miércoles, 12 de octubre de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 26: A la fuerza.




—Entonces… ¿ya tuvieron sexo?
Tras la pregunta del millón, lo máximo que recibió Dante fue un pequeño golpe en las costillas por parte de Benicio.

Vale, lo merecía. Últimamente se la pasaba hablando pura mierda.
No es como si la situación no lo ameritara. Estaba en un zamba y de un momento a otro lanzaría de puro cabrón. Su vida no dejaba de girar y amenazarlo con tumbarlo de una buena vez.
Lumi era una mujer lobo, su pequeña era un monstruo.
Algo pasaba que, cuando pensaba en Amanda ya no sentía la chispa que anteriormente le había dicho que, de una forma u otra sería suya. A lo mejor el efecto que provocó esa unión se estaba desvaneciendo, y al fin de cuentas… él nunca había estado enamorado de ella en serio.

No es como si no pudiera hacerlo, de todos modos, Amanda era ardiente.

—Tendrías que haberme dejado que le machaque las pelotas a ese cabrón —se quejó sentado en el asiento de acompañante del auto de Benicio—  o al menos… haberme dejado manejar.
— ¿Estas loco, o qué? ¿En tu estado? No, gracias —enarcó una ceja para él y siguió mirando al frente.
—Sigo insistiendo… tendría que haberle arrancado las pelotas.
Benicio suspiró.
—Lo hizo para forzar su transformación. Fue para su bien.
Dante refunfuñó.

Cuando Benjamín dejó a Lumi en casa de Ian, él le pidió a Benicio que lo llevara a… bueno, a espiar.
Dante tuvo que contenerse para no salir a patearle el culo cuando el lobo lanzó un montón de improperios contra su pequeña.
Lo cierto era que, Benicio cumplía un buen rol de amigo… o algo así, pensó con la boca fruncida. De alguna forma el hombre lo equilibraba y eso era bueno teniendo en cuenta que el Ángel era un hijo de puta impredecible.

Y Ludmila… joder, era tan hermosa.
Cuando su pelaje ocupó el lugar donde su cuerpo era digno de mirar, se quedó asombrado. Jamás había visto un animal tan condenadamente hermoso y puro. Blanco.

Pese a su nerviosismo, tuvo que sonreír cuando la vio transformada y en cuatro patas. Era magnifica. Sin dudas ella patearía unos cuantos culos.
Dante salió de sus pensamientos cuando el teléfono móvil de Benicio comenzó a sonar.

—Estábamos llegando —lo vio sonreír. Amy, de seguro—. Sí, todo esta bien, bonita. ¿Qué? Ok, sí. No, no es molestia. Quédate, iré yo. Estamos aparcando. Nena, me subestimas. Lo haré rápido.

Colgó.

—A que adivino quién es, Romeo.
—Te dejo aquí —avisó, haciendo caso omiso a su afirmación— Amy esta antojada de chocolate.
— ¿No se supone que ustedes no pueden comer o toda esa mierda?
—Parece que cuando estamos felices, se nos abre el apetito.

Qué tocada de pelotas, él que era un bastardo muerto de hambre, al que siempre le convidabas algo de comer y te lo aceptaba, tenía el jodido estómago cerrado.
Demasiados problemas para ocuparlos comiendo. Asintió con la cabeza y se bajó de «la morocha» tal como el vampiro llamaba a su auto, y empezó a sacarse la campera de cuero a medida que se acercaba a la puerta de casa.
Allí encontraría un claro panorama, Benjamín leyéndole a Galadriel, mientras ella se acostaba sobre su regazo y se dejaba inundar por caricias tiernas.
Amy esperando ansiosa a Benicio, para encerrarse en su cuarto a tener maratones de sexo.

¿Y él? Unas jodidas nauseas. ¿Desde cuándo se había vuelto tan amargado?
Extrañaba a Lumi, pero tenía problemas. Seguía teniéndolos.

Cassie apenas le dirigía la palabra, él se excitaba con ella, y la bruja apenas lo miraba. Elena, su hija, había salido con toda la mierda del ¿Ángel Guardián? Él sabía que eso no pasaría. Era un Ángel Caído, sus alas eran negras y servían para llegar al límite del cielo visible para mundanos con la entrada celestial, a la que si traspasaba, se desintegraba automáticamente dejando de existir.

Hacía unos días, la melancolía lo había hecho volar hasta allí, sólo para observar ese lugar al que jamás volvería a ser bien recibido.

Años pasaron. Desde mucho tiempo atrás ya no era digno del Cielo.
Y no se arrepentía ni un segundo. De no haber sido por eso, nunca hubiera conocido a Lumi, y ella fue un farol en su gran oscuridad.

Atravesó la sala sin mirar ni saludar a Benja y Gala, que se quedaron atónitos tras su paso. Subió las escaleras que daban a la terraza.
Quería estar solo. Pero rayos, el lugar estaba ocupado.

Amanda se puso de pie, con agilidad.
Se veía tan hermosa bajo la luz de la luna…
Un vestido de seda celeste muy pero muy clarito ajustaba sus pechos e iba aflojando la presión al llegar a su cintura. Lucía muy veraniego, suelto, moviéndose con el viento de la noche, fresco.

Él tragó saliva, e hizo de cuenta que la ignoraba por un rato cuando se sentó en el borde de la terraza, mirando al cielo.

— ¿Cómo era la vida allí? —Quiso saber la mujer, mientras se acercaba a su lado, se sentaba a un costado y entrelazaba su mano con la del Ángel.
Lo tomó por sorpresa, pero el contacto era familiar.
—Luminosa.
— ¿Y nada más? ¿Alguna mujer que extrañes?
Dante rió por lo bajo, con un dejo de amargura.
—Supongo que la palabra asexual lo responderá todo ¿o no?
Amy abrió los ojos bien grandes.
—Nah. No lo creo viniendo de ti, Dante. ¿Recuerdas? Nosotros dos éramos… bueno… tú… oh.
—Entiendo, no hace falta que lo digas.
—Sí. Es necesario. Tú jamás fuiste asexual.
—El cielo es diferente. Allí no tenemos esa… ese tipo de necesidad —explicaba sin dejar de mirar a la deriva— cuando teníamos que hacer trabajos en la Tierra, nuestros cuerpos sufrían un cambio al bajar, y teníamos que jurar un voto de castidad. Porque aquí sí teníamos deseos y necesidades. No es raro que la mayoría de Ángeles Caídos caigan por romper dicho voto o…

Recordó su motivo. Miró con ternura a Amy, y esta vez fue pura ternura casta, célibe. Con sus dos manos tomó el rostro de la mujer y con la yema de sus dedos acarició la mejilla suave y blanca, que ahora se ponía rosada.

Ella cerró los ojos, y él se dirigió directo a su boca.

La besó. Besó con ternura y dedicación, sin lengua. Rozando sus labios, despacio.

Cuando el contacto se rompió, todavía estaban unidos con sus dos manos, los dedos entrelazados.

— ¿Por qué lloras? —Instó Dante, al ver una lágrima rodar por la cara de Amanda.
—Por todo lo que te he hecho perder, sin embargo tú… no me odias.
— ¿El beso que te di? En el cielo significa respeto, y déjame decirte una cosa, nena, nosotros los ángeles no nos caracterizamos por andar besando a todo el mundo.
—Una parte de mí sabía que sería un beso fraternal, no siento que haya engañado a Benicio por esto.
—No lo hiciste.
—Eres muy importante para mí.
—Tú también.
—Sin embargo, no puedo pedirte que por eso me perdones haberte arruinado la vida —confesó, angustiada.
—No hay nada que perdonar. Aquí estamos ¿eh? Tú tienes a Benicio, y yo…
—Estoy segura que encontrarás alguien que sea digna de ti.
— ¿Lo crees? —Se llevó la mano al pecho, fingiendo estar conmovido— mira que digo muchas groserías. Tendría que ser alguien que vaya muy a la par mío, y no creo que haya nadie tan magnifico como yo.
—Dante… —Había acusación en el tono de su voz.
—Maldición… lo estas diciendo en serio —sus ojos se abrieron de par en par— ¿de verás que piensas que alguna vez estaré en pareja con alguien? Mujer, quiero disfrutar mi soltería… hay algunas zorritas por ahí que…
— ¡Dante! —Amy lo codeó.
—Vale, vale, lo pillo.

Dante retrocedió, y echando un vistazo más al cielo, comenzó a sacarse la remera negra que llevaba puesta.

—Ooookeyyyy —dijo Amy, dándose vuelta— a esto se le llama dar privacidad.
—Nena, en serio, sigo teniendo todo como lo dejaste —le regaló un guiño de ojos— por ahora no me salió un tercer genital aunque… bueno, uno nunca sabe ¿no? —le preguntó con inocencia fingida haciendo un mohín y levantando sus hombros, sólo para hacerla fastidiar.

*

Nena, en serio, sigo teniendo todo como lo dejaste, había dicho Dante haciendo gestos de niño, cuando por fin se volvió a girar para mirarlo.

Su pecho, definitivamente, no eran una de las cosas que estaban igual que cuando ella las dejó, pensó con la boca abierta. Ese hombre había consumido esteroides, o había ido al gimnasio muy arduamente, porque ahora mismo tenía un cuerpo para tentar hasta al diablo. O a la más célibe de aquellas angelitas que estaban por encima del cielo.

Pero no fue todo eso lo que le sorprendió. Sino lo que había detrás de Dante.
Sus alas. Negras. Hermosas.
Amy contuvo la respiración, tal vez jamás se acostumbraría a eso, pero le daba igual, la sensación de paz cuando Dante desplegaba sus alas delante de ella era impagable. Podía sentir desde allí la suavidad de las plumas, sin necesidad de tocarlas.

—Iré a dar una vuelta, nena —con un guiño de ojos, de un segundo a otro, el Ángel fue observado por sus ojos a lo lejos.

En el Cielo, a donde pertenecía, por más que haya sido expulsado.

Tenía que haber salvación para él. Alguna forma de regresar allí, a su hábitat natural.
Alguna forma de seguir permaneciendo en la Tierra, teniendo el derecho a visitar su mundo.


Amanda nunca dejaría la ambición de tener todas las cosas necesarias para ser feliz. Ella no quería cosas parciales, lo quería todo.
Aunque… ¿con el tema de Dante? Se temía, por desgracia, que esa vez tocaría conformarse.

Un sonido de pelea se desataba bajo sus pies, como un gruñido animal…
Algo estaba pasando, y bajó las escaleras corriendo.

Era Andrés.

*

— ¡Tú, maldito bastardo holgazán! —Gritó Andrés mientras se tiraba encima de Benjamín.

En más de doscientos años, el vampiro no recordaba haberse arrebatado contra su hermano. Benjamín era el mayor, y a pesar de su constante rebeldía, nunca en su existencia se había sentido tan tentado a matarlo… hasta ahora.

— ¿Qué es lo que esta mal contigo? —Preguntó Benjamín esquivando una patada que iba directo a sus rodillas.

Andrés rugía por la furia. Le había encargado prácticamente su vida a Benjamín. Le había ordenado que mantenga la daga de Jade escondida, no que la extravíe o cosas así.

—Te mataré, Casablanca. Esta vez lo haré —Espetó.

Andrés tomó a Benjamín por el cuello de la camisa, y lo dirigió barriendo el suelo y todo a su paso hasta el costado del living. Galadriel miraba sin entender.
Bien, le daba un punto a la rubia por mantenerse al margen. Pelea de hermanos era algo en lo que no cualquiera querría meterse

Oh sí, él deseaba lastimarle.

— ¡Basta los dos! ¡Qué carajos!
Cuando escuchó su voz, la sangre se le heló al instante. Bajó la guardia al mismo tiempo que Benjamín lo tumbaba sobre sus espaldas al suelo y se le ponía encima.

Maldita sea Amanda y su interrupción.
Días de mierda los tenía cualquiera… él estaba en uno de ellos, y su asesino interior quería sangre.

—Ustedes dos. Fuera de aquí. ¡Es una orden! —Gruñó Benjamín.
—No me iré de aquí ¿Y tú? —Se la escuchó a Gala con la voz firme, mientras le preguntaba a Amy y ella negaba con la cabeza.

Benjamín se levantó y tendió su mano para ayudar a Andrés. Él le pegó una patada, incorporándose por su cuenta.

— ¿Es que acaso has perdido el juicio? —Preguntó el mayor— ¡Te has vuelto loco de remate!
—Sobrevaloras la locura, Benjamín. Teniendo en cuenta lo que sufrí y como me puse por tu culpa cuando se te dio por morderme es decir demasiado ¿no lo crees?

La sala entera se llenó de silencio.
Nadie, ni siquiera Gala sabían qué quería decir él con eso. La historia personal de Benjamín y Andrés no era algo de lo que se hablara nunca.

—Tú. No. Sabes. Lo. Que. Dices —respondió el mayor con la mandíbula apretada.
— ¿Y tú sí? Oh qué tierna imagen, los hermanos sean unidos. Aplausos —ironizó sin gracia alguna— veras… a veces pienso que todo lo que me pasa es tu culpa. Pero eso ya lo sabes ¿o no? Andrés niño malo —se burló— ¡Andrés malo! ¡Andrés asesino! ¡Andrés, egoísta! —Finalizó cargando la palabra egoísta como la clave de su discusión.
—Cállate, antes de que no puedas arrepentirte —Pidió Benjamín con los ojos cerrados y los puños apretados.
Las mujeres seguían atónitas sin intervenir.
Andrés ignoró la petición.

—Cállate tú —Gritó haciendo que Gala y Amanda se sobresaltaran— Cuando Andrés es perverso y sádico, hay que castigarlo. Cuando Andrés tiene ganas de tomar un baño en una tina llena de sangre… hay que castigarlo. Oh, sí. Él merece morir, ¿cierto, mujeres? —Quiso saber, mientras se dirigía a ellas sin necesidad verdadera de que le respondieran, pues él siguió hablando de él en tercera persona, sarcásticamente—. Nadie en sus miserables vidas pregunta por qué el perro muerde. Nadie es capaz, sin embargo, de confesar que vieron como ese inmundo animal fue golpeado días antes hasta que se hizo de un hábito en defensa. Pues… ¿saben qué? Aquí estoy yo, hembras —explicaba a las dos que no comprendían a dónde quería llegar—. ¡Véanme! Un verdadero experimento. Nuestros padres tenían razón, Benjamín. Deberías haberme dejado morir. ¡No necesitaba tu maldita compasión, demonios!

—Andrés… ven conmigo —susurró Amy con cautela. Se acercó a él, pero le fue imposible establecer contacto.
—No te atrevas a tocarme —murmuró sin expresión alguna en su voz.
—Hablemos en privado —Pidió Benjamín con los ojos eyectados de sangre. Él sabía mejor que nadie el rumbo que tomaría esa conversación.
— ¡A la mierda la privacidad! ¿No quieres que tu Gallie sepa lo que eres? ¿No quieres que ella sepa que me hiciste lo mismo que le hicieron a ella? Oh, claro que no, hermano. Porque ella te ama, y tú eres el maldito hombre perfecto.

Gala palideció. Sabía muy bien lo que Andrés quería decir. A ella la habían transformado a la fuerza. Sin su consentimiento.

—Estoy segura que tendrá una explicación para ello —dijo la rubia, tratando de ser neutral. Tomó con cariño la mano de Benjamín— ¿Verdad que sí, cariño?
— ¡Claro que sí! —Contestó Andrés en su lugar— Porque Benja es el niño bueno. Él nunca haría nada como eso. Nadie cree en el chico malo por más desesperada que sea su verdad. ¿Pues saben qué? ¡Púdranse todos ustedes!
—Andrés… yo… —Si Benjamín había encontrado las palabras, no se le notaba.
—Guárdate lo que tengas para decir. No fuiste hecho para pedir perdón tanto como yo para amar y domesticar un gatito. ¡Debería estar muerto, hijo de puta! Debería haber tenido una familia, una mujer, niños quizás, una casa grande estilo victoriano, haber asistido a la presentación en sociedad de alguna de mis hijas si las hubiera tenido… no estar vivo en contra de la naturaleza doscientos años más tarde, sin nadie a quién querer, porque, ¡por supuesto! ¡Soy un monstruo sobrenatural y no puedo ir en contra de mi propia naturaleza! Vivo como un nómada escapando de la gente, jamás tendré hijos… jamás seré normal.

Bien… eso era más de lo que cualquiera podía soportar. Y Andrés necesitaba ponerse un freno a esa gran bocaza que tenía. Su instinto le decía que le arrancara el cuello al hombre que tenía enfrente, pero otra parte suya no podía hacerlo.

Al fin de cuentas, era todo cuanto tenía, y era su… hermano. ¿Cuántas veces había limpiado sus desastres?
Benjamín le había dado esta vida. Pero… él tomó sus propias decisiones.
Él mismo era malo, porque nada más lo describía mejor que la palabra cretino sin corazón.

Nadie lo había obligado a tomar la ruta de escape.

Sin embargo…

—Te odio. Juro que lo hago. Cada día de mi maldita vida deseo que te mueras. Y lo hago en serio —Lo miró fijo a los ojos, a pesar que lo que decía, era la más grande de las mentiras— ¡Deberías haberme dejado morir!

*

¿Debería haberlo dejado morir? ¿Estaba escuchando bien?
Eso era el tope de mierda más grande que podía escuchar.
Vale, merecía que su hermano lo odie, pero… pensar en Andrés muerto partía cada célula de su cuerpo.

Era inadmisible. Él amaba a su hermano.

Era bien conciente de Amanda y Galadriel como espectadoras. Pese a ello, la furia subió por su garganta.
Iba a matar al bastardo que tenía frente suyo.
Se tiró sobre él, y escuchó como las vampiresas tras de él jadearon.

— ¡Cuando amas algo demasiado como para perderlo, consagrarte a ti mismo como egoísta será una de las cosas por las que matarías sin pensarlo!
— ¡Cuanto me emocionas, hermanito! —Pudo decir Andrés a pesar del fuerte agarre de Benjamín— Por eso no dudo cuanto te preferían nuestros padres ¿cierto? ¡Eres todo un luchador! Sin embargo, créeme cuando te digo que hubiese preferido morir al lado de ellos.

Benjamín sintió como estuvo a punto de vomitar. Otra vez.

Y Andrés le decía que preferiría haber muerto junto a sus padres…
El mayor de los Casablanca se hundió. Muy profundo a sus recuerdos.

Cuando pensaba que los había enterrado muy, muy lejos.

—Entonces, de todas formas, estarías muerto —le dijo, asestando un golpe en su hermano.

Giró para ver, Andrés se encontraba atónito ante sus ojos. Las mujeres apenas respiraban

—Creo que todos debemos calmarnos ¿no creen? —Intervino Galadriel con una risita medida.

—Repite lo que has dicho —Ordenó Andrés, parado en el mismo lugar.
—Lo escuchaste.
— ¡Repítelo, maldita sea!
—Tuve que hacerlo, Andrés. Hubieses muerto desangrado. Ellos te mataron. A ellos se les fue la mano ¿sabes? ¡A ellos! Yo sólo te convertí. Era eso o morir. Al fin de cuentas lo hiciste igual, pero al menos te di una posibilidad de encontrar algo por qué vivir. Lamento que no lo hayas hecho aún. Realmente lo hago, cada día de mi vida.

Benjamín bajó la mirada y se encontró con una lagrima suya cayendo al suelo, sobre sus zapatos. Gala lo sostenía con fuerza. En su agarre no había reproche. Demonios, él estaba asustado… no sabía si ella lo perdonaría por algo así alguna vez, aunque, ¿en estos momentos? Lo único que necesitaba era el perdón de una sola persona. De su hermano.

— ¿Por qué no lo recuerdo? —Susurró para sí mismo el menor de los Casablanca.
—Me declaro culpable —reconoció Benjamín, torciendo el gesto.

Andrés levantó la mirada y lo observó por un buen rato.
Sí, él había manipulado alguno de sus recuerdos.

Benjamín se acercó a su lado, dispuesto a rogar por su perdón. Haría lo que fuese para aplacar el dolor que le había provocado.
Cuando rozó su hombro para tomarlo, Andrés se alejó como si tuviese lepra.

Benjamín dio una vuelta y se dirigió a un mobiliario que había de costado. Bajo un compartimiento oculto estaba la daga de Jade. La tomó y se dirigió hasta él.

Extendió la mano. No era un regalo, pero sí una tregua, tal vez…
Él sabía que Andrés había venido a buscar su daga incluso antes de empezar toda la discusión.

—Pensé que la habías perdido.
—Antes muerto.

Los pelos de la nuca de Benjamín se rizaron. Algo andaba mal… muy, muy mal.
La puerta de entrada se abrió de un soplo, pero nadie había utilizado las manos para hacerlo.

—No tan rápido, vampiro —Dijo la pelirroja.
El mayor de los Casablanca sabía quién era.

Cassie. Y su hermano iba detrás.

—Dámela —exigió.
—Cariño, pagarás por esa puerta rota —se adelantó Andrés con mirada petulante
—Ni siquiera estoy hablando contigo, imbécil. ¿Por lo que me concierne? Tú estas muerto.
—Pues yo no diría lo mismo.
—Por ahora —Contestó ella con una media sonrisa triunfal.

La Daga de Jade voló de las manos de Benjamín, y Cassandra la atrapó. Ian se adelantó como escudo.

Oh, eso sí que pintaba mal, se dijo el mayor de los Casablanca. En un momento tenía ese artilugio y al otro los poderes de la bruja se lo arrebataron de las manos.

—Así que, al fin y al cabo, él no esta muerto —Ian elevó la voz, dirigiéndose a Andrés, pero con la pregunta en los ojos de su hermano.
—Pequeños detalles de semántica, si me permites opinar —aclaró Benjamín usando por primera vez en su vida al Señor-Sarcasmo.

No. Él no dejaría que se llevasen a su sangre otra vez. Andrés no moriría de nuevo.

— ¿Soy yo o huelo a perro aquí? —Interrumpió el vampiro, Benjamin lo codeó para que permaneciera en silencio.

Ian no venía por la daga. Venía por mucho más.

—Curioso —objetó el lobo— mi olfato sólo detecta la comida, ¿y a qué no sabes? Por mucho que me cueste admitirlo, el plato especial esta noche eres tú.
—Veo un bocado pelirrojo muy, muy tentador. ¿Te cuento un pequeño secreto? No me gusta que mi cena se enfríe —Y con eso, Benjamín observó como Andrés abría paso para tomar a Cassie por los hombros.

¡Jodido loco, eso no podía estar pasando!

Benjamín vio en cámara lenta como el idiota de su hermano se apresuraba a la mujer.

No le sorprendió que Ian ni siquiera tratase de interferir en salvar a su hermana.

Ella ya lo había hecho. Antes que Andrés toque un centímetro de su cuerpo, sin mover tan sólo un dedo, el vampiro se encontraba retorciéndose en el suelo.

No había que quitarle mérito. Cassie era una bastarda peligrosa.  



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