sábado, 26 de marzo de 2011

Relatos cortos sobre Despertar: Amanda&Dante: Amor en Roma y el Infierno.


Estos relatos cortos no son correlativos (es decir, son historias cortas apartadas de lo que es la historia de la saga) y son de autoría propia de Amanda Velocet. 

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El cielo estaba estrellado, una maravilla al fin estar a treinta kilómetros de Roma en Castelfusano. Era  de noche y hacia calor, Amanda pudo sentirlo subir por todo su cuerpo. Cuando llegaron y el atardecer comenzó a caer, no se preocuparon por la hora, por el tiempo, por el lugar, por nada. Sólo ellos dos bajo la luna, bajo las estrellas como testigo.
Amanda traía un bikini blanco con cuello Marilyn, tenía algunos detalles en negro pero muy diminutos y la parte baja era una especie de mini-short, algo que Dante odiaba por completo. Mientras ella estaba recostada sobre la arena, porque le gustaba sentirla fundirse en su piel una vez que salía del Mar y se calentaba sobre su cuerpo, Dante se había metido al agua, la invitó varias veces con la mano y ella negó entre risas.
Él estaba dándole la espalda a unos cincuenta metros, caminando entre las olas que apenas rompían en la orilla y ella podía distinguir las dos marcas en su espalda, a sus ojos vampiricos se podían ver con determinación desde que empezaban hasta donde terminaban.  Tenían un color metálico muy fino, como una runa tatuada con la cabeza de un alfiler.  Si pensaban que a la chica le daba escozor o la intimidaba, estarían equivocados, puesto que era una de las cosas que más le gustaba de Dante. Amaba ser un vampiro y tener la dicha de ver aquellos rasgos y defectos del muchacho con tanta nitidez. ¡La humanidad era tan ciega al no poder apreciarlos! Reiteradas veces ella se preguntaba de cuantas cosas así uno se pierde durante la vida. Tenían los ojos tan abiertos y se perdían de tantas cosas como si estuviesen ciegos, que ella los compadecía la mayoría de las veces.
Lo cierto era que, las cicatrices que Dante poseía después de arrancarse las alas para estar con ella en todos los sentidos existentes, le encantaban. Adoraba acariciarlas y aun más cuando se encontraban, bueno, en momentos determinados donde lo corporal manda más que la mente. Habían descubierto que al tacto, los hacia transportarse a un segundo plano donde, el deseo, era lo que predominaba. Y era totalmente literal. Cuando Amanda posaba un dedo sobre ellas, podía sentir lo que él, desde amor, hasta odio de un extremo a otro, y cuando mantenían relaciones sexuales lo mismo ocurría. Por esa y miles de razones más como la aceptación, Amanda las adoraba.

Dante se dio vuelta y ella pudo verlo sonreír, se sintió tentada a levantarse de una vez y acercarse a él, para que le de calor humano, aunque francamente, no lo fuera por completo, la sangre de Ángel corría por sus venas.
Si necesitaba algo para convencerse que su lugar era al lado del chico dentro del agua y no allí afuera como una estúpida, lo obtuvo cuando él le dedicó otra sonrisa tan amplia que Amanda casi podría haberse descompuesto de la electricidad que recorrió su cuerpo. Aquellos dientes blancos que brillaban a la luz de la luna la volvían loca. Ver el agua recorrer de a gotas hasta vendavales por el cuerpo estructurado y musculoso que Dante tenía, la iban a hacer perder la razón a mitad del camino recorrido para encontrarse con él. ¿Cómo un humano podía provocar que ella perdiera el juicio y sus piernas temblaran de la forma que lo hacían? Gracias a Dios que él no la vio venir, seguía dándole la espalda cuando ella se paró luchando contra las pequeñas olas que rompían a esa profundidad contra su cintura, claro que no mucho, puesto que casi ni un terremoto podría devastarla.
Cuando él giró y la vio sus ojos claros resplandecieron y ella pudo ver como se reflejaban en el Mar. Miró hacia abajo y luego hacia la cara del muchacho cuando sonrió avergonzada como una niña. Él se iba acercando muy lentamente, Amanda sabía bien que iba a terminar en tragedia en cuanto su piel la tocara y le propagara esos mensajes de fuego que solía enviar cuando se fundían en uno mismo.

-Estás congelada –le dijo Dante al oído. Cuando él le susurraba ella sentía ese calor más fuerte y ese denso aliento dulce que sólo un Caído del Cielo podría tener. El bello de su piel se inflamaba, tembló unas cuantas veces y se metió de lleno en el hueco que el pecho de Dante, tan amplio y voluptuoso, solía brindarle.

-Estoy muerta, querrás decir. –Corregía ella cada vez que el muchacho hacía alusión a su temperatura corporal. Él le tapó la boca con su dedo índice y la contrajo con más presión sobre su cuerpo.

-Jamás vuelvas a repetir una cosa así. –Sonaba como una amenaza, su rostro estaba serio, con el mentón le acarició la frente a la vampiresa y fue bajando poco a poco, su boca ahora ocupaba cada rincón en el rostro de la chica. –No estás muerta –le dijo y con su dedo pulgar le acariciaba el hombro. –Al menos no para mí.

Dante fundió sus labios tan calientes, carnosos y llenos de sangre –al igual que todo su cuerpo –sobre la boca de Amanda, el muchacho a veces se olvidaba que ella podría comérselo, hablando enserio, utilizarlo como cena. Ella evitó respirar unos segundos y cuando se separó de su tacto jadeó, pero esta vez no era por la contención de autocontrol acumulado, esta vez fue lujuria, pasión, deseo, frenesí, vehemencia. Amanda le rodeó el cuello con las manos trabándolo por detrás y subió sus piernas sobre las caderas de Dante, él le dio la bienvenida con más que manos abrasadoras. 

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