martes, 10 de mayo de 2011

Despertar III Efecto Lunar, Capitulo 2: Maremoto de emociones.





«Cuando la brisa veraniega ascendió con un viento suave y caluroso por todo su rostro, sonrió y entreabrió los ojos un poco. El Sol estaba cegándola, pero que bien se sentía. Estiró sus brazos al mismo tiempo que cruzaba sus piernas sobre el pasto, alejada de todos… salvo de una persona, Dante.
Él le había prometido que la llevaría a algún lindo bosque y cumplió. Allí estaban, los dos.
Lumi tenía apoyada su cabeza en las piernas del Ángel, mientras él acariciaba sus cabellos largos y dorados al tiempo que la miraba con cara de adoración. Estos eran los pocos momentos —si no es que los únicos— en los que una paz ensordecedora pero completamente apacible y agradable, los reunía haciéndolos una sola persona en el mundo.
Cuando la muchacha miraba al Cielo, se preguntaba como sería la vida allí, como podría estar en estos momentos con un hombre que cayó de ese lugar.
Lumi se giró hacia su derecha, poniéndose de costado muy despacio para no romper el contacto que tenía con Dante, él seguía jugando con el pelo de la niña entrelazando algunos mechones con sus largos y ásperos dedos, ahora bajaba por su cuello formando pequeños círculos sobre él, Lumi cerró sus ojos, el placer que eso le daba era impagable e inexplicable, presionó bien fuerte una de sus pequeñas manos contra la pierna de Dante que se encontraba estirada, la chica estaba reprimiendo sus ganas de llorar. Cuando vuelvan, la vida sería otra vez igual, estar en esa casa al cuidado de Amanda, que todavía no salía de su habitación. Escuchar por la noche y por el día los gritos que la mujer proliferaba, a veces Ludmila creía que estaba muriendo, o por el contrario que alguien había entrado a atacarla, lo cierto era que nada de eso pasaba, pero los hombres de la casa no le daban muchas explicaciones. Odiaba ser una niña, odiaba que nadie le preste atención. La odiaba a ella.

— ¿Por qué me haces esto? —Quiso saber Lumi, que se levantó rompiendo el contacto con Dante. Sus labios estaban presionados tanto así que Dante se los tocó para que ella dejara de morderse, su piel en esa zona se estaba poniendo blanca.

— ¿Hacerte qué? —Él quería que ella volviese a la posición fetal en la que estaba anteriormente, la voz del hombre era suave, le brindaba una paz interior que en estos momentos la niña necesitaba.

—Sentir quererte de esta manera. —Contestó bajando los ojos al mismo tiempo que sus mejillas se teñían de sangre en el lado de adentro—. Duele.

—Yo también te quiero, nena. —Y besó su frente.
Aquellos suaves besos que él depositaba en la frente de la pequeña Lumi podían ser mágicos o… trágicos, como en este momento, cuando no pudo contener más sus ganas de llorar. Dante se fue apartando de ella para verle el rostro mojado, y se contuvo de decir nada más. Las miradas hablaban por sí solas.

— ¿Qué anda mal, muñeca? —Pretendía saber Dante, mientras con una de sus grandes manos alzaba el mentón de Lumi para mirarla a los ojos.
Era increíble como aquel muchacho se ponía frente a la niña, de repente se le olvidaba lo mal nacido que podía ser a veces.

—Lo amo. —Admitió sin dar nombres específicos. Algo en su mirada anunciaba que algo iba terriblemente mal.

—Tú no puedes amarlo. —Los hombros de Dante se tensaron haciendo que su cuerpo estalle al contacto. Lumi tuvo miedo que apenas un poco de viento lo tumbara a pesar de lo rígido que se encontraba. Una mirada errante más que ella le regalase, y todo verdaderamente acabaría por irse al demonio.

—Es que… —Dante la interrumpió poniéndose de pie.

—Dije que tú no puedes amarlo, es un monstruo. ¡Es un vampiro Ludmila, un vampiro! —Su mirada era acusadora —. No se por qué no me sorprende, sabía que te habías enamorado de Benicio, pero ¿tan lejos ibas a llegar? Él no te ama.

—No es a Benicio a quien amo. —La revelación hizo que la sangre de Dante hirviera por dentro desgarrando sus carnes. —Estoy enamorada del asesino.»



¿Había sido un sueño? Lumi despertó exaltada, su camisón color rosa bebé estaba casi pegado a su cuerpo, sentía calor. Miró a uno de sus costados y Dante se encontraba durmiendo como un enajenado. La niña llevó una de sus manos al pecho para tratar de aplacar el corazón, que galopaba como escapando de algo, —o de alguien— se repitió sin saber por qué.
Cuando miró el reloj cayó en la cuenta que había estado durmiendo más de doce horas. Se sintió confundida, tratando de recordar el sueño. Todo le pareció tétrico. El Cielo brillando sobre sus ojos con el Sol entrando por ellos sin preguntar, ahora le parecía espantoso, algo en todo el paisaje que se le venía a la mente le resultó un espanto, aterrador. La manera en la que trataba de sacar algo en blanco de lo soñado la perturbaba. Era irreal, una película en cámara lenta, Dante acariciaba su pelo con una apacibilidad extraña, ella le confesaba algo que no entendía bien, tampoco sabía si le convenía hacerlo.
Su pecho se estrujó al pensar en sus palabras «no es a Benicio a quien amo, estoy enamorada del asesino» ¿qué significaba todo eso? Lumi no imaginaba ni a diez mil años luz dejar de amar a Benicio, ni siquiera cuando todo lo que vivió desde hace un mes a esta parte fue un suplicio para ella. Ya no tenía tiempo de verlo, de hecho, casi no lo había visto. Se sintió engañada.
¿Cuándo fue el momento, en el que por su pequeña cabecita se le cruzó la loca idea de entablar una relación con un hombre cien años mayor que ella? La engañó diciéndole que todo saldría bien. Pues fue mentira, Benicio no hacía más que estar encerrado en su habitación, esperando que Amanda lance un gritito ahogado y así él correr hasta la puerta para preguntarle si estaba bien, para exigirle si lo dejaría entrar alguna vez, o simplemente sentarse a hacer guardias de vigilia hasta que ella se hartase de escucharlo al otro lado y le pidiera que se largue.
Amanda tenía todas las de ganar, o al menos eso pensaba la pequeña. Ella quería estar en su maldito lugar, —yo jamás lo trataría así— se decía Lumi por dentro, tratando de enviar bien lejos el llanto. Claro que no le estaba yendo nada bien, puesto que lo único que hacia era llorar todo el tiempo.
Dante le había prometido que se irían de la casa, pero mientras tanto necesitaba estar ahí, necesitaba verla. El hombre la seguía amando, y no era nada raro cuando, engañado o no, había convivido con la mujer, había sido su novio. Las cosas para él no podían terminar de esa forma, o al menos no tan rápido. Es el castigo divino, cuanto más duran las cosas, más difícil se hace acabarlas. Cuanto más dolor algo te produce, más ruido hará a la hora de caer. Y así se sentía el Ángel, en caída libre, como todo Caído.
Lumi odiaba la situación de principio a fin. Primero porque Dante, al igual que Benicio, se la pasaba trasladándose de un lado a otro cuando Amanda empezaba a mariconear, no importaba si él estaba con ella o no, dejaba todo lo que estaba haciendo para salir corriendo. Ahora las cosas habían cambiado, no todos podían gozar del poder sobrenatural que los vampiros tenían al no dormir, Dante no era un súper chico, estaba fundido. Como ahora, a pesar que Lumi escuchó como Amanda empezó con su serie de es-el-jodido-momento-de-empezar-con-mis-berrinches-de-niña-caprichosa, Dante ni se inmutó inmerso en sus sueños, en cambio ella tuvo que taparse con una almohada la cabeza hasta rozar la asfixia cuando se durmió.
Entonces, le entraron terribles ganas de bajar a ver si en aquella casa algo estaba con vida, al menos encontrar un Benicio rondando por los alrededores, más allá que con lo único que se toparía sería con su inmensa cara de pocos amigos.
Se puso las pantuflas de Hello Kitty que tan grandes le quedaba —la muy zorra casi termina por asesinarla al bajar las escaleras con ellas puesta la última vez que trató de caminar— y se dispuso a salir de la habitación. Muy al pesar de entender a la perfección que Dante le había pedido que no salga. Estaban todos muy paranoicos y con Amanda allí dentro no se sabía que podía pasar.

—Me importa una mierda. —Susurró Lumi más que para ella, para Dante, porque a él fue a quien miró, revelándose ante la autoridad de su protector.
Una risita sobresalió de sus delicados labios cuando imaginó como se enojaría Dante al escucharla maldecir, o decir malas palabras. Era irónico puesto que lo más suave que había escuchado de la boca del muchacho fue la palabra hijos de puta.

Una vez fuera de la pieza, miró a un lado y a otro. Nada. Escuchó gente en la sala de estar y se sorprendió. Bajó corriendo mientras se acordaba de la estupida manera en la que podía morir desnucada por ese maldito calzado. La sátira la hizo estallar en una carcajada nerviosa, pensar que Dante la cuidaba de vampiros y ella, tan torpe, un día cualquiera se resbalaría con el jabón en la ducha y…. momento ¿había una manera más imbécil de morir con tan poca dignidad? Sacudió su cabeza de un lado a otro, convenciéndose de que dignidad era lo que le faltaba en estos momentos cuando notó la forma en la que estaba vestida. ¿Cómo podía pretender que Benicio le prestara atención, si tenía puesto un camisón rosa bien claro y pantuflas de Hello Kitty? Bien, en eso iba a trabajar más tarde, mientras tanto se ocuparía en prestar atención escalón por escalón.
En el anteúltimo, su boca se abrió como un plato. Había un hombre de espaldas a ella. ¿Era Andrés? Se agarró bien fuerte por la barandilla, tragó aire. No podía ser lo que estaba viendo. Ella misma había presenciado el momento en el que Marcus le había clavado una estaca en el pecho, reduciéndolo a cenizas.

—Lumi ¿qué haces aquí abajo? —Preguntó Benicio. El famoso desconocido giró y se la quedó mirando con la cabeza gacha.
No era Andrés, sino su hermano. Ludmila lo recordaba a la perfección. ¿Acaso se había cortado un poco el pelo?
Un de las cosas que los distinguía —o al menos de eso se había dado cuenta la niña, el poco tiempo que los tuvo frente suyo— era su cabello. El de Benjamín era más claro, y más largo. Mientras que el de Andrés fue bien negro azabache, y más corto, exactamente igual al corte de pelo que tenía el chico del comercial de los perfumes de Paco Rabanne.

—Quería desayunar. Me cruje el estómago. —Contestó ella en lugar de «maldición, soy una niña y pretendo ser normal»
Su vista recorrió la presencia de Benjamín. Se cruzó de brazos y esperó allí parada, como si alguno de esos hombres le fuese a hacer fiesta por su agradable visita al bajar las escaleras o algo así.

—Soy Benjamín. —Le dijo el hombre, acercándose a ella a velocidad vampiro, Lumi no pensó otra cosa más que «Soy Benjamín, un coñazo excesivamente sexy» pero ignoró por completo a sus hormonas adolescentes. El hombre tomó una de sus manos y se la llevó hacia los labios, para besarla. —Mucho gusto.

Aquello no significa nada, idiota —, se repetía la niña. —El bastardo debe tener cientos de años, este saludo se estilaba.

Antes de sucumbir a cualquier contestación por parte de Lumi, Benicio se encontraba tras él con el gesto fruncido como si acabasen de insultarlo, o como si aquel vampiro la hubiese puesto contra la pared a la niña para desvestirla.
Bien, ese simple pensamiento hizo que Ludmila se sonrojara como una estúpida ¿por segunda vez en el día?
El vampiro preferido de la niña cortó el saludo que se había hecho insoportablemente interminable, apartando la pequeña y suave mano de la chica para llevársela con él. Benjamín que no ignoró el acontecimiento plagado en celos por parte de Benicio, no dijo nada, se reservó a poner cara de no-entiendo-una-mierda, al mismo tiempo que los seguía con la vista, dejando de lado que la palabra mierda jamás hubiese entrado en su cortés, refinado y caballeroso vocabulario.

— ¿Por qué está él aquí? —Preguntó la niña con los labios entrecerrados, creyendo que Benjamín no podía escuchar. Lo cierto era que lo hacía a la perfección y le dio gracia la forma en la que Benicio arrastraba a la chica al otro extremo del living haciéndola callar con la mirada. Pero todo fue terriblemente gracioso cuando, de un momento a otro, el mayor de los Casablanca notó como la pequeña e inocente Lumi trastabilló sobre su propio eje. ¿Le parecía a él o esas pantuflas eran un poco grandes para la niña?

¡Mierda! —Dijo ella, a Benjamín le fastidiaban las mujeres mal habladas, pero algo en el tono de aquella señorita fue divertido. Se acercó un poco para observarla de cerca, a pesar que su protector la tenía bien agarrada. —Estupido y doblemente estupido Dante. —Se quejó, sonrojándose.

— ¿Qué pasa con él? —Preguntó Benicio.

El muy bastardo apenas sabe como me llamo. No podía elegir mi talle exacto, tenía que traerme calzado dos talles más grandes que el real. —Benjamín observó como los labios de Lumi se fruncían, era todo un show, la niña le parecía totalmente adorable y comestible. —Por favor Ben —el dueño de la casa se fastidiaba cuando lo llamaban por su diminutivo, ella lo sabía. —La próxima vez déjenme ir con ustedes si pretenden hacer una salida de pareja gay para comprar ropa de mujer, de la cual no tienen ¡ni puta idea!
Benjamín lanzó una risita, Benicio lo miró fulminándolo e inmediatamente se dirigió al rostro de la niña, con una mirada más natural.

—Cuida tu vocabulario, pequeña adolescente.

—Oiiiissss, sí, claro. ¿Si no qué? —La pequeña cruzó los brazos. Estaba, prácticamente, pechándolo.

—Tendré que castigarte. —Respondió sintiéndose un cretino.

— ¿Me atarás a la cama? ¿O me obligarás a andar en zapatillas cinco talles más grandes que el mío? Maldición, prefiero que me maten. —Objetó un tanto disgustada.

—Hey tú, niñita. —Comenzó Benjamín, metiéndose entre ellos, evitando que Benicio conteste. — ¿Te apetece desayunar?

—Cielos, eres mi salvador. Claro que sí. —A pesar que el otro vampiro la tomó por los brazos para que ella no camine hacia su visitante, no pudo hacer nada.

— ¿Dónde está la cocina? —Quiso saber el hombre. Benicio, tras pensar unos instantes, le indicó el camino con la cabeza.

¿Habrá sido cuestión de piel? Benjamín se encontraba muy mal, la muerte de su hermano lo había dejado destrozado, pero Lumi tenía un aura especial. Él era un buen muchacho y empezó a hacerse idea que haber ido a visitar a Amanda podría ser algo respetable. Si bien el altercado de hace momentos donde se vio sometido a recibir un beso de la mujer no fue nada lindo de recordar, una idea se le vino a la mente.

«Si Andrés hubiese estado presente…. Maldición, me hubiese arrancado los genitales con dos pinzas de depilar, pedazo por pedazo, sólo para hacerme sufrir.»

No se sentía reconfortado por recordarlo así, pero peor es nada.

*

—No recuerdo la mitad de las cosas que hago, después que las hago. —Se quejó Amanda mientras Galadriel la ayudaba a desvestirse para entrar al baño. La vampiresa rubia ya tenía entre sus manos un buen suministro de sangre envasada.

—Cariño, eso es porque no estas comiendo bien. —Aseguró Gala al mismo tiempo que le sonreía.
Gal, como la llamaba su difunta amiga Charity y ahora Amanda, sintió una profunda pena escocer desde lo más profundo de su pecho. Cuando lograba que Benjamín hablara algo, las pocas veces que lo hizo desde que su hermano menor fue asesinado, siempre le contó como era Amanda. No es que él la conociera mucho tampoco, pero sabía que la muchacha era obstinada… a la vez que alegre y movediza. Galadriel hubiese deseado conocerla en ese momento, pero ya encontraría la forma de volverla a la realidad para que alguna vez pueda ser ella.

— ¿Cómo está Benjamín? —Esa pregunta sorprendió a la vampira de hebras doradas, momentos atrás Amy le había estampado un buen beso en la boca, cinco minutos más tarde se encontraba preguntando por él. Ese fue el click que hizo a Gala presionar con uno de sus dientes la primera bolsa de sangre para que Amanda beba.

Ella ya estaba sentada en la bañera con millones de burbujas a su alrededor, y una buena cantidad de espuma mezclada con agua tibia para bañarse. Las paredes comenzaban a empañarse rápidamente. Gala dejó a un costado su chaqueta y se puso de cuclillas a un costado mientras depositaba entre las manos de su amiga el envase.

—Benjamín esta… bien. —Frunció su boca, le estaba mintiendo, pero todo estaba justificado. Cualquier cosa fuera de lugar que le dijera y Amanda se pondría peor.

Amy fulminó el paquete con sangre, al fin aquello sabía bien y no a comida para perros, saboreó ese primero pidiendo a Gala más. Bebió cuatro bolsas de sangre y estiró sus piernas en toda la extensión de la bañera. Apoyó la nuca en el respaldo de la misma, cerrando los ojos, sintiendo solo como el agua cubría su piel. Lo necesitaba, no se dio cuenta sino hasta entonces, como necesitaba un minuto de relajación.
Gala apoyó el encuentro en silencio, privándose de hablar, observando el rostro de su amiga. Estaba muy delgada, pero su pelo, por ejemplo, seguía siendo precioso, el color de por sí era llamativo, raro, exótico, y la forma en la que las puntas caían era encantador.
Amanda empezó a mover sus pies lentamente, moviendo el agua de un lado a otro, Gala se acercó un poco y apoyó su brazo derecho en el borde de la bañadera, Amy estaba con los brazos cruzados tapando sus pechos, no por pudor, por simple postura, puesto que la espuma generada en el agua por las sales, se encargaba que ninguna parte del cuerpo de la chica estuviese expuesta.
Algo en las facciones de Amanda hizo que Galadriel se perturbara, la vampiresa mayor no podía entender como el rostro de su amiga estaba tan impregnado de paz cuando momentos antes el mismo que ahora observaba le decía «mátenme», descontado quedaba el hecho que Amanda creyó por un momento que Benjamín era Andrés, luego olvidándolo. Lo dejó claro cuando preguntó por él. Quizá sea la comida, lo cual era probable. De todas formas, Gala no estaba tranquila. Acomodándose en el lugar, empezó a estirar uno de sus blancos brazos hasta llegar a la mejilla de Amanda. Con sus dedos suaves y maternales, creó dibujos imaginarios sobre el rostro de la chica, ella apenas se inmutó ante el contacto, sin embargo, Gala pudo sentir un pequeño temblor. Todas sus dudas se revelaron al instante, todo lo que ella supuso se vio desnudo ante ese gesto casi imperceptible que Amanda le mostró sin hablar. Claro que imperceptible para alguien que no conociera a la mujer, pero ella era su amiga. La conocía. Entendía.
Todavía sin animarse a empezar un dialogo nuevo, Gala distinguió como de los ojos cerrados de Amanda, empeñados en mostrar una paz inexistente, asomaban unas pequeñas lagrimas sin piedad, dejándola al descubierto. Ella estaba forzándose en parecer calma, cuando por el contrario, un maremoto de emociones amenazaba con derrumbarla haciendo evidente su desconsuelo.

— ¿Qué anda mal, bonita? —Le preguntó Gala, sintiéndose una idiota, la respuesta la conocía «todo anda mal»
Amanda dudó en responder, pero abrió los ojos y se centró en un punto fijo, quizá eso la haga parar con el llanto, pero fue irreversible. Cada vez que pretendía no pensar en él, lo hacía más. Últimamente pensaba una sola cosa todo el tiempo «no se puede caer cuando se está tan abajo» pero irónicamente, mientras los minutos pasaban podía notar como descendía hacia el sótano del Infierno. Todavía no podía creer como habían terminado las cosas, pero cada vez que se acordaba la secuencia en la que Andrés había sido un hombre de carne y hueso para pasar a ser cenizas, su pecho se estrujaba, sólo darse un buen golpe en el mismo apaciguaba el dolor, porque entonces, tendría que ocuparse de uno corporal, a diferencia del sentimental, que presionaba desgarrándola.

—Dime que esto es un sueño. —Pidió Amanda, dirigiendo su mirada al rostro de su amiga, que trató de evadirla. Al parecer la estrategia de Gala que se basaba en mantengamos-la-puta-calma estaba viniéndose a pique. 

—Tienes que estar bien. —Apenas pudo decir —. Tienes que ayudar a Benjamín, para él también fue una gran perdida. —Con una de sus manos secó las mejillas de Amy, se paró y tomó la salida de baño color blanco, invitando a la chica para que salga de la ducha. Cuando Amanda se puso de pie, Galadriel la envolvió en ella, brindándole un fuerte beso. —Te quiero ¿lo sabes?

—Me has hecho mucha falta. —Aquellas no eran simples palabras, no eran cosas que se decían porque sí. Amanda la había necesitado mucho, su duelo no había siquiera empezado.
Esa reflexión hizo que Amy pensara que, a lo mejor, nunca se repondría.

*

—Así que tú no eres malo ¿eh? —Lumi estaba sentada en la encimera de la cocina, mientras Benjamín se soltaba el cuello de la camisa y se arremangaba la misma.
El hombre por dentro se repetía «nada tiene que ver el calor sobrehumano que del cuerpo de esta niña desprende, ni imaginarme como diablos hace Benicio para soportar el aroma de su sangre»
Lo cierto era que, estaba entrando en temperatura.

—Si te refieres a malo de matar gente, no. No soy malo. Ya no. —Se propuso ignorar a la criatura mientras sacaba la leche de la heladera para verterla en una gran taza blanca con un cerdito color rosa que decía «En esta taza toma solamente Ludmila» no pudo evitar sonreír, aquel recipiente era por demás ridículo. Como todo en la niña, además que Benjamin pudo darse cuenta de algo: el color preferido de aquella condenada era el rosa, al menos a juzgar por las pantuflas e inclusive el camisón que traía puesto.

— ¿Y por qué entonces Ben no te quiere? —Benjamín volvió a sonreír.
¿Qué pasaba? Muy simple. Acostumbrado a rodearse de adultos, se olvidó de cuan encantadores eran los niños. La pequeñita era una ternura. Su diminuta figura y cachetes rozagantes eran un espectáculo. Era frágil, inocente.

—Si sigues llamándolo de ese modo se enfadará. —Acusó el vampiro, entregándole la taza de leche. Él fue directo a una de las sillas para sentarse. Lumi prefirió quedarse en la mesada, con las piernas cruzadas y un gran gesto de felicidad al tener un recipiente con algo ingerible entre sus manos.
Benjamín imitó el cruce de piernas, acompañándolo con sus brazos igualmente en esa posición. La pequeña tenía el camisón bastante subido, y desde allí podría observar su ropa interior. No se sorprendió cuando notó el color de la prenda interior: rosa, también. El hombre se ahogó en su propia risa transformándola en un quejido, cuando movió la vista. Le parecía una falta de respeto seguir observando a la chica, pero era incomodo señalarle que se baje un poco el pijama o que se lo acomodara.

—Mierda. —Y ese comentario lo hizo volverse a la pequeña Lumi. La señorita había escupido la leche al costado.

— ¿Qué tiene de malo la leche? —La cara del vampiro mostraba una terrible decepción.

¿Hace cuánto que no preparas algo así? —Lumi frunció toda su cara, el líquido estaba hirviendo, sin contar el asqueroso sabor amargo que tenía de por sí —. ¡Ni siquiera le has puesto azúcar!

¿Algo así como doscientos años? —Se mostró apenado, había olvidado cocinar, había olvidado todo. Ni hablar del uso de los electrodomésticos cuando ni siquiera tenía lo que todos llamaban móvil o celular.

Lumi bajó de la mesada poniéndose frente a Benjamin, que dio un paso atrás asustado. Los movimientos de los vampiros, con quien él frecuentaba, eran más estudiados. Tener a la niña balanceándose de un lado a otro lo ponía esquizofrénico. No quería imaginar lo que sería tener a una humana virgen tocándolo. Porque por su olor podía distinguirlo, la niña era pura.
A lo que su mente preguntó « ¿qué demonios hace Benicio metido con una niña?» ¿Tan obvio era? Claro que sí. No por nada Benjamín tenía más de doscientos años. Y le bastó ver como Lumi hablaba de Benicio, o como el otro la miraba y protegía cuando éste se le acercó a saludarla, para comprobar que algo pasaba. Lo que no entendía muy bien en qué posición estaba Amanda, o mismo Dante. Claro que al vampiro le importaba muy poco Dante. En todo caso se ocuparía de que nadie haga sufrir a Amy. Un sentimiento que de por sí desconocía también, sin embargo, Monstruito, como él la apodó tiempo atrás, se convirtió en «la intocable.»
Su hermano lo hubiese deseado así.

— ¿Quién es la niña esa? —Deseó saber Gala, que traía detrás suyo a Amanda. Lumi se arrinconó tras el cuerpo de Benjamín, usándolo de escudo. El vampiro cerró los ojos cuando entendió que aquel contacto estaba cortándole la respiración, incluso a él, un viejo y adiestrado ser inmortal.

— ¿Quién es ella, Benja? —Lumi estaba atemorizada, recordaba a la mujer, pero por el modo en el que traía consigo a Amanda, la imaginó como una poderosa mujer bruja que domina mentes o algo así.

— ¿Benja? —Acotó Gala con sátira. —Disculpen, pero su proximidad me esta dando nauseas. ¿Desde cuándo tanta confianza con mi hombre, tú niñita desconocida?
Bien, Benjamín o “Benja” como las mujeres lo estaban llamando, excluyendo como mujer a Lumi que apenas tenía los pechos en pleno proceso de desarrollo, no imaginaba a Galadriel, su novia, batirse a duelo por él, mucho menos con una niña de la edad de Ludmila.
Mucho menos cuando arruinar sus vestidos de diseño era una posibilidad.


El próximo capitulo de Despertar III: Efecto Lunar,  número tres estará disponible el Viernes 20 de Mayo
il de morir con tan poca dignidad? da nerviosa, pensar que Dante la cuidaba de vampiros y ella, tan torpe, un din Benicio rond

2 comentarios:

  1. jajajajaja...lo que faltaba : q Benjamin tambien le ponga el ojo a al niña...pilas Gala q después te lo quitan jajajaja

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  2. pucha q se pasan diosmio como puede ser esto ahora Benjamin es el colmo jajajjajaj

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