lunes, 28 de marzo de 2011

Despertar II: ángel sangriento; cap 13 "Casus belli"




*Casus belli: en latín se puede traducir como "motivo de Guerra"



Y cuando venís en el atardecer,

Vos me despertás y todo se aclara
Cuando veo tus ojos.
Y cuando te vas dejas algo en mí
Tu perfume fatal, tu fragancia mortal.
Nadie pertenece a nadie, todo lo que vemos es irreal
Como agua entre los dedos se nos escurre la vida
Pero se lo que siento, quiero que estés conmigo ahora
No puedo ser tu dueño ¡sólo quiero tenerte cerca!
Somos libres como el viento y sería peligroso atraparte para siempre
Por favor no te vayas, todavía no puedo soltarte.

El otro yo – Despedida de arroz.

--

¿Cuántos días habían pasado ya? ¿Tres, dos, cuatro? ¿Una semana? Andrés había perdido la estupida cuenta, lo que sabía era que no podía seguir encerrado en su cuarto mirando el techo por un segundo más. Tenía hambre. Estaba entrando en el noveno día. Casi diez sin comer. Era una locura teniendo en cuenta que aquel hombre se alimentaba religiosamente de humanos y ahora sin probar aunque sea sangre embasada, estaba al borde del colapso.
La realidad era: no quería verla, no quería sentirla, ni mirarla a los ojos ni escucharla hablar. Pero como todo suceso que quiere evitarse, no hizo más que reavivar ese amor que sintió llegar a la superficie de su piel poniendo todos sus sentidos más vitales que nunca. Lo que había intentado —en vano— fue inútil sabiendo que ahora lo que deseaba ocultar en el fondo de su pecho había rebalsado con más pasión. No sólo que estaba muerto de hambre, lo cual era una ironía terrible, sino que deseaba ver a Amanda. Verla, besarla, observar su sonrisa y como esos dos pocitos de la mejilla se hundían, acariciar su cabello, contemplarla dormir… hacerle el amor.
Sacudió su cabeza ante ese pensamiento y frunció el ceño, odiándose por amar. ¿Cuántos siglos hacia que sus padres habían terminado matándose? Ya había perdido la cuenta, lo que sabía con certeza era que aun no lo superaba. Y tampoco superaba el jodido hecho que Amanda no lo amase como él a ella por un simple detalle: él estaba manipulando su mente. La chica no hacia nada por voluntad propia, había una fuerza que actuaba por ella diciéndole qué era lo que tenía o no que hacer.
¿Cuál era el problema existencial que lo mortificaba en estos últimos días? Uno más claro que el agua, ya no quería más. Se detestaba por sentirse tan desprotegido con el amor, pero quería gustarle, gustarle enserio, por decisión propia.
Se levantó de la cama y sintió por primera vez en tantos días matándose de hambre, porque al fin de cuentas era eso lo que quería, que su estómago le pedía a gritos morder un cuello, y su mente, esa tan sucia y perversa que poseía, le rogaba matar, asesinar masivamente a un grupo de chicas inocentes. Se chocó contra su mesa de luz y el velador cayó al suelo no sin antes hacer un buen escándalo.
Sin pensarlo más, cuando el rostro de Amanda volvió a cruzarse por su cabeza, entró en crisis. Ese muchacho no era él. Pero la decisión que tomó fue propia de su naturaleza, no la del vampiro, sino la del hombre, ese hombre cruel que no pensaría dos veces en arrancarle la cabeza a quién se le cruzara en el camino en estos momentos.
Abrió la puerta de su habitación dispuesto a volar como un trueno hacia la civilización y alimentarse, encontró a Franco, su amigo, parado junto a la puerta con cara de pocos amigos y el gesto algo confundido.

—Era hora que salieras del ataúd. —Bromeó pensando que sólo así conseguiría saber por qué rayos estaba queriéndose hacer el sufrido sin bajar a comer por tanto tiempo.

—Ya, déjame. –Y fue lo único que contestó, porque en cuanto chocó con su cuerpo disparó hacia la calle.

En el camino a la salida pudo ver la cara de Benjamín cruzarse con la de Gala, que estaban sentados en el living al costado del fuego. Y también la de Amanda quien tenía sus mejillas encendidas por el calor del mismo. También notó como ella se tensó al verlo y amago a ponerse de pie, pero fue todo.
Él ya se encontraba a kilómetros de ahí.


*


—Se que no tendría que estar aquí —decía la chica en la puerta de la casa de Benicio, tenía los ojos cerrados bien apretados, sólo hablaba. —Pero, es que te extraño y la casa está vacía con tu ausencia. No me retes, no me culpes, no me sermonees. ¿Okey?

Benicio abrió los ojos como platos. ¿Aquella mortal se había confundido de puerta? Lo cierto era que el barrio donde él vivía en San Telmo estaba bastante abandonado, las casas alrededor estaban sin habitantes. Algo en aquella mujer le hacía recordar a Amanda, eso le dolió. Trataba de no pensar en la mujer, intentaba que los días pasen sin más. Faltaban quince días para el dos de Octubre y el tiempo pasaba a cuentagotas. Pero esa muchachita, la cual no tendría más de dieciséis años, le recordaba a ella. Esa actitud era propia de Amanda. Allí estaba, buscando a alguien —él no sabía a quién todavía— aunque ese alguien claramente no la quería cerca, o le había prohibido buscarlo si mal no había entendido.

— ¿Estas perdida, niña? —preguntó Benicio con toda la seriedad que lo caracterizaba y vio como la pequeña chica rubia abría los ojos tan grandes como la tapa de una botella.

—No eres Dante. —Le contestó ella. El vampiro maldijo por lo bajo. ¿Acaso aquel estupido hombre le había dicho a alguien dónde encontrarlos? Sabía que era un idiota, pero ¿tanto como para cometer tal negligencia?

—No, no lo soy. La pregunta es ¿quién eres tú? —Benicio trabó sus puños y evitó respirar, la fragancia de aquella muchachita estaba poniendo su cabeza patas para arriba, desde hace mucho tiempo no se permitía tentarse, pero la maldita lo estaba haciendo. Se le hizo agua la boca.
Él no era el único que tenía pensamientos internos, aquella pequeña estaba encantada y nerviosa. Pensó en lo sexy que era el dueño de casa y si sus hormonas no la hubiesen controlado, ya le hubiese saltado encima.

—Soy… ehh… yo soy —titubeaba, como toda quinceañera. Porque Benicio se había equivocado, no tenía dieciséis, peor aun, quince.

— ¿Eres? —le preguntó mientras se llevaba su mano a la nariz. 

— ¡Hey no seas tan grosero! —lo retó la chica y él definitivamente tembló ante el recuerdo de Amanda, ella hubiese hecho exactamente lo mismo. —Ni que tuviese feo olor, acabo de bañarme, ¿ves? —y se acercó rápidamente a él, poniéndole el cuello prácticamente en su nariz de no ser porque el hombre le llevaba al menos tres cabezas de altura.

Distancia pequeñita —rogó el vampiro, sin saberlo la niña había hecho un movimiento bastante peligroso. Benicio seguía luchando contra la necesidad de hundir sus caninos en cualquier parte del cuerpo de esa adolescente. Ese pensamiento lo perturbó ¿cualquier parte de su cuerpo? Se dijo incómodo, de su cuello o su brazo querrás decir, repetía una y otra vez.

—Vengo a buscar a Dante, y se que el maldito está aquí, no hay necesidad de que se esconda en tus sexys músculos. —Cuando dijo eso, se llevó las manos a la boca, se le había escapado y ahora sus mejillas eran un rojo fuego, como el de su sangre.
Benicio se atragantó con su propia saliva y se tensó peor aun.

— ¿Cuál es tu nombre? —quiso saber, no entendía por qué, puesto que tendría que haber cerrado esa maldita puerta y haber dejado a la chiquitina del otro lado. Al menos por su seguridad.

—Ludmila —contestó— pero puedes llamarme Lumi, todos lo hacen —y le sonrió, demonios, él no quería verla sonreír, le generaba mucha ternura y por alguna razón se sintió un pervertido. Tampoco quería mirarla a los ojos, eran demasiado llamativos de color azul bien claro sin pasar a ser celestes, raros, por sobretodo.

—Bieeen, Ludmila —comenzó Benicio sin hacerle caso a su petición de llamarla con su diminutivo, ella lo interrumpió.

—Odio Ludmila, de hecho, creo que fui clara cuando dije que podías llamarme Lumi.
Benicio vio como la niña se ponía de puntitas de pie para ver el interior de la casa, él trató de bloquear su visión apoyándose en el marco de la puerta, en vano, porque en su primer descuido la mujercita había tomado carrera y ya estaba del lado de adentro, correteando en el interior. Benicio volteó los ojos poniéndolos en blanco.

¿Cómo dejo que me pasen esta clase de cosas? —pensaba dándose golpecitos en la frente.

— ¡No toques eso! —gritó, su voz recorrió toda la sala de estar, Ludmila, o Lumi como le gustaba que la llamen, dio un respingo poniendo cara de asustada.
Ya la cagué, ahora asusté a la niña, ¿qué más puede pasarme hoy? Se preguntaba.

— ¿Dónde está Dante? —preguntó con ojos de ternerito a punto de morir, y que cerca estaba sin saberlo.

—No lo sé. Desperté y ya no estaba. —Se quejó abochornado el vampiro. — ¿Vas a quedarte? Porque este lugar no es seguro para gente como tú. —Y la miró casi fulminándola, todavía recordando que si respiraba, la niña moría, y él no quería que eso pase.

—Donde esté Dante estaré segura. —Argumentó— ya sabes, él es un Ángel, nada podría pasarme. —Benicio respiró profundo, había terminado de caer en la cuenta que aquel hombre era completamente un infeliz, ¿cuántos humanos, como esta muchacha, sabían de la existencia sobrenatural? Apretó la mandíbula e invitó a que Ludmila se sentara haciéndole un gesto con la mano. Él por supuesto que había optado por acomodarse en la otra punta del gran vestíbulo, cuanto más lejos estuviese de aquella tentación que la sangre de esa niña le proporcionaba, sería mejor.  Claro que la niña no captó la indirecta, y se sentó casi encima de él en ese angosto sillón que había elegido, pero como era tan pequeña en comparación con el hombre, entraron los dos.

— ¿Qué demonios estas…? —preguntó confundido.

—Hace un frío de muerte aquí dentro, ¡por dios! —se quejaba mientras se acurrucaba buscando calor humano. Lejos estaba de encontrarlo en el cuerpo de un vampiro con aquel frío mortuorio, pero ella no lo sabía, cuando sus microscópicas manos rozaron las de Benicio, la carne se le puso de gallina—.  Estas congelado.

Esa situación había empezado mal y Benicio no apostaba a que termine de mejor manera. Por dentro maldecía una y otra vez, adjudicándose no tener peor suerte en esta vida. Por segunda vez en su existencia —la primera había sido Amanda— sintió ganas de llevarse a la boca un sorbo de la deliciosa sangre que Ludmila poseía. Porque podía sentir su fragancia en el ambiente. No sólo eso, un calor lo sofocó. Hacia muchísimos pero muchísimos años que no sentía el calor humano cerca de su cuerpo. Un dolor atravesó su garganta y la mirada que le dedicó a la niña que tenía al lado casi sobre encima de él fue algo más que una mirada hambrienta. Sus ojos bajaron por el escote que la pequeña Lumi tenía, tan acentuado e inocente a la vez si eso pudiera ser posible, se miró una de las manos, tan grandes como cualquier hombre de su edad. Recordó el pequeño detalle en aquella gran diferencia. Se preguntó cuantos años tendría, no le daba más de dieciséis, eso pensaba. Y al mismo tiempo que su mente calculaba la edad, su cuerpo quería computar como se verían sus grandes dedos al cubrir esos pequeños pechos tan inocentes.

— ¿Cuántos años tienes? —preguntó tan fuerte como su voz ronca le permitía.

— Quince. ¿Por qué?
El vampiro, por una leve fracción de segundo imaginó cuantos oficiales de policía serían necesarios para mandarlo preso y abrirle una causa por pedofilia.

*


Un fuerte dolor de cabezas, una terrible jaqueca. Eso era lo que estaba sintiendo en estos momentos Dante. Como un pelotudo, no abrió los ojos pero supo instantáneamente que estaba en el Cielo. Podría darse cuenta así se quedara ciego, sentía esa brisa veraniega filtrarse por sus venas, aquel olor tan particular. Sí, ahí estaba, tirado como un hippie idiota sobre el pasto. Extrañaba algunas cosas de ese lugar, pero no volvería y mucho menos si lo llevaban obligado o lo hacían aparecer a gusto y antojo de otro que no fuera él, en este caso esas dos cosas eran lo mismo.
Hacia unas semanas que había ido con Benicio y no sacaron muchas cosas en limpio, todavía no sabían donde estaba Amanda, y no le conocía la cara al imbécil de Andrés, quien en cualquier momento recibiría la paliza de su vida, o al menos eso era lo que Dante quería, además de matarlo, ultrajar su cuerpo y hacer que una manada de lobos lo viole hasta el hartazgo, claro que luego de clavarle varias estacas al mismo tiempo.

—Viniste —le dijo Alma sonriéndole.

— ¿Qué otra opción tengo, maldita sicótica? —El Arcángel no quito su sonrisa del rostro, a estas alturas toda persona que conociera a Dante entendería y lo más importante, soportaría al chico.

—Cierto, ninguna —y le dedicó una mirada complaciente.

—No hemos averiguado nada —adjudicó en su contra el hombre —no entiendo igual por qué tengo que trabajar con un vampiro, que te recuerdo, se considera como el enemigo, para encontrar a… —Él volvió a detenerse, le costaba pronunciar su nombre todavía.

—Es de la única forma que no te escucharán al llegar, a ninguno de nosotros — justificó Alma— ¿el factor sorpresa no es algo que te llame la atención? ¿No habías pensado en eso, eh?

— ¿Qué es lo que quieren ahora? —preguntó Dante algo fastidiado. No había pensado en la minucia, ni había caído en la cuenta que Alma tenía razón, con uno de ellos, los vampiros, de su lado, todo el aquelarre vampirico jamás los percibiría llegar a la hora de la batalla. Ellos sólo perciben a los de su clase, sin distinguir sexo o nombre, sólo sabiendo que quién se aproxima tiene su misma condición y no pensarían que vienen a combatir precisamente en contra de su misma raza. En cuanto a demonios, porque Dante estaba seguro que habría de esos también, son lo bastante estupidos como para no distinguir nada, apenas sirven para pelear o ser un palo en la rueda bastante molesto a la hora del enfrentamiento, pero nada de otro mundo, nada que él con tanta experiencia no pudiera lidiar.

—Han activado la maldición. —El Arcángel puso cara seria y expectante ante su confesión, como esperando que su acompañante dijera algo al respecto.

— ¿La han activado? ¿Cómo es eso? —todo su cuerpo se tensó frente a lo que acababa de enterarse. Cuando la última Guerra se había desatado, la Isla dónde tendría que activarse nuevamente la maldición quedó deshabitada. Los Ángeles hacían sus bajadas todos los dos de Octubre en otras zonas Santas, esperando el momento que aquella herejía se produzca: la mujer mitad demonio y mitad Ser espiritual fuera creada. En el Cielo se llamaba demonio no exactamente a los demonios propiamente dichos, sino que también a los vampiros. El punto culmine de esta situación era en el cuál aquella chica convertida en vampiro, teniendo fluidos celestiales dentro de su cuerpo, pisara aquella tierra donde se juró la condena.

—Sabes muy bien de que se trata, Dante. —Señaló Alma— En el fondo lo sabes, pero te lo estuviese negando todo el tiempo. Escuchaste cosas que creías que eran mitos, pero yo te diría y te afirmaría ahora mismo: son verdades. Fuiste un Ángel repudiado muchísimos años, casi te perdonamos la existencia, y sabes que los repudiados también son Caídos, sólo que no oficialmente, claro.

—No se de lo que estas hablando Alma, yo no soy quien elije estar aquí —Se quejó.

—Sin embargo puedes seguir ascendiendo porque no eres un Caído consumado. Hay que hacer algo para serlo, y tú simplemente te arrancaste las alas—. El Arcángel hizo una breve pausa seguida por un resoplido— ¿no quieres saber por qué? Bien, yo te lo diré. Te diré todo desde el comienzo. —Dante no interrumpió, pero abandonó su mirada sarcástica, nada bueno podría salir de esta conversación, al menos para él. —Estabas en la lucha el día que todo el Cielo cayó. El día que ellos nos vencieron. Eras uno de mis Ángeles protectores Dante, se que no has olvidado eso. Y la historia no se borró de tu mente así porque sí. El Diablo nos perdonó la vida al menos por unos cuantos largos años, pero no por eso bajó los brazos ni dejó de manipular a todo Ángel que pudiera. Me quería a mí, pero soy muy fuerte para brindarle mis servicios. ¿Todavía no adivinaste por quién optó, teniendo en cuenta que tanto aquí en el Cielo como en la Tierra, cuando bajábamos tú eras mi protector? —ella dio un paso al frente para tocar el hombro de Dante, pero él se corrió con aplomo. Había captado la indirecta, la había tomado al vuelo, entendía hacia donde se dirigía Alma y eso le fastidiaba, pero siguió escuchando— Fuiste su elegido, y te hizo caer, por eso arrancaste tus alas. Nosotros no lo pasamos por alto, pero hay algo que no sabes a la perfección: todo Ángel Caído primero es un repudiado. Me extraña que siendo parte de nuestro mundo real jamás te hayas dado cuenta que nosotros aceptamos la verdadera redención. La esperamos de tu parte, pero sigues empecinado en amar a esa estupida vampira. Ya no hay más lugar para los de tu clase en el Cielo, y esta va a ser la última vez que nos veamos las caras, al menos del mismo bando.

— ¿Están expulsándome? —Dante no se iba a poner a discutir si amaba o no a Amanda, él sabía lo que sentía por ella y este no podía ser el final.

—Te expulsaste hace mucho tiempo, querido. —Respondió Alma, impoluta—.  Pero hay más. Tu vampiresa no es quien dice ser, o tengo entendido, quien cree ser. Ella es sólo el instrumento que usó Marcus para hacerte caer —el muchacho miraba al Arcángel con cierta desconfianza, sus piernas empezaban a temblar y se agarró el cabello unas cuantas veces— Ella vivió y fue humana desde mil novecientos sesenta y nueve. Conoció a un vampiro, no por azar, sino por voluntad del Diablo quien puso a sus títeres a andar, y cuando descubrió la naturaleza de aquel demonio del cual se enamoró perdidamente, Marcus la fue a buscar con sus dos hombres de confianza, Benjamín y… Andrés. La mataron y sellaron un pacto con aquel vampiro del cual ella se había enamorado, él sin saberlo pensó que su máximo castigo iba a ser convertirla en un Ser sobrenatural, que esa era su gran condena, sin conocer que lo peor estaba por venir. Cuando ella reencarnó, porque esa era la cláusula para devolvérsela años más tarde, la cruzaron en tu camino, y ahí te hicieron caer, desde el Infierno. Haciéndote creer que realmente estabas enamorado, tanto así que decidiste arrancar tus alas.

—Estas.jodiéndome —apenas pudo contestarle Dante con la mandíbula apretada. ¿Eso era posible? Él, ¿victima de una maniobra infortuna del mal?

—Cuando Amanda falleció, no fue el destino. —La voz de Alma comenzaba a elevarse, tanto así que Dante sintió que le gritaban. — ¡Era parte del plan! Tenía que morir para poder nacer convertida en una persona, si así podemos llamarla, mitad demonio mitad Ser celestial, porque cuando lo hizo, ya te habías encargado de dejarla embarazada.

— ¿Qué? —Dante, ahora un Ángel Caído, no podía creer lo que estaba escuchando. Toda su ira guardada y empaquetada dentro de su corazón se había desmembrado.

—Claro que ese embarazo jamás llegó al fin común que mantienen los humanos, puesto que esa misma noche falleció con tu semilla dentro. Y al convertirla en vampiro desde el Infierno, pasó a ser lo que Marcus quería que fuese, una herejía para el Cielo. Pero ya está Dante. Este es nuestro último regalo, nuestro último favor. Estas expulsado, esta información te la doy porque pretendo que vayas a buscarla, queremos que la alejes de ellos y la devuelvas a donde pertenece, Benicio es un vampiro indefenso, no es gran problema para nosotros siempre y cuando no se interponga en nuestro camino.

— ¿Qué tiene que ver él en todo esto? —preguntó entre llantos Dante, elevando su voz.

— ¿Quién crees que es el amor verdadero de Amanda? —Alma enarcó una de sus cejas. Dante no respondió nada, esa información solo alimentó su desconsuelo.

— ¿Dónde voy a encontrarla? —quiso saber y el Arcángel se acercó tocando su frente. De un segundo a otro pudo visualizar el lugar.

Ya había olvidado la contienda donde había sido la Guerra. Al haber quedado eliminada del mapa una vez que todo resultó mal, los Ángeles de cualquier grado sean, tenían prohibido dirigirse allí. Era como si la memoria hubiese sido borrada. Ahora recordó todo, las caras, las muertes, la feroz pelea. Y no sólo eso, sino que distinguió a alguien más. A Andrés. Si pensaba que no lo conocía estaba muy equivocado. Ahí lo vio en el tiempo, por su culpa todo esto estaba pasando.
La mujer que había amado, o creyó haberlo hecho, no le pertenecía, ni en esta vida ni en la que siguiera. Fue todo un espejismo. Fue toda la razón por la cual cayó. Se sintió usado y se negó a que eso fuera verdad, pero lo era.
Benicio, con quien tendría que unir fuerzas para buscarla, era su verdadero amor, de repente le dieron unas inmensas ganas de partirle la cara. Primero por mentirle, y luego por estar enamorado de la misma persona. Todavía seguía sintiéndolo así. No podía simplemente pensar que todo fue una mentira para sacarse a la mujer de la mente, o peor aun, del corazón. Porque ilusión o no, ahí la tenía.
Sintió un fuerte viento filtrar su cuerpo, estaba cayendo, ahora, para siempre. Siendo un Caído no podría volver así Dios lo quisiera, pero claro estaba que eso jamás pasaría.
Una cosa era buena: sabía donde encontrar a Amanda.
¿Algo en contra? El Cielo la quería muerta y él no lo sabía. Confió en lo que Alma le había dicho, sin saber que hasta los mismos Arcángeles tienen sus trucos. Si le decían que la idea era otra, Dante jamás accedería a buscarla o por el contrario lo haría y encontraría la forma de protegerla.
Pero esas eran las reglas. La mujer tenía que morir. Era ella o el hombre que venció al Cielo aquella vez, Andrés. Con él muerto, la maldición activada quedaría sin efecto y ella bueno… a salvo de que una legión de Ángeles busque aniquilarla. 

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