miércoles, 5 de octubre de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 25: Loba suelta.



El hijo de puta la había mordido. ¿O estaba atravesando el stress post-menstrual?
En fin, daba igual. Maldito chupasangre. Vit los odiaba más que a su propia vida de cazadora. Se había escapado de todo eso, bastante le costaba estar condenada a una vida inmortal siendo humana. Jodida secta a la que accedió pertenecer alguna vez, porque, aunque en sí no eran una secta, se sentía mucho mejor restándole valor a aquella congregación de hijos de puta que lo único que hicieron fue arruinarle la vida.
Por eso se había escapado, porque no soportaba más. Estaba buscando una maldita forma de acabar con su vida, puesto que tirarse por un acantilado, arrojarse bajo las vías del tren, cortarse las venas o pegarse un tiro no la hicieron pasar precisamente al otro lado… y no sólo eso, sino que, en cuanto su cuerpo se regeneró del daño, volvió con una jaqueca y un mal humor de perros.
Maldita sea, ni siquiera podía morirse en paz. Los gajes del oficio… la maldición, se recordó.

Cuando abrió los ojos no puedo evitar que un fuerte jadeo saliera de su garganta. Se llevó la mano a la misma y cuando miró su mano, estaba manchada con sangre seca.
Asquerosos, esos monstruos con colmillos eran asquerosos. El muy bastardo ni siquiera se había tomado el trabajo de sellarle la herida con su lengua, como hacían muchos.
Lo bueno de ser una cazadora inmortal, era que conocía esos seres más que a sí misma. Y no es que lidiara solo con vampiros, la amplia gama de demonios se extendía hacía zonas inimaginables.
Sacudió sus mugrientos pantalones, puesto que llevaba días huyendo de su grupo de caza, ya que pretendía salir del negocio, y al menos cuando se levantó los mareos no la acosaron, como solían hacerlo.
Iba a matar a ese desgraciado. No sólo que había comido de ella, sino que le había roto una uña también. Y vit cuidaba mucho de sus uñas, aunque, bueno… ahora mismo no se sentía muy femenina que digamos, necesitaba un baño con urgencia. Oh, comida también. Sus tripas estaban pegadas, ¿hacía cuántos días que no comía algo? Si éramos sinceros… años tal vez. Es decir, la comida de aquella estúpida secta de cazadores no era la mejor, y no es como si Vit tuviese dinero suficiente para tener un menú especial. Estaba tan hambrienta… podría comerse una vaca cruda, y aún no estaría satisfecha.

—Despertaste — ¡Oh. Por. Dios! Era él. Su pesadilla, con aires de gañán.
—Que te jodan, vampiro, yo me largo de aquí —gruñó y se encaminó a la puerta.
—No. No te irás. Estoy aburrido, necesito una compañera —dijo apoyando su mano en el hombro.

Por un momento Vit sintió unas arcadas fluir. Podía vomitar sobre el hermoso tapizado en el suelo de tan siquiera imaginar lo que para él significaría compañera. Y no es que el hombre le pareciera horrible, de hecho, era muy hot. Pero… vale, Vit pasaba de hombres.

— ¿Compañera? —Gritó— ¡Te recuerdo que trataste de matarme, galán! —Le recordó— mira, eres muy guapo y todo, pero nuestra relación no va a funcionar ¿sabes? No me interesa estar con ningún hombre, y por si fuera poco, me dedico a matar a los de tu especie —frunció el ceño— bueno… en realidad, me dedicaba.
Vit observó como el vampiro desconocido alzaba una ceja, pensativo. Le sonrió, y se acercó a ella.
—Te recuerdo que te quise matar porque tú me quisiste matar primero —decía, mientras observaba sus propias uñas, con aire despreocupado.
—No. ¡Las cosas no fueron así! ¡Engreído, bastardo, mentiroso! Te quise matar porque, en primer lugar, me estabas acechando para comerme, graciosito.
— ¿Cómo es tu nombre?
Joder… tenía que idear una forma de sacárselo de encima. De huir.
—Vit. Llámame Vit.
Andrés la miró con los ojos entrecerrados.
—Ostia, que nombre de mierda… te compadezco, en serio —y a pesar de eso, Vit notó una cierta inocencia en aquellas palabras. El hombre se estaba compadeciendo de veras.
La mujer se encogió de hombros.
—Es lo que hay, enfermo hijo de puta.

El vampiro sonrió, mostrándole una sonrisa abierta y filosa. ¿Qué causaba tanta gracia? Eso activó los instintos asesinos de Vit. Podría matarlo ahora mismo sin importarle una mierda que el empapelado del lugar fuera realmente hermoso y pareciera sumamente costoso.

—Andrés —se presentó, tendiéndole la mano.

Es mi oportunidad, pensó Vit por sus adentros. Era su oportunidad para matarlo, o al menos, golpearlo. Hacer algo. La única forma que podía obtener ventaja con un vampiro que se movía tan rápido como la luz, era inmovilizándolo con su navaja de plata y pinches de madera, pero si iba a tender su mano para saludarlo y así poder desconcertarlo, no tendría tiempo de llevar la otra a su muslo y tomar el arma. Esa cuchilla inmovilizaba a todo demonio, especialmente vampiros que eran los más veloces, dándole tiempo a los cazadores para poder atraparlos.

— ¡A la mierda con todo! ¡Yo te mato! —Avisó la mujer con un grito, y se abalanzó sobre él.



*

¿Qué carajos?

Andrés no la vio venir. De un momento a otro, Vit estaba sobre él. Tan fácil como respirar, la dio vuelta con una sola mano y apoyó sus rodillas sobre aquel cuerpo. Al demonio con las formalidades, esa perra no merecía ser tratada como una mujer ¡le estaba pegando con los puños cerrados!
Cuando se subió sobre ella, notó como, a pesar que Vit tenía una contextura pequeña, sus músculos eran fuertes.
¿Y cómo no? se dijo entre dientes, era una jodida cazadora. Estaba entrenada para matar.

—Céntrate, muchachita —instó— no quiero matarte, pero si me obligas…
— ¡Suéltame! O juro que… juro que… —luchaba bajo su cuerpo.
—Oh vamos, no seas idiota. Jamás podrás matarme.

El teléfono móvil de Andrés, empezó a sonar. Hizo una mueca y cedió con la fuerza que sumía a Vit.
Le hizo un gesto para que se mantuviera en su lugar, y tomó el aparato de su bolsillo trasero.

—Diga —esperó tras un largo silencio.
—Trae la daga. Como sea, consíguela. Se que la tienes.
El alma se le cayó al suelo. Era Dante.
—No se de que hablas —vaciló.
—Sí. Sí que lo sabes. Mira… seré compasivo contigo, idiota, y no es que me caigas muy bien. No te he matado con mis propias manos, aunque, créeme que puedo hacerlo, únicamente por Amanda. Pero hay unos cuantos hombres lobo que desean arrancarte el pellejo para vender tu piel. Si me das esa daga, no solo que no diré una palabra de que aún arrastras tu culo en el mundo de los vivos, sino que tendrás chance de seguir en el mismo ¿estas entendiendo?

Joder, no podía ser… Andrés sabía a la perfección que Benjamín se había encargado de guardar la daga de Jade cuando él murió en la Isla que tenía enfrente ahora mismo en la estancia. O lo que había quedado de ella, mejor dicho.
¿Lo sabía, verdad? ¿Su hermano la había guardado en el sótano?
Volando como un trueno, caminó a zancadas hasta su habitación. En el subsuelo de la misma, en aquella especie de sótano, estaban todas sus armas, sus pertenencias valiosas.

La daga de Jade.

Porque estaba seguro como el infierno que Benjamin la había dejado allí.

— ¿Sigues ahí, sanguijuela? —Preguntó Dante, con enfado.

Antes de abrir la puerta que estaba pegada al piso para bajar al subsuelo se dio cuenta de algo, por supuesto que seguía allí. Vit también. Pisándole los talones.

— ¿Sabes? Esta noche me han llamado vampiro de veinte formas diferentes —echó en cara, mientras se acordaba los «chupasangre» que Vit le había dedicado reiteradas veces—, no estoy precisamente de un humor cordial, así que, si no quieres que te patee las entrañas con una bota de acero cuando llegue, relájate.

Andrés permanecía en el primer escalón que lo hacía bajar al sótano. Escuchó como Dante tomó aire varias veces, e imaginó como en esos momentos se estaría llevando dos dedos al puente de la nariz, apretándoselo y contando hasta un millón para tranquilizarse y no mandar a la mierda a Andrés.
Mientras se disponía a bajar, para comprobar que Benjamín se había encargado de dejar las cosas como él pidió, Vit se tropezó tras él, y con las dos manos terminó apoyada para no caer sobre los hombros del vampiro.
La muchachita gimió del susto, y Andrés se volteó para lanzarle una mirada amenazadora, mientras le hacía seña que se callara.

— ¿Con quién estas? —Exigió el Ángel Caído, al escuchar la voz de alguien más. Su preocupación no bajó cuando se dio cuenta que era una mujer — Oh ¡maldito seas, Casablanca! ¿Es una chica? ¡Ni se te ocurra matarla!
—Para de una vez, no estoy con nadie.
—La escuché —instó furioso— Enviaré a tu hermano si no puedes controlarte, pedazo de mierda. ¡No-le-hagas-daño! Aquí hay sangre, puedes tomar.
— ¿Estas ofreciéndote?
— ¡Por supuesto que no! sabes a lo que me refiero. Sangre. Empaquetada. Sin necesidad de matar, y, supongo, igual de sabrosa —Hubo una pausa— no es como si alguna vez la hubiese probado…
Andrés rió, estrepitosamente.
— ¡La probaste! ¡Dime que lo hiciste! —Siguió riendo— compañero, realmente eres más estúpido de lo que imaginé. ¿Sabes lo fea que es la comida para perros si la prueba un humano? Con la sangre es igual ¡hola, no eres un vampiro!
—Vale, fue un asco.

Cuando Andrés logró bajar todos los escalones, se dirigió al único lugar donde la daga tendría que estar.

La respiración se le fue cortando de a poco.
No estaba. Jodidamente, había… desaparecido.

— ¿Por qué estas maldiciendo a Benjamín? —Preguntó el Ángel.
— Yo no estoy… ¡rayos! —sí, sí estaba maldiciendo a su hermano— tengo que colgar.
Al decirlo, notó como Vit se acercaba más a él, el vampiro olió su desesperación.
—Oye, con respecto a la daga… Andrés. Tienes que traerla. Es en serio. Van a matarte por ella, tan solo deja que sea yo quien la entregue.
El menor de los Casablanca tomó aire.
— ¿Dónde esta mi hermano?
— ¿Qué tiene que ver él? Hombre… el tiempo se acaba…
—Bien —dijo, rechinando los dientes— iré inmediatamente.
— ¿Qué? —Gritó Vit, forcejeando con él, que le impedía acercarse al teléfono, de esa forma, Dante la escucharía— ¡No! oh por Dios, oh por Dios… Ey tú ¡me tiene secuestrada! ¡Ayuda!

Era tarde. Andrés ya había cerrado la tapa del celular.
Y estaba enojado.

Muy enojado.

Levantó la vista, permitiéndose respirar mientras las aletas de su nariz se agrandaban como un búfalo, y se fue acercando muy despacio a Vit, que para ese entonces, se había alejado lo más posible de él.

Y con justa razón.

— ¿Así me ves? —Quiso saber Andrés, indignado— ¿Cómo un maldito secuestrador?

Acortó la distancia, quedando frente a ella. El hombre la superaba en estatura, por tanto, era como si la estuviese viendo desde las alturas.
Vit era de contextura chica, aunque fuerte, la mujer desvió la mirada, mordiéndose el labio, por el odio, supuso el vampiro.

—No —contestó con rabia— además de secuestrador, eres un bastardo.
—Hace doscientos años que vengo escuchando lo mismo, linda, créeme, lo he superado… pero gracias, suelen decirme cosas peores —se posicionó a una velocidad inhumana sobre el oído de Vit, susurrándole al oído— y justamente ahora, no estoy en mis cabales.

Antes que ella pudiera reaccionar, Andrés la golpeo fuerte en la cabeza, lo suficiente como para mantenerla con vida y hacerla dormir unas cuantas horas.
Con Vit inconciente en el suelo, se detuvo a observarla.

A pesar que ella no lo escuchaba, le avisó.

— ¿Sabes? No es una buena forma de comenzar, digo… con todo el tema de ser compañeros de vida y eso.

Subiendo las escaleras sin mirar atrás, cerró el sótano.
Solucionaría toda la mierda con su hermano y volvería por la mujer.
Todavía quedaba la cuestión de educarla.

Algo que, al parecer, llevaría tiempo… algo que a él le sobraba.
Por ahora.


*

Benjamín se había encargado de llevarla a lo de Ian. Empezarían los entrenamientos, alguien debía de poner a la pequeña futura loba en forma.
Lumi se preguntaba donde estaba todo el mundo. Benicio y Amanda seguramente practicando el sexo perdido en todos esos años que estuvieron separados, y si bien ahora ya no albergaba sentimientos hacia el vampiro, no pudo evitar sentir celos.
Dante se negaba a llevarla hasta lo de Ian, y ella lo veía bien, no fuera a ser que a último momento termine enloqueciendo en la casa del hombre y se vayan a jugar por ahí a estrenarse el rostro a puñetazos. Como sea.
Así que… no quedaban muchas opciones, además, todos confiaban en Benjamín y su potencial señor-yo-soy-correcto, así que, era el encargado de trasladarla.
La había dejado en la casa de Ian con su especie de equipaje para pasar unos días. De sólo pensar que tendría que estar entrenando le ponía los nervios de punta, pero se encontraba ansiosa.

¿Qué tal eso de la luna llena en dos días? Bien, que la jodan pero se emocionaba por ello. Aunque debería estar aterrorizada hasta los huesos y debería estar usando pañales para no cagarse encima, una parte de ella lo deseaba.

Deseaba la parte que le tocó. Como fuese.

Pero su cabeza no paraba de pensar en una cosa: ¿Una loba? ¿Realmente? Y en ese caso… ¿no deberían de haberla mordido alguna vez para transformarla? Su cabeza le recordó que se había estado  hablando de la hembra alfa, pero… ¿podía ser cierto? Es decir… desde el terrible acontecimiento cuando perdió a sus padres no había parado a pensar mucho en ellos. Era como si esa parte se hubiese bloqueado. Apenas se permitía nombrarlos en voz alta.

Apenas si quiera se permitía pensar en sus nombres, aunque muy seguido se le venían a la mente.

Darius y Marlene.

Joder, lo estaba haciendo otra vez, pero en esta oportunidad… sintió como las lagrimas le escocían.
No. Definitivamente no era buena idea.

— ¿Estas bien? —Preguntó Ian, al mismo tiempo que caminaban hacia la calle paralela a la que estaban.
No
—Sí, claro —mintió.

La pregunta le tomó por sorpresa. Por lo que sabía, el hombre no era de muchas palabras, y eso era decir mucho, puesto que después de conocer a Benicio no existían muchos hombres que se mantuvieran en postura de soy-una-isla. Sin embargo, había alguien que se desenvolvía muy mal si de comunicación se hablara, y ese era su mentor… Ian. Quien estaba encargado de ponerla en forma… de hacerla entrar en fase y salir una vez que se convierta.
El cielo estaba despejado, y la brisa veraniega aplacó un poco el ardor que sentía por todo el cuerpo. Lo poco que había hablado con Ian le hizo entender que su temperatura corporal estaba cambiando.

Cosa de lobos, admitió el hombre, para tranquilizarla.

Normal, todo era normal.
Normal y una mierda. Era un jodido monstruo, y a pesar de ello, no le molestaba.

— ¿Qué es este lugar? —Quiso saber Lumi, dejando en el suelo su pequeño bolso que contenía nada más que agua mineral y cereales en barra. No era como si fuesen a hacer algún tipo de picnic primaveral allí, pero Cassie se encargó de preparar lo que necesitaría, y confiaba en su criterio.
—Aquí entrenaremos —explicó el hombre lobo.
—Woa… ¿y los vecinos no se enterarán?
— ¿Crees que puedan hacerlo? —Torció el gesto— no es como si estuviésemos en una Avenida, apenas es una calle de tierra. Y es de madrugada.

Claro. De madrugada.
El lugar era una especie de descampado que apenas estaba a una cuadra de la casa de Ian, mejor dicho, de su ex casa, donde hasta hacía unos meses atrás vivió placidamente en su tranquila y normal vida junto a Dante.
Conocía ese lugar a la perfección. Solía andar en bicicleta allí, porque Dante insistía con que era seguro. Además de ser un descampado con calles de tierra, no tenía salida hacia ninguna otra calle. Los autos no deambulaban y ella podía aprender a andar en bici.

Menudos recuerdos. Recuerdos de ella y su Ángel Caído riendo y corriendo de una punta a la otra. Momentos en los cuales pensaba que tal vez la felicidad era todo lo que tenía, y le bastaba. No quería a nadie en el mundo más que a Dante.

—Lo primero que haremos será entrar en calor —anunció Ian, y se echó a correr.
Si es que a eso se le llamaba correr y no volar. ¡Wow!

El hombre llevaba unos pantalones negros ajustados, y una camiseta gris gastada. El pecho se ajustaba a ella, si no es que era al revés, mostrando ese cuerpo escultural.
Lumi tuvo demasiada vergüenza, ella y su menudo cuerpo. Esta bien que el desarrollo le había venido rápido, estaba a punto de cumplir los dieciséis años, sin embargo, seguía sintiéndose una niña.
Llevaba unos pantalones de franela blancos y una remera sin mangas rosa bastante cómoda. Tenía unos sujetadores deportivos, no los mismos con relleno de siempre, porque según Cassie, eran más cómodos para correr, y más seguros… nadie quería que Lumi se llevara un golpe doloroso en sus pequeños pechos.
Antes de correr al lado de Ian, cosa que en primer lugar no sería posible dada la super velocidad del hombre, Lumi se recogió el cabello en una cola de caballo alta.

Ya estaba sintiendo el sudor frío en su frente.

— ¡Vamos, Ludmila! ¡No veo movimiento! —Gritó Ian del otro lado. Había alcanzado correr cincuenta metros en apenas un parpadeo. Como si de dos grandes zancadas se tratara.

Esta va a ser una noche larga, resopló por sus adentros, y con la cabeza mirando al suelo empezó a correr.
No se sentía tan mal, y al cavo de unos minutos, pudo darse cuenta que, en realidad, se le daba muy bien eso del ejercicio.
Los músculos no le dolían, cuando ciertamente tendrían que hacerlo, ya que jamás en la vida hizo más que unos cuantos abdominales.

—Vamos ¿es todo lo que puedes darme? —Preguntó Ian cuando ella frenó a tomar aire.

Esta bien que era resistente, pero aún seguía siendo humana.

— ¿Es que tú nunca te cansas? —Exigió inhalando y exhalando.

Por primera vez vio asomarse por los labios de Ian algo parecido a una sonrisa. Que de inmediato se borró, para volver a la seriedad.

—No. Nunca.
— ¿Nunca? —Lumi movió la cabeza de un lado a otro— eso es imposible. La gente se cansa de hacer ejercicio, a la gente le gusta divertirse, salir a comprar ropa, ver una película, entretenerse. Un humano se distrae, eso es normal —concluyó con gesto triunfante.
—Te equivocas, nuevamente —respondió con solemnidad, quieto como una estatua.

Y antes que Lumi pudiese siquiera reaccionar, Ian con apenas dos movimientos la tumbó al suelo, poniéndose encima de ella.
A pesar de lo grande que era el hombre en comparación con su diminuto cuerpo de adolescente, no sintió como si la estuviese ahogando.
El cuerpo de Ian era caliente sobre el suyo, pero agradable.
Estuvieron en silencio durante los cinco segundos más condenadamente largos de sus vidas, Lumi se sonrojó por la cercanía.
No es que Ian le pareciese más agradable de lo que era, apenas lo conocía, y sinceramente lo último que la niña buscaba era enrollarse con un adulto.
Joder, si ya le había bastado una vez como para volver a repetir el mismo error.
Sin embargo, pese a ello, realizó la comparación más odiosa de su vida… Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, imaginó que, quién se encontraba encima de ella era, en realidad, Andrés.
¿Por qué lo había hecho? No tenía ni la más remota idea.
Maldición, el encuentro anterior que había tenido con el vampiro la dejó aterrada. Era como si su simple presencia la hiciera estremecer. Pero… volviendo a la realidad, Andrés no estaba encima suyo, y para ser sinceros, Lumi no creía que alguna vez pasara.

La pequeña carraspeó. Ian era hot, callado, y al menos se le notaba un potencial sexual a grados inigualables. Un hombre como esos realmente debe convertirte en una adicta al sexo, a pesar que Lumi no tenía experiencia sobre ello. No obstante, a pesar de tener frente o encima suyo esos ojos color zafiro, no sintió nada por él, salvo aprecio.
No. Vaya, vaya… en realidad era más idiota de lo que imaginaba. Nunca dudó que su coeficiente intelectual no fuera elevado, pero seguir pensando en Andrés, o en Andrés besándola y mordiéndola al mismo tiempo no ayudaba a invertir la situación.

Debería estar asustada. Debería estar tratando de evitar al hombre en vez de pensar en volver a verlo.

— ¡Jo! ¿En qué me equivoqué entonces, geniecito? —Preguntó a Ian con la voz entrecortada. Él le había advertido que volvía a equivocarse anteriormente, ahora quería saber en qué.
—Un humano se distrae, sí. Es cierto —comenzó mientras se levantaba de encima de ella, se sacudía la ropa y le tendía la mano. Cuando Lumi estuvo parada, él la apretó contra su cuerpo. Ludmila pudo sentir cuan duros eran sus pectorales— sin embargo… —agregó muy serio— nosotros no somos completamente humanos, así que… ¿regla número uno? Jamás te distraigas, ni en entrenamiento… mucho menos en combate.
—De acuerdo —contestó ella, con suavidad— pero apenas empiezo…
—Nada de eso —cortó, y la niña vio como los ojos del hombre cambiaban del zafiro a un dorado muy fuerte. Al instante volvieron a ser plenamente zafiro. Hermosos. Tan hermosos como él, pensó Lumi, pero siguió escuchando como Ian hablaba— serás mala en la lucha si eres mala en la practica. No hay ni siquiera un segundo para el margen de error, Ludmila —completó mordaz.

La muchacha vio como Ian se cargaba su mochila llena de botellas de agua mineral sobre el hombro, mientras sacaba una y se la bebía como si hiciera días que no consumía líquidos. Cuando hubo terminado, empezó a caminar sin siquiera dirigirle la palabra.

— ¡Hey! ¿A dónde vas? —Gritó, mientras corría hasta donde estaba él.
Joder ¿había dicho que no le costó nada entrenar? Pues una mierda, ahora mismo se estaba muriendo. Necesitaba darse una ducha con agua fría y acostarse a dormir.

Ian seguía caminando. Ignorándola.

— ¿Vas a dejarme aquí? —A Lumi le costaba respirar una vez que llegó al lado del hombre— al menos dime que hemos terminado.
—Hemos terminado.
—Estoy cansada.
—No importa cuan cansada estés, siempre tienes que tener una reserva para echarte a correr si las cosas salen mal.
—Pero las cosas no salieron mal, digo, fue un entrenamiento.
Ian paró en seco, y se giró para mirarla, penetrándola con la vista. Parecía furioso.
Y lo estaba.
—Generalmente los débiles, flojos y holgazanes piensan igual que tú ¿Y adivina qué?
Bien, estaban entrando en terreno peligroso. Lumi no era débil, ni floja, ni holgazana. Apretó los dientes. Si tan solo tuviese unos centímetros más de alto… podría darle un buen puñetazo.
— ¿Qué? —Preguntó con ira.
—Pfff… ¿no puedes adivinarlo? No le haces bien a la gente que tienes alrededor. ¿Quién quiere estar contigo si apenas sabes pintarte las uñas de la mano derecha? ¿Eh?
—Oye… ¿por qué no te mueres? —Le contestó.
Lumi dio un paso atrás. No se estaba sintiendo completamente bien. Un calor subió por todo su cuerpo, como si estuviese a punto de abrirse por completo, lanzando la carne que recubría sus venas y músculos hacia los cielos.
—Sí. Moriría si estuviese a tu cuidado, pequeña, no dudes de ello —vio como el hombre se acercaba a ella, con el paso firme, sin embargo, esta vez no sentía temor. A como estaba ahora mismo, podría arrancarle la yugular en medio segundo. Su cuerpo empezaba a temblar. El cólera la invadía.
—Aléjate de mí —Gruñó la pequeña, con toda la impotencia que sentía, al verse humillada frente a la persona que en realidad, debería de ser su mentor, su instructor, el que la guíe, la ayude.
— ¿O qué, niñita? —Bramó— ¿Me pegarás? ¿Me tirarás de los pelos? ¿O querrás sentarme para que juegue contigo a las barbies? La gente que este a tu lado seguirá muriendo si de repente, algún día, no dejas de ser tan imbécil y vanidosa contigo misma —Al decir aquello, se giró y empezó a caminar.

Lumi estalló de furia.

«La gente que este a tu lado seguirá muriendo» le había dicho.

¿Podía saber él algo sobre su familia?
Oh, joder, no quería pensar en eso. Pero en serio, no podía creerlo venir por parte de Ian. Sea como sea, no de él. El hombre era rudo, sí, pero jamás vil o hiriente.
Apretó sus pequeños puños, y cuando lo vio irse, tan despreocupado, dejándola atrás, su visión se nubló, y frente suyo no vio absolutamente nada más, salvo una gran explosión como si estuviese viendo fijamente hacia el Sol.
Con un grito desgarrador que lastimó sus propios oídos, cayó de rodillas sosteniéndose de la tierra en aquella calle pedregosa. Enterró sus uñas, cavando en el suelo un gran pozo. Su cuerpo le dolía, pero apenas podía ver como el tejido de su piel abría paso, exponiendo enormes garras.

¿Garras?

Lo próximo que supo, era que, justamente, humana no sería la forma adecuada de describirse a sí misma. Cuando se paró sobre sus cuatro patas, entendió de inmediato que…

Mierda. Se había transformado. Por primera vez.

Su boca, que ya no era una boca, se volvió un hocico.
Estaba confundida, a pesar de ello, su visión se había vuelto mejor.

Todavía mantenía su conciencia. Sabía muy bien que había entrado en fase, convirtiéndose en una mujer lobo
Y lo único que entendía ahora mismo, era que tenía un solo objetivo.

Aquel hombre frente suyo, Ian.

Tras un gruñido gutural, con sus nuevos ojos distinguió la sonrisa triunfal del hombre. Como si ella fuese su experimento.
Comprendió que todo lo cruel que había sido, tenía una única razón: hacerla cabrear para aflorar sus instintos animales. Hacerla enfurecer para mostrarle que de esa forma, quizás, para convertirse no necesitaba más de la luna llena.

Pese a ello, corrió sobre sus cuatro patas, y antes de lanzarse sobre el hombre para hacer de sus dientes una máquina de triturar carne, Ian había entrado en fase también, convirtiéndose en un hermoso y enorme lobo color negro azabache.

Se preguntó entonces, como se vería ella.
De seguro para nada femenina.




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¡Espero que hay disfrutado de este capitulo, que sin duda es muy revelador en muchos aspectos! y espero ansiosa sus comentarios y conclusiones en el muro de DESPERTAR!

Ya saben... favor de cuidar sus cuellos y ¡mordiscos de amor! ;)

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