llegaban a su cerebro, captando lo que pasaba en la cabeza del hombre, debería de haberla puesto muy cabrona, sin embargo…
Joder. No sólo que no la había enojado para nada, sino que le gustó.
Y sería una cretina de las grandes si negara como se le hizo agua la boca, y el cuerpo se le endureció dejando sus pezones erectos con la imagen en HD que estaba recibiendo. Ahora. Mismo.
Dante estaba sentado en aquel mismo sillón de mierda, y ella estaba encima de él, inmovilizada a horcajadas, con parte de su musculosa blanca levantada, las manos de él eran un jodido vaivén que no paraba un solo nanosegundo, ni siquiera para respirar o cambiarla de posición, puesto que de eso se encargaban sus caderas, que la empujaban cada vez más, hasta el punto de la asfixia. Ella se encontraba plácidamente sumisa sobre el tacto del hombre, y al estar como una espía en la tormenta en la mente de Dante, podía ver desde ese panorama como las grandes y seductoras manos orgásmicas de él ocupaban gran parte de su espalda y columna vertebral abarcando cuanto aire quedara libre al azar.

Hijo de puta, pensó ella mientras lo miraba de reojo. En la realidad, él estaba sólo en el sillón y Cassie sintió pena y… más humedad entre sus muslos, pero por sobretodo pena, quiso convencerse.

Maldita bastarda mentirosa.

Ahogó un gemido que estuvo a punto de salirse por su boca, cuando siguió hurgando en la fantasía del hombre, que por de más esta aclarar que en el planeta tierra donde la inspección de mentes es un imposible, seguía sentado recto, escondiendo una jodida erección del tamaño de un burro, con la decoración en su frente de una fina capa de sudor frío del tipo me-quiero-masturbar-pero-no-me-lo-permite-la-religión.
¿Así que de eso se trataba, eh? Un poco de acción. A menear las caderas entonces, porque Cassandra por más hija de puta que fuera no pensaba quedarse de brazos cruzados siendo ella la toqueteada.
Con el poder que le confería la santa diligencia de brujas Argentinas de donde ella proven… oh ¡calla de una vez, Cassie, por el amor de Dios!
Sin más preámbulos ni justificaciones, actuó de manera sagaz. No sólo que podía meterse en la mente de él, sino que ella podía sembrar en su cabeza alguna que otra imagen… para que se divierta un poco.
No iba a mentir, por un momento hasta imaginó regalarle una buena bofeteada mental, pero la humedad entre sus piernas la hizo cambiar de rumbo.
¿Por qué había llegado hasta aquí? ¿Y donde mierda se habían metido Gala y su hermano? ¿Acaso se habían ido a fabricar los granos de café?
Bien. Muy bien. Con una silbatina que decía PREPARADAS-EN-SUS-MARCAS-LISTA-Y-POR-UNA-MIERDA ¡YA! Le regaló al hombre cuyos brazos estaba observando viendo como sus venas se marcaban, haciendo que en el aire se huela un aroma más que sexual, se montó más aprisionada sobre él, despegando la parte baja de su cuerpo, para poder ingresar su mano entre medio, bajar la cremallera y hacer una exploración del tipo tacto que nada más que su cabeza podía hacer tan perfecta.
Observó la cara de perfil a Dante, que abría los ojos. Pobre infeliz, ni siquiera sabía que ahora todas sus fantasías estaban siendo manipuladas por ella. Si supiera que Cassie estaba siendo testigo de sus pensamientos privados, sinceramente ya estaría corriendo a encerrarse en una de las habitaciones por vergüenza.
Lo que no sabía era que, si hubiesen sido menos cretinos, ahora mismo podrían estar disfrutándose en carne y hueso. Pero allá ellos…
Cassandra quiso apostar más en alto, y a pesar que podían estar los dos en sus mundos paralelos, ella podía hablarle mentalmente, así como podía manejar las imágenes y las cosas que hacían, también podía iniciar una conversación sin necesidad de hablar en voz alta. Simplemente se concentraba lo suficiente en lo que quería decir, y como una onda cerebral le llegaba, así como él podía automáticamente pensar que responder, y ella lo oiría.

Raro… pero estimulante en cierto modo.

Y así fue como ella inició la conversación, sin despegar siquiera sus labios. Se volteó a un costado para no tener contacto visual con él mientras lo hacía. El pobre cretino apenas se aguantaba en su piel de tanto imaginar.

—Dí mi nombre —pidió ella dentro de su mente, mientras seguía cabalgándolo con la ropa puesta.
—Oh. Por. Dios.
—Algo así. Si dices mi nombre podrás acabar, y te gustará más —susurró muy cerca.
—Cassie… yo… oh, nena. Sigue por favor. Sigue.

Un sobresalto los trajo a la realidad. Al menos a ella puesto que Dante podría seguir imaginando a partir de ahí cuanto quisiera, su cabeza podía trabajar con ese material, sin embargo Cassandra se vio expulsada de su cerebro cuando Ian apareció con los cafés para todos y tras él iba la rubia vampiresa.
Lumi seguía durmiendo como una condenada.

Maldición.

—Cuanto silencio —objetó Ian. Cassandra se sobresaltó, pensar que lo que hizo le proporcionó calor a Dante fue un total error. ¿Ahora como apagaba ese fuego interno?
—Yo… eh… —comenzó a balbucear el Ángel— voy al baño, creo que… oh, joder, voy al baño.
Y salió disparado. Ian lo miró como quién se lo lleva el demonio y se giró lentamente hacia su hermana.
—Eso fue… raro —frunció el ceño— ¿Qué le has hecho? —preguntó cuando la vio sonreír de forma maleva.
— ¿Yo? —Respondió con sarcasmo— Nada. No le hice nada.

Nada además de masturbarlo mentalmente sin que él supiera que estaba dentro de su mente, y excitarlo hasta que casi revienta frente a todos.
Cassandra uno, Dante cero.


*

Benicio ya se estaba cansando que le toquen las pelotas, y no es precisamente como si se las tocaran muy seguido… en fin, tampoco era cuestión de recordárselo, y corrió más rápido de lo que puede hacer un rayo al caer del cielo hasta su casa.
Últimamente tenía un sexto sentido latiendo en su pecho, por más que este carente de latidos y todo el rollo. Cuando  una gran palpitación hizo mella en su pecho, no dudó un segundo que se trataba de Amanda. No es que desconfíe del buen cuidado que puede brindarle Benjamín, aunque, momento… todavía no se había enfriado el cadáver, pero que lo partan en mil partículas, precisamente fue él quién avaló todo el tema de resucitemos a los muertos y toda la mierda.
No se podía confiar en nadie, en temas de su… mujer, y todos saben lo mucho que le costaba llamarla así cuando ella apenas reparaba en su existencia, no podía confiar en nada ni nadie. Cualquiera se volvía un traidor, cualquiera era un potencial asesino apartándolos. Inclusive Lumi, o Gala con su gran instinto materno.
A estas alturas, habiendo pasado tantas cosas a lo largo de los años, y habiendo sufrido como sufrió, Benicio no confiaría ni en su sombra ¿pero a que no saben? No le quedaba otra más que rezarse dos padres nuestro y un oh-sálvame-maría recién inventado, porque la suerte estaba echada, y si realmente con lo que se encontraría una vez que llegue a la casa era algo malo, probablemente sus sentimientos terminen por romperse de una vez y para siempre.
Porque hombre, la jodida paciencia tiene un limite, incluso para él y su postura de macho que aguanta todo.

Y era un idiota, no lo nieguen. Él mismo se sentía así.
Su actitud reservada y conservadora lo había conducido hasta donde estaba ahora mismo, cavado en diez metros profundos de tierra imaginaria y tapado como la mierda de recuerdos que quería olvidar, y que en momentos como estos empañaban los pocos buenos que tenía. Y seguro como el infierno que haría cualquier cosa para cambiarlo, empezando desde ahora.
¿El Benicio con cara de perrito mojado en periodo de adopción? Pues se fue a la mierda, su rostro se estaba endureciendo.
¿El Benicio vampiro-maricón considerado y por qué no, amanerado? Que lo jodan, ahora tomaría lo que quisiera en el momento que quisiera.
¿El Benicio aburrido y taciturno? Hombre, necesitaba diversión. La tendría.

Y nada mejor que ser el hombre con la última palabra, así Amanda aprendería. ¿Qué cuál sería esa palabra? Claro como el agua. Estaba compuesta en tres: «Sí, querida Amy»
Vamos, él no podría hacerlo ni aunque quisiera. Primero porque no podía ponerse en pos de macho cabrío, y segundo porque de aquí a la eternidad nunca podría tratarla mal… la amaba tanto, pero tanto.
La primera vez que la vio, y se refería a la exacta primera vez, pensó que había muerto y estaba jodidamente alucinando en el Cielo, aunque bueno, no es que justamente se haya ido a un lugar así, pero que le jodan, porque sabía a gloria de la única forma que puede llegar a serlo vivir tantos años y conocer las rejas del paraíso, olor el perfume en el aire y ver crecer todo tipo de frutas coloridas, maduras a punto de morder. Y claramente que ese razonamiento lo hizo ceder tiempo después mordiéndola, probando de ella. Y una mierda que lo recordaba, porque ese día se la quitaron como quién quita un caramelo a un niño de jardín. Luego entendió que todo eso formaba parte de un plan, y con el tema de te-muerdo o sin él, se la iban a llevar igual.
Fue entonces cuando comenzó a pensar que tal vez… esta bien, puede que hasta este alucinando, pero ahora que razonaba de este modo se sentía menos miserable y todo el mundo sabe que eso era necesario para un alma tan sombría como la de él, con tendencias suicidas del tipo toda-la-jodida-culpa-es-mía y un enorme cartel en la frente que decía ¡DISPAREN, CABRONES!
Tampoco era culpa de él la resurrección y el reencuentro veinte años más tarde, después de toda la segunda vida de la mujer, puesto que eso ya formaba parte del plan original de Marcus. Ese bastardo sólo había camuflado todo en son de «si la conviertes en vampiro podrá volver a ti» pero eso ya estaba planeado de ante mano ¿verdad? Estaba empecinado con crear una raza que sea odiada por el Cielo, y fue por eso que luego aparece Dante y su bendito tema de las alas, con todo lo que eso implicó después.
Sí, por supuesto. Todos estos años volcando la culpa encima suyo, al fin de cuentas el destino ya estaba marcado para ellos, y por retorcida que suene la cosa, al fin de cuentas se sacaba algo bueno… él la amaba.
¡Oh, por todos los santos! Ella tenía que saber toda esa reflexión, Benicio se sintió más dueño que nunca de todos esos sentimientos.
No iba a dudarlo un segundo más. Algo era tan cristalino como el agua. Esta misma noche iría hacia ella, y se lo diría sin más, y mierda, esperaría una respuesta.
Era una firme decisión. La amaba, no podía pasar un segundo más así. Necesitaba besarla. Y tenía unos cuantos besos ardientes guardados desde hacía muchos, pero muchos años.

*

Olimphia era buena chica, alta, delgada, grácil y tenía una inocencia en el rostro que estaba en desacuerdo con su potencia interior.
Su pelo era un rubio platinado casi llegando al blanco, largo hasta por debajo de las caderas y suave como una esponja, mientras corría con su túnica blanca bien podría haber pasado como una doncella celestial, pero lo cierto era que se encontraban en el sinónimo de paraíso, en el infierno.
Ella seguía corriendo, tan suave eran sus pasos y sus brincos para volver a caer al pasto mojado en la noche eterna de aquel lugar, que era ver a una bailarina clásica de peso pluma en un gran escenario de teatro francés.
Era un completo contraste en aquel lugar, ella era toda nieve, la suavidad de una caja cubierta con algodón y la ligereza de la pluma. Olía a vainilla, y al paladar de cualquier ser habitante en el lugar que sea de la Tierra, podía resbalar creando el placer de comer un chocolate con los ojos cerrados o asesinar a sangre fría a fuerza de tu puño.
La crueldad de su sonrisa era infantil, podías visualizar al verla, un espíritu pequeño de diez años corriendo por un precioso prado, cuando en realidad era adulta.
Sus ojos tenían rasgos delicadamente marcados, y sus carnosos labios con gusto a madreselva portaban un incandescente color melocotón, casi tan hipnotizante como sus gráciles movimientos que te transportaban a otro mundo como el cascabel y la serpiente.
Sus piernas eran largas, denotaban una fragilidad inexistente, puesto que con ellas podría enroscarte y cubrirte hasta perder el sentido, sus brazos tenían una delicadeza propia de la realeza y su pequeña cintura podía dejar sin habla, e inclusive ser producto de celos de cualquier modelo que quiera ascender a la fama.
No llevaba ropa interior bajo esa túnica sagrada, sus senos eran firmes y con el tamaño justo que precisaba un cuerpo como el de ella, blancos, más blancos que la nieve si eso fuese posible, sus pezones rosados como las mejillas de un bebe quedaban traslucidos en su indumentaria.
No había un solo bello en sus piernas, sus brazos, sus partes íntimas. La suavidad era relativa, y joder, ella podía ser lo más suave en este mundo.
Pero pertenecía a una raza casi extinta creada en el Infierno, los Malum, lo cual significaba maldad en latín y era eso precisamente a lo que se dedicaban.
Olimphia podía ser pura por fuera, lo que era fantástico como arma de ataque, puesto que jamás podías concebir que tanta belleza fuese maligna, pero cuando te tenía en sus garras tenía el poder de meterse en tu mente para dañar, tocar tu punto débil y hacerte retorcer hasta que la palabra «piedad» forme parte de tu vocabulario.
Como vampiresa mitad-Malum podía alimentarse, pero sólo de vampiros, lo cual era una jodida mierda el necesitar de un macho de su especie, pero eso no le traía problemas, porque poder manipularlos formaba parte del juego.
Cuando se alimentaba de ellos podía entrar en sus sentimientos, ser parte de sus vidas como también de lo que los hacía sufrir. Eso era lo que más la excitaba y claramente, lo que siempre buscaba. La hacía vivir.
Los humanos le significaban un verdadero dolor de pelotas, y podía alimentarse de ellos, pero eso sería un juego en el cual no había ganador, sino que un solo perdedor y era sin dudas el humano en cuestión. ¿Pero, entonces, por qué ella no ganaba? Simplemente porque la sangre humana era tan débil como su mentalidad, la saciaba por minutos y al instante volvía a necesitar, por lo cual podría acabar con toda la raza humana, eructar y seguir hambrienta.
¿Y corazón? Oh, sí. Tenía pero sólo le servía para producir latidos, puesto que a ella sí le funcionaba, como irrigador de toda la sangre vampiro que consumía y revoloteaba en todo su cuerpo, lo cuál era flujo de su vitalidad.
Respecto a su energía, bueno… la sangre no era lo único que la ponía fuerte, puesto que absorber emociones ajenas era uno de sus fuertes. 

*

Franco corría tras ella, que iba a la velocidad de una saeta, delgada, ligera y mortal. Para ellos era una diversión y el vampiro macho podía disfrutar de la persecución. La oía reír mientras se metía en el valle de los Malum en el borde del Infierno, un precipicio cubierto de hiedras tan fuertes y mortales como un cuchillo en la garganta.
Seguía su instinto con los ojos cerrados tras esa estela que largaba la mujer con aroma a vainilla, tan embriagador como el mejor y más conservado vino viejo.
Ella le quitaba una gran distancia, pero sus cabellos iban ondeando el viento, y daban la impresión que se fundía con una propia luz solar capaz de cegar al mejor observador.
Pudo acortar distancia fácilmente… pero sólo porque ella estaba en el plan de dejarse atrapar. Una vez dentro del prado color amatista, y oscuro por aquella noche sin fin, el viento golpeó su rostro y la vio de frente cuando Olimphia se volteó para terminar con aquel ejercicio muscular.
Verle a la cara era siempre volver a empezar de cero, sus ojos color amatista, al igual que aquel paisaje era una llamada viciosa, exuberante y… manipuladora.
Cuando frenó frente a la mujer, sus piernas flaquearon frente a ella, como si fuese a caer rendido a sus pies. Lo cual no era nada raro, la risa de la mujer ordenó a los oídos de Franco hacerle una reverencia.
Y entonces ella se fundió sobre los labios del vampiro, con un fondo musical tan amplio como sus gemidos podían ofrecer.
Él tomó la grata invitación, y sus manos rodearon el contorno corpóreo que ella le dejó sentir. A su tacto era frío como agua de manantial, tenía un gusto dulce en la boca a crema batida y recordó que la comida humana tal vez no sabía tan bien como esa carne. Franco gimió de aprobación e inclinó a Olimphia sobre los musgos del suelo, sin importar si su vestido se manchaba o si estaba yendo muy rápido.
Lo cierto era que ella controlaba la situación, y se giró para dejarlo a él bajo su cuerpo, con un ansia carnívora que le recordaba lo hambrienta que estaba.
Rasgó la camiseta color gris del vampiro y sus delicadas manos fueron subiendo y bajando con avidez. Abrió sus piernas sobre él, pasando por alto que bajo su túnica blanca que de pureza no tenía ni la palabra, estaba su sexo desnudo sobre el pantalón de cuero del hombre.
Franco sintió como se incendiaban sus partes bajas, y de ser posible creyó que aquel cuero podía derretirse sobre el suyo.
Él se dejó poseer, pese su instinto manipulador, que quedaba muy por debajo al fuerte poder de ella y jadeó de placer como hacía mucho tiempo no lo hacía. Le mordió con suavidad el lóbulo derecho de su oído y respiró con fuerza para hacerle saber cuan necesitado estaba de su carne, de su humedad, cuanto quería penetrarla en ese mismo lugar, con aquel paisaje terrorífico color amatista que los rodeaba, haciendo que las hojas de los árboles sean un color morado-negro.
Con la mujer arriba, sus manos se dirigieron a los glúteos de ella y la presionaron para que, de ser posible, se uniera más a él, la sintió abrir más sus piernas y el sonido de su risa irrumpió en su audición.
Joder… eso era tan completamente sexual, parecía una pequeña inocente, mientras él no podía más con su virilidad entre las piernas, ella lo disfrutaba en otros tantos niveles. A veces sentía que Olimphia jugaba con su deseo, la notaba completamente excitada, y lo que lo ponía más duro a él era ver como se hacía la tonta bajo ese manto de inocencia en su rostro. Lo hacía sentir como un abusador, porque ella jugaba de niña-pura y bien sabía que también deseaba su cuerpo.

—Estas tan… —la mujer suspiró— caliente.
Sí, por favor, sí.
—Eres muy hermosa —susurró en sus oídos, apartando un mechón de sus suaves hebras rubias platinadas.
Ella gimió entre risitas, y su espalda se arqueó, con ese suave movimiento de fricción. Franco pensó que si seguía así, iba a acabar incluso antes de entrar dentro de ella.
—Estoy… hambrienta —lo miró a los ojos, con una mirada totalmente infantil, como si le diera vergüenza admitirlo frente a él.
—Toma de mí —le urgió— puedo darte lo que necesitas, si me permites hacer algo antes.
Ella echó su cabeza hacia atrás, mientras él quedaba sentado con la mujer encima.
No necesitó más que eso para confirmar que la mujer aceptaba todo con tal de comer. Sin demorarse un segundo más, él mismo empezó a desabrochar su pantalón, justo en el momento que la mujer mitad Malum lo detuvo para encargarse en persona del asunto.
Y sin interludios ni charla, Franco la tomó así sentada de la cintura, y se introdujo dentro de ella, con jadeos, gemidos y suspiros incluidos.
En el proceso Olimphia volvió a reír de satisfacción, y se cobró lo prometido.
Sus colmillos descendieron para enterrarse en el cuello de Franco, llevándose los dos un fuerte y espasmódico orgasmo, en aquel bosque color amatista.

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lo que más espero luego de cada capitulo, son sus comentarios, para poder debatir con ustedes lo que piensan, las conclusiones que sacan y lo que opinan respecto a cada personaje. Es por eso que les pido, si van a hacer algun comentario, haganlo ÚNICAMENTE en la página OFICIAL Y PUBLICA DE DESPERTAR, que es la siguiente: http://www.facebook.com/DespertarAmandaVelocet 
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ahí sí pueden dejar sus comentarios publicando en el muro, porque los lectores saben que si no quieren spoiler no deben leer lo que otros ponen, y los que estén al día pueden debatir junto a ustedes.

¡Espero que hay disfrutado de este capitulo, que sin duda es muy revelador en muchos aspectos! y espero ansiosa sus comentarios y conclusiones en el muro de DESPERTAR!

Ya saben... favor de cuidar sus cuelos y ¡mordiscos de amor! ;)



1 comentario:

  1. que sigue??? que sigue?????? estoy ansiosa por saber lo unico bueno es q ya Amando entro en cordura la muy bestia!!!!!! entiendo q le gustara Andres pero de hay a creer q lo amaba como a Benicio!!!!! jum

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