jueves, 1 de diciembre de 2011

Despertar III Efecto Lunar ~ Capitulo 29: Crema de estrellas.



Dante quería su jodida antigua vida de regreso. Y no hablaba de la vida en la que era un ángel puro y lumínico. Hablaba de la vida con Lumi. Esa en la que él trataba de enseñarle cosas por sí mismo para no correr el riesgo de mandarla al colegio, porque en el fondo, muy en el fondo, tenía miedo que quienes habían matado a los padres de la pequeña, vuelvan a buscarla.
Que vueltas da la vida ¿cierto? Ahora mismo estaba a punto de perder la virginidad con el asesino. Con el asesino de sus padres, de sus dos hermanas.
Se sentía impotente, en plan de haber querido darle una vida decente, terminó arrastrándola más y más en aquella oscuridad.
Vamos, no es como si Dante hubiera sido el mejor guía, el mejor padre… ahora mismo se arrepentía por tantos días gastados en tomarle el pelo a la criatura, haciéndole bromas que tal vez ella no disfrutaba tanto como él pensaba.
Mientras caminaba por la gran ciudad, miraba a su alrededor. La gente normal tenía algo que él no: una vida normal. Salir de sus trabajos, llegar a sus casas y renegar sobre sus jefes, pagar las cuentas a fin de mes, tener problemas de amor, romperle el corazón a alguien. Vivir un ciclo y morir.
Allí estaba él, inmortal hasta los huesos, más viejo que la injusticia.
Cuando vivía en el Cielo, la inmortalidad no era un gran problema, era más bien una especie de regalo divino. Los días pasaban como si fueran apenas cortas horas, y dos mil años desde su creación habían pasado como los primeros veinte de un hombre humano. Sin embargo, vivir en la tierra… lo había destrozado. Llevaba apenas unos pocos años desterrado de su hábitat natural, y empezaba a sentir la verdadera vejez, el verdadero desgaste corporal, a pesar que exteriormente era apenas un hombre de treinta y pocos, y lo seguiría siendo hasta que el sol se apagara.
El desgaste mental lleva a las personas más inteligentes hacía la locura, y con Dante no sería una excepción.
Necesitaba darle un vuelco a su vida, un giro de esos que te cambian hasta el apellido.
A partir de ese momento, se prometería varias cosas. Su vida entera era Ludmila, aún estaba rezando reiteradas veces sin cesar para que todo saliera bien. Que aquel hijo de puta no la lastimara. Pero las cosas eran como eran, y en ese sentido, poco podía hacer aunque quisiera. Si lograban salir de esta, Dante sería un verdadero padre para ella. La trataría como realmente se merece una niña de quince años en pleno proceso de desarrollo.

Que contenta se pondría Lumi. El año entrante la anotaría en el instituto.
Bueno, él odiaría una cosa así de ser adolescente. Pero bien sabía que su pequeña adoraba la idea de poder interactuar con gente de su edad.

Las cosas tenían que cambiar, desde las más esenciales, hasta las más complejas.
Y si él tenía que dejar de maldecir y de ser un bocazas solo para instruirla, pues bien, que empiecen a acostumbrarse al nuevo Dante Levinton.

Por esa bastarda haría hasta lo imposible.

**

Hasta el día anterior, Lumi hubiera creído que la agonía y el placer eran como el agua y el aceite, imposibles de mezclar. No obstante… en esos momentos, algo le decía que estaba completamente equivocada.
No podía entender qué era lo que le estaba pasando con exactitud, no cuando sentía su cuerpo arder, ni como parecía estar experimentando una ruptura de músculos desde adentro hacía fuera. La única parte de su cuerpo que sentía en su lugar, era la que tenía apoyada contra la de Andrés.

Andrés.

Se preguntaba interiormente por qué él estaba su lado. Tal vez estuviera alucinando de fiebre. Soñando con él. No sería la primera, de todas formas. Las últimas noches, lo único que ocupaba sus sueños era aquel rostro perfecto. Aquellas manos que ahora le acariciaban, brindándole un torrente de agua fresca.
Se giró con las pocas fuerzas que tuvo, para tenerlo de frente. A diferencia de sus otras alucinaciones, esta era espantosa, puesto que él seguía con aquella perfección en sus facciones, y ella… debería de verse realmente mal. Sentía su boca arenosa, quería besarlo para descubrir si sus labios se refrescarían junto a los del vampiro, como lo hacía cada parte del cuerpo que él iba tocando con suavidad. Nadie le creería si lo contara, nadie creería que Andrés era capaz de sanar donde posara su mano.

Era su sanador.

—Bésame —atinó a decir con su última voluntad.
—Lumi….
—Al demonio, bésame.

Simplemente al sentir su cálido aliento dulce, sintió una frescura en todo su rostro. Pensó en serio si los vampiros podían practicar o no la magia, lo cual era algo estúpido, pero quizás… estaba utilizando algún tipo de glamour.
Lumi entendía a la perfección, en estos escasos momentos donde tenía lucidez, como una fuerza invisible la empujaba a un abismo donde jamás había estado con antelación. Era como no tener control sobre su cuerpo, o más que su cuerpo, sobre sus deseos. Estaba corriendo hacía una meta lejana, conociendo sólo a la persona que la estaría esperando al otro lado: Andrés.
Todo se reducía a aquel hombre. Echarse a sus brazos era lo único que podía salvarla. O condenarla.
El cuerpo le dolía, pero tenía una necesidad primitiva. Ni siquiera estando conciente pudo entenderla. Lo único que esperaba con ansias era no volver a caer en un pozo profundo, porque estando allí podía ver apenas una luz, y por más que quisiera volver a salir, le era imposible nadar contra la corriente. Era una nube espesa que la dejaba fuera de combate vaya a saber uno por cuanto tiempo. Se daba cuenta que en lapsos perdía la conciencia, porque cuando volvía a recuperarla, por más que seguía estando con la misma persona, no podía recordar cual había sido su último movimiento. Y además, su cuerpo parecía más deteriorado por el dolor.

Pero aquí venía su sanador otra vez… su enfermero vudú. Justo cuando ella estuvo a punto de caer, él posó sus manos frescas en su clavícula. Aún lo tenía de frente, cualquier otra persona o… cualquier otro vampiro podría haberla amedrentado, sin embargo, Andrés… era otro cuento.
Ludmila no era idiota, él acariciaba su cuello llevándole oleadas de aliento dulce, suave y fresco, pero en sus ojos había algo más, algo que terminó de entender cuando él se relamió sus propios labios.
La deseaba.

— ¿Vas a beber de mi sangre, verdad? —Preguntó con la voz entrecortada.
—Oh, mi Ludmila… lo quiero todo de ti. Todo. —Susurró contra su oído.
Algo en la forma en la que le había dicho «Ludmila» volvió a despertar en ella su instinto más primitivo. Un instinto dormido. Odiaba que la llamasen por su nombre, más bien prefería los diminutivos, no obstante, Andrés hacía sonar su nombre de pila como algo erótico.

Rayos, ella también lo quería todo de él. Podía ser apresurado, pero Cassandra le había estado hablando de cómo sus emociones y sentimientos se amplificaban. No es que Lumi tuviera pensado irse acostando con cuanto macho se le cruzara por el camino, pero… Andrés era diferente. De una forma que todavía no comprendía.

¿Cómo alguien tan malo podía resultarle tan necesario para seguir viviendo?

¿Podía ser él, el hombre de sus sueños? ¿De los sueños que había tenido con aquel extraño, inclusive antes de conocerlo? Recordaba uno en particular, uno en el que Dante poco más la aporreaba por acusarla de enamorarse de un asesino. ¿O era ella misma la que se acusaba? Todo era muy borroso.
Habría sido algo premonitorio, sin dudas, si por asesino entendíamos a «vampiro chupador de sangre»

—Soy tuya…
De repente, todo su cuerpo despertó. Como si algo la impulsara a estar consiente. Necesitaba su cerebro en el lugar que correspondía. No sabía con certeza si ese momento era real o no, pero debía correr el riesgo.
Alzó la vista para encontrarse frente a unos hermosos y achinados ojos rojos.

—No te muevas.
—Soy tuya…. —repitió con firmeza.
—No lo hagas más difícil, bebé, estoy haciendo fuerza de todo mi autocontrol en estos momentos… —le dijo con los ojos apretados. Podía ver como sus colmillos habían descendido, incluso cortando los propios labios del vampiro.

Su cuerpo, que hasta ese momento había estado tieso por el dolor, adquirió movimiento. No creía que Andrés hubiera estado conteniéndose mucho, puesto que le fue demasiado fácil subirse encima de él.
Era suya, no le había mentido. Quería demostrárselo. Quería que él supiera cuanto lo ansiaba, cuando lo aceptaba.
Se acercó con entereza, y lamió el hilo de sangre que caía por la boca del vampiro cuando sus colmillos habían salido y lo habían lastimado. La herida estaba cerrada, puesto que cicatrizaban con rapidez. Pero allí estaba el líquido espeso. Rojo como sus ojos.
Cuando terminó de lamer su labio inferior, lo escuchó sisear.

—Tócame.
—Ludmila… por favor, céntrate.
— ¿Por qué tus ojos están rojos?
—Soy fumador compulsivo de opio.
Lumi gruñó por la mentira.
—Dime la verdad.
Él se la quedó mirando fijo.
—Te sientes mejor ¿verdad? El dolor esta pasando, ¿cierto?
Ella asintió con la cabeza.
—Eres tú la que miente ahora —agregó.
—Estoy enloqueciendo —se quejó, y bajó de encima de él, confundida y adolorida.

Más que dolorida, se sentía… molesta. Tenía una extraña necesidad de que él la tocara, de que la saciara. Un instinto animal.

—No, no lo estás. Pero lo haré yo si no te tapas un poco —le dijo Andrés, mientras se sentaba. Sus ojos seguían de ese color rojo infierno. Tan tentador, tan eróticamente estimulante.
¿Y qué podía saber ella de erotismo? Eso mismo era lo que la tenía confundida. No sabía nada sobre el sexo, hasta hacía un tiempo atrás los besos de lengua la habían asqueado, y ahora mismo sentía que iba a estallar.
Necesitaba más, mucho más que un simple beso.

—Estas ofendida —dijo el vampiro, tratando de acercarla más a él— crees que no te deseo, ese es tu problema.
—Esta claro que no lo haces. Evitas hasta mis preguntas —y se cruzó de brazos, sentada al lado de él en la cama.
Andrés gruñó y se paró. Dio la vuelta hasta el lado de Lumi y le bajó el vestido aún más.
Lumi se vitoreaba ella misma por haber elegido ese trapo tan corto. Por más que él lo quisiera, no la taparía más que por la mitad de sus glúteos. Bien, el vampiro tendría que lidiar con eso.
De un momento a otro, Andrés acortó la velocidad que los distanciaba tan rápidamente, que ella se sobresaltó en la cama.
Ahora era él quien estaba encima suyo, y Lumi ya no pudo sostenerle más la mirada. Podría estar en llamas por él, pero no dejaba de ser una virgen inexperta.

Santa María madre de Dios… Andrés la miraba, como si estuviera dispuesto a hacerlo. ¡Y como que no! ¡Tenía siglos de experiencia por delante de ella! Esto podría ser tan sólo un trámite para él.

—Mírame —le exigió con la mandíbula apretada— ¡Mírame! —Ella levantó la vista cuando elevó la voz—. Y escucha muy claro lo que te voy a decir, pequeña insolente. ¿Ves mis ojos rojos? Biológicamente hablando, se nos ponen así en una sola oportunidad. ¿Crees estar dispuesta a escucharla todavía? —Cuando ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza, Andrés maldijo por lo bajo, seguramente en su inglés natal—. Pues te lo diré entonces, ya que te muestras tan envalentonada, Ludmila, quiero ver que haces con esa información una vez que salga de mi boca —le amenazó—. Cambian de calor cuando estamos excitados. En pocas palabras, calientes. ¿Lo captas?

A Lumi se le había secado la boca. Con razón Benicio jamás contestaba a su pregunta, a él se le habían puesto los ojos así en repetidas oportunidades, y siempre trataba de ocultarlo. Ahora lo entendía a la perfección.
No se sintió más aliviada cuando aquella información no la regodeó. Es decir, a pesar de lo obsesionada que había estado con Benicio, no disfrutaba de haberlo excitado alguna vez, porque ahora tenía frente suyo a la única persona que parecía ocupar su corazón.
Y al parecer, estaba loco por ella. O por su cuerpo.

Eso último pareció encenderla más. Desconocía de donde salía aquello, pero la sola afirmación de saber que estaba excitándolo, la puso a cien.

—Descárgate conmigo, entonces.
—Tú no sabes lo que dices.
—Mucho ruido y pocas nueces ¿eh? —Le provocó.
Andrés pegó sus labios a su frágil cuello. La estaba olfateando, probablemente testeando. Oliendo y saboreando de antemano su sabor.
—No tienes idea de nada —susurró, raspándola con uno de sus colmillos.
Tendrían que habérsele aflojado las piernas. Pero empezaba a doler, nuevamente.

Le dolían sus partes bajas. Su… cosita, ¡le dolía! ¡Ni siquiera la había tocado y ya le dolía como si estuviera pariendo!

Gritó. Otra vez.

—Concéntrate, amor mío… lo estabas haciendo bien —decía Andrés, mientras la tomaba por los hombros. ¿Le había dicho «amor mío» o era parte de su alucinación?
— ¡Haz que pare de una vez! —Gritó, de manera demencial.

No lo entendía del todo, pero su instinto, o su parte animal, le decía que había una sola forma de acabar con el dolor. Y era teniendo a Andrés dentro suyo.
Probablemente estaría perdiendo la cabeza, sin dudas, o quizás alguien la había drogado con algo fuerte. Pero que la parta un rayo, esas no eran alucinaciones.

— ¡No puedo hacerlo! ¡No de esta forma! —Le exigió el hombre, y no lo supo con exactitud, como al parecer nada de lo que ocurría, pero hubiera jurado que una lagrima caía por la mejilla del vampiro.
— ¡Hazlo, tómame, por el amor de Dios!

Todo se detuvo. Sentía que la sangre no le corría por las venas. Estaba fuera del tiempo, enloquecida. La habitación se había perdido.

Tenía frente suyo a un hombre quitándose la remera que tría puesta.
Las diminutas bragas de Ludmila fue lo segundo de lo que él se deshizo.

Estaban muy cerca de hacerlo, y, por alguna extraña razón, ella no tuvo miedo.

**

Andrés estaba muerto de miedo.
Si la lastimaba, si tan solo se atrevía a fallar… no se lo perdonaría jamás en su vida. Pero le daría a Dante un hermoso gusto, el de matarlo. Porque tácitamente se lo había pedido.
Había acabado con la vida de tantas personas a lo largo de sus años… que se preguntaba qué tenía de especial esa adolescente. Miren si sería estúpido, que habiendo tantas millones de personas en el mundo, iba a necesitar tan solo a una.

Ludmila seguía gritando, y si no hacía algo para calmarla, ella terminaría muy herida.
Tendría que haber una forma de saciarla, una forma de retrasar el proceso en el cual el cuerpo de la pequeña se lastimara por la ausencia del apareamiento.
Andrés seguía negándose a tomar algo tan importante como su virginidad, no de esa forma, por más difícil que ella se lo pusiera.

Las caricias no bastaban, se dio cuenta. No se había atrevido a quitarle el vestido que llevaba puesto, pero sí su ropa interior.
Al menos, parecía que su piel fría aliviaba un poco la temperatura de Lumi, y por donde pasaba su palma, a ella se le erizaba la piel.
Se había quitado la remera, y ahora estaba encima de ella, apoyado sutilmente para no aplastarla. A pesar que Lumi deliraba del dolor, sus labios se curvaron hacía arriba cuando lo sintió de lleno sobre ella.

—Acaríciame —pidió en voz bajita. Él tragó saliva e hizo lo que la pequeña pedía—. Más abajo —exigió.

Andrés tomó una gran bocanada de aire. Jamás se había dejado manejar de ese modo. Y lo que era peor, nunca había podido contenerse tanto. Hasta con Amanda hubiera llegado más lejos si ella no hubiera salido con todo ese rollo de beber su sangre.

Ahí mismo, su cabeza hizo un clic.
¿Y si todo se trataba de eso? ¿Cómo no lo había pensado antes? Tal vez… en lugar de tener que abusar de ese modo con Lumi, podría darle de su sangre, para ir regenerando sus heridas a medida que su cuerpo parecía romperse por la falta de sexo en su etapa de necesidad.
Andrés sabía que los lobos de sangre —a diferencia de los convertidos— no podían transformarse en híbridos si bebían de él (eran pocos en el mundo, realmente, mitad lobo-mitad vampiro) sólo ocurría entre hombres lobos que eran transformados por la mordida de otro lobo, o mismo con un vampiro cuando un lobo lo mordía.
Por parte de Lumi no se hacía problema, primero porque ella era una mujer lobo purasangre, y segundo, él no correría el riesgo de nada, porque Lumi no iba a morderlo ¿cierto? Así que ningún hibrido por aquí.  

Era muy sencillo. Él debía de darle su propia sangre. Sabía a la perfección que si ella tomaba de su vena, automáticamente se iría regenerando, volviendo a cerrar cada herida que se empezaba a abrir en su cuerpo a causa del dolor y la necesidad. Como quién dice, para un lobo, no saciarse en su etapa de apareamiento, significaba empezar a pudrirse vivo, como si fuera una especie de zombie.

Con la diferencia que, vamos, Andrés no podía si quiera imaginar una cosa así.
¡Sus padres se habían matado el uno al otro por ese tipo de prácticas! Saber que tenía que dejarse drenar le daban… jodidos escalofríos.
Y de repente se acordó que sus padres lo habían matado también a él.
Cerró los ojos con fuerza. Sus intenciones no eran ni por asomo parecidas a la que habían tenido sus progenitores: pura avaricia por la sangre.

Decidido a lo que tenía que hacer, volvió a colocarle las bragas a Ludmila. No iba a aprovecharse de ella. No iba a tomar su virtud así, sin más, como si eso no importara. Cuando vio su agónico rostro, supo que, de alguna forma, lo que sentía por ella se estaba magnificando como una enfermedad terminal, expandiéndose por su organismo como una infección mortal.
Poniéndola sobre la cama, se sentó sobre ella. El rostro de la pequeña se estaba volviendo de un color grisáceo. No era broma, la vitalidad se le estaba escapando como el viento al que quieres atrapar con las manos.

No iba a dejar, de ninguna condenada forma, que eso ocurriera.

—No vas a morir —masculló con los dientes apretados, y la desesperación en su propio rostro.

Se llevó su propia muñeca a la boca, y cuando sus colmillos hicieron presencia, se mordió él mismo para provocar la herida. Acto siguiente, apretó el torrente de sangre que caía y la llevó a los labios de Ludmila.
La haría beber, porque eso funcionaría. Eso haría que las heridas y el dolor que la niña sentía se esfumaran. La sangre de un vampiro era así de poderosa.

—Vamos, nena. Toma, toma todo lo que puedas —repetía una y otra vez, con un fuerte temblor en su voz. Hablándole sólo a ella, aunque sabía que, lo más probable era que no pudiese oírlo.

De un momento a otro, Lumi succionaba de su muñeca, tan fuerte como podía.
Estaba funcionando, el color volvía a su rostro.

Así estuvo cada unas horas. Ludmila había podido dormir con tranquilidad la mayor parte de la noche. Un absoluto milagro. No se veía exactamente bien, pero el efecto de la sangre contrarestaba sus heridas. Sin embargo, bajo sus ojos empezaron a formarse unas bolsas violáceas, producto del cansancio corporal.

Había pasado lo peor.

Durmieron juntos, pegados como si fuera el último día, y apenas unos segundos antes que el primer rayo solar apareciera por la ventana entreabierta en la habitación, se levantó para bajar las persianas y cerrar las cortinas. No se olvidaba que por alguna extraña razón que desconocía, ya no podía caminar bajo la luz del sol sin sufrir daños en la piel, hasta el punto de desintegrarse completamente si abusaba de ello. El cuarto quedó en un hermetismo total, justo cuando el Sol se elevó en el horizonte. Podría haber sido realmente trágico si se hubiera quedado dormido.
Volvió a la cama sintiendo nauseas. La sangre que había bebido Lumi lo había secado. Se miró frente al espejo más cercano y él tenía idénticas bolsas bajo los ojos, como la muchacha que yacía en la cama. Se tumbó al lado de ella, agarrándose el estómago. Sentía nauseas, quería vomitar… quería…

La puerta se abrió, así, sin más.
Entreabrió los ojos y del otro lado se encontraban  todos con rostros expectantes.
Dante fue el primero en entrar.

—Muévete, tú turno ha acabado, Casanova —e inmediatamente lo tomó por el hombro con la misma facilidad que volteas a tu almohada, haciendo que Andrés terminara tirado al otro lado de la habitación.
Por primera vez indefenso.

No lo creía, pero Amanda también estaba allí. ¿Cómo demonios se había enterado…? El bocazas del ángel, a estas alturas todos sabrían de su astucia.

— ¿Qué demonios haces, Dante? ¡Podrías haberlo lastimado!
—Me llevaré a Ludmila a la ducha —escuchó a Cassie.
—Chequea que no este herida —intercedió Ian.

Eso último hizo hervir la poca sangre que le corría en las venas.

—Por… supuesto que… no esta… herida —murmuró con todas sus fuerzas.
Pares insondables de ojos se voltearon a mirarlo. El que ocupaba toda su visión frontal eran los de Amy, que se había arrodillado junto a él.

— ¿Qué mierda ha pasado en esta habitación, y por qué Lumi esta cubierta de sangre? —Gritó Dante— ¡Tú, maldito bastardo! ¡Cómo has podido!

Inmediatamente se le fue al humo, pero Amanda se encontraba bloqueándole el paso.

—Ni te atrevas a acercarte —lo fulminó.
—Eso ha sido peor que una patada en las pelotas, Amy, lo sabes bien. Sé que Lumi no es de tu agrado, pero ¿cómo puedes seguir protegiéndolo, después que casi la mata? ¡Eso no era parte del plan! ¡Se suponía que él iba a…! ¡Yo sabía que no tendría que haber confiado en una sanguijuela.
—Escucha lo que dices, Dan, ¡Escúchate por un momento! ¿Piensas que si él se hubiera alimentado de ella estaría así de débil?

Todos en la habitación murmuraron algo al unísono, pero Andrés apenas estaba conciente.

Amanda sacó su teléfono móvil del bolsillo trasero de su microscópica minifalda.

— ¿A quién llamas? —Preguntó Dante, con enfado.
—Benjamín. Tiene que traerle sangre de inmediato a Andrés. Mira como esta, apenas puede moverse, es obvio que él alimentó a tu pequeña.
— ¡¿Qué?!
—Alto ahí, grandulón —intervino Cass— usa ese tonito de voz con ella otra vez, y tendrás que contar tus pelotas en pequeñas miles de partículas luego que te las arranque.
—No sabes cuanto me gustaría probar esa teoría contigo, Cassie, pero no es momento —contestó el ángel, socarrón.

Andrés escuchó millones de hipótesis sobre lo que había pasado. Incluso vio como Cassandra, después de discutir con Dante, se llevaba a Lumi para darle un baño. Baño del que él estaría gustoso de hacerse cargo, si no fuera porque podía escuchar todo lo que hablaba el resto, salvo ponerse en movimiento. Sentía que sus músculos estaban hechos de cartón corrugado. Era una sensación espantosa.

Y para terminar de cagarlo todo, estaba seguro de una cosa. Le sería muy difícil continuar sin Lumi a partir de ahí.

**

Cuando Andrés volvió a despertarse, no estaba tirado en aquella habitación del pánico. Se encontraba en la parte baja de la casa, en el living, supuso, mientras miraba alrededor.
Abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro de su hermano, preocupado.

—Al fin —comentó Benjamín sentándose en la silla que había puesto frente a él.
—Ahora sí, galán. Queremos explicaciones —escuchó aquella molesta voz. Era Dante, que se situaba al lado del mayor de los Casablanca.

El resto, incluso Benicio y Galadriel, se encontraban en los extremos opuestos de la habitación, mientras que Ian y ese tal Damien estaban parados tras de él con los brazos cruzados.
Amy estaba a su lado, tomándolo de la mano, y se preguntó qué tan molesto le resultaba eso a su novio. Bien, estaba con ánimos de probarlo.

—No tendrías que tocarme así, preciosa. El bastardo que tienes de pareja podría ponerse algo… incómodo —le dedicó una devastadora sonrisa, que apagó de inmediato luego que ella le dio una mirada de desapruebo. 
—Tientas muy seguido a tu suerte, Andrés —comentó Benicio, muy tranquilo— aquí el bastardo de novio que tiene te dice que cuando estés en condiciones más normales, podría intentar patearte el trasero. No me aprovecho de los desvalidos.
—Te tomo la palabra —y tragó saliva, de repente le costaba mucho respirar.
—Bebe —su hermano le tendió una bolsa de sangre embasada.
—Gracias pero paso, me gusta a temperatura corporal.
—No seas quejica y arrogante. Tú no tomaras más sangre humana, más vale que empieces a conformarte con estas cosas —respondió Benjamín con tranquilidad.

Él se encontraba en perfectas condiciones como para decirle que eso jamás pasaría, sin embargo, Amy apretó nuevamente su mano, esta vez de manera amistosa.

— ¿Por favor? —le dijo ella, mientras acurrucaba su mejilla en su hombro— ¿Tan solo por hoy?

Sus ojos le escocían. ¿Por qué Amy era tan fiel a él, cuando era más que obvio que no lo merecía?

Sin una palabra de por medio, le arrebató a Benjamín la bolsa con sangre y se la bebió, así como hizo con las otras cinco que habían traído. No se sentía ni por cerca de bien como hubiera deseado, pero no tenía otra opción.
Amanda le dio un beso en la mejilla, acarició su brazo por un rato más, y fue a sentarse en dirección a Benicio, quién la recibió con un apasionado beso.

¿Es que acaso no existían los hoteles? Babosos.

Pero, sondeando la habitación, notó como Cassie no estaba presente. Lo que traducía que, seguramente, se encontraría con Lumi.

— ¿Dónde esta? —Dijo Andrés, poniéndose de pie.
— ¿Dónde quién? —Intervino Dante— espero que no hables de Ludmila, ¿o ya te crees con derecho a algo después que tuviste que profanarla?

Basta de esa astucia permitida. Andrés avanzó sobre Dante sin que nadie apenas lo percibiera, y le pegó un puñetazo en el ojo. Antes que la pelea pudiera pasar a mayores, Benjamín se puso en el medio.

—Paren con esto. Los dos.

—Será mejor que expliques lo que ha pasado en esa habitación, Andrés —intervino Ian— porque Lumi se encuentra… mejor de lo que hubiera creído, y tanta euforia por su parte no es con lo que pensaba encontrarme. Cassie apenas puede controlar el hecho que no baje aquí. Por más bien que este… tiene que… descansar.
—No le he tocado un pelo, si eso es lo que quieren saber —Todos se callaron.
—Explícalo —sugirió Amanda— por favor.
—Lo siento, pero no hay mucho que explicar. Es eso. No  he tenido sexo con ella.
— ¿De ningún tipo? —Preguntó Dante, curioso. Todos se voltearon para verlo, como si hubiera perdido la cabeza— ¡Vamos! Ya saben a lo que me refiero… No es necesario que haya una penetración para entablar el… sexo. De hecho, tal vez este hijo de puta hizo alguna otra cosa, esa clase de estimulaci…
— ¡Oh, ya lo creo así! ¡Demasiada información para mí, voy a ver si ya puso la puerca! —Gimoteó Damien, yéndose a la cocina.
—Totalmente de acuerdo, vayamos a ver si llueve —empezó Gala, siguiendo la dirección de Damien.
— ¡Ustedes son todos unos mojigatos! ¡No he dicho nada malo! —Les avisó Dante— Y de ti, rubia —dijo, refiriéndose a Gala— ¡me extraña luego de escucharte gritar cada vez que Benjamín… —Pero Benjamín ya lo había interrumpido con un gruñido.

Bien. Había perdido dos espectadores, lo cual era bueno, pensó Andrés. Muy bueno, de hecho, cuando la vida sexual de la que estaban hablando era la suya. Y mucho menos cuando estaban a punto de ventilar las practicas sexuales de su hermano, que estaban últimas en su lista de cosas que quisiera saber nunca.

—Se más claro, Casablanca —impuso su liderazgo Ian. Quién seguía cruzado de brazos, imperturbable.
—Yo… pensé que tendría que haber otra manera de… bueno, ya saben, evitar tener sexo —explicaba, pero le era difícil sabiendo que tenía que hablar de un tema tan delicado como aquel.

De repente, se sintió indefenso, avergonzado. Andrés solía tomar todo a la ligera, sin embargo… aquella situación con Lumi, les pertenecía a ellos dos. No podía hablar de eso sin ponerla en vergüenza a ella.

—Sigue —instó Ian.
—Se me ocurrió que… mi sangre sería la mejor opción. Ya sabes, nosotros curamos rápido, y sé que si ella bebía de mi la ayudaría a curar rápidamente las heridas que le producía… bueno, la falta de… sexo.

Todos esperaron el juicio final de Ian, en definitiva, el mentor de la pequeña era él, en cuanto a temas sobre lobos se tratase.

—Wow… bien pensado, no se me hubiera ocurrido jamás —dijo el lobo, mientras se rascaba la cabeza.
— ¡Ludmila, ven aquí! —Gritó Cassie, mientras bajaba de las escaleras.

Andrés se giró. No hacía falta verla, podía sentirla.
Cuando sus ojos se encontraron con el ruborizado rostro de Lumi, su cuerpo empezó a arder por la necesidad. Había estado tan cerca de ella… tan… íntimo, que le costaba hacer caso omiso de la situación.

—Bueno… creo que todos deberíamos dejarlos a solas un rato —sugirió Amanda.
— ¡Y un cuerno! No la dejaré con este asesino —gruñó Dante.
—Todos a la cocina. Ya mismo —ordenó Ian—. Deja ya de estorbar, bocazas, que él —dijo señalando a Andrés— ha sido más benevolente de lo que todos apostamos. Y por cierto —agregó— tú me debes mis cervezas —le recordó al ángel, que ya se iba junto a todo el resto largando maldiciones por lo bajo.

Así que habían apostado. Bien. Andrés se sentía feliz por haber hecho perder una apuesta al insufrible aquel.
Cuando todos se fueron, cayó sentado y rendido al sillón. Lumi se acercó y titubeó frente a él en lugar de sentarse en la silla que estaba a escasos metros del vampiro, la misma que había usado Benjamín cuando lo alimentó.

—Gracias. Cass me lo ha contado todo… yo… estoy… tan avergonzada —decía al mismo tiempo que movía sus pies, mirando al suelo.
Andrés tomó aire.
—No tienes nada que agradecer, no fue nada.
— ¡Jo! ¿Nada? A decir verdad, creo que me volví una ninfomana durante toda una noche ¿y tú dices que no es nada?
—Siéntate.
Ella obedeció, aún sin mirarlo a los ojos.
— ¿Cuán lejos llegamos ayer por la noche?
— ¿No es que la bruja te ha contado todo? —Andrés espero respuesta, pero maldijo en su lugar y continuo— haremos de cuenta que esto no sucedió. Estas libre de culpas conmigo.
—Bebí mucho de ti, ¿crees que no debo agradecerte el haber arriesgado tu vida por mí?
Andrés chasqueó su lengua, restando importancia.
Lumi frunció su nariz.
— ¿Qué ocurre?
—Es solo que… es como si pudiera sentir tu ansiedad. Como si… tu sangre dentro mío me contara todo lo que sientes. ¿Por qué me tienes miedo?

Para Andrés, aquella observación fue peor que una patada en el hígado. No había pensado en los efectos secundarios del intercambio de sangre. Por supuesto que ella podría sentirlo. Tenía una parte de él, dentro suyo.

—Yo no te tengo miedo.
Ella lo miró por primera vez a los ojos
—Debo estar loca, lo siento.
—No lo estas. Pero no es a ti a quién tengo miedo —confesó.
— ¿A qué, entonces?
—Le temo a quién soy, cuando estoy cerca tuyo —el vampiro se paró y se acercó a la niña, quién había retrocedido unos pasos, la tomó por la cintura, y la atrajo hacía sí— Ludmila… yo… —estaba a medio segundo de reconocer lo que sentía por ella.
—Dilo. Sólo… dilo —cerró los ojos.

Sin embargo, en lugar de confesarse, besó su frente, con los labios temblando.
Si no se iba de inmediato, no podría seguir conteniéndose.

**

Lumi abrió los ojos, luego de aquel cálido beso casto. Pero él ya se había ido.
Giró hacía todas las direcciones, lo único que encontró fue la ventana abierta. Corrió hacía ella, pero no logró verlo.

Se abrazó a sí misma, sintiendo un repentino frío. El día había sido largo, y lo que le esperaba al siguiente no era nada comparado con este.
Cerró la ventana, desesperanzada. Estaba segura que él le iba a decir que la amaba, pese a ello, la ilusión había muerto al abrir los ojos.

Como una horrible jugada del destino, la radio que había en el living se encendió, como todos los días, ya que estaba programada. Se escuchó de fondo, muy tenue, casi macabro, la canción “Crema de Estrellas” de Soda Stereo.

Cerró los ojos y escuchó con cuidado la letra de aquella canción. Se apoyó en el alfeizar de la ventana.

«E imaginé su rostro vívido, conversación astral, su cuerpo lunar, refugio celestial, y el PH de su saliva…»

Se llevó la mano a su boca, acariciándola como si estuviese sintiendo un beso tardío.
 Andrés era como el efecto lunar… el mismo que sentía bajo la luna… tan sólo estando bajo el gran círculo blanco, el vapor del viento mezclándose en su pelo. Llenando de alguna extraña vitamina su cuerpo. Dándole la fuerza para levantarse, a cada paso y error. Aspirando cada constelación.

Yo te amo, susurró.
Y una lágrima de cristal rodó por su suave mejilla.

**

No era de extrañar que se encontraran todos más que excitados.
Las filas del infierno habían empezado a formarse, y a medida que avanzaban, Franco estaba a la expectativa.
Probablemente piense que él solo podía encargarse de aquel asunto, pero Marcus no. Su falta de confianza lo exasperaba.
Junto a él, que al menos encabezaba el ejército, habían otros de su especie, al menos vampirica, puesto que él era el único mitad demonio. Sus sombras se arremolinaban a sus costados.
Cuatro demonios incorpóreos —pero capaces de lastimar muy bien— serían su protección, además de unos cuantos muertos sin alma que pagaban un precio demasiado caro por pecadores y otros tantos vampiros letales que eran parte de la patrulla del Diablo. Esa noche había estado con una manada de lobos que no tenían acceso a las puertas del averno, pero sí eran un buen contacto en el planeta Tierra. No eran mucho, apenas tres, pero bien organizados. Ni siquiera se había tomado la molestia de aprender sus nombres.

—Como saben, los estarán esperando —decía Marcus, haciendo notar su liderazgo frente a ellos desde el momento que los hizo formar, como si de un ejercito humano se tratara— ellos siempre están preparados —remarcó, aunque mostrando cierto dejo de importancia.

¿Dónde estaba Olimphia? Se preguntaba Franco sin escuchar absolutamente nada de lo que le decían. Él no lo necesitaba, era el segundo al mando. Sabía de qué manera moverse.  Tenía una necesidad sobrehumana de despedirse de ella.

Despedirse… bueno, hasta el próximo día, cuando volviera siendo algo más que un simple vampiro mitad demonio.

—Ustedes —dijo señalando a las sombras de demonios, inquietas— ya saben cual es su trabajo con Franco —por supuesto que lo sabían, cubrirle la espalda.
¡Como si lo necesitara!

Siguió dando más explicaciones, pero tampoco escuchó.
Franco se cobraría tantos años de frustraciones. Tantos años de estar subyugado a las órdenes de aquel cabronazo hijo de puta. Tenía pensado arrebatarle su puesto. Oh, sí que las cosas cambiarían…

—En la Guerra vale todo —continuó— pero esta vez, quiero que pongan empeño en una sola cosa. Amanda no puede ser herida. Y tampoco Andrés —con la mención de este último, todos los presentes empezaron a vociferar. Pero eso no amedrentó a Marcus— Andrés me pertenece. Y ella también. Al resto los pueden hacer barbacoa si quieren.

Y con eso, se esfumó.
Esa noche prepararían todas sus tácticas, lo que el resto no sabía era que, Franco buscaba algo más que lograr traer Amanda, inclusive a Andrés.
Marcus iría, obviamente, en busca de sus trofeos, pero el vampiro-demonio contaba con su ataque sorpresa.

Sólo aquel que pudiera matar al cuerpo del Diablo, era el único que podía reclamar su lugar. Su alma.
Franco siempre sería Franco, pero de ahí en más, su cuerpo hospedaría aquel terrible ser maldito, haciendo que sus necesidades como vampiro quedaran muertas en su cuerpo, convirtiéndose en el nuevo Amo de las tinieblas. No sería alguien distinto, su identidad nunca cambiaría en cuanto a personalidad, aunque algunas cosas se modificaban cuando se te metía el Diablo dentro.

Y era un concepto totalmente literal.

En apenas unas horas, el centro de su universo cambiaría. Y lo primero que reclamaría como suyo tenía nombre: Olimphia.

**

Los caminos fáciles siempre eran de su agrado. Sobretodo si eso le ayudaba a apagar la pequeña parte de humanidad dentro suyo. Sentir era para humanos que tenían que preocuparse por una vida corta promedio de setenta años o así, no para alguien que lo hacía eternamente.
¿Saben? El punto no era que, por ser vampiro, tenía que ser un desalmado hijo de puta, el punto reside en algo que nadie había explicado antes: ¿Creen que vivir por siempre es tan divertido como lo es el «por siempre joven» de Peter Pan? La gente se aburre de trabajar en un mismo sitio durante mucho tiempo, bueno, algo así le pasa a la gente inmortal. Sólo que es mucho peor.
Para Andrés, ver morir a sus padres —y habiendo bloqueado el hecho que, aunque no quisiera creerlo, ellos lo habían matado de alguna forma— ya era lo suficientemente trágico como para tolerar seguir perdiendo más gente. Entre otras cosas, ese fue el motivo mayor que lo empujó a una vida digna de olvidar, llena de excesos. Del único que podía preocuparse era de su hermano Benjamín, también inmortal. Y ni siquiera lo hacía, porque se había comportado como un terrible bastardo la mayor parte del tiempo.
Pese a ello, Andrés tenía esa enorme facilidad en cagar las cosas cuando parecían encajarle como anillo al dedo tan solo de perfectas que eran. Por ejemplo, Lumi era inmortal también, como todos los hombres lobos capaces de transformarse una vez al mes. En cuanto se transformara, podría gozar de una vida eterna. ¿Y qué hacía él, entonces? Escapar de ella.
Mientras tanto, iba a pie, caminando tan rápido que el ojo humano apenas percibía como un viento pasaba agitando sus cabellos. ¿Dónde demonios había dejado su auto Toyota Hybrid? ¡En la estancia! Se estaba maldiciendo por lo bajo. No es que le molestara caminar, y de hecho, nada compararía la velocidad con la que se podía mover un vampiro, pero vamos… ¿el término normalidad, les suena?

Cuando pensaba que su próxima estación sería frenar en el Vintén Lodge, un bar al estilo Los Ángeles, lleno de luces por fuera, con un marcado estilo «el último grito de la moda esnob» le llamó la atención.
Hubiera mentido si dijera que al menos leyó el nombre del bar una vez que estuvo dentro, porque de hecho, apenas se había fijado en eso.
Cielos, agradecía internamente a su hermano, que además de llevarle la cena, se había encargado de la ropa también. Al menos ya no estaba cubierto de sangre. Por ahora.
Con sus casi dos metros de estatura, y su aspecto de niño inglés, le fue muy difícil pasar desapercibido los primeros veinte metros que había caminado hasta llegar a la barra del lugar, y no se sorprendió cuando una de las camareras lo invitó a desplazarse hasta le sección VIP. Rió por lo bajo ante la absurda idea de que la muy idiota haya pensado que sería algún tipo de modelo famoso o algo así. Bueno, nadie paraba de repetirle jamás que era muy parecido al chico del comercial de Paco Rabanne, y  lo admitía: era mucho más ardiente que él.

Sentado entre el poco gentío que había en la zona de reservados, una niña de apenas unos veinte años (apenas lograba arañar esa edad, en realidad) se le acercó con una bandeja y una especie de cartilla alcohólica.

Andrés le dedicó una de sus sonrisas más seductoras.

—Estoy aquí para servirte —flirteó con él.
Ni que lo digas.
—Me temo, señorita, que lo que deseo no esta en el menú.
Bien. Para empezar, iba bastante rápido. Aún estaba hambriento, y vamos, nadie podía culparlo, en apenas unas horas estaría poniendo su vida en un campo de batalla. Necesitaba juntar fuerzas.
Y descargar algún tipo de tensión… digamos que sexual.
—Podría encargarme de eso —se aventuró ella, dejando la bandeja en la pequeña mesa que tenía enfrente.
Andrés se paró de inmediato, sonriéndole.
—Entonces vamos —él volvió a sonreírle—. Soy un hombre muy ansioso —le avisó, a medida que caminaba hacia el baño de hombres.
La chica mostró un atisbo de reparo respecto al lugar que Andrés había elegido, estuvo a punto de preguntarle si toda su condescendencia se había esfumado, o si más bien ella le tenía miedo. Pero de inmediato se sacó las dudas.
—El baño de señoritas. Es más propicio —explicó la mujer.

Una vez dentro, él se giró para mirarla por primera vez, mirarla de en serio. No pudo haber sido peor que una estocada en las pelotas. ¿Tenía que haberla elegido rubia, con todas las mujeres que había en aquel lugar? ¿Rubia y menor de edad? Cristo, estaba condenado de por vida a ser un cabrón incorregible.

—Pareces enojado —titubeó ella.
—Estoy hambriento —y de un momento a otro, con intención de borrar cualquier reparo de su mente, la tomó por las caderas, y con la pierna empujó uno de los baños disponibles.

Estaba muy, muy hambriento, y no se refería únicamente a la comida.
Por supuesto que no dejó que lo desnudara, pese a que fue la intención inicial de la mujer, que ahora se encontraba semidesnuda frente a él.
Tenía una minifalda de cuerpo microscópica, y no podía describir su top, porque ya había desaparecido. Con una mano encerró los grandes pechos de la chica/adolescente/mujer (que, no dudaba, habían pasado por cirugía)  y comenzó a lamerlos como un perro hambriento. La levantó y ella lo abrazó con sus piernas, rodeando su cadera, abierta para él.
Lo único que Andrés dejó, fue que la rubia desabrochara su pantalón, así agilizaba los trámites.

—Cielos, eres tan… caliente —gimoteó, mientras él apretaba sus glúteos y le dejaba marcas por todo el cuello.
—Cállate.
— ¿No eres de hablar mucho, verdad? —Preguntó, juguetona.
— ¿Quieres decir algo? Pues empieza a gritar, entonces —. Y automáticamente la dio vuelta, apoyándola contra la pared, dejándola de espaldas.

Ni siquiera quería verle el rostro mientras lo hacían. 

—Oh, sí —jadeó la chica al contacto.

Definitivamente ella gritaría, y de hecho lo hizo, cuando sin avistamientos él la penetro por primera vez, y por segunda, por tercera, y a cada estocada que le daba de manera furiosa.
Porque no tenía que ser tierno con una mujer que apenas conocía, ¿o sí?

Cuando por fin el hambre lo descontroló, pudo frenarse.
Mirarla de atrás, con esa cabellera rubia y contextura de niña salida del instituto, podría parecer tranquilamente Lumi.
Sólo que no lo era, él lo sabía. Y tampoco se sentía bien, porque con quien estaba teniendo sexo, no era Ludmila.
La dio vuelta para convencerse, y fue tal el enojo que sintió, tal la frustración que lo embargó, que mirándola a los ojos, la perforó con su mirada.
La rubia se encontraba más que saciada, y probablemente tuviera que darle de baja al sexo durante unas buenas cuantas semanas si no quería perder su aparato reproductor debido al maratón sexual que se había improvisado en aquel baño, sin embargo, no era ninguna idiota, y los humanos, al igual que los animales, pueden percibir lo maligno.
Así como un animal pequeño que se enfrenta cara a cara con el león, la mujer lo estaba experimentando… con un vampiro.
Antes de que pudiera titubear, o pronunciar palabra alguna, la mordió.

El sabor de hacer las cosas por las malas lo llenaba tanto que apenas podía controlar su euforia.

Sí, él la dejaría vivir, cerraría sus heridas con la lengua, borraría sus recuerdos, y empezaría a rezar para no levantarse al día siguiente con algún tipo de resaca de mierda.

Ni con la culpa. Esa bendita culpa que sentía cuando las cosas se le iban de las manos últimamente.

**

En sus sueños nadie la traicionaba. Nadie jugaba con ella ni con su corazón. En sus sueños no era una cazadora, ni había intercambiado su vida por una inmortalidad que de nada le servía estando sola. Por supuesto que si lo hubiera sabido de antemano, jamás hubiera accedido, pero lamentarse por cosas que no tenían un retorno más afortunado que la muerte, no servía de mucho. Y aún así, ella prefería la muerte.
Sus horas estaban contadas. Esta era su anteúltima noche. Al día siguiente, cuando terminara de ayudar a Andrés, él le daría lo prometido.

Vit se había vuelto a bañar. Después de pasar días y días caminando bajo el sol, sin dinero, sin nada para tomar o comer, sin bañarse, se estaba poniendo al día.
Como no había encontrado más ropa limpia, y definitivamente Andrés no era el tipo de hombres que podías pillar con una lavadora (más bien, seguramente tenía quién se encargue de esos quehaceres) se atrevió a entrar en una de las habitaciones para sacar algo de ropa. Por desgracia, Andrés era un hijo de puta psicótico, y su habitación estaba cerrada, pero otra no, y entró.
Se notaba que la gente que se hospedaba allí había decidido irse de un momento a otro, y cuando abrió el placard no se sorprendió en ver algo de ropa. Era la habitación de una pareja, pensó, puesto que el armario estaba dividido en sección masculina y femenina. Del lado izquierdo había apenas un par de vestidos de fiesta.
No, definitivamente Vit no se pondría una cosa tan formal para andar entre casa. Pero al menos… las camisas de hombre que allí estaban… se veían tentadoras. Tomó una y se la puso, le quedaba inmensa, pero al menos le tapaban los muslos.
Necesitaba su ropa, con urgencia. No es como si fuese a vivir mucho más tiempo, pero era absurdo ir a pelear con tu enemigo desnuda. Cuando Andrés llegara le daría la ubicación exacta de donde encontrar un bolso de ella con sus prendas. Las había dejado apenas unos kilómetros antes de donde el vampiro la había encontrado aquella noche. Se encontraba demasiado cansada y débil en esa oportunidad como para llevar algo más que su arma Theoul.

—Te encontré.
Sin acostumbrarse todavía a la sagacidad que tenían los vampiros para moverse, se dio vuelta y le propinó una buena patada a quien quiera que…
Andrés.
—Eras tú.
El vampiro se agarró de sus partes bajas, tratando de no mostrar el dolor que realmente sentía. Entre dientes, y con apenas voz, dijo:
—Mi amigo no te lo agradecerá.
Vit mostró aires de suficiencia.
—Eso para enseñarte que jamás debes tomar por sorpresa a una cazadora, cerdo insolente.
—Recuérdamelo mañana.
Se le hizo un nudo en la garganta. Vale, deseaba con todas las fuerzas del mundo morir, pero no era para ir gritándolo a los cuatro vientos.
Cambió de tema.
—Luces espantoso.
—Oh, descontando la patada en las pelotas que acabas de darme… supongo que por el resto estoy bien.
—En serio, luces espantoso. Y te has alimentado —agregó, olfateándolo.
—Supongo que es otro de tus superpoderes de cazador —se cruzó de brazos.
—Una mujer no debe revelar sus fuentes.
Andrés puso su mano en la clavícula de Vit, acariciándola. Ella se estremeció.
—Supongo que no —dijo, y se volteó para irse.
—Oye, antes que te vayas… necesito mi ropa… te daré la ubicación para encontrar mi bolso ¿vale?
—De acuerdo.
— ¿En serio que estas bien?
Lo vio vacilar y aclararse la garganta.
—Estupendo… estoy… estupendo.

Y finalmente la dejó sola.
Vit fue de nuevo a aquella habitación completamente vacía que estaba frente a la que se encontraba. Era una de las pocas que no estaba cerrada. Pero sí completamente vacía, como si alguien hubiera borrado cualquier tipo de rastro anterior.
Todavía no se había esfumado por completo el aroma, era aquel olor cítrico tan familiar. Diablos, era una jodida masoquista al entrar nuevamente allí. Si no hubiera sabido como había terminado ella… de qué forma tan trágica y sin previo aviso la había abandonado… hubiera jurado que se trataba de…
¡Ni siquiera podía nombrarla! No es como si después de tantos años no hubiera superado todo, y de hecho, internamente sabía que no. Pero… era imposible, ella estaba muerta.

Vit se recostó hecha un ovillo, abrazando las únicas frazadas que tenía la cama. Tendría que estar llorando porque al día siguiente moriría, y no por el hecho de morir, sino por no haber podido conseguir nada en toda su vida, y al contrario, haberlo perdido todo.

Todo, inclusive una mujer que jamás te perteneció, se dijo a sí misma.

Si hubiera alguna forma de volver el tiempo atrás… o una mínima esperanza de volverla a ver, de saber que ella estaba bien… tal vez sólo así podría reconsiderar su muerte.
Pero sabía que eso no podía ser.

Deja ya de ser tan estúpida, Violeta, se repitió, llamándose por su nombre, después de tantos años usando un diminutivo que por poco, la hacía olvidar su verdadera vida de mierda.
Finalmente puso su cara de lleno entre las sábanas, aspirando aquel olor que tanto la hacía recordarla.

Si tan solo estuvieras viva… musitó llorando desconsoladamente sobre la almohada. Amortiguando los gritos. Oh, Amanda, ¡si tan solo estuvieras viva!

Pero no lo estaba, así que ella la seguiría. Porque, de alguna forma, sabía con seguridad que el destino no podía ser tan cruel.
Necesitaba una despedida, que, al parecer, la tendría del otro lado, una vez muerta. 

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3 comentarios:

  1. Wowwww O.O No me esperaba nada de estooo. Buen capitulo Amandaa

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  2. ame el capitulo no fue exactamente lo que esperaba pero me encanto!!! fue por asi decirlo exitante, no fue ni por un milimetro lo que yo creo pero lo ame!! Amanda esuvo de verdad genial!!

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  3. sabia q Vit era Violeta...me encantó como Amanda defendió a Andrés...espero la conti

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