lunes, 21 de marzo de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 12 "La Caída."




¡Cielos, no! Pensaba Amanda mientras escuchaba ciertos ruidos, como decirlo, sexuales, desde la habitación de Benjamín. Se tapó los oídos y fue imposible. Maldita audición vampirica, protestó en voz alta mientras trataba de alejarse escaleras abajo.
En su intento, tropezó con Andrés, a quién no veía desde, bueno… desde que repentinamente el maldito patán la dejó hirviendo en la cocina después de sus practicas con el dulce de leche.

—Sí. Veo que… todos estamos despiertos. —Dijo apurado, casi avergonzado como si él mismo fuese el protagonista. Frunció el ceño y se quedaron mirando largo y tendido, bajo un reflujo de incomodidad.

—Sabes… —trató de empezar ella, sin terminar sus palabras.

—No —se apresuró Andrés— no es necesario que hablemos de eso. —Y bajó por las escaleras de forma fugaz.
No era la primera vez que pasaba esto, Amanda tendría que estar acostumbrada a este tipo de desplantes. Pero considerando que supuestamente él la amaba, pensó de manera repentina que quizá las cosas cambiarían.
Claro que no van a cambiar, desacreditaba violentamente. Por un momento deseó volver a su habitación para llorar, para despedir cualquier líquido salado por sus ojos hasta inundar la Estancia completa, pero bien sabía que esas eran cosas que una mujer no podía permitirse. Ya había llorado muchas veces delante de muchas personas, no podía sentirse orgullosa de si misma. ¿Acaso era importante para alguien? ¿Cuál era la razón de su existencia, si quien decía amarla apenas le dirigía la palabra? Recapacitaba con impaciencia al menos diez veces al día.

Entre los grititos de placer provenientes de la habitación —maldición— y sus estupidos e incontrolables desarrollos, su vista comenzó a fallar, miró alrededor con impaciencia y trató de abrir los ojos, pero era en vano, unas partículas negras y oscuras ocupaban su campo óptico. Miró a los costados y de las paredes sobresalía ciertas manchas negras que ascendían y descendían desde el techo hasta los cimientos. Se tambaleó golpeando una de las mismas y sintió un frío gélido helar sus huesos, tallándolos. Repiqueteó al otro lado y se agarró la cabeza fuertemente, un zumbido le daba la sensación de sangrado en sus orificios auditivos y  llevó la mano a uno de sus oídos para comprobar si lo estaban haciendo en verdad, pero no encontró nada, fue la representación de su nula imaginación que transgiversaban con la realidad, es decir ¿aquellas manchas y nubes oscuras, realmente estaban allí? Sintió una amarga secreción en la boca y apretó la mandíbula, no tenía hambre ¿cómo era posible sentir algo de esa índole? De un segundo a otro, desde el interior de su cuerpo hubo una explosión, que llegó hasta su cerebro imposibilitándola seguir en pie, cayó al piso —o eso era lo que realmente iba a pasar— cuando dos brazos la sujetaron con fuerza.

*

— ¿Dónde estamos? —Amanda se levantó en lo que sintió ella misma como un sueño mortuorio. Estaba exaltada, las paredes que veía alrededor cubiertas con un empapelado color piel y flores en diversos tonos de lila, no le eran para nada familiares.

—En la Isla de la Estancia, justo enfrente, claro que —decía Franco mirando a sus costados con una sonrisa turbada en la boca— bastante lejos del Vinten.

— ¿Bastante lejos? —los labios de la muchacha se apretaron con fuerza ¿qué era para él bastante lejos? De todos modos ¿por qué la había llevado ahí? Cerró sus ojos y evitó que se derramaran ciertas lágrimas de impotencia, estaba confundida.

—No te asustes —exigió con impaciencia— no voy a lastimarte, soy amigo de Andrés ¿recuerdas?

Por eso mismo. —Pasó sus manos trabando las rodillas flexionadas tal como las tenía, en cuanto de un brinco se sentó sobre la cama en la que había despertado. El lugar era bastante acogedor, pero no podía evitar sentirse como si estuviese a punto de entrar a una cámara de gas. Algo del lugar, y no sabía cual era la proporción que ganaba, le daba terror en la misma medida que paz. Era… como saber que vas a morir, morir definitivamente pensaba Amanda. Se aterrorizaba por imaginarlo, pero a su vez, la muerte es fácil ¿o no? Ahí quizá, dejando de existir, esta vez realmente, encontraría algo de eso.
Lo bueno era que esas manchas —o sombras— como su cabeza la corregía sin entender el por qué, habían desaparecido. Quizá había alucinado, o de eso quería convencerse, se habría desmayado y golpeado fuerte la cabeza. Fin de la historia. Pero no, lo que recordaba con mas nitidez fueron los grandes brazos rodeándola para que su cuerpo no se fundiera con el piso.

—Estas exhausta. —Dictaminó Franco. ¡Mierda, aquel vampiro la miraba como si se la fuera a comer! Amanda llegó a pensar que los ojos del muchacho eran un agujero sin fondo, profundos, y ciertamente le hubiese gustado saber a dónde conducía tremendo abismo.

Ok, ni lo voy a averiguar —se amenazó ella misma.

—Estoy exhausta, sí —afirmó llevándole el apunte y tratando ser lo más cortes que sus ganas o su humor se lo estaban permitiendo— no te conozco.

—Bailamos juntos el otro día —le comentaba el hombre, mientras con una sonrisa perforaba con sus dientes una bolsa de sangre, para verterla en una taza de boca ancha.

—Por lo que resta —Amanda tomaba aire— sigo sin conocerte.

Que no me mire, no lo mires a los ojos, no seas estupida —canturreaba ella por dentro, mientras apartaba la vista algo avergonzada. Él sonreía.

— ¿Qué te parece comer, eh? —dirigió el recipiente hasta sus manos. Amanda lo aceptó y se llevó el primer sorbo a la boca. —Para que veas que no te traje aquí con la idea de forzarte para… —entre la pausa que tomó, mostró como sus ojos centelleaban— hacer nada que no quieras —comentaba, reforzando el “nada que no quieras” como si tuviese un significado detrás— voy a dejar que formules tus propias preguntas.

— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó apenas dejándolo terminar la frase anterior.

—Te dije, te ves cansada —señaló su rostro y ella se estremeció de sólo pensar lo mal que se vería —y cuando te rescaté del piso, pensé que quizás necesitabas un tiempo a solas.

—Un tiempo a solas —se quejó ella— es… a solas, ya sabes, yo conmigo misma—, Miró al vampiro con aires regañones.

—Entiendo —él se cruzó de brazos al mismo tiempo que sus piernas también lo hacían,  su misma mirada tomó distancia aunque manteniéndose pendiente de los movimientos que ella pudiera efectuar. —Pero opino que del piso a este lugar no hubieses venido tele transportándote ¿o sí? —quiso saber, jocoso.
Por suerte, ella estaba bastante débil como para propagarle una buena bofetada, si bien él no le caía mal, no lo conocía. Cualquier excusa fuerte que pueda tener para no hablarle, no significaba, bajo ningún punto de vista, que tenía que ser grosera.

— ¿Tú me…? —Bueno, Amanda no era estupida, así que él había sido quien la recogió del suelo. Que bochorno, pensó.

—Sí. —Sonrió, maldita sea ella no quería verlo sonreír así.

— ¿No estaban los…. esos señores, cómo se llaman? —preguntó refiriéndose a los verdaderos dueños de la estancia, manipulados bajo el glamour de Andrés, aunque ella no lo sabía.

—Pedro y Clarissa. No. Ya volvieron —le aclaró— por eso pude traerte, sin la lancha de vehiculo no creo que te hubiese agradado que te sumergiera al agua dormida.

—Hubiese sido detestable de tu parte. —Trató de concentrarse en otra cosa, el chico le parecía agradable al fin de cuentas, había tenido una actitud amistosa al traerla a la Isla. Ella verdaderamente necesitaba descansar o… desconectar, mejor dicho.

— ¿De qué estas escapando? —Preguntó.

¿De qué escapo? Pues bien ¡no lo se! —su cabeza daba vueltas, mil veces trató de escurrir sus recuerdos para sacar algo en blanco, algo que le diera una razón para no escapar del lado de Andrés, simplemente estaba atada, impedida. Y lo que más la mortificaba era no saber qué. Todos nos equivocamos alguna vez, cometemos errores, es normal hacerlo. La vida era para Amanda, sin más introducciones, un conjunto de pequeños errores que la habían llevado al gran problema. Habría sido genial que, en el camino mientras cometía esas faltas, aunque sea, algún indicio le hubiera enseñado como huir de ellas. Pero inconcientemente ¿no era eso lo que la había arrastrado hasta donde estaba ahora?

—No lo sé. —Respondió tras unos segundos de pensamientos incoherentes, con ingenua seguridad— realmente no lo se.

—No voy a presionarte. —El muchacho lanzó su mano despacio, midiendo cada segundo al avanzar y la apoyó tiernamente sobre el hombre de Amanda, que se irguió para deshacerse del contacto. Al notar el rechazo, Franco sacó automáticamente su mano y sus ojos se entristecieron, de eso se había percatado ella, pero él continuó — ¿te gustan las historias de terror? —mientras la tomaba de la mano y se dirigían hacia la ventana de la casa silvestre donde estaban, dentro de la Isla.

— ¿No vivimos, acaso, en una de ellas? –la voz de Amy era sombría, estaba triste.
Miró hacia el frente, donde las cortinas abiertas dejaban lucir una noche fresca. En ese momento deseó estar en la playa, recostarse sobre la áspera arena y tomar algo de Sol. Dejar que los rayos solares penetren su piel y calienten su sangre, si fuese humana, por supuesto. Imaginó que allí se encontraba y mientras el muchacho la tomaba por detrás —sin dobles intenciones aparentes, sólo acompañándola mientras ella observaba el paisaje— pensó en el Mar. Fantaseó con la sensación de caminar sobre la orilla, pudo proyectar en su mente esa imagen, ella caminando mientras las olas llegaban minúsculas para rozar sus talones, la planta de sus pies. Casi pudo percibir la sensación de placer que esto le causaba y se agitó apoyando la mitad de su cara en su propio hombro, descubriendo que éste estaba ocupado por una de las manos del muchacho. Él levanto una para acariciar el pelo de Amanda y mientras ella viajaba con su imaginación llegando al punto de sentir la arena quemar en su piel, mezclándose con el agua salada del Mar, pudo percibir un leve susurro.

Bien… el paisaje es perfecto —la voz era de Franco.

¿Acaso está viendo lo mismo que yo? ¿Cómo es posible? —se preguntó Amy, pero estaba demasiado entretenida y fuera de si, como si su cuerpo se elevara. Rápidamente cualquier señal de cuestionamiento desapareció con aquel Sol cegador que vislumbraba como si estuviese a escasos centímetros.

—Andrés es muy afortunado al tenerte en la Estancia —comentó el muchacho, ella seguía por las nubes, incluso más allá de ellas— desconozco la razón por la cual no te haya enseñado este lugar —Amanda apenas prestaba un cincuenta por ciento de su atención, pero las palabras de Franco se filtraban en sus oídos. Estaba muy entretenida con los ojos cerrados, pensando que los tenía abiertos y que en verdad estaba dónde en realidad imaginaba— es algo así como su… digamos que trofeo de batalla.

— ¿De batalla? —la voz de Amanda era suave, como si hablara entre sueños, había caído en trance. Su cabeza tambaleaba de un lado a otro lentamente, era el efecto de las olas, ella creía que iba en una.

—Es tan modesto… —comentó Franco. —Seguramente no quiso presumir. ¿Estas escuchándome? —No hubo respuesta por parte de la chica— Amanda… ¿estas escuchándome?

—Sssssí… claro —era mentira, al menos la mitad lo era.

—Supongo que tampoco te habrán comentado ninguno de los hermanos, el valor histórico y sobrenatural de esta Isla. —Era lo que la mujer necesitaba escuchar para salir del ensueño tan maravilloso que estaba teniendo, lo raro fue que, pasó una vez que él desprendió las manos de sus hombros. Así como también había comenzado cuando los sintió acercarse por primera vez.

— ¿Qué tipo de valor? —preguntó, casi exigiendo una explicación inmediata, dejándose caer sobre la cama, mirando de reojo la ventana por la cual había estado alucinando tan preciado deseo de escapar, sola a algún lugar.

—Es emocionante —pudo alentarla, y la historia se puso en marcha—. Hace al menos unos miles de años, el Cielo, y me refiero realmente a él, se puso un tanto selectivo y paranoico —enarcó sus cejas, mirando a la chica muy firme— resulta que ahí arriba, como en cualquier ámbito de la vida, hubo unos cuantos que no eligieron correctamente.

— ¿Quiénes, exactamente? —exigió Amanda, mientras se acomodaba, intrigada.

—Ángeles, de Ángeles estamos hablando —cuando él lo dijo, la chica no pudo evitar recordar a ese tal Dante, que tan familiar le resultaba ahora y lo que Andrés quería con él, un Ángel Caído; su sangre, para librarse de cualquier relación que haya tenido con el Infierno. —Existen todo tipo de Ángeles, desde los Arcángeles, los más poderosos hasta los Caídos.

— ¿En qué se basan para serlo? —Amanda se llevó una de sus manos a la boca, pareciera que iba a comerse las uñas.

— ¿Los Ángeles Caídos? —Cuando ella contestó afirmando con su cabeza y los ojos perdidos, él continuó— Que han hecho para serlo, mejor dicho. No sabría decirte con exactitud. No conozco las reglas del Cielo, como veras, soy igual que tú. Pero las cosas más comunes suelen ser la traición a su raza o el incumplimiento en sus tareas… como por ejemplo… ser un Ángel, o aspirar a ser Ángel Guardián y enamorarse de quien deben proteger.
Amanda no supo por qué razón, pero eso la hizo palpitar, había algo en ese relato que le era familiar, a lo mejor… tan solo se sentía triste, ser rechazado de algún lado o que simplemente te echen, no la hacía sentir bien.

— ¿Qué tiene que ver este lugar con eso? —preguntó aclarándose la garganta.

—Hace quinientos años —retomó el relato— se dio lugar a una gran batalla entre los dos bandos. El cielo… y el Infierno. Claro que nunca se envían a los cabecillas de los mismos. Dios no se va a hacer presente, pero en ciertas oportunidades el Diablo sí, así sólo este espiando a lo lejos.

— ¿Por qué estaban peleando? —necesitaba entender la chica.

—A eso voy. Marcus —cuando Franco pronunció el nombre del Diablo, Amanda se perturbó— suele tentarlos, tentar a seres puros para que caigan, y así lo había hecho con Bassasael, quién perteneció al orden de los Arcángeles. Lo condenó a ser un Caído bajo trucos mentales tan fuertes y tentaciones tan prohibidas hasta que finalmente cayó del Cielo antes de querer suicidarse, al rozar el límite de la cordura. Claro que acto tal convierte a un Ángel del grado que sea en un Caído, sin importar su rango. Pero el problema no empezaba ni terminaba tampoco ahí. La tierra estaba infecta de despreciables seres despedidos del Cielo, Marcus realmente estaba creando una legión entre ellos y los repudiados. Los buenos no lo podían permitir, de ninguna manera.

— ¿Por qué fue hace tan poco? Digo, quinientos años es… reciente, teniendo en cuenta que todo existe desde siempre —aseguró ella.

—Hace quinientos años, la gota revalsó el vaso. —Su manera de hablar, su voz, pensó Amanda, es grave. Es como… si lo hubiese vivido. Pero él continuó —Este lugar —comentó señalando los alrededores— no era así como lo ves ahora. Aquí, donde estamos pisando en estos momentos, establecieron hospedaje permanente algunos Ángeles que trabajaban en la Tierra, protegiendo a los seres humanos de cualquier tipo de desastre. Y allí —señaló hacia la Estancia propiamente dicha, cruzando el Río a unos cuatrocientos metros —se hospedaban… todo tipo de seres sobrenaturales que, bajo ningún punto de vista, podrían hacerse llamar “celestiales”

— ¿Estamos en Tierra divina? —preguntó ella consternada y algo nerviosa, tenía miedo, lo que Franco le contaba le generaba temor.

—Estamos tentando Tierra divina en todo caso. —Sus ojos se ensombrecieron, mostrando un puente interrumpido por la mitad, si ella creyó alguna vez que los ojos del muchacho eran infinitos, se había equivocado, ahora había algo que lo hacía verse mal, verdaderamente mal. Amanda no entendió que había querido decir con “tentando” y sacudió su cabeza, confusa, él prosiguió —La fecha se acerca, y ellos vienen a buscar venganza, otra vez.

— ¿Venganza? Per… ¿por qué tengo que saberlo? —Ella no entendía que tenía que ver, apenas recordaba que había pasado para haber terminado encerrada en este momento con aquel hombre que apenas conocía, la duda y la incertidumbre comenzaban a aflorar.

—La historia aun no termina. —Le hizo saber el joven—. Cuando los enviados de Dios bajaron en legiones hasta este lugar, su lugar, se encontraron rodeados por los repudiados, ya sabes, vampiros, demonios de diferentes clases y grados que apenas conservan una estructura humana, mas bien son mutaciones; Ángeles Caídos, en su mayoría vengativos, y algunas muchas criaturas más —La mujer no pudo evitar recordar aquellas sombras que la habían envuelto hasta dejarla sin conciencia, y tras temblar unos minutos, volvió a poner atención en el relato de aquel vampiro— La pelea que se batieron no fue pareja, el Cielo no había perdido  una en siglos, estaban invictos. Pero esa vez fue diferente… —el paró su relato.

— ¿Por qué? —Estaba anonadada, no podía creer estar escuchando estas cosas, que meses atrás solo leía en libros, hasta ese entonces, sus favoritos. Ahora empezaba a preguntarse que mierda pensaba cuando esas historias le parecían geniales.

—La horda monstruosa que se había cargado el Infierno ahora tenía un integrante más en su sequito, mejor dicho. Dos. —Examinó el rostro de la mujer que tenía enfrente, con cara de asombro y espanto a la vez, al no ver ni un leve movimiento, siguió —Estaban bien equipados, no voy a negarlo. Pero… bueno, había uno entre esos dos que era mejor. Sin dudas lo era. Marcus quedó plenamente emocionado y excitado al verlo, hacia meses que lo venía preparando cuando lo encontró de casualidad vagando por el mundo. Él se adjudica todas las conversiones de los vampiros que hay en la Tierra, pero ciertamente eso no es verdad. Estos dos muchachos eran… ya eran así cuando él los conoció e inmediatamente no dudó en unirlos al especie de aquelarre que poseía en el Infierno. Lo cierto es que, este muchacho se destacaba, era realmente cruel. Tenía cierto poder que… ¿cómo decir? No se encuentra muy seguido. Pero por sobretodo… era tan malo y despiadado, que si me preguntaban a mí, era el pasaje seguro a ganar. Tenía un encanto… tan… especial para conectar con la maldad que, esa misma noche más de un Ángel femenino cayó ante él. Su belleza era… victoriana, parecía de la aristocracia. Y sus labios se plegaban para saborear el mal que estaba impartiendo, curvándose con una sonrisa sarcástica, daba miedo.

— ¿Qué… qué… qué fue lo que pasó? —la voz de la chica temblaba, a cada descripción que Franco le hacía, sólo se le venía una persona en la mente. Imaginó a Andrés acercándose para clavar una estaca en su pecho, y su labio inferior tembló.

—Como te dije, el Cielo jamás pierde un combate, pero esta vez las cosas no eran como siempre —su rostro se puso pensativo.

— ¿Quién… ganó? —preguntó ella con miedo. Franco, tras dudar si seguir hablando o no, continuó:

—Marcus sabía donde encontrarlos, cuando los dos bandos lo hicieron este mismo cielo que tenemos sobre nosotros empezó a sacudirse, como si fuese a venirse abajo. Y déjame decirte Amanda —se dirigió a ella con el semblante circunspecto, solvente— eso hubiese sido posible. Dado a que el Infierno fue quien ganó esa vez—. Cuando Amanda escuchó el veredicto final, se congeló.
No había necesidad que Franco entrara en detalles, ni que le dijera cuantas bajas tuvo el Infierno o su contrincante, a pesar de haber ganado. Simplemente, no necesitaba más, su cabeza reprodujo cada fragmento de la historia y la figuró en su cabeza. Ella no era precisamente un Ángel, es más, no pertenecía al Cielo. Pero un calor que ascendía desde su pecho subió hasta su cerebro, fritándolo, por la indignación que tenía dentro.

¡Yo no mataría jamás, ni a una mosca! ¿Por qué no puedo estar en el bando de los buenos? —Que lástima que no recordaba el día que mató por primera y única vez, pero suficiente cuando Andrés terminó poseyéndola. Pero… ¿su naturaleza como vampiro la justificaría? En todo caso, esa es la misma razón por la cual jamás va a poder formar parte de los buenos —al menos oficialmente— porque su complexión, su talante, no era el estipulado para estar detrás de esa fina línea llamada “el bien”. Esto no quería decir que ella no fuese una buena persona. Pensemos en el Rey de la selva, no dejaría de matar cachorritos ni aunque quisiera, tiene que sobrevivir, pero lo justificamos, es su temperamento. ¿No somos, al fin de cuentas, un individuo más en la cadena alimenticia?

— ¿Estas en este mundo, todavía? —preguntó Franco cuando sintió perder a Amanda, que lo ignoraba sin darse cuenta sumida en sus ideas.

—Sí, sí, sigue —ordenó de manera cortés.

—Cuando el Infierno derrotó al Cielo, Marcus no quiso que todo terminara tan rápido. Una vez que el mal predomina al bien, él tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que quiera, de volver al gran día una noche eterna. Sin embargo no lo hizo —Franco ni esperó que la muchacha le hiciera una pregunta, acomodándose en su silla, prosiguió—. Bien lo dijiste al comienzo de esta charla, Amanda —le aseguró el vampiro— esta lucha no viene desde hace quinientos años únicamente, se remonta desde que el Mundo fue creado. Cuando el Mal tomó fuerza, casi paralelamente con esta creación, hay una batalla constante entre las dos partes, sin importar como —contaba, tragando saliva— pero… piénsalo por un momento… son dos fuerzas, tanto el Bien como su opuesto, aunque parezca mentira, viven uno del otro sin reparar en las consecuencias. Dicen que el Universo merece un equilibrio, pero yo no lo veo posible sin esas dos medidas, no se si logras comprender —adjudicaba tan fervientemente, que ella pensó exactamente igual que su relator—. Así es como, la peor parte de la historia, si aun no imaginabas que empeoraría, estaba aproximándose.

— ¿De qué estas hablando? —preguntó Amanda, su labio inferior temblaba nuevamente, no se daba cuenta.

—Hay dos reglas que el Cielo tiene muy presentes—. Estiró sus ondulados cabellos para atrás como tejiendo con los dedos. —Cuando una legión de Ángeles baja a la Tierra para una lucha tan descarnada como esa, deben cumplir una regla fundamental, una que nunca pueden olvidarse o simplemente romper, porque no les está permitido. Cuando hay una baja en su ejercito —decía Franco, por alguna razón, Amanda no se sintió mejor escuchando la palabra “ejercito”— ellos están en la obligación de retirarse, dejando inconcluso el trabajo por más importante que sea.

— ¿Cuál es la segunda? —la muchacha apenas podía respirar del modo normal que cualquier persona lo hace, estaba desordena internamente.

—Aniquilar a cualquier ser demoniaco, desde vampiros, lobos, demonios —su mirada penetró a la mujer como mil astillas.

— ¿Lobos? —no podía creerlo, le fascinaban esas cosas… en los libros, más bien. ¡Ahora era todo tan distinto cuando la protagonista de su propia historia era ella!

—No vienen al caso. —Sentenció dejando de lado el tema para no desviarse. —A lo que quería llegar, sin más, es que… se lo que Andrés planea. —Cuando él dejó a la luz que estaba enterado, Amanda se encogió y se quiso hacer la idiota, pero ya era tarde. Franco lo sabía ¿para que negar? Por un momento trató de imaginar en qué momento Andrés se lo contó, cayendo en la cuenta que ella apenas se sentía un peón. —Y tienen que tener cuidado —le dijo el vampiro, casi en suplica agarrandole las manos.

—No me dijiste que fue lo que pasó después de la batalla, cuando todo terminó —exigió Amanda con desdén. Por supuesto que la historia le interesaba, aunque no encontraba el momento en el cual esta cita, donde lo que se proponía era brindar alivio a la chica, haya terminado en “Cuentos Crípticos, primera parte” pero en fin, Amanda supuso que Franco no debería de tener muy buen tacto con las mujeres por ser que era muy atractivo.

—Amanda… Marcus es el Diablo, tendrías que saberlo. —Se levantó de la silla donde estaba, para asomarse en otra de las ventanas de esa habitación de madera rustica en la que estaban. La mirada hacia los grandes árboles de la Isla era impagable, era una lastima estar ahí mismo bajo las circunstancias impartidas. El chico siguió con su relato, compenetrado de manera absoluta y casi profesional. —Deberías saber también que, él ama hacer mal, ama que esta lucha no tenga fin. —Sacudía su cabeza de un lado a otro, ella supuso que por la indignación— No hay nada que lo excite más que ver sufrir —contaba sin parar, señalando esa palabra como principal en una de las cualidades de Marcus—y no se conforma con un grupo de Angelitos desesperados por combatirlos. Me refiero a toda la humanidad, la que vive en este plano, la que esta en planos intermedios y las de arriba. ¡Maldición, mujer! —Exclamaba al mismo tiempo que se disculpaba con Amanda por ser tan grosero en frente a una dama— él hasta hace miserables a sus propios súbditos. ¿Por qué crees que Andrés quiere deshacerse de él? —Amanda quiso interrumpir, pero Franco se negó a darle lugar, a pesar de su caballerosidad. —El día que esa Guerra llegó a su fin, pudiendo haber elegido la oscuridad eterna y millones de plagas desde el Infierno para devastar a la humanidad, tuvo un plan mejor: seguir alargando la agonía de quienes esperaban de una vez por todas que el mal sueño acabe. Decidió, a pesar de haber triunfado, que les extendería lo que él llamo “el perdón” sólo para brindarles una revancha, una nueva oportunidad de vencerlo o intentar hacerlo, pero su cláusula, porque siempre tenía una que iba a joderte la existencia si la esperanza era al menos una chance, era terrible, algo obsceno para Dios. —Franco se puso en pausa, ella lo miró esperando, pero no hubo respuesta.

— ¿Qué puede ser tan terrible después de todo eso? —inquirió la vampira.

—Hacer caer un Ángel. —Y aunque eso no era novedad alguna para Amanda, después que él le contó toda esa historia, Franco tenía guardada la frutilla para el postre. —No únicamente eso, sino que se enamore de alguien. De alguien que no iba a ser elegida o elegido al azar, ningún plan de Marcus funciona como una casualidad de la vida. —Aseguraba Franco con recelo —Iba a tentarlo a procrear, aunque ni éste mismo iba a saber que lo estaba haciendo por algo, los controles del Diablo son muy finos y a distancia, tanto que el poseído nunca se entera. Una vez que se diera esa situación, el siguiente paso era tomar al humano, para matarlo. Pero claro, no es como si fuese a suceder inmediatamente, esperaría la ocasión indicada, así tuviese que esperar siglos —Amanda se enervó, los bellos de sus brazos se pusieron como cinches

— ¿Entonces por qué tanto trabajo? —Decía mientras se paraba para ponerse justo detrás de Franco, a su costado— Hay algo en esta historia que no me cierra por completo. Primero, acaso si es un Caído ¿no dejaría de tener ciertos poderes o no se, genética angelical? No entiendo —repetía sintiéndose rara y fuera de lugar, no sabía mucho sobre temas Celestiales, continuó— ¿Por qué iba a hacerlo procrear, si una vez que la semilla este plantada, iban a matar al humano? Veo que en este caso, claramente es una mujer.

— ¿Crees todavía que Marcus no tiene trucos? —preguntó molesto Franco, quedando como un loco frenético devoto al mal. —¡Los tiene! —Aseguró—. Por que una vez muerta, le iba a otorgar la mortalidad.

— ¿La mortalidad? —Amanda se puso tensa. —Quieres decir… ¿un vampiro? —Meneó la cabeza a los lados, pero él no la veía, seguía dándole la espalda. —Eso es estupido… ¿de qué podría servirle?

— ¿Todavía no te diste cuenta? —preguntó Franco— De esa forma estaría creando un monstruo, de esa forma el embarazo jamás llegaría en tiempo y forma. De hecho, embarazada y al instante asesinada, el mismo se interrumpe, pero dentro de su cuerpo quedan restos angelicales, por más que te empeñes en decir que un Caído los pierde al descender. Eso es una blasfemia. Siempre tendrá su esencia. Y la mujer convertida en vampiresa asignada al Ángel Caído, crearía una extraña raza que perpetua un monstruo que es vampiro, pero en sus venas, a su vez, corre el flujo celestial. El Cielo no iba a permitir eso, en cuanto la mujer fuera encontrada, sería destruida. —Sentenció Franco—. Claro que, no sin antes generar una buena lucha entre las dos facciones guerreras. Porque, por si no entendiste bien, eso es lo que Marcus quiere. Una contienda, una revuelta, una riña constante.

—No… puedo… creerlo —era lo único que Amanda pudo decir, estaba anonadada, el relato era terrible. A pesar de todo, a pesar de lo que escuchaba y de lo familiar que la historia le parecía sin poder entender la razón, sus pensamientos se dirigieron directamente a la persona que Franco contaba como terrible.

Su cerebro repitió hasta el cansancio las palabras que el vampiro que tenía enfrente le había brindado minutos antes: era tan malo y despiadado, que si me preguntaban a mí, era el pasaje seguro a ganar. Tenía un encanto… tan… especial para conectar con la maldad que, esa misma noche más de un Ángel femenino cayó ante él. Su belleza era… victoriana, parecía de la aristocracia. Y sus labios se plegaban para saborear el mal que estaba impartiendo, curvándose con una sonrisa sarcástica, daba miedo.

La duda no era su mejor compañera, ella la odiaba con todas sus fuerzas y tras pensar y recalcar si su pregunta no sería estupida o fantasiosa, quiso sacar su titubeo e ir directamente al grano, sólo conocía una persona así en el mundo, más allá que, lo veía de otra forma o al menos eso intentaba, tenía que despejar la incertidumbre y con mucha fuerza y coraje se animó a formular en voz alta, algo que, quizás, cambiaría las cosas.
Cuando Franco le dijo que ya se estaba haciendo tarde y lo mejor sería regresar a la Estancia, ella lo frenó tomándolo por uno de los hombros. Él giró con la mirada confundida, ella preguntó:

— ¿Quién es ese terrible hombre que…? —Siseó— Bueno, el que logró vencer al Cielo.

— ¿Estas preguntándome enserio? —El muchacho mostró una gran sonrisa irónica, Amanda se sintió desvanecer, se asustó cuando algo negruzco asomó por detrás de la espalda de Franco envolviéndolo. Las sombras habían aparecido y ella sintió ese horrible sabor amargo emerger desde el fondo de su paladar. Quería una respuesta, y necesitaba mantenerse en pie, al menos hasta escucharla. Franco por fin, después de una pausa, contestó a su pregunta—. Andrés. ¿Quién más? —El vampiro se le acercó sigilosamente, al mismo tiempo que ella se desesperaba en primer lugar por la respuesta, mientras acto seguido gemía de temor por aquellas manchas que se acercaban al paso con Franco. Él volvió a hablar —Andrés es el único ser tan despiadado casi como lo es Marcus, él es el único que podría haber echo algo así. No lo juzgues —pidió con fervor— En esta guerra, es ellos o nosotros. No hay elección. Debemos salvarnos.

Amanda no pudo soportarlo más, no distinguía ya que era lo que más la impactaba y desorientaba, si aquellas terribles nubes negras que sobresalían del muchacho sin que este se de cuenta que estaba siendo rodeado, o enterarse que su compañero, quién decía amarla, era el depredador más peligroso de la Tierra.
Cuando nada podía ser peor, perdió el conocimiento. Esta vez, no hubo brazos salvadores para sujetarla. 

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