domingo, 1 de mayo de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 1: Agonía.






Espero que haya una forma... 
Que me de una señal que tu estás bien.
Recuérdame nuevamente que esto es muy importante,
Así podré ir a casa

—Memories, Whitin Temptation—



Habían pasado treinta días desde la batalla, pero Amanda sentía que esa cantidad se traducía en siglos. Aún así, no entendía a que se debía el agujero en su pecho. La falta de latidos por parte de su corazón nunca la hicieron sentirse mal jamás.
Entre los vampiros había una teoría que algunos afirmaban y otros decían que simplemente eran estupideces: cuando uno amanece como tal, la primera sensación que se siente es un gran desconsuelo. A los humanos se les pasa por alto lo acogedor que podía ser el latido del corazón, hasta que no lo tienen. Bien, las leyendas avalan que muchos de los de su especie terminan enloqueciendo una vez convertidos por la falta de los mismos.
Amanda estaba más o menos, emergiéndose en ese camino, en el de la locura.
Su caja torácica estaba presionaba por dos rocas que le impedían respirar, que le bloqueaban la capacidad para hablar y hacerse entender mediante palabras. Hacia un mes que estaba dentro de esa habitación con cerrojo, la cual abrió una sola vez hacia apenas diez días, cuando los gritos de desesperación retumbaron las paredes y Benicio la tuvo que tirar abajo para obligarla a alimentarse.
Ella no quería comer, y si le hubiesen preguntado, tampoco estaba segura de querer seguir viviendo. Pero… la comida era necesaria. Mientras debatía sus inseguridades, no pudo hacer más que permitirse darle unos sorbos a aquella sangre envasada a la que le sintió un gusto amargo, que le provocó unas terribles ganas de revolcarse y pedir que la maten. No era huelga de hambre, era huelga de «acaben con mi agonía de una vez
Tenía mucho tiempo libre ocupado en la nada misma, ocupado a restituir en su mente todas las cosas que habían pasado, no era algo bueno puesto que eso le daba más ganas de clavarse una estaca ella misma con sus dos frágiles manos.
Se sentía miserable, se sentía abandonada, perdida, la pena disparaba a su corazón a tal velocidad que a veces tenía que poner la mente en blanco para acallar sus fantasmas. No tenía a dónde ir, por más que Benicio la quisiera junto a él. El objetivo se le había perdido, no encontraba el Sur.
Cuando miraba las paredes de su habitación, ella entendía a la perfección que el lugar no había cambiado para nada desde el último día que había estado ahí. Las paredes púrpuras seguían estando en el mismo lugar al igual que el gran espejo, la confortable cama y su placard de babel —haciendo alusión a la verdadera Biblioteca de Babel, interminable en libros y estanterías—con la diferencia que todo lucía espantosamente mal. No es que hayan cambiado, de hecho el lugar estaba intacto. Ella era la que había cambiado. Ella, simplemente ella era la que veía todo distinto.
La situación era una mierda, igual que todo alrededor, cuando oyó una voz que la llamaba desde la ventana, la misma se había abierto por un fuerte viento, dejándola casi sorda por el ruido. Era su voz… Amanda podía reconocerla entre miles. La estaba llamando, le pedía que se acercara al alfeizar. Cuando su cabeza empezaba a desbocarse avisándole que sólo era una alucinación, ya se encontraba parada, o intentando pararse puesto que sus piernas fallaron. ¿Hacía cuando que no se permitía estar en pie? ¿Cuántos días habían pasado desde que utilizó sus músculos para trasladarse de un lado a otro? Estaba acalambrada, no sentía sus extremidades. Pero necesitaba levantarse, el sonido de aquel susurro que entraba por la ventana se hacía cada vez más fuerte. Si no se aproximaba rápidamente sus oídos iban a estallar en miles de pedazos.
Cualquiera podría haber pensado, viéndola, que la mujer estaba en plena recuperación de parálisis. O que le habían pegado un tiro rozándole una zona delicada, haciendo que su motricidad pendiera de dos hilos. Le costó horrores ponerse en pie, pero lo había logrado.
Con mucho pánico de no encontrar nada al otro lado de la ventana, tocó su pecho con uno de sus desgarbados dedos y acarició el lugar donde su corazón alguna vez latió, ella no podía quitarse esa costumbre de encima, no veía la necesidad vital de comenzar a hacerlo ahora.
El fuerte viento volvió a penetrar el lugar, abriendo a su paso la puerta del placar de Amy, dejando al descubierto para ella misma el espejo que se encontraba en el lado de adentro. Cuando se vio reflejada en él no pudo evitar llevar su otra mano a la boca, que permanecía abierta por el asombro.
Lucia realmente mal, apestaba. Su figura tan rellenita y voluptuosa no era más que un recuerdo, ahora se encontraba desalineada, había perdido notablemente peso, y estaba más pálida que nunca. Tanto así que, a medida que se acercaba a aquel artilugio, olvidó por completo la voz que la llamaba. Cuando estuvo a medio milímetro del mismo, sus brazos cayeron a los costados. No paraba de mirarse. Desconocía a la muchachita reflejada, pero bien sabía por sus adentros que era ella. Su piel estaba más albina que de costumbre, con la diferencia que ahora parecía como si hubiese estado sumergida en agua por días. Unas fuertes venas color violáceas cubrían cada extensión de piel, y llegó a pensar que en algún momento se volvería por completo de ese color.
Cuando bajó la vista para seguir torturándose, se preguntó dónde habían quedado sus pechos, y más aún, qué era lo que había pasado con su ropa.
La única vez que se cambió, fue para quitarse aquel vestido endemoniado que Franco le había cocido el día de la batalla. El muy desgraciado se había tomado la molestia de ser su modisto. Si le hubiesen dado a elegir a Amanda, hubiese prendido fuego la prenda, pero con todo el dolor del alma, admitió como la misma fue la que dio presencia en el momento que Andrés, arrebatado por una bocanada de pasión, había roto. Por primera y última, puesto que no se le borraba ni por un segundo cual había sido el final de aquel hombre, que casualmente, dio inicio a su ahora miserable y perdida vida.
Amanda no entendía por qué demonios, cada vez que lloraba, en vez de lágrimas se encontraba con caudales de sangre. Pues bien, así estaba su ropa ahora, impregnada de ese líquido, y no sólo eso, sino que cuando cerró la puerta del placard para evitar seguir viéndose, giró y observó como las sabanas de su cama se encontraban igual. Ya no eran blancas, pasaron a ser del color de la sangre seca. El olor tampoco ayudaba mucho, pero por supuesto que no era algo que le importase demasiado.
Titubeando si tirarse de la ventana o simplemente acercarse a ella para encontrar sólo un rostro que le interesaba, dudó  unos instantes. Una cosa necesitaba para ser feliz, y si asomarse para encontrarlo, no encontrando nada en realidad era con lo que se iba a toparepcionaba,ndo nada en realidad, la desepcionaba, tal vez nunca mpara encontrar semasiado. or del alma, admitia de los mismos.… tal vez nunca más se recupere a partir de ahí.

*

Estaba regia. Llevaba puesto un vestido color piel con encajes blancos que la hacían verse de la realeza. Bien ceñido al cuerpo como a ella le gustaba. A diferencia de los otros que tenía, éste era ajustado desde que calzaba en sus pechos, hasta la bajada en las curvas de sus caderas. La espalda estaba descubierta y sólo llevaba un chaleco color coral, muy finito. El verano había llegado, claro que Galadriel no sufría los calores, era un vampiro y la temperatura corporal no existía en su vocabulario. Pero la rubia vampiresa con cara de niña y cuerpo de mujer, entendía a la perfección que los humanos estaban prácticamente asándose. Por esa simple razón tenía que actuar como uno de ellos, y a pesar que su ropa favorita era la de invierno, desempolvó de su equipaje su vestido veraniego. A diferencia de Benjamín, quién iba al volante del auto con una camisa blanca abrochada hasta el cuello, mangas largas.
Iban directo a la casa de Benicio, sin avisar. Si fuese por Benjamín, nunca más hubiese salido de la Estancia, los ánimos no se lo permitían y tampoco sabía cuando lograría superar la perdida de su hermano menor.
Por suerte tenía a Gala a su lado, la cual sufría enormemente, sin embargo era un gran sostén. No es que ella y Andrés hayan tenido una relación muy cercana jamás, descontando los años que el mayor de los Casablanca los había querido emparentar, pero por el simple hecho que a Benjamín le doliera, era suficiente para sentirse de una manera u otra, afectada también. Y vaya que lo estaba, su novio vampiro no podía cambiar la cara de roca que tenía desde hacia un mes.
Desde que la batalla había terminando planteando una clara baja por parte de su equipo, Benjamín se había encerrado día y noche en el cuarto de Andrés.
Guardó la Daga de Jade tal como él se lo había pedido, pensando en qué mierda había querido decir su hermano con «cuando llegue el momento, sabrás que hacer con ella.» ¿Andrés había supuesto que algo malo le pasaría, dando por contado que Benjamín tendría ganas de utilizar esa daga clavándosela en el pecho a sí mismo? No lo sabía con exactitud, tampoco quería pensar mucho en ello.
Gala estaba muy preocupada, él casi no comía, no dormía, y tampoco hablaba mucho. De Amanda no sabían nada preciso, y la vampiresa se sintió una porquería de persona por caer en la cruda verdad que, como amiga, estaba dejando bastante que desear. La pequeña rubia sólo se ocupó de Benjamín, olvidándose por completo de Amy, a quién adoraba con todo su ser, sin embargo, pasó todo un mes sin acordarse de ella. Le dieron ganas de llorar por tan poca muestra de integridad moral, ¿qué le hacía suponer que a Amanda no le importaba nada lo que había pasado? Al fin y al cavo, si Galadriel conocía en este mundo otra persona además de su novio, a la que le importara realmente Andrés, esa sería Amanda. Su pecho se contrajo de sólo imaginar el karma que estaría soportando su amiga.
Otro tema que la preocupaba sobremanera, era imaginar con qué se encontraría una vez que llegaran a casa de ese tal Benicio. Lo conoció el mismo día que todo se vino abajo.
Hacia apenas unas noches atrás, Benjamín le contó como fue todo. Resulta que Benicio era el amor verdadero de Amanda. Gala quedó por demás sorprendida ante aquella aterradora historia de amores perdidos, pero más se sorprendió cuando conoció la faceta de su novio como un vampiro depredador que hacía cada cosa que Marcus pedía, entre ellas, enterarse que Benjamín fue en definitiva el que acabó con la vida de Amanda aquella vez, cuando tan sólo era una simple humana. Claro que él le explicó que no estaba al tanto de lo que el Diablo planeaba, ni de cómo toda esa cosa había pasado de ser una simple tarea a una guerra descarnada años después.
Gala inquirió en el no tan pequeño tema del Ángel Caído, pero Benjamín no sabía mucho respecto a eso, más que hacerle saber que Dante, tal como se llamaba el hombre, fue en la segunda vida de Amanda, otro instrumento del macabro plan de Marcus. Lo había hecho caer, tentándolo. Así que esa era la situación, Galadriel estaba nerviosa, más aun cuando conocía que otra persona entraba en la historia. La niña de rizos rubios que había aparecido en la Isla al final de la pelea, para distraer a Benicio y a Dante. Ninguno de los dos sabía quién demonios era, pero presentían que Marcus no la había llevado por nada, tenía que haber una razón.

— ¿Ya llegamos? —. Preguntó Gala, con una voz tan dulce que Benjamín se sintió culpable por ignorar. El hombre intentó mil veces merecerle, portarse como un caballero y demostrarle su amor, tal como lo venía haciendo hasta hacía un mes atrás. Pero estaba impedido, no podía hablar si no era mostrando un dolor escondido, que quería camuflar ignorando que estaba ahí.

— Sí. Llegamos —. Benjamín apretó el volante. La casa le traía muchos recuerdos, entre ellos, la forma en la que todo comenzó. El vampiro se echó reiteradas veces la culpa. Si tan sólo hubiese investigado antes que era lo que su hermano planeaba, la posibilidad de haberlo detenido a tiempo hubiese sido algo probable. Sin embargo, cayó en la conclusión que Andrés se había caracterizado siempre más por lo necio que por sumiso. Pero era en vano todo eso, cuando Benjamín se enteró por completo del plan, lo apoyó, sin pensar que las cosas podían salir mal, tal como sucedió.

— Es mi culpa estar aquí —, dijo Gala mientras acariciaba una de las manos que Benjamín todavía tenía sobre el volante, al mismo tiempo que dejaron de ser tensas para caer sobre su pierna.  — No pensé en el daño que esto podría causarte… siempre estamos a tiempo de regresar. No es necesario —. Ella se acercó y besó la mejilla del muchacho.

—Debemos saber como se encuentra ella —. Contestó él. En definitiva, Benjamín sabía que Amanda amaba a Andrés, tanto como lo había hecho su hermano. Le debía una visita, por más dolorosa que fuese.

Con una rapidez extraordinaria, Benjamín se encontraba abriéndole la puerta del auto. Gala agradeció el gesto y bajó del mismo. Como si presintiera algo la mujer alzó su vista hacia arriba, una de las ventanas de esta inmensa casa a la que habían llegado —a juzgar por como lucía desde afuera— estaba abierta. Galadriel siempre fue experta en estados de ánimo, sabía intuirlos, y algo le decía que las cosas no iban bien. ¿Era esa la habitación de Amanda?
Sin más preámbulos, los dos se acercaron a la puerta, cuando Benjamín sin avisar, tocó el timbre. Gala lo besó por última vez cuando la misma se abrió.
Allí estaba él, tal como la vampiresa lo recordaba. ¿Cómo juzgar a Amanda? El hombre era hermoso. Galadriel apenas pudo sonreír, era imposible no caer bajo sus encantos. La mirada de aquel hombre, así uno conociera a Amanda o no, sólo decía «le pertenezco a una mujer.» Ella entendía el significado, puesto que aquella mujer no era más que su amiga.
El cuerpo de Benicio se tensó ante la visita, tanto así que Benjamín pudo percatarse de cómo en unos segundos la puerta casi se le cierra en sus narices. Cosa que no fue posible cuando Benjamín puso su mano sobre ésta, impidiendo que sucediera.

— Tengo derecho a verla —. Fue lo único que el mayor de los Casablanca dijo.

— ¿Ah sí? —, contestó Benicio con indignación. — Señálame algunos de tus derechos, porque aquí no veo ninguno. —Era increíble lo que podían hacer unos meses con Dante, cualquiera podría afirmar que esa contestación saldría únicamente de su boca.

— Discúlpame —, empezó Gala, un poco fuera de sí al ver como maltrataban a su hombre. — No hay necesidad que seas tan grosero. —Benicio se volteó para verla por primera vez, con una expresión en su cara como si tuviese enfrente a un puerco que habla. Galadriel agradeció al Cielo, esa era una buena señal, Amanda al menos tenía a su lado a un hombre que no ponía los ojos sobre otra mujer que no fuese ella, a menos que sea para fulminarla dándoleonada de s sobre otra mujer que no fuese ella, a menos que sea para fulminarla con una terrible muestra de desprecio. ido algo  una mirada con una terrible muestra de desprecio. — Además —, seguía — Soy su amiga, si eso no es ganar el derecho, pues explica cómo. —Y cruzó sus brazos, esperando una respuesta.

— Desapareciendo de mi vista. —Ordenó el vampiro.

—No… te atrevas…. A… hablarle así. —. Era Amanda. Su voz apenas era audible, y cuando Benicio se dio la vuelta para observarla, todo de por sí daba lástima. La muchacha estaba sosteniéndose con la cabecera del sillón, con su pequeño brazo presionando su estómago.
Gala atravesó el espacio que las distanciaba, llevándose por delante a Benicio que estaba con los ojos abiertos de ver a la vampira en esas condiciones, y más aun, de verla en otro lado de la casa que no sea la habitación. Desde que habían llegado, no pudo hablar con ella, sólo la vez que irrumpió en su cuarto, tirando la puerta abajo para obligarla a comer. Las únicas palabras que cruzaron fueron mínimas, Amanda le había pedido que se largue, nada más.

— Cariño —, decía Gala entre pequeños llantitos. — ¡Te he echado tanto de menos! Perdóname… —Le decía, mientras besaba cada extensión del rostro de Amanda. Nadie podía a partir de ahí juzgar ni un segundo a la rubia vampiresa, pocos se hubiesen atrevido a si quiera rodear a Amy al verla en esas condiciones tan deplorables, sin embargo, aquel acto de amor era propio de una verdadera amiga, de una amiga como Gala.

— ¿Perdón, por qué? —Amanda empezó con una serie de catarro que hizo estremecer a todos en la sala. — ¿No vas a irte pronto, verdad? —Sus ojos fueron filosas agujas para Gala, que su última intensión era que esa visita dure horas, si era por ella, se la llevaría a la Estancia de regreso. No planeaba alejarse.

— Me quedaré todo el tiempo que me permitas —. Contestó con el rabillo de los ojos puestos en Benicio, que lejos estaba de comprender la situación. Poco sabía de aquella mujer rubia que estaba invadiendo su casa. — Pero tú necesitas asearte, ¿entendido? Vamos, yo te ayudaré con eso.

Dispuesta a acompañarla a la sala de ducha, hubo  una interrupción por parte de Benjamín, quién carraspeó con su garganta para avisarle a todos que aún se encontraba ahí, en el marco de la puerta esperando una invitación. Cuando Gala se dio vuelta para mirarlo, Amanda pudo por primera vez observar al  hombre. Galadriel, quién la tenía prácticamente colgando de un brazo notó como ella se descompensaba. Su cuerpo estaba en caída libre hacia el piso y fue Benjamín quien a velocidad vampiro se acercó a ella para sostenerla, desprendiéndola de Gala. Esa fue la mayor cercanía que alguna vez tuvieron esos dos individuos. Era conocimiento público que Benjamín detestaba a la muchacha, al menos así  había sido desde un comienzo, claro que, casi al final, comprendió muchas cosas, entre ellas, que la chica era una buena persona, y que a pesar del resultado, fue la única mujer que alguna vez mereció el cariño de su hermano.
Ahora la tenía ahí, sujetada a todo su cuerpo como una garrapata.
Los ojos de Amanda mostraban debilidad, empezaron a llenarse de un líquido color rojo y Benjamín sintió la frágil presión que los dedos de la muchacha implementaban para no soltarse.

— Viniste a buscarme —, habló Amy con la voz desgastada. — ¡Sabía que no me dejarías! ¿Por qué tardaste tanto? —Comenzaba a llorar, impregnando la camisa blanca de Benjamín con sangre, debido a las lágrimas que la mujer desprendía de sus ojos.
El vampiro no entendía nada, miró a Gala una vez, miró a Benicio que se acercaba a él con aires asesinos, y volvió a poner la mirada sobre el rostro de Amanda. Se sintió el peor. Su fría cara de roca contenida por tantas semanas estaba desprendiéndose, había una sola cosa que probablemente las palabras de Amanda significaban: ella se había confundido a Benjamín con Andrés.
Un fuerte sentimiento de morbo sacudió el cuerpo del hombre, destrabando la contractura que tenía por el dolor. Eso no podía estar pasando, no era justo que la mujer que perteneció de alguna forma a su hermano, lo confunda con él, cuando éste estaba muerto.

— Yo… —, contestaba Benjamín con un dolor que hundía todos sus sentidos, arrojándolos fuera de la pista. No era una persona de llorar, pero la situación ameritaba. Trabó las ganas mordiendo sus labios, al mismo tiempo que cerraba sus ojos, presionándolos para no llorar cuando Amanda levantó una de sus manos para acariciar el rostro del vampiro. La sensación no era agradable, definitivamente no lo era. Gala le hubiese partido la cara a la mujer, muy por el contrario entendía la situación y le daba mucha pena.

— No vuelvas a dejarme —Exigió Amanda, mirándolo a los ojos, o mejor dicho, obligando a Benjamín a que los abriera. Cuado éste lo hizo, le dedicó una mirada triste. Los dos habían perdido a un ser querido y ninguno había tenido un duelo decente, no cuando vivían encerrados evitando el mundo exterior. — Te amo, ¡no vuelvas a dejarme!

Se lo había dicho. Amanda no amaba a Benjamín, amaba a Andrés, su hermano, a quién casualmente estaba confundiendo.
El mayor de los Casablanca no soportó la situación y abrazándola, miró fijo a Benicio, que estaba enfrente suyo de espaldas a Amy, observando todo sin entender, y le preguntó:

— ¿No ha querido comer, cierto?

— ¿Eso qué tiene que ver? —Quiso saber Benicio.

— ¿Qué tiene que ver? ¿No lo imaginas? —. Nadie hubiese pensado alguna vez que a aquel hombre le preocuparía la salud de Amanda, no cuando meses atrás la llamaba «Monstruito» pero la realidad era que a estas alturas sí le importaba, y verla así de desprotegida lo partía al medio, más cuando recordaba lo gruñona que era. Y más cuando pensaba que en cuanto tome conciencia otra vez, la chica estaría dispuesta a bañarse en lavandina si caía en la cuenta de la forma en la que le estaba hablando ahora, o de cómo lo estaba abrazando. — Esta enloqueciendo, Benicio, me extraña que no lo sepas.

— Se niega a comer, es la primera vez que baja de la habitación en un mes, ¿cómo podría obligarla? Ya no se que hacer. —El vampiro estaba preocupado.
Benjamín ignoró la respuesta del  hombre. Puso su mirada fija en la de Amanda, se iba a odiar por lo que a continuación haría, pero no quedaba salida, a menos si quería a la mujer de nuevo en sus cabales.

— Escúchame una cosa, bonita —, le decía a Amanda, tomando el mentón de la mujer con sus manos temblorosas por la incomodidad. —Gala te ayudará con el baño, pero luego tienes que prometerme una cosa.

— ¿Qué? —Preguntó ella.

— Antes vas a comer. Mucho.

— Lo que tú digas —. Contestó ella, plantando en los labios de Benjamín un fuerte beso. El muchacho lo aceptó confundido y rígido. Sus manos cayeron a los costados. La cosa era incomoda. Pero se imaginó que lo peor no había llegado cuando escuchó rugir a Benicio al otro lado, preparando sus puños para embestir contra su cara. 

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